Por Ezio Nobili y Simona Sarti

(Delegación de Vocaciones)

 

Somos Ezio y Simona, una pareja proveniente de Italia. Nos casamos el 19 de Marzo de 2000, y vivimos felizmente en Guadalajara desde Julio 2008 como misioneros de la Comunidad Papa Juan XXIII. Fuimos invitados por el Obispo don José Sánchez González.

Actualmente formamos parte de la Delegación Diocesana de Vocaciones y colaboramos con la Delegación de Familia y Vida, buscando mantener la raíz vocacional de este maravilloso camino.

Para dar testimonio de nuestra experiencia de Matrimonio vamos a tomar unas palabras del Catecismo de la Iglesia Católica en las que vemos resumido nuestro camino como esposos y la tarea a la que somos llamados cada día a vivir, para nuestro bien, el de nuestra familia y el de toda la Iglesia.

El sacramento del Matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna). Nº 1661

Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; ..... a todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, "iglesias domésticas" y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. «Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están "fatigados y agobiados". Nº1658

En el día a día reconocemos que nuestra relación esponsal y de padres nos ofrece todas las herramientas para cumplir nuestro camino de santificación, que sentimos como pleno y verdadero, cuando nos adentramos en el corazón de Jesús a través de la participación a los Sacramentos.

Os agradecemos que nos deis la posibilidad de compartir estos pensamientos y contenidos sobre estos aspectos tan importantes.

Un querido saludo a todos en Cristo, de Ezio y Simona, de la Asociación Comunidad Papa Juan XXIII.

Sor María de Cortes

(Delegada de Pastoral Penitenciaria)

 

 

Si bien es cierto que justo el día 24 los internos del C. Penitenciario de Estremera nos esperaban para celebrar juntos la Eucaristía, como es lógico ese día deseábamos que fuese especial y poner un poco de júbilo, sabemos que todos tienen fuera a un ser querido a quién quisieran reencontrar y abrazar, por lo que la frustración es el común denominador al término de cada año; el encontrarse entre rejas en esas fechas llenas de recuerdos, sentimientos y nostalgias desmoraliza la vida de cualquier ser humano. Así que nos propusimos que esa mañana tuviese un significado concreto, hacerles sentir que ellos son importantes para nosotros y que Dios Padre Amoroso hecho niño nacía en cada uno de ellos.

La celebración estuvo animada por los cantos preparados por nuestras Hermanas (Las Servidoras del Evangelio) que con un permiso especial, compartieron su alegría con ellos. También fue un buen momento para que muchos recibieran el Sacramento de la reconciliación; nuestro Párroco de S. Pascual y voluntario Pedro Mozo, se puso al servicio de todos y cabe decir que fue llamativo ya que fueron varios.

Después de la Celebración, nos encaminamos a uno de los módulos donde las guitarras, la caja flamenca, las palmas, el canto y el baile hicieron su cometido: levantar el ánimo y evadir la mente, al menos esa mañana del 24 donde Dios se encarnaba en los corazones solitarios, angustiados y aislados de esos hermanos que están aunque los muros escondan sus rostros.

Odette Almeida

(Delegación para la Pastoral del Sordo)

 

 

Desde su inicio en la Parroquia de San Antonio de Padua, la Pastoral del Sordo, como toda obra de Dios, es una fuente de gracia para la comunidad parroquial.

Se trata de ayudar a conocer y concienciarse de la existencia y situación de las personas sordas, su aislamiento y sus dificultades, la necesidad de ser atendidas de una forma especial para desarrollar lo mejor de si misma; mediante el conocimiento de la Palabra y el crecimiento en su fe. Se transmite que hay que considerarlas como uno más, ya que todas las personas somos iguales, cada una con nuestras capacidades y limitaciones, pero igualmente amadas e importantes para Dios.

En las celebraciones y en la formación empleamos la lengua de signos; manos que hablan y oran, ojos que contemplan y reciben y en el fondo otro lenguaje, el que llega al corazón, el de Jesús: el lenguaje del Amor.

En la Pastoral del Sordo, intentamos transmitir los sentimientos de Jesús, enseñando a actuar con una mirada profunda para valorar a los hermanos sin quedarse en lo superfluo, en las apariencias; llegando al corazón, valorándolas como criaturas de Dios, para que puedan superarse y amarse a sí mismas reconociendo que todo lo que tenemos es un regalo de Dios y que con nuestras posibilidades, podemos producir grandes frutos. Con delicadeza y cariño hablando con nuestros labios y nuestras manos del amor de Dios queremos provocar la respuesta al compromiso, a implicarse en esta tarea por el Reino de Dios.

Por José Luis Perucha

(Delegación de Ecumenismo)

 

Del 18 al 25 de enero hemos celebrado la semana por la Unidad de los Cristianos. Una iniciativa que nació en 1908 y en la que participan la mayor parte de Iglesias y confesiones cristianas. Esta semana de oración nos sirve para recordarnos cada año la necesidad de orar por la unidad, siguiendo el deseo del Señor: “Padre, que todos sean uno, como tú en mí y yo en ti… para que el mundo crea que tú me has enviado.” (Jn 17,21)

En una época como la que vivimos, en la que somos conscientes de la necesidad de evangelizar para despertar la fe en nuestro mundo, es más necesario que nunca que los que nos llamamos cristianos hagamos visible los signos del amor y la unidad, para que puedan ser reconocidos por aquellos que nos contemplan desde fuera.

Y es que la desunión es una consecuencia del pecado. Por eso, el camino para reconstruir la unidad ha de comenzar por nuestra propia conversión, reconociendo la división interna en la que tantas veces vivimos, la debilidad de nuestra fe, expuesta a la mundanidad que nos invita a adorar tantos falsos dioses o incluso a convertirnos nosotros en dioses y señores de nosotros mismos.

En un segundo momento hemos de pedir el don de la unidad entre las familias, entre los grupos y comunidades de fe, entre las parroquias, etc., sabiendo reconocer la obra que el Espíritu Santo realiza en cada uno de ellos desde la diversidad de ministerios y carismas. El Espíritu “sopla donde quiere y cuando quiere”, nosotros, en cambio, tenemos la tentación de decirle al Espíritu dónde y cómo tiene que soplar.

El siguiente paso será orar para que el Señor siga abriendo caminos de unidad entre todos los cristianos, reconociendo y valorando también la riqueza existente en otras Iglesias y comunidades cristianas. Pero esta unidad tan deseada no puede nunca significar caer en un relativismo en el que todo valga, ni tampoco querer imponer nuestra forma de ser cristianos a los demás sino más bien poner los dones y carismas recibidos al servicio de todos.

Por eso, el verdadero ecumenismo ha de comenzar por el deseo de ser cada día más fieles a la vocación y al carisma recibido. Si los católicos escucháramos y acogiéramos cada día con docilidad la Palabra de Dios, cuidáramos la liturgia para que expresara verdaderamente el paso del Señor por nuestras vidas, y nos amáramos de verdad, con obras y sin sentimentalimos baratos, estaríamos, sin duda, haciendo el mejor ecumenismo.

Nadie puede poseer en plenitud la verdad, porque la Verdad es Dios mismo. Él nos la ha manifestado en su Hijo Jesucristo que ha dado la vida en la cruz por nosotros. El cristiano ha de estar al servicio de la Verdad, es decir, al servicio del amor y de la misericordia de Dios, manifestado en Cristo Jesús para nuestra salvación. Cada vez que miramos a Cristo crucificado descubrimos que es Él quien nos invita a hacer el verdadero ecumenismo, pues nos dice: “Amaos, como yo os he amado.” (Jn 13,34).

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