Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Las palabras que los papas han ido pronunciando, tanto en momentos trascendentales de su pontificado como en el día a día de su ministerio, nos ayudan a todos a reorientar nuestro caminar creyente. El del papa Francisco, sin duda, es un magisterio muy recurrente. Sus palabras son escuchadas y repetidas por muchos, creyentes o no, con lo que eso conlleva de aceptación del mensaje y de propósito de ponerlo en práctica.

Las reflexiones diarias en sus homilías en la Casa Santa Marta son como el pan de cada día. Los gestos en sus apariciones públicas son tan expresivos como significativos y muestran la cercanía no solo del sucesor de Pedro, sino de la Iglesia que es madre que ama sin reproches y corrige con misericordia. Los textos publicados con ocasión de diversas conmemoraciones o celebraciones, son bocanada de aire fresco que siempre ayudan a vivir la fe.

En el mensaje dirigido con ocasión de la presente cuaresma, que ha titulado con unas palabras del capítulo 5 de la Carta de Santiago, Fortalezcan sus corazones, nos ofrece un interesante catálogo de actitudes a seguir para avanzar en este tiempo de conversión, en definitiva para crecer en el amor.

A Francisco le interesa interpelar a los cristianos sobre lo inútil de las posturas individualistas. Nosotros "interesamos a Dios", pero, ¿nos interesan a nosotros los otros hombres y mujeres que caminan a nuestro lado? Convertirse al amor nos debe llevar a decir "no a la indiferencia". La Iglesia debe ser puerta abierta a todos, por supuesto también las distintas parroquias y comunidades. El cristiano debe estar siempre dispuesto a servir, pero el papa nos dice que "solo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres".

El mensaje de cuaresma es una invitación a la oración como una necesidad, que además nos vincula al resto de los hermanos y con ellos a Dios. Es además una interpelación que debe movernos a vivir la caridad, que requiere siempre un interés por el otro, sea quien sea y esté donde esté. Y es una llamada a la conversión, a superar la indiferencia, y a ser misericordioso en nuestras relaciones, con nuestras palabras y nuestros gestos.

Por Juan José Plaza Domínguez

(Delegado de Misiones)

 

 

El primer domingo de Marzo se celebra en la Iglesia de España el día de Hispanoamérica, a lo que se suma, en nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara, la celebración del día del misionero diocesano.

Aunque la presencia de misioneros españoles en Hispanoamérica ha sido constante a través de los tiempos, sin embargo, la presencia de sacerdotes diocesanos se hizo urgente, por diversos motivos, a partir de los años 50.

En 1957 el papa Pío XII escribe la encíclica “Fidei Donum”, en que invita a los obispos a ofrecer algunos de sus sacerdotes para un servicio temporal en las tierras americanas.

Han sido muchos sacerdotes, a lo largo de más de cincuenta años, los que han ido como misioneros a Hispanoamérica. Hoy son unos 300 los que sirven en aquellas Iglesias, acogidos a la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA). De ellos 11pertenecen a nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara. A todos ellos habría que sumar los numerosos religiosos y religiosas y cristianos laicos.

En la encíclica “Fidei Donum” y más concretamente en el decreto Ad Gentes del Concilio Vat II, se urge a las Iglesias particulares a la solicitud evangelizadora y misionera de la Iglesia Universal:

“Los obispos, juntamente con los presbíteros, imbuidos más y más del sentir de Cristo y de la Iglesia, sientan y vivan con la Iglesia Universal”. (La Iglesias jóvenes y más pobres)” necesitan sobremanera que la acción misionera de toda la Iglesia suministre continuamente los socorros que sirvan, ante todo, para el desarrollo de estas Iglesias locales y para la madurez de la vida cristiana; ayude también esta acción misionera a las Iglesias fundadas hace tiempo que se encuentran en cierto estado de retroceso o debilidad.”(Ad Gentes 19).

La Iglesia de España y los cristianos españoles tenemos un grabe deber de ayudar a las Iglesias hermanas de Hispanoamérica; aunque, como estamos comprobando en el presente, esta ayuda es recíproca; ya no es sólo de España a Hispanoamérica, sino también de Hispanoamérica a España.

El lema bajo el que se celebra este año el día de Hispanoamérica es: “Evangelizadores con la fuerza del Espíritu “, inspirado en el capítulo V de la “Evangelium Gaudiún” del papa Francisco.

Los apóstoles, en Pentecostés, con la fuerza del Espíritu, salen de sí mismos y se convierten en evangelizadores. El Espíritu Santo les hace dejar atrás sus miedos y cobardías y les impulsa a manifestar con alegría y audacia su fe en Cristo resucitado. Efectivamente, “es la fuerza del Espíritu la que renueva, sacude e impulsa a la Iglesia en una salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos” (E.G. 261).

