Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

La Causa de beatificación, concluida su fase diocesana, es trasladada a la Santa Sede, al Dicasterio para las Causas de los Santos, para que determine los siguientes pasos

 

 

 

 

 

El sábado 26 de julio fue la clausura diocesana de la Causa de canonización del obispo don Eustaquio Nieto Martín y 45 compañeros mártires de 1936-1939, asesinados en la diócesis también por odio a la fe. La misa correspondiente fue en la capilla mayor de la catedral, a las 11 horas. Presidió el obispo don Julián Ruiz Martorell. Concelebraron el obispo emérito de nuestra diócesis, don Atilano Rodríguez Martínez; y el obispo de Cuenca, don José María Yanguas Sanz; y algo más de 40 sacerdotes. Participaron en la eucaristía más de doscientos fieles.

Concluida la santa misa, que duró hora y cuarto, procesionalmente, precedidos de la cruz del Año Jubilar 2025 y cantando las letanías de los santos, obispos, sacerdotes, consagrados (había religiosas Ursulinas y Adoratrices) y fieles se trasladaron al trascoro de la catedral, ante el altar de la Virgen de la Mayor, patrona de Sigüenza, espacio próximo a la capilla de la Anunciación (también llamada de la Purísima o de la Inmaculada), donde está enterrado el obispo don Eustaquio.

Durante la siguiente hora y media (de 12:15 a 13:45 horas) discurrió el acto institucional y canónico de clausura de la fase diocesana de esta causa de canonización y beatificación y declaración de martirio.  En este tiempo, se presentaron las semblanzas biográficas esenciales de los integrantes en la Causa; se explicaron los pasos a dar a partir de ahora; se procedió al sellado y lacrado visible de los documentos; se hizo público al nombramiento por parte del obispo diocesano de los encargados de hacer llegar esta documentación a la Santa Sede, con el correspondiente juramento de las personas nombradas al efecto; etcétera, amén de momentos para la oración y algunos cánticos religiosos e intervenciones del obispo.

 

Mártires en España de 1931 a 1939

 Se estima que, en España, entre 1931 y 1939, fueron martirizados unos diez mil cristianos. De ellos, 2.128 mártires españoles ya han sido beatificados, de los cuales once han sido también canonizados.

Nueve son obispos, 391 sacerdotes seculares o diocesanos, 1.557 religiosos (incluidos religiosos sacerdotes, religiosos no sacerdotes y religiosas), 1 diácono y 1 subdiácono seculares y 174 seglares, incluidos 20 seminaristas

 

Semblanza del obispo don Eustaquio

Eustaquio Nieto Martín (Zamora, 12 de marzo de 1866-Estriégana, 27 de julio de 1936) fue de obispo de Sigüenza desde 1917 hasta 1936. Fue el primero de los trece obispos asesinados durante la Guerra civil española, víctima de la persecución religiosa.

Estudió en Zamora y en Toledo, obteniendo los grados de doctor en Teología y licenciado en Derecho Canónico. Fue sacerdote diocesano de Madrid, cuya parroquia de Nuestra Señora de la Concepción de Goya erigió y sirvió. Había sido ordenado sacerdote el 23 de mayo de 1891, en Arévalo (Ávila), y consagrado obispo, en Madrid, el 27 de diciembre de 1916.

Atrozmente martirizado en la noche del 26 al 27 de julio de 1936, sus restos mortales fueron sepultados en la ermita de San Roque en Alcolea del Pinar, y trasladados, tras la Guerra Civil, a la catedral de Sigüenza en 1946, en la capilla de la Inmaculada o de la Anunciación.

En enero de 1959 y fruto de una suscripción popular, don Eustaquio fue, finamente, enterrado en un magnífico mausoleo neogótico esculpido al efecto por el reputado escultor zaragozano Ángel Bayod Usón (1899-1979). Fue el mismo don Eustaquio quien había expresado su voluntad de ser enterrado en la capilla catedralicia de la Anunciación, también llamada de la Purísima o de la Inmaculada, en razón de su gran devoción y amor a la Inmaculada Concepción de María.

