Por Ángel Moreno

(Buenafuente)

 

Querido amigo:

 

Deseo salir a tu paso, pues quizá vas en dirección a Emaús, camino oscuro; o hacia el lugar donde aún guardabas las antiguas redes, como refugio ante la pena que te embarga o como alivio de la angustia, porque no has sentido el paso del Señor resucitado, a pesar de ser la Pascua.

 

Yo, este año, he tomado consejo de la maestra del alma, Teresa de Jesús, y llevo en mi bolsillo, metida en la herramienta que hoy usamos tanto, la imagen de Cristo, que me muestra las palmas de sus manos, aunque llagadas, como saludo de paz, sin evasión del drama de la vida.

 

Dice la santa de Ávila que es bueno para los tiempos recios avivar el amor, trayendo ante los ojos el semblante de Aquel a quien queremos bien. No solo llevarlo en la cartera, para nunca mirarlo, sino que es bueno cruzarse con sus ojos, y sentir que te mira.

 

Te confieso que está siendo algo providente este consejo práctico de la monja andariega, y me despierto sorprendido, como si tuviera cerca al Señor, aun sin verlo, que espera, paciente y sereno, un gesto de amor y que lo siga.

 

Y da un vuelco el corazón por ser tan cierto que es así, aunque no lo veamos. Que Él sale a nuestro paso, y nos aguarda hasta que superamos la torpeza y la ceguera. Yo espero a que me diga algo, y también le hablo, y así comienza la jornada, ¡tan distinta!, sabiendo que me acompaña Jesucristo vivo, que me enseña, por gesto solidario, las heridas.

 

No te cuento estas cosas por invento, ni por compromiso de escribirte en Pascua. Quizá tú no necesites tener ante los ojos el rostro de luz de Jesucristo, porque lo sientes dentro. Si es así, seguro que en eso me adelantas. Pero por si acaso te sucede que entras en la duda por no sentir el paso del Señor que te acompaña, te recomiendo lo que nos enseña la monja castellana: que no hay puerta mejor para gustar después el trato con Aquel que nos ama y nos habita, que entrar por lo visible, pues somos de momento solo humanos.

 

Te deseo vivamente que encuentres el medio a tu alcance para saberte acompañar del mejor modo, con la verdad mas cierta, la de que Jesucristo nos quiere y espera a que lo reconozcamos vivo. Cabe que sea en el compañero, en quien convive junto a ti, cabe que sea en el Sacramento, o que te produzca atracción la imagen que veneras, o aquella que llevas en estampa más adentro.

 

Deseo que experimentes el paso del Señor. Todo será distinto, como les ocurrió a los suyos, que caminaban hacia la noche, y se volvieron llenos de luz a sus amigos. ¡Feliz Pascua!

Por Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

Temblorosos y expectantes, como cada año, nos acercamos a celebrar los misterios de la pasión muerte y resurrección de Jesucristo.

Temblorosos porque una vez más nos ponemos frente a frente con el sufrimiento del inocente, sabiéndonos culpables, sintiéndonos pobres y pequeños.

Expectantes porque, aunque sabemos cómo termina el relato, la novedad siempre nos interpela y, al ir avanzando el calendario existencial y recorriendo etapas de la vida, sentimos curiosidad por ver cómo seremos capaces de asumir la entrega de Cristo en nuestras propias vidas.

Vagamos, tantas veces, por la oscuridad, que la luz se nos antoja pasajera. Damos tantos pasos inciertos a lo largo de nuestra existencia, que tenemos miedo a que el tambaleo constante nos lleve a de nuevo a la caída.

Miremos a Cristo en estos días de Semana Santa. Él calmará nuestra sed y nos ayudará a reconducir nuestro vacilante caminar. Es tiempo de conversión, es tiempo de amar y sentirse amado. Es tiempo de recogimiento para realizar la introspección penitente de nuestro corazón. Es tiempo de pedir perdón y, con más temblor que temor, asumir nuestras culpas que esperan la misericordia entrañable de un Dios que envió a su Hijo al mundo, para salvarnos por medio de la cruz.

Por Jesús de las Heras

(Sacerdote y periodista)

 

 

La Semana Santa es corazón de la fe cristiana. A lo largo de estos días, hacemos memoria y actualización de los misterios más grandes del amor del Dios de Jesucristo. La Semana Santa no son vacaciones de primavera, ni tan solo tradición y cultura.  No se trata de descalificar con ello el necesario y oportuno descanso, siempre preciso para recuperar fuerzas y para potenciar otras dimensiones de la vida como la familia y el ocio y tiempo libre. Se trata de decir y recordar que si son vacaciones, lo son precisamente por ser Semana Santa y para así poder dedicar también más tiempo a la verdad de la Semana Santa.