Es imposible imaginar que la primera Evangelización de América hubiera sido realidad sin que los misioneros españoles fueran impulsados por algo más que sus propias fuerza humanas; es decir, por la fuerza del Espíritu Santo.

Pues bien, aquí tenemos un ejemplo más para tomar conciencia de cómo la Iglesia actual debe afrontar el reto de la “Nueva Evangelización”, que no es de otra manera que preparando a evangelizadores que sean impulsados por la fuerza del Espíritu.

Por Alejo Navarro

(Delegación de Liturgia)

 

El pasado miércoles, día 18 de febrero, comenzó la Cuaresma. En el tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y conversión, la Iglesia invita a tres prácticas, las llamadas “prácticas cuaresmales”: oración, penitencia y caridad. “Para que fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo” (oración de bendición de la ceniza). Como pequeña aportación personal y para mantener el espíritu cuaresmal, un servidor dedicará las homilías de los domingos de esta Cuaresma a comentar las tres prácticas: dos homilías a la oración, dos homilías a la penitencia y dos homilías a la caridad.

 

Los tres anclajes

 

Se puede decir que los tres pilares de la vida espiritual son, precisamente, la oración, la penitencia y la caridad. Dicho de otra manera, nuestro anclaje en la vida de la gracia divina se realiza, de hecho, por la práctica de la oración, de la penitencia y de la caridad. Al decir oración piensen ustedes en la virtud teologal de la fe, la virtud capital de la humildad y en el consejo evangélico de la obediencia, es decir, en la relación con Dios. Al decir penitencia piensen ustedes en la virtud teologal de la esperanza, en la virtud capital del desasimiento y en el consejo evangélico de la pobreza, es decir, en la ordenada actitud de uno mismo ante los bienes creados. Al decir caridad piensen ustedes en la virtud teologal de la caridad, en la virtud de la castidad y en el consejo evangélico de la castidad, es decir, en la relación con el prójimo. Por eso, en los Ejercicios Espirituales, cuando llega el momento de la “reforma de vida” se dice al ejercitante que se fije en estos tres puntos para ver qué pasos adelante le está invitando Dios a dar en cada uno de ellos.

 

El anclaje de la penitencia

 

Nos vamos a quedar ahora con uno de los tres, con la penitencia. En el lenguaje cuaresmal se concreta una práctica penitencial determinada, el ayuno, pero es conveniente tener una mirada amplia y completa. Lo que importa es que el cristiano practique la virtud de la penitencia. No se trata sólo de que reciba la gracia del sacramento de la Penitencia (un sacramento que aunque se celebre con frecuencia, sin embargo no se está repitiendo continuamente); en cambio lo que ha permanecer habitualmente en el alma es la virtud de la penitencia y el espíritu de compunción, que mantiene en nosotros el fruto del sacramento y nos prepara para su próxima recepción.

 

La virtud de la penitencia es hábito sobrenatural; por él nos dolemos de los pecados pasados. La virtud de la penitencia nos mantiene en el pesar de haber ofendido a Dios y en el deseo de reparar nuestras faltas. La virtud de la penitencia es lo mismo que el espíritu de compunción o de contrición. El sentimiento habitual de contrición proporciona al alma una gran paz, mantiene al alma en humildad, le ayuda a mortificar sus desórdenes, la mantiene purificada, la hace fuerte contra las tentaciones, la consolida en el camino del bien.

 

La virtud de la penitencia, además, nos une a los sufrimientos y méritos de Cristo, lo cual es fuente inefable de consuelos. Nos ayudará a adquirir el espíritu de penitencia y mantener activa esta virtud, primeramente la oración (hay un formulario de Misa “por el perdón de los pecados”; después hablaremos de los “salmos penitenciales”); también nos ayudará la contemplación de los sufrimientos de Cristo y, finalmente, la práctica voluntaria de mortificaciones y austeridades realizadas en unión con Cristo.

 

Los días penitenciales

 

Todos los fieles están obligados a hacer penitencia. La Iglesia ha fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia. Son día y tiempos penitenciales todos los viernes del año (a no ser que coincida con una solemnidad) y el tiempo de Cuaresma (cf. CIC c. 1250; CEE, Decreto sobre días y tiempos penitenciales, art. 1).

 

 

Durante la Cuaresma, en la que el pueblo cristiano se prepara para celebrar la Pascua y renovar su propia participación en este misterio, se recomienda vivamente a todos los fieles cultivar el espíritu penitencial, no sólo interna e individualmente, sino también externa y socialmente, que puede expresarse en la mayor austeridad de vida, en iniciativas de caridad y ayuda a los más necesitados (cf. CEE, Decreto, 1, 1).

 

Todos los viernes, salvo los que coincidan con alguna solemnidad, ha de guardarse la abstinencia de carne; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de ceniza (comienzo de la Cuaresma) y el viernes santo (memoria de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo) (CIC c. 1251; CEE, Decreto, 1,2).