 

 

Lema y escudo episcopal de don Eustaquio

 La frase latina “Misericordias Domini in aeternum cantabo ("Las misericordias del Señor cantaré eternamente", salmo 89:2) fue el lema episcopal de don Eustaquio, lema que, además, como es habitual, insertó dentro de su escudo episcopal.

Las armas heráldicas del escudo de don Eustaquio estaban compuestas por cuatro cuarteles, verticales y del mismo tamaño cada uno. Arriba a la izquierda, según miramos, aparece una imagen del Buen Pastor, con un cordero en los brazos y otro en los pies. El cuartel superior de la derecha muestra a la Inmaculada Concepción de María, titular de la parroquia madrileña que erigió y regentó en Madrid antes de ser nombrado obispo de Sigüenza. Los cuarteles inferiores aluden a su Zamora natal: el tercero, un brazo cubierto de armadura de plata, que evoca a Viriato (180-139, antes de Cristo), zamorano; y el cuarto, un castillo sobre un puente, que hace memoria de la batalla de Alange, del año 1230, con la victoria de los cristianos de León y de Zamora frente a las fuerzas musulmanas, en este lugar de Badajoz, a las orillas del río Guadiana.

        

Los otros 45 integrantes de la Causa 

La Causa está integrada por 46 personas: el obispo don Eustaquio, 31 sacerdotes diocesanos, 1 fraile agustino, 4 religiosas adoratrices, un padre jesuita, seis laicos y dos laicas.   

Julio Eugenio Flores Molina nació en Villapalacios (Albacete) y era párroco de Romancos y Archilla, en la hora del martirio. Natural de Pastrana y párroco de Trijueque, era Pedro Fraile Fraile. Nacido en Las Inviernas y párroco de Mohernando en la hora del martirio era Sebastián García Cortijo. Nacido en Mandayona y párroco de Mirabueno, era Prudencio Marcial Gil Ayuso.

De Hiendelaencina, Santa Olalla (Toledo), Yunquera de Henares y Campillo de Dueñas eran Lorenzo Gismera Cortezón, Juan Bautista Gómez Bajo, Julián González Herrera y Casimiro Herranz Martínez, párrocos y mártires en Jirueque, Valdepeñas de la Sierra, Casa de Uceda y Garganta de los Montes (Madrid), respectivamente.

Joaquín Epifanio López Muñoz era natural de Cuenca y era el párroco de Salmerón en la hora del martirio. Otro sacerdote en la Causa, en 1936 párroco de Santiago de Guadalajara y arcipreste de la ciudad, fue Francisco Silvano Mariño Ortega, natural de Benavente (Zamora). Párroco de Torija era Julián Muñoz Gamo, nacido en Ciruelas.  Párroco de Yunquera de Henares y natural de Trijueque era Mariano Navalpotro Cerrada. Oriundo de Trillo, aunque nacido en Madrid y párroco de Valdemoro fue Salvador Ochaíta Batanero. Nacido en Vitoria y párroco de Brihuega era Ángel Andrés Ríos Ravanera.

En Maranchón, Romanones, Solanillos del Extremo, Argecilla, Fuentelviejo y Valfermoso de las Monjas, respectivamente, nacieron Pedro Rubiales Aragonés, Feliciano Sánchez Pérez, Pablo Santos Díaz, Alejandro Valentín Barahona, Nicolás Vaquero Moreno y Valentín Yusta Encabo, a su vez, párrocos, también respectivos, de Mandayona, Marchamalo, Solanillos del Extremo, Gárgoles de Abajo, coadjutor de Santa María de Guadalajara y capellán de monjas en Madrid.

 

Chiloeches y Cañizar

Dos de los sacerdotes que integran la Causa nacieron en Chiloeches: los hermanos Eulogio y Julio Cascajero Sánchez, ambos destinados en Guadalajara al ser martirizados en la saca de la cárcel de Guadalajara del 6 de diciembre de 1936. Por su parte, Deogracias García Fernández, natural de El Casar de Escalona (Toledo), era el párroco de Chiloeches, en 1936.