Bienvenidas sean las procesiones que durante estas jornadas recorren los cuatro puntos de nuestra geografía. Bienvenidas sean las declaraciones de interés turístico de los distintos ámbitos, y todo el afán y el empeño que en ellas ponen hermandades y cofradías. Bienvenidos sean los jóvenes que a ellas se suman, prologando de este modo una venerable historia sagrada. Y ojalá que, entre todos, sepamos hacer de ellas –seguir haciendo de ellas, las procesiones- profesiones públicas de fe en medio de un mundo que tantas veces se obstina en vivir como si Dios no existiera.

Pero Semana Santa es también mucho más. Semana Santa es celebración. La riqueza, la hondura, la sobriedad y a la par solemnidad de los oficios litúrgicos de la Semana Santa son caminos indispensables para vivir la verdad de estos días sacros. No habrá Semana Santa, no habrá Pascua, sin la asistencia y participación en las celebraciones litúrgicas de estas intensas y hermosísimas jornadas. Una celebración sentida, participativa, sosegada, fructuosa.  Los sacerdotes deberán esmerarse, con celo y olfato pastoral, en la preparación y en el desarrollo de estos cultos, que los fieles deberán secundar con veneración, prontitud y apertura. Jamás son más de lo mismo, lo mismo que otros años. Los días del amor más grande se actualizarán, de nuevo, en estas celebraciones litúrgicas, y no debemos perdernos su inagotable potencial de gracia.

Semana Santa es igual y esencialmente caridad. Es la historia del amor más grande jamás contada. Es la gran caridad de Dios hacia con nosotros, que tanto nos amó que nos entregó a su propio Hijo y lo hizo, por nuestra salvación, hasta su muerte y muerte de cruz. No hace, pues,  faltar “reinventar” la caridad en Semana Santa. Es preciso, sí, implementarla, aplicarla, vivirla.  Desde que el Jueves Santo es, es el día del amor fraterno. Y el amor fraterno y la caridad son más necesarios que nunca.

De aquí, que también Semana Santa –mediante iniciativas como la del emergente “cofrade solidario” u otras- haya de ser tiempo de justicia social y de caridad. Y tiempo de la solidaridad, una solidaridad que encuentra tantos y tantos motivos en la actualidad y en la vida de cada para que nos la apliquemos. ¿Un ejemplo? Ojalá que en esta Semana Santa 2015 practiquemos la solidaridad recordando y extrayendo lecciones de la reciente desastre aérea.

¿A qué lecciones me refiero?  A ser respetuosos con el dolor ajeno, a acercarnos y a compartir de corazón el llanto y el gemidos ajenos, a poner todos los medios para evitar las desgracias naturales, técnicas o provocadas, a socorrer a los necesitados y, en definitiva, a saber hallar las respuestas, humanamente inexplicables –más allá de la locura suicida y homicida de su autoría, sin ir más lejos en la catástrofe aérea del martes 24 de marzo en los Alpes o en la barbarie que no cesa del yihadismo- que sucesos como estos demandan, precisamente en Aquel sin el cual no habría Semana Santa: en Jesucristo crucificado y resucitado.  Y es que nada necesitamos nada que la Pascua, nada necesitamos que a Jesucristo crucificado y resucitado.

Buena y cristiana Semana Santa.

Por Odete Almeida

(Pastoral del Sordo)

 

 

 

La Pastoral del Sordo ha pasado por las clases de los alumnos sordos con un testimonio de viva voz de Gennet Corcuera. Ella es una sordociega de 33 años, española, es la primera sordociega de Europa con título universitario; ha hecho la carrera de educación especial.

Compartió, con los alumnos sordos y con todos nosotros que estábamos presentes, su testimonio de lucha y superación gracias a la fe cristiana. Esta fe le animó a creer que ella podría estudiar aunque no había nada adaptado para ella; su perseverancia le hizo luchar hasta lograr el título universitario.

Somos nosotros los que muchas veces ponemos límites; sin embargo, cada uno está llamado a poner todas sus capacidades al servicio de los demás. Para Dios no hay límites, sino que cada uno, con sus capacidades y de manera creativa puede transmitir el Amor de Dios. No hay una forma de transmitir la fe, sino que las distintas formas dependen del ser de cada persona; así cada persona nos transmite un rasgo distinto de Dios.

El día 1 de abril del 2015 se va estrenar en los cines la película, “La historia de Marie Heurtin”. Es una película basada en un hecho real; vale la a pena verla, se trata de la vida de una sordociega francesa del siglo XIX. Os la recomiendo, pues relata como una persona sordociega llegó a una captación de la fe de una forma profunda. En una escena ella dice: “Prefiero no ver en este mundo para ver mejor en el otro.” 

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