Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

El presente año 2024 está dedicado por el papa Francisco a la oración en el itinerario de toda la Iglesia universal hacia el Año Santo Jubilar de 2025

 

 

 

 

La Iglesia católica universal se apresta para la celebración del Año Santo 2025, año santo y jubilar romano en el dos mil veinticinco aniversario de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Ya nos adentraremos más adelante en este tema. Ahora nos fijamos que, en que el caminar hacia el año 2025, año santo jubilar romano, el Papa Francisco ha fijado para 2024 la oración como tema de preparación al año santo. En 2023, fue la reactualización de los contenidos del Concilio Vaticano II.

En este sentido, ya la pasada semana ofrecíamos una primera entrega de pensamientos del Papa Francisco sobre la oración: qué es orar, por qué orar y cómo orar. Hoy continuamos en esta escuela de oración con el Papa Francisco y de su mano nos adentramos en cómo Jesús el Señor y María su Madre nos enseñan a orar y acerca de si Dios responde o no a nuestras súplicas. Nos queda una tercera entrega para el viernes próximo.

 

 

Jesús, maestro de oración

Jesús recurre constantemente a la fuerza de la oración. Los Evangelios nos lo muestran cuando se retira a lugares apartados a rezar. Se trata de observaciones sobrias y discretas, que dejan solo imaginar esos diálogos orantes. Estos testimonian claramente que, también en los momentos de mayor dedicación a los pobres y a los enfermos, Jesús no descuidaba nunca su diálogo íntimo con el Padre

En la vida de Jesús hay, por tanto, un secreto, escondido a los ojos humanos, que representa el núcleo de todo. La oración de Jesús es una realidad misteriosa, de la que intuimos solo algo, pero que permite leer en la justa perspectiva toda su misión. En esas horas solitarias –antes del alba o en la noche–, Jesús se sumerge en su intimidad con el Padre, es decir en el Amor del que toda alma tiene sed. Es lo que emerge desde los primeros días de su ministerio público.

Un sábado, por ejemplo, la pequeña ciudad de Cafarnaún se transforma en un “hospital de campaña”: después del atardecer llevan a Jesús a todos los enfermos, y Él les sana. Pero, antes del alba, Jesús desaparece: se retira a un lugar solitario y reza. Simón y los otros le buscan y cuando le encuentran, le dicen: “¡Todos te buscan!”. ¿Qué responde Jesús?: “Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido” (cfr. Mc 1, 35-38). Jesús siempre está más allá, más allá en la oración con el Padre y más allá, en otros pueblos, otros horizontes para ir a predicar, otros pueblos.

La oración es el timón que guía la ruta de Jesús. Las etapas de su misión no son dictadas por los éxitos, ni el consenso, ni esa frase seductora “todos te buscan”. La vía menos cómoda es la que traza el camino de Jesús, pero que obedece a la inspiración del Padre, que Jesús escucha y acoge en su oración solitaria.

El Catecismo de la Iglesia Católica (1992) afirma: “Con su oración, Jesús nos enseña a orar” (n. 2607). Por eso, del ejemplo de Jesús podemos extraer algunas características de la oración cristiana.

 

Características de la oración cristiana

(1) Ante todo, posee una primacía: es el primer deseo del día, algo que se practica al alba, antes de que el mundo se despierte. Restituye un alma a lo que de otra manera se quedaría sin aliento. Un día vivido sin oración corre el riesgo de transformarse en una experiencia molesta, o aburrida: todo lo que nos sucede podría convertirse para nosotros en un destino mal soportado y ciego. Jesús sin embargo educa en la obediencia a la realidad y por tanto a la escucha.

(2) La oración es, sobre todo, escucha y encuentro con Dios. Los problemas de todos los días, entonces, no se convierten en obstáculos, sino en llamamientos de Dios mismo a escuchar y encontrar a quien está de frente. Las pruebas de la vida cambian así en ocasiones para crecer en la fe y en la caridad. El camino cotidiano, incluidas las fatigas, adquiere la perspectiva de una “vocación”.

(3) La oración tiene el poder de transformar en bien lo que en la vida de otro modo sería una condena; la oración tiene el poder de abrir un horizonte grande a la mente y de agrandar el corazón.