Otros dos eran naturales de Cañizar. Se trata de Bernardo Blas Sevilla y Germán Llorente García, el primero era coadjutor de San Nicolás el Real de Guadalajara al recibir el martirio y el segundo, coadjutor de Brihuega.

 

Sigüenza con un sacerdote y un laico

 Aunque nacido en Mochales, también se le puede considerar seguntino a Florentino Laureano García Andrea, canónigo de la catedral y secretario del Obispado. Era tío de la beata mártir carmelita descalza sor Teresa del Niño Jesús. Fue martirizado en Sigüenza.

También en Sigüenza, su ciudad natal, fue el lugar del martirio del laico Eulogio Fausto Coterón Martínez, terciario franciscano, miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl y de la Adoración Nocturna, comerciante y esposo y padre de cuatro hijos.

 

Dos hermanos de Guadalajara y la santera de la Antigua

 

Hijos de Hermenegildo y de Jorja, propietarios de una fábrica de jabón, padres de familia numerosa, dos de sus hijos fueron martirizados: el sacerdote Alejandro y Ángel Martínez Somolinos, este, junto a otros de sus hermanos, fundador de la Acción Católica en Guadalajara.

Y también era de Guadalajara la santera de Nuestra Señora de la Antigua, patrona de Guadalajara, Luisa Megina Zopico.

 

Notable presencia de Budia

Los sacerdotes Antonio Mayor Bermejo nació en Budia y fue párroco del vecino Durón durante 35 años; y Guillermo Mayor García, también de Budia y párroco de Gárgoles de Arriba.

El laico Juan Martínez Bermejo también era de natural de Budia. Era agricultor. Padeció el martirio en la saca de la cárcel de Guadalajara. Y era, asimismo de Budia Felicitas Bermejo Henche, martirizada, cerca de Brihuega, el 15 de agosto de 1936.

Y también el párroco de Budia fue martirizado y su causa está incluida en este proceso. Nacido en Sagides (Soria), se trata de Braulio Lozano Tomás. Igualmente, está incluido en la Causa el coadjutor de Budia y catedrático de instituto Domingo Molina Alcalde, nacido en Pavones (Soria).

 

Un agustino, un jesuita y cuatro adoratrices

En Anguita, nació el fraile agustino Tomás Bermejo Valenciano, mártir en tierras vizcaínas el 26 de abril de 1937.

El padre jesuita era José Pedrodomingo Cotayna, natural de Guadalajara, asimismo víctima martirial de la saca de la cárcel de Guadalajara.

Las adoratrices son las hermanas Pilar Brissa Gurmendi, Felisa González Gómez, Petronila Hornedo Huidobro y María del Rosario Marcos Alcocer, naturales, respectivamente, de Madrid, Santa María de Nieva (Segovia), Santander y Covarrubias (Burgos).

 

Tres laicos más

 Son los militares José Augusto Córdoba Aguirregabiría, natural de Madrid; y Alberto Albiñana Zaldividar, nacido en Lérida. Y, por último, Enrique Alberto del Amo del Amo, nacido en Auñón, mártir en Guadalajara.

Con ellos se completa la relación, arriba ya indicada, de las 46 personas de la Causa: el obispo don Eustaquio, 31 sacerdotes diocesanos, 1 fraile agustino, 4 religiosas adoratrices, un padre jesuita, seis laicos y dos laicas.

 

Publicado en Nueva Alcarria el 22 de agosto de 2025

 

 

Testimonio de Lucía Somolinos

 

 

 

 

“Nunca me había ocurrido esto, y es algo que repetiría mil veces.”

 

Mi nombre es Lucía Somolinos Cortés, tengo 20 años, soy universitaria y pertenezco a la Parroquia Santa Eulalia de Mérida de Chiloeches en Guadalajara.