 

Los otros viernes de Cuaresma son también días de abstinencia, que consiste en no tomar carne, según antigua práctica del pueblo cristiano. Es además aconsejable y merecedor de alabanza que, para manifestar el espíritu de penitencia propio de la Cuaresma, se priven los fieles de gastos superfluos tales como los manjares o bebidas costosas, espectáculos y diversiones (cf. CEE, Decreto, 1,2).

 

En los restantes viernes del año, la abstinencia puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la santa Misa, rezo del rosario, etc.) y mortificaciones corporales (cf. CEE, Decreto, 1, 3).

 

La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia (cf. CIC, c. 1252).

 

Los salmos penitenciales

 

Hay en el salterio siete salmos a los que la Iglesia, en su liturgia y en su piedad, ha venido llamando “salmos penitenciales”. Son los siguientes:

 

Salmo 6. Plegaria en la tribulación. “Señor, no me corrijas con ira”.

 

Salmo 32 (31). El reconocimiento del pecado obtiene su perdón. “Dichoso el que está absuelto de su culpa”.

 

Salmo 38 (37). Súplica en la desgracia. “Señor, no me corrijas con ira, no me castigues con cólera”.

 

Salmo 51 (50). Miserere. “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

 

Salmo 102 (101). Oración en la desgracia. “Señor, escucha mi oración”.

 

Salmo 130 (129). De profundis. “Desde lo hondo a ti grito, Señor”.

 

Salmo 143 (142). Súplica humilde. “Señor, escucha mi oración; Tú que eres fiel, atiende a mi súplica”.

Los salmos penitenciales son muy apropiados para la oración personal, sobre todo en este tiempo de Cuaresma; de esta forma, va en sintonía la oración personal con la oración litúrgica. Gracias sean dadas a Dios por la Cuaresma. “La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un “tiempo de gracia” (2 Cor 6, 2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: “Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero” (1 Jn 4, 19) (Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2015).

Por Carmen Belén Moreno

(religiosa adoratriz)

 

 

Hay que apostar por algo, comprometerse con una causa y en ella empeñar los sueños, las capacidades, la ilusión y las ganas. Por ella dejarse la piel y las entrañas. En ella reír de júbilo con cada pequeña conquista. Luchar a brazo partido para que esa causa tenga un horizonte. Hay muchas causas posibles, muchas historias esperando una mano tendida. Y cada una/o somos llamadas/os a encontrar nuestro camino.

Y mi camino comenzó en Granada, en una familia creyente, humilde, sencilla y trabajadora que no sólo me educo como una buena persona, sino que me facilito todos los medios para poder ser una mujer competitiva en el trabajo, independiente y con ambiciones que hiciesen mi vida más fácil y cómoda.

Pero ese era el camino marcado por mis padres, no sabía que mi Padre del Cielo abría todas las puertas existentes para que yo eligiese el camino que más me apasionase, mi sorpresa fue que ese camino coincidía siguiendo al Jesús que pasaba por la vida haciendo el bien.

Me resistí cuanto pude pensando que podría encontrar algo mejor para mi vida, pero no pude dejar de comprometerme con algo que me hacía sentir viva y con más ganas de vivir y levantarme cada mañana y mis sentidos se despertaban a flor de piel, atentos a las necesidades de otras personas, que hacían que mis entrañas ardiesen por un mundo más justo, más humano.

Descubrí que toda mi vida había sido lo que debía ser para llegar al momento en que sólo una persona podía hacerme mejor, más yo, Jesús, el hijo de María.

Ya no podía resistirme más, pues había sido vencida en una llamada que plenificaba todo mi ser, eso era lo mejor para mí y quería que fuese bueno para todas las personas con las que entraría en contacto en mi vida y quien sabe, quizás también para aquellas que jamás les pondría rostro o nombre.

Decidí ser religiosa Adoratriz, donde el centro de la vida es Jesús Eucaristía, un Jesús lleno de vida, bondad y amor sin límite que me indicaba el camino de la misericordia, y la libertad, no sólo para mí, sino también para muchas mujeres y niñas vulneradas por mil situaciones de prostitución, prisión, drogadicción, maltrato, o por el simple hecho de ser mujer quizás entendida más por ser objeto que por ser persona.

No puedo dejar de escribir mi agradecimiento a todas aquellas personas que me han ayudado a ser mejor en mi opción de vida, porque han creído en mi de una manera especial, mirando en mí más allá de lo que yo podía ver, ayudándome a avanzar mucho más de lo que yo hubiese podido imaginar.

Os invito a cada una de las personas que puedan leer estas líneas que descubran esas presencias para ellas que son sanadoras, que resucitan y generan vida, al estilo de Jesús.

Y sintamos esa Presencia que nos alienta, nos acompaña, nos da vida, y enamora con su misión de bondad, paz, y misericordia entrañable para con todos, sin distinción.

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