Por Agustín Bugeda
(Vicario general)
Queridos amigos: la Cuaresma, Semana Santa y Pascua son tiempos bien propicios para que conozcamos un poco más, acojamos generosamente y practiquemos decididamente la Misericordia.
La Cuaresma y Pascua de este año jubilar las hemos de vivir con una mayor intensidad, como un momento fuerte para experimentar y vivir la misericordia, tal como nos indicaba el Papa en la Bula de convocatoria de este Jubileo.
Hemos de CONOCER un poco más la Misericordia divina. Conocer implica experimentar, adentrarse en el Misterio, formarse en lo esencial de nuestra fe, escuchar más detenidamente la Palabra de Dios. Que todos tengamos en estos días un tiempo generoso solo para Él, para el silencio y la escucha de su Palabra. Los diversos actos e iniciativas que se organizan en nuestra parroquia, en nuestro arciprestazgo… serán una buena oportunidad para estar más atentos a la Palabra de Dios. La práctica de los Ejercicios Espirituales, de un amplio tiempo de Retiro no debería faltar nunca en nuestros ritmos de vida.
Hemos de CELEBRAR la Misericordia del Padre, y nada mejor que a través del Sacramento de la Reconciliación. Este sacramento es uno de los mayores dones que nos ha regalado el Señor, pues cada vez que lo celebremos nos rejuvenecemos, volvemos a nacer, quedamos sanos en lo más profundo. Aprovechemos tantas ocasiones como tengamos para celebrarlo en estos días. Los templos jubilares y otros lugares han ampliado en este año el tiempo de permanencia del sacerdote en el confesionario, hay una mayor disponibilidad por parte de los ministros ordenados tal como nos pide el Papa, que todos la aprovechemos.
También hemos de PRACTICAR la Misericordia del Señor. Debemos ser “Misericordiosos como el Padre”. Nos dice muy bien el Papa en el mensaje para la Cuaresma de este año: “La Cuaresma de este Año Jubilar es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a la práctica de las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este Amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer”. No se puede decir mejor.
Queridos amigos, en medio de nuestro mundo tan convulso y complicado por tantos factores, que la contemplación de Cristo en la Cruz, la vivencia del Misterio Pascual en profundidad, nos conceda vivir en paz, trabajar por la paz y reconciliación, ser hombres y mujeres de misericordia.



Por Jesús Francisco Andrés Andrés
Por Comunidad de la Madre de Dios
Durante estos meses de invierno, cuando más trabajo hay en la ciudad y todos andáis muy atareados, en el Monasterio se hacen obras de reforma para instalar una nueva caldera para la calefacción. La Comunidad descansa, no acogemos huéspedes hasta marzo. En la soledad, en el silencio, en la Paz de este lugar que nos ha regalado nuestro Señor, ansiamos vivir escondidas en Él, mirando a la Virgen María, para que ella cada día nos enseñe a amar a Su Hijo. San Juan Damasceno lo expresa muy claro: ”María nuestra Madre modelo de vida contemplativa. ¡Oh divina y viva imagen, cuyo espíritu está sometido sólo a Dios y dirigido por Él y en cuya belleza se goza el creador!”. Orando y trabajando con este anhelo en el corazón, nos hacemos eco de las palabras del Arzobispo de Valencia, publicadas la pasada semana: “Necesitamos el auxilio y el favor de Dios ante los problemas tan arduos e intrincados de la paz en el mundo”. Nosotras, que Dios nos ha concedido el don de habitar en su casa, nos urge este dolor de la humanidad, a vivir con los brazos y el corazón levantados constantemente al Señor, en favor de la Paz. Paz en los corazones, paz en las familias, en las comunidades, entre hermanos, en los trabajos…………Para que todos abramos la puerta de nuestro corazón a la misericordia divina. Os compartimos una frase de Madre Soledad, escrita en una pequeña estampa del Niño Jesús: “Pilares de la Paz: pobreza, paciencia, presencia, perdón y oración.”