Mi motivación para ir al Jubileo surgió cuando participaba en la Misa de clausura de la JMJ de Lisboa y al final, el Papa Francisco anunció el Jubileo de los Jóvenes en Roma en 2025. Tuve claro entonces que tenía que venir, que algo grande iba a pasar. Y así, ha sido. Con el apoyo de nuestro párroco y la Diócesis de Sigüenza - Guadalajara he podido llevarlo a cabo, encontrándome  con miles de jóvenes de muchos países, todos movidos por el Espíritu Santo.

Me esperaba un ambiente muy juvenil con muchas ganas de vivir la fe igual que yo, y con entusiasmo por poder vivir esta experiencia al máximo. Pero sinceramente, este Jubileo ha superado mis expectativas en todo. Iba pensando que iba a ser parecido a la Jornada Mundial de la Juventud pero esta vez ha sido algo diferente, porque me he sentido más unida a los que más quiero, he  compartido vivencias con gente que conocía anteriormente pero no de esta forma, he podido abrirme mucho más en la fe y sentirme libre, viviéndolo con todos los demás, porque al cielo se llega en equipo, y además, he podido encontrarme con el Señor a solas, estar en paz y no tener miedo de ello.

Este Jubileo ha tenido momentos inolvidables para mí, por todo lo que he podido llegar a sentir, pero me quedo con uno de ellos, cuando una mañana antes de ganar las indulgencias del Jubileo fuimos -los peregrinos de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara junto a la parroquia de San Juan de Ávila- a una parroquia de Roma, a adorar al Señor, a abrirnos por completo a Dios, y a estar simplemente con él. Permanecimos toda una mañana, y para mí se me pasó como un suspiro, no me di cuenta, cuando de repente una amiga me comentó la hora que era, y estaba tan a gusto cantándole y rezándole que no había pensado en otra cosa, nunca me había ocurrido esto, y es algo que repetiría mil veces.

Otro de los momentos que más me marcó fue en el Encuentro de Españoles, cuando en uno de los instantes en los que estábamos animando y bailando con todos, me paré a pensar que todos ellos estaban por el mismo motivo: Dios. Toda la Plaza de San Pedro en el Vaticano llena de españoles, de personas que van a lo mismo que yo -me decía- a entregar su vida y ponerla por completo en sus manos.

También ha sido un regalazo poder compartir todo esto con mi familia y amigos, porque cuanto menos tenemos, más felices somos, y eso puedo confirmarlo. A veces no valoramos en el día a día todo lo que recibimos, y aquí he podido admirar cada detalle y  cada situación, que aun con muy pocas cosas materiales, si la fe y el amor van por delante lo tenemos todo. Como una frase que dijo el Papa León XIV: “Nosotros hemos sido elegidos, somos fruto de un amor que nos ha querido”.

De esta experiencia me llevo el amor en cada momento: en cada acción, cada palabra y hacia cada persona viendo el rostro de Jesús y confiando en Él, luchando para ser mejor cada día. Aunque solos no podemos -y muchas veces creamos que si- debemos tener más presente que los planes de Dios son perfectos y que tiene un plan para cada uno.

Espero que el Jubileo de la Esperanza tenga grandes frutos, estoy segura de que sí, porque tantos jóvenes reunidos por una misma razón no es casualidad. Y aunque no existe el amor sin sacrificio y nada sea fácil, Dios sale a nuestro encuentro, para que con su gracia  luchemos y hagamos ver a todos que su amor es lo mejor que existe. Y ha quedado más que claro en este Jubileo, que somos jóvenes con ganas de cambiar el mundo.

Gloria a Dios.

 

 

 

Testimonio de Alejandra Pizarro

 

 

 

 

“Aunque creas que no puedes más, Él siempre va a estar para ayudarte y darte fuerzas para seguir”

 

Me llamo Alejandra Pizarro, tengo 16 años y estudio segundo de Bachillerato. Soy de la parroquia del Santísimo Sacramento de Guadalajara.