(4) La oración es un arte para practicar con insistencia. Jesús mismo nos dice: “Llamad, llamad, llamad, buscad, buscad…”. Todos somos capaces de oraciones episódicas, que nacen de la emoción de un momento; pero Jesús nos educa en otro tipo de oración: la que conoce una disciplina, un ejercicio y se asume dentro de una regla de vida. Una oración perseverante produce una transformación progresiva, hace fuertes en los períodos de tribulación, dona la gracia de ser sostenidos por Aquel que nos ama y nos protege siempre.

(5) Otra característica de la oración de Jesús es la soledad y el silencio. Quien reza no se evade del mundo, sino que prefiere los lugares desiertos. Allí, en el silencio, pueden emerger muchas voces que escondemos en la intimidad: los deseos más reprimidos, las verdades que persistimos en sofocar, etc. Y, sobre todo, en el silencio habla Dios. Toda persona necesita de un espacio para sí misma, donde cultivar la propia vida interior, donde las acciones encuentran un sentido. Sin vida interior nos convertimos en superficiales, inquietos, ansiosos. Por esto, tenemos que ir a la oración; sin vida interior huimos de la realidad, y también huimos de nosotros mismos, somos hombres y mujeres siempre en fuga.

(6)  La oración de Jesús es el lugar donde se percibe que todo viene de Dios y a Él vuelve. A veces nosotros los seres humanos nos creemos dueños de todo, o al contrario perdemos toda estima por nosotros mismos, vamos de un lado para otro. La oración nos ayuda a encontrar la dimensión adecuada, en la relación con Dios, nuestro Padre, y con toda la creación. Y

(7)  La oración de Jesús, finalmente, es abandonarse en las manos del Padre, como Jesús en el huerto de los olivos, en esa angustia: “Padre si es posible…, pero que se haga tu voluntad”. El abandono en las manos del Padre. Es bonito cuando nosotros estamos inquietos, un poco preocupados y el Espíritu Santo nos transforma desde dentro y nos lleva a este abandono en las manos del Padre: “Padre, que se haga tu voluntad”

 

El ejemplo y la ayuda de la Virgen María

María no dirige autónomamente su vida: espera que Dios tome las riendas de su camino y la guíe donde Él quiere. Es dócil, y con su disponibilidad predispone los grandes eventos que involucran a Dios en el mundo… No hay mejor forma de rezar que ponerse como María en una actitud de apertura, de corazón abierto a Dios: “Señor, lo que Tú quieras, cuando Tú quieras y como Tú quieras”. Es decir, el corazón abierto a la voluntad de Dios…

María acompaña en oración toda la vida de Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al final continúa, y acompaña los primeros pasos de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1, 14). María reza con los discípulos que han atravesado el escándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha cedido al miedo y ha llorado por el arrepentimiento. María está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su comunidad…

Rezando con la Iglesia naciente se convierte en Madre de la Iglesia, acompaña a los discípulos en los primeros pasos de la Iglesia en la oración, esperando al Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio. La oración de María es silenciosa. El Evangelio nos cuenta solamente una oración de María: en Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre gente, que va a quedar mal en la fiesta.

María está presente porque es Madre, pero también está presente porque es la primera discípula, la que ha aprendido mejor las cosas de Jesús. María nunca dice: “Venid, yo resolveré las cosas”. Sino que dice: “Haced lo que Él os diga”, siempre señalando con el dedo a Jesús…

Algunos han comparado el corazón de María con una perla de esplendor incomparable, formada y suavizada por la paciente acogida de la voluntad de Dios a través de los misterios de Jesús meditados en la oración. ¡Qué bonito si nosotros también podemos parecernos un poco a nuestra Madre! Con el corazón abierto a la Palabra de Dios, con el corazón silencioso, con el corazón obediente, con el corazón que sabe recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con una semilla del bien de la Iglesia.

 

Dios, ¿responde o no responde a nuestras súplicas?

“Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2734) Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7, 10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros. Dios siempre escucha, siempre responder a nuestras súplicas. Eso sí, en el lenguaje de Dios, que sabe y ama más, que sabe y ama todo.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica: es un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735).

He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: “Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad” (Mt 6, 9-10)

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 5 de julio de 2024

 

Por Rafael Amo

(Delegación de Ecumenismo)

 

 

El pasado 25 de junio se presentó el prescriptivo Informe anual de evaluación de aplicación de la Ley que regula la eutanasia. Por desgracia, en Castilla-La Mancha (no se facilitan los datos por provincias) han aumentado de 7 eutanasias aplicadas en 2022, a 17 en 2023. Un desastre humanitario.

La aprobación de aquella infausta Ley ha dado al traste con siglos de humanidad en la Medicina. Una ciencia que nace para curar y para aliviar, una ciencia humanista, que por decreto de una Ley pasa a ser un instrumento de muerte.

Es cierto que quien solicita la eutanasia vive una situación de sufrimiento enorme; la ley dice que insoportable. Nadie podemos ponernos en lugar de ese enfermo con una enfermedad neurodegenerativa u oncológica, que son las enfermedades que la inmensa mayoría de los solicitantes de la eutanasia padecen; pero la historia de la humanidad y, especialmente, la historia del cristianismo y de sus santos nos enseñan que el sufrimiento y la muerte son parte de la condición humana. Normalmente son situaciones existenciales donde podemos madurar, donde más crecemos como personas:

“Todo enfermo tiene necesidad no solo de ser escuchado, sino de comprender que el propio interlocutor ‘sabe’ qué significa sentirse solo, abandonado, angustiado frente a la perspectiva de la muerte, al dolor de la carne, al sufrimiento que surge cuando la mirada de la sociedad mide su valor en términos de calidad de vida y lo hace sentir una carga para los proyectos de otras personas. Por eso, volver la mirada a Cristo significa saber que se puede recurrir a quien ha probado en su carne el dolor de la flagelación y de los clavos, la burla de los flageladores, el abandono y la traición de los amigos más queridos” (Samaritanus bonus, II).

La Ley que nos ha traído hasta aquí, hasta la desgracia de 24 personas a las que se les ha aplicado la eutanasia en estos dos años, piensa que la alternativa al sufrimiento solo puede ser la muerte. Quienes promovieron esta Ley olvidan que una de las características que nos hace humanos y que nos diviniza es la compasión: “Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo” (Spe salvi 39).

Quienes promovieron esta Ley y quienes alientan su aplicación afirman que somos libres y tenemos derecho a elegir cómo y cuándo morir. Pero olvidan varios asuntos. En primer lugar, que ese deseo de elegir su muerte -convertido en derecho por esta Ley- lleva en sí una contradicción: su libertad se convierte en imposición a otros, los profesionales sanitarios que comprenden la Medicina como lo que es -el arte de curar y cuidar y no de matar. En segundo lugar, que ese deseo de elegir su muerte deshumaniza a la sociedad, ya que quiebra la confianza básica del paciente en el profesional sanitario y debilita el valor inalienable de la vida proclamado en la Declaración Universal de Derechos Humanos.

La Ley de la Eutanasia se aprobó en el Parlamento español en pleno estado de alarma -posteriormente declarado inconstitucional- sin un debate social serio y mientras el personal sanitario se dejaba la vida, literalmente, por evitar el sufrimiento y la muerte de muchos. Algo un poco esquizofrénico que ha lesionado la conciencia moral. A los cristianos nos corresponde dar razón de nuestra esperanza y de las razones que justifican el valor del don de la vida.

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

El presente año 2024 está dedicado por el papa Francisco a la oración en el itinerario de toda la Iglesia universal hacia el Año Santo Jubilar de 2025

 

 

 

 

La Iglesia católica universal se apresta para la celebración del Año Santo 2025, año santo y jubilar romano en el dos mil veinticinco aniversario de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Ya nos adentraremos más adelante en este tema. Ahora nos fijamos que, en que el caminar hacia el año 2025, año santo jubilar romano, el Papa Francisco ha fijado para 2024 la oración como tema de preparación al año santo. En 2023, fue la reactualización de los contenidos del Concilio Vaticano II.

Con estas palabras lo anunció el Santo Padre tras el rezo del ángelus del domingo 21 de enero pasado: “Los próximos meses nos conducirán a la apertura de la Puerta Santa, con la que comenzaremos el Jubileo. Os pido que intensifiquéis la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. Por eso comenzamos hoy el Año de la oración, un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo. Nos ayudarán también los subsidios que el Dicasterio para la Evangelización pondrá a nuestra disposición”.

Y precisamente en estos materiales recién aludidos se inspiran las siguientes líneas de este artículo, en el que, tras una cita del Papa Francisco, aparecerá el contexto y de la fecha de la misma.

 

Qué es la oración

“La oración es el aliento del alma, es el aliento de la fe. En una relación de confianza, en una relación de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios. Es importante encontrar momentos en el día para abrir el corazón a Dios, incluso con palabras sencillas” (Discurso, 14-12-2014).