Decidí participar en el Jubileo de los jóvenes porque sabía que iba a ser una experiencia que me acercaría a Dios. Quería vivir momentos de oración más profundos, conocer al Papa León en persona y compartir esta experiencia con mis amigos. También me ilusionaba poder encontrarme con otros jóvenes que viven su fe. Esperaba acercarme un poco más a Dios, y creo que lo he conseguido, porque cada momento me ha hecho sentirme más unida a Él.

Uno de los momentos que más me marcó fue la Misa de los españoles en la Plaza de San pedro el viernes 1 de agosto. Fue muy bonita, y los testimonios que escuchamos me ayudaron mucho. Me impresionó como otras personas han vivido el amor de Dios y han sabido mantener la fe incluso en momentos difíciles. Eso me hizo valorar más mi fe y descubrirme más acompañada por la Iglesia y por todas las personas que la forman.

Dios me ha regalado el poder conocer a gente nueva, con la que he compartido risas, conversaciones y momentos de oración. También me ha dado la oportunidad única de ver y escuchar al Papa, algo que me ha llenado de alegría y que nunca olvidare

De esta experiencia me llevo para mi vida diaria, que la amistad es algo muy importante como dijo el Papa León, y que el perdón es fundamental para vivir en paz. Quiero seguir conociendo amistades que me ayuden a crecer como persona y como cristiana, y esforzarme en perdonar incluso cuando no es fácil.

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

El viernes 15 de agosto es la solemnidad de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos, fiesta patronal de nuestra diócesis, de la catedral y de numerosos pueblos 

 

 

 

 

 

En el año 1818, un sacerdote de la diócesis de Lyon es destinado a una pequeña aldea, llamada Ars. El sacerdote había sido hasta entonces coadjutor de la parroquia de Ecully y se llama Juan María Bautista Vianney. La aldea de Ars, a la que era destinado, distaba 35 kilómetros de Lyon.

El padre Vianney se encaminaba hacia Ars. Al acercarse a la aldea de su destino, era tanta la niebla que el buen cura perdió la orientación. Estando extraviado por aquellos campos, tuvo la fortuna de encontrarse con unos niños pastores que están cuidando sus ovejas. Se acercó a ellos para preguntarles el camino de Ars. Uno de los chavales, llamado Antonio Grive, se lo indicó. “Amiguito, dijo el sacerdote Vianney, tú me has mostrado el camino de Ars; yo te mostraré el camino del cielo”. Después el joven pastor le dijo al sacerdote que el lugar donde se hallaba era justo el límite de la parroquia, e inmediatamente el joven sacerdote se puso de rodillas para rezar.

Pasados los años, aquel humilde cura transformará la parroquia de Ars -"Ars ya no es Ars"- y las vidas de sus habitantes y las de cientos de miles de personas. Aquel cura, aquel humilde cura francés, sabía que el sacerdote era el amor del Corazón de Cristo y durante el cerca de medio siglo que atendió aquella pequeña parroquia se esforzó en repartir, a manos llenas, el amor, a través de una vida heroica de oración y de penitencia y mediante un admirable ejercicio de caridad y de fidelidad al ministerio, singularmente el ministerio del sacramento de la confesión, que le había sido confiado.

 

 

La misión del sacerdote es enseñar el camino del cielo

¿Qué es ser sacerdote, cuáles son su identidad y su misión? ¿Cómo ser sacerdote hoy día en medio de un mundo magnífico y atormentado, convulso y fragmentado, donde tantas veces las sociedades tradicionalmente creyentes y religiosas se han instalado en la llamada apostasía religiosa y viven -o quieren vivir- como si Dios no existiera?

El sacerdote, amor del Corazón de Cristo, es quien debe mostrar el camino del cielo. Pero como nadie da lo que no tiene, el sacerdote ha de estar primero repleto de razones y de esperanzas "del cielo", esto es, ha de ser él en primer lugar testigo del Dios al que sirve y al que anuncia y quien "habita" en el cielo que es nuestra heredad y vocación, en el cielo que no puede esperar.

Y aquel humilde y humanamente insignificante cura rural francés mostró el camino del cielo, mostró el camino de Dios, porque Dios habitaba en él y en sus esfuerzos y virtudes.