“La oración del cristiano nace, en cambio, de una revelación: el Tú de Dios no ha permanecido envuelto en el misterio, sino que ha entrado en relación con nosotros… La oración del cristiano entra en relación con el Dios de rostro más tierno, que no quiere infundir miedo alguno a los hombres. Esta es la primera característica de la oración cristiana, mediante la cual nos atrevemos a llamarlo con confianza con el nombre de padre, papá” (Audiencia general, 13-5-2020).

La oración es un encuentro con Dios, con Dios que nunca defrauda; con Dios que es fiel a su palabra; con Dios que no abandona a sus hijos” (Homilía, 29-6I-2015).

Orar es devolver el tiempo a Dios, salir de la obsesión de una vida a la que siempre le falta tiempo, redescubrir la paz de las cosas necesarias y descubrir la alegría de los dones inesperados” (Audiencia general, 26-8-2015).

 

Por qué orar

“¿Por qué rezo? Rezo porque tengo necesidad. Esto lo siento, lo que me impulsa, como si Dios me llamara a hablar con Él” (Entrevista del Papa Francisco a jóvenes de Bélgica, 31-3-2014).

El encuentro con Dios en la oración os ayudará a conocer mejor al Señor y a vosotros mismos. La voz de Jesús hará arder vuestros corazones y vuestros ojos se abrirán para reconocer su presencia en vuestra historia, descubriendo así el proyecto de amor que Él tiene para vuestra vida” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud de 2015).

“La oración nos da la gracia de vivir fieles al plan de Dios” (Audiencia general, 17-4-2013).

“La fe no nos aleja del mundo, sino que nos inserta más profundamente en él. ¡Esto es muy importante! Debemos adentrarnos en el mundo, pero con la fuerza de la oración. Cada uno de nosotros desempeña un papel especial en la preparación de la venida del Reino de Dios en el mundo” (Discurso en Manila, 16-I-2015).

“La oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a no dejarnos dominar por las cosas que parecen: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los demás o del éxito, sino de lo que tenemos dentro” (Homilía, 5-3-2014).

La oración preserva al hombre del protagonismo por el que todo gira a su alrededor, de la indiferencia y del victimismo” (Discurso, 15-VI-2014).

“Con la oración permitimos que el Espíritu Santo nos ilumine y nos aconseje sobre lo que debemos hacer en ese momento” (Audiencia general, 7-5-2014).

Sin oración, nuestra acción se vuelve vacía y nuestro anuncio no tiene alma, porque no está animado por el Espíritu” (Audiencia General, 22-5-2013).

“La oración no es un sedante para aliviar las angustias de la vida; o, en todo caso, tal oración no es ciertamente cristiana. Más bien, la oración nos da poder a cada uno de nosotros” (Audiencia general, 21-10-2020).

“¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser, estar ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva!” (Exhortación apostólica Evangelii gaudium 264).

 

Cómo orar

La verdadera oración es familiaridad y confianza con Dios, no es recitar oraciones como un loro… Estar en oración no significa decir palabras, palabras, palabras: no, significa abrir mi corazón a Jesús, acercarme a Jesús, dejarle entrar en mi corazón y hacerme sentir su presencia allí.  Es vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla a su amigo” (Audiencia general, 28-9-2022).

Cuando oramos debemos ser humildes: ésta es la primera actitud para ir a la oración. Así nuestras palabras serán realmente oraciones y no un galimatías que Dios rechaza” (Audiencia general, 26-5-2021).

“Este es el camino para aceptar a Dios, no la habilidad, sino la humildad: reconocerse pecador. Confesar, primero a uno mismo y luego al sacerdote en el sacramento de la reconciliación, los propios pecados, las propias carencias, las propias hipocresías; bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento” (Ángelus, 4-12-2022).

“Hay que quitarse la máscara –cada uno la tiene– y ponerse a la altura de los humildes; liberarse de la presunción de creerse autosuficientes, ir a confesar los pecados, los ocultos, y aceptar el perdón de Dios, pedir perdón a quienes hemos ofendido. Así comienza una vida nueva” (Ángelus, 4-12-2022).

La oración purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios impiden que el corazón se endurezca en el resentimiento y el egoísmo” (Audiencia general, 11-3-2015).

“¡El Espíritu Santo es el que da vida al alma! Dejadle entrar. Hablad con el Espíritu como habláis con el Padre, como habláis con el Hijo: ¡hablad con el Espíritu Santo, que no tiene nada de paralizante! En Él está la fuerza de la Iglesia, Él es quien os lleva adelante” (Audiencia general, 21-12-2022).

“Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte” (Exhortación apostólica Christus vivit 155)

La oración nos permite contarle a Jesús todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando le abrimos la jugada a Él, le damos lugar para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer” (Exhortación apostólica Christus vivit 155).

“Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras personas: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Carta de san pablo a los Gálatas 2, 20). No prives a tu juventud de esta amistad con Jesús” (Exhortación apostólica Christus vivit 156).

“Podrás sentir a Jesús a tu lado no solo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y caminaba con ellos (Lucas 24, 15) (Exhortación apostólica Christus vivit 156).

Un joven al Papa: “¿Puede explicarme cómo reza y por qué reza? Lo más concretamente posible…”. Respondió el Papa: “Cómo rezo… Muchas veces cojo la Biblia, leo un poco, luego la dejo y dejo que el Señor me mire: ésa es la idea más común de mi oración. Me dejo mirar por Él. Y siento –pero no es sentimentalismo– siento profundamente las cosas que el Señor me dice. A veces Él no habla… nada, vacío, vacío, vacío… pero pacientemente me quedo ahí, y así rezo… Me siento, rezo sentado, porque me duele arrodillarme, y a veces me duermo rezando… Es también una manera de rezar, como un hijo con el Padre, y esto es importante: me siento como un hijo con el Padre (Entrevista del Papa Francisco a jóvenes de Bélgica, 31-3-2014).

 

 


 

Orar con las manos, la oración de los cinco dedos

“Sencillez, humildad, atención, comprensión y silencio: son las cinco cualidades que corresponden a los cinco dedos”, afirmó el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, cuando compuso la oración de los cinco dedos. Es esta:

“El pulgar es el dedo más grande, por eso es también el dedo de la alabanza a Dios. Pero también es el dedo que está más cerca de nosotros y nos indica que recemos por los más cercanos, por nuestros seres queridos, por los amigos.

El dedo índice es el dedo que enseña, que nos muestra el camino y la senda a seguir. Rezamos por todos aquellos que en la vida nos enseñan o nos enseñarán algo.

El dedo corazón nos recuerda a los que nos gobiernan. A ellos, Dios les ha confiado el destino de las naciones, y por ellos rezamos para que sigan siempre las enseñanzas de Jesús en su deber. El anular es el dedo de la promesa y es también el dedo más débil: pedimos a Dios que proteja a los que más queremos, así como a los más débiles y necesitados.

El meñique es el dedo más pequeño. Nos enseña y nos recuerda que debemos rezar por los niños. También nos recuerda que debemos hacernos pequeños como ellos y no caer en el orgullo.

Rezar de forma sencilla, pero concreta al mismo tiempo. Y, como tenemos dos manos, la oración también se puede repetir una segunda vez. Porque sabemos que rezar es el oxígeno de nuestra alma y de nuestra vida espiritual”.

 

 

Publicado en Nueva Alcarria el 28 de junio de 2024

 

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular, Cofrafías y Hermandandes)

 

 

Con La llegada del verano, en vísperas de San Juan, numerosas localidades de nuestra diócesis, con escasa población durante el año, se llenan de los hijos del pueblo que durante el año viven en las ciudades.

 

Y con el verano llega el reencuentro con familiares y amigos, y llega también la fiesta. El Señor, la Virgen o los santos, venerados en el lugar acogen a los visitantes, que celebran su memoria convirtiéndose esos días en un acontecimiento religioso y cultural de primer orden.

                                                         

En numerosas ocasiones, estas celebraciones se convierten en acontecimientos de masas, reflejando la universalidad del misterio de la Iglesia, como un auténtico atrio de los gentiles donde se acoge a gran número de cristianos “no practicantes”. Y aquí la paciencia y la esperanza son virtudes que se viven y se ponen en práctica. Aceptar los procesos y ritmos de las personas, convencidos que la devoción va creciendo y animando la vida.

 

Estas muestras de religiosidad popular han de ser orientadas, por medio de una pedagogía evangelizadora, hacia la Palabra de Dios, a la comunión con la diócesis y la parroquia, con los pastores y el magisterio eclesial, creciendo en fervor misionero, libres siempre de cualquier ideología.

 

La Piedad popular nos ha de ayudar a discernir, conscientes que es un medio válido para la evangelización.  Ayuda a las personas a valorar la verdadera fe, fuente de convicciones personales y a dar respuesta a sus anhelos y esperanzas.

 

¡¡¡ Feliz Verano y Felices fiestas Patronales !!!!

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