 

La fiesta de la Asunción es la fiesta del cielo

La liturgia de la Iglesia, en este luminosísimo día de la Asunción de María, es también eco en sus oraciones, en sus lecturas bíblicas y en el conjunto de ambiente vital y celebrativo, de que el cielo es, como dije antes, es la vocación, la heredad y el destino de todos y cada uno de los hombres y mujeres, de todos y cada uno de nosotros.

Porque, en la fiesta grande de la Asunción, lo que celebramos es precisamente esto: el triunfo definitivo de María, quien de este modo se convierte en figura y primicia de toda la Iglesia que un día será también glorificada. Porque María, en y con su Asunción, es consuelo y esperanza del pueblo de Dios todavía peregrino.

La Asunción, la fiesta que hoy florece y estalla en todos los rincones de nuestros pueblos y ciudades, en todos los rincones de nuestras propias vidas, es la fiesta del cielo, de un cielo que no puede esperar tampoco para nosotros, pero de un cielo que solo se gana en la tierra y para él necesitamos hombres como los sacerdotes y testigos e intercesores como María que nos muestren su camino, el camino de cielo.

 

Etapas del camino del cielo

Y a la luz de la liturgia de esta fiesta de la Asunción de María y a través, entonces, del ministerio de la Palabra confiado como un tesoro y como un servicio sagrado a los sacerdotes, he aquí algunas de las etapas de este camino del cielo.

La primera de ellas surge fácilmente reconocible en la lectura del Evangelio de la víspera de la fiesta de la Asunción: "Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen". En la Palabra de Dios está contenido el camino del cielo. Sin embargo, ¿cuántas veces nuestros oídos y nuestros corazones se endurecen mientras esta es proclamada, cuántas veces acudimos a ella, rezamos con ella, nos nutrimos de ella? ¿Cuántas veces la Palabra de Dios viene a nuestros corazones para hallar respuesta y luz a los distintos envites y circunstancias de la vida? Palabras no faltan en nuestras vidas. Todo lo contrario: hasta sobran y además a través de todos los medios. No sabemos estar callados, no sabemos valorar ni escuchar el silencio. Hacemos de la palabra hasta ruido atronador e imágenes que no cesan, pero nos negamos a escuchar la Palabra con mayúscula.

 

María, testigo, maestra e intercesora del camino del cielo

El primer camino del cielo, la primera misión del sacerdote, es servir, testimoniar y vivir en, de y para la Palabra de Dios. El primer servicio de María y por ello su primer mérito para ser asunta en cuerpo y alma a los cielos fue escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Y solo así fue posible que Palabra tomara carne y habitara y floreciera en sus mismísimas y virginales entrañas maternas.

La escucha de la Palabra de Dios -y, por supuesto, la gracia del Altísimo- hizo de María Santísima mujer de oración y de acción, bien acompasadas ambas realidades capitales para la existencia cristiana, capitales para seguir el camino del cielo.

En el Evangelio del día de la fiesta de Asunción -el conocido relato lucano de la Visitación a su prima Santa Isabel- nos muestra, al menos, otras tres virtudes esenciales, otros tres medios seguros para proseguir en el camino del cielo. "¡Dichosa tú que has creído!”, le dijo su anciana y gestante prima Isabel- porque te ha dicho el Señor se cumplirá!". La fe es la brújula del camino del cielo, es su luz en medio de las nieblas y de las oscuridades: no permite verlo todo, pero sí nos alumbra según avanzamos, según seguimos recorriendo el camino.

El sacerdote es una de esas brújulas necesarias para orientarnos en el camino del cielo. Como nos recuerdan las dos epístolas de las dos Liturgias de la Palabra de la fiesta de la Asunción -la de la misa de la víspera y la de la misa de la fiesta- el hombre de todas las épocas y de todas las culturas se hallan y se enfrenta a lo largo al dilema y la drama de su desaparición física, de su corruptibilidad. Y ninguna respuesta humana ha sido, es y será jamás capaz de responder a este enigma, a este misterio, a este desgarro, a esta tragedia. ¿Vivir para morir? ¡No! La muerte ha sido absorbida en la victoria de Jesucristo, el Hijo de María. Nuestro destino no es la corrupción. No es la materia. Ni procedemos de la nada ni nos encaminamos a la nada. Procedemos de Dios y a Él nos encaminamos. Y la muerte -el gran enemigo, el gran dragón rojo de siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas- es vencido en Jesucristo, que se hizo muerte y resurrección por nosotros. Y es que el amor es siempre más fuerte y más fecundo y definitivo que la muerte. Ese amor, que, en el relato evangélico de la Visitación, se convierte también en ejercicio de servicialidad y caridad, otro de los infalibles caminos de cielo.

Por pura gracia y privilegio y en razón de la Encarnación y de su papel en la Redención, Dios no quiso que sufriera la corrupción del sepulcro la mujer que por obra del Espíritu Santo concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo, Hijo suyo e Hijo de Dios y Señor nuestro. Pero sí la desaparición física, al igual que en otros momentos el dolor y la pena.

No hemos sido creados ni de la nada ni para la nada: somos ciudadanos del cielo, somos herederos de la eternidad, somos moradores de la casa del Padre. Llevamos en el alma, impreso a fuego, el anhelo irrefrenable de la felicidad y de la eternidad, que, en esta vida apenas intuimos, atisbamos y balbuceamos. Y tiene que haber un "lugar", un "tiempo", un estadio para saborear y ver cara a cara y para siempre esta felicidad. Esto es el cielo.

Un cielo que no puede esperar y que solo ganamos en la tierra. Con la escucha de la Palabra, con la fe, con el ejercicio de la caridad y con la práctica de las virtudes que, como en el caso de María, nos hacen merecedores de este cielo: el espíritu de oración y de alabanza, la humildad y la misericordia y la servicialidad y el amor.

María, en su vida y en su Asunción, nos enseña el camino del cielo. El sacerdote ha de enseñarnos el camino de cielo: Jesucristo, camino, verdad y vida, el hijo de María, el sacerdote por excelencia.

 

Publicado en Nueva Alcarria el 14 de agosto de 2025

 

 

Testimonio de Juan Carrasco

 

 

 

 

“He aprendido lo que es el arte de vivir”

Hola, me llamo Juan Carrasco y tengo 15 años. Soy alumno del colegio Diocesano Cardenal Cisneros y pertenezco a la Parroquia del Salvador de Guadalajara.

Desde que fui con mi familia a la JMJ de Lisboa en 2023, supe que quería volver a un encuentro de este estilo pero con los jóvenes. Aunque no tenía una razón clara, sabía que cuando participo de una actividad cristiana, acabo aprendiendo algo y consigo calmar mi mente, por ello es por lo que quería participar del jubileo.

Y no me equivocaba. Pude vivir momentos alucinantes, conocer a gente maravillosa y rezar como no lo había hecho antes. Concretamente la exposición al Santísimo que pudimos vivir con el Papa la noche del sábado 2 de agosto en Tor Vergata.

Yo ya sabía lo que se venía, pero no pude evitar quedarme fascinado frente a ese momento. Era una belleza fuera de lo común, no era algo bonito, era algo fascinante, un millón de personas arrodilladas frente a un trozo de pan que era Dios. Se podían oír las pisadas, las ambulancias, los abrazos…con aquel silencio. Y al acabar sentí una alegría tan grande que tenía la necesidad de compartirla.

El jubileo me ha enseñado humildad, alegría, amor de Dios y nuevas amistades que espero que duren mucho tiempo, sino es siempre. En resumen, he aprendido lo que es el arte de vivir.

Con esto os invito a todos, en especial a los jóvenes, a que le deis una oportunidad a Dios. Él siempre os llama dejad de oír y aprended a escuchar, porque no se puede ser feliz si te alejas de la Felicidad. A cuántas más actividades voy, más me doy cuenta.

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