Por Ángel Moreno

(De Buenafuente)

 

 

El día 6 de mayo de 1957 entraba en el seminario, para hacer el cursillo de discernimiento, junto a 106 compañeros. Y hoy, 9 de mayo de 2019, fiesta de san Juan de Ávila, la diócesis reconoce de manera especial el ministerio de los sacerdotes que cumplen 50 y 25 años de servicio a la Iglesia, entre los que me encuentro, por haber sido ordenado el 14 de septiembre de 1969, y celebrar por ello mis bodas de oro, sacerdotales, y también de capellán de Buenafuente.

Los primero años de mi estancia en el Sistal, cuando éramos testigos de la evolución favorable del Monasterio, habiendo estado a punto de cerrarse, entonábamos el salmo 125, porque nos parecía soñar, y las lágrimas se volvían cantares, y la sementera, cosecha. Hoy, soy yo quien me parece soñar, cuando tengo que hacerme consciente de cumplir 50 años de sacerdote, y todos ellos en Buenafuente. Reconozco que naturalmente no se explica, ni el cambio del Monasterio de Buenafuente, ni mi permanencia en el mismo y concreto lugar, durante tanto tiempo. Esta historia solo se explica por la misericordia de Dios. Y reconozco también que no ha sido menor la mediación entrañable de la Virgen María, sobre todo en momentos recios.

 

Por todo ello, deseo entonar mi Magnificat:

Cómo no agradecerte, Señor, estar vivo, después de haber sufrido accidentes tan graves, y haberme mantenido en tu servicio sin merma de facultades.

Reconozco el regalo que me hiciste, Señor, de los años en los que me acompañó mi madre. Ella fue casa abierta, posibilidad hospitalaria, razón de retornar a casa. Mujer recia, que supo arriesgarse, como Maria, en la misión de su hijo.

Te doy gracias, Señor, porque desde el principio pusiste en mí el deseo de comentar diariamente tu Palabra y adentrarme en el conocimiento de las Sagradas Escrituras. Por aquellos primeros días, que transcurrían en inmensa soledad, y tu presencia en el Sacramento de la Eucaristía era mi alivio y la cita de subsistencia.

No me invento, Señor, Tú lo sabes, los momentos de intensa consolación, que te agradezco, y que son los hitos ungidos de mi historia, que me permiten no apartarme del camino en situaciones complejas.

Lo he reconocido públicamente: “A mí me han hecho mis amigos”, tantas relaciones favorables. Gracias Señor por ellos, porque han sido y son luz, estímulo, puerto franco, posibilidad de verbalizar el alma, sana emulación. ¡Qué diferente es poder tener un altar comunitario, a no saber dónde celebrar la Eucaristía! Gracias, Señor, por la Comunidad monástica, por quienes cada día damos visibilidad al icono del Iglesia. Reconozco que ha sido y es la columna vertebral de mi ministerio, sobre todo en esos días largos de invierno, al poder participar de las Horas Litúrgicas.

Soy privilegiado por el acompañamiento que he tenido, a lo largo de tantos años, de sacerdotes y de laicos, que han compartido y comparten tarea y mesa, regalo, Señor, de tu Providencia.

Gracias a ti, Señor, por el don de la fe, que me permite fiarme de ti, y abandonarme a tus manos, y por la presencia e intercesión amorosa de tu Madre. ¡Gracias!

Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

Entra hoy en este blog de opinión dedicado a la presencia diocesana en internet, como es sabido, la Delegación de Migraciones, que no tiene página web como tal, pero si blog. Para ellos es el ME GUSTA mensual. Se puede acceder a ella desde la web del Obispado en el apartado enlaces o en la dirección: http://ddmigracionesguadalajara.blogspot.com/. Dentro del blog hay una serie de artículos bajo el epígrafe “arañas y visigodos” de él vamos a hablar hoy.  

Es una acción que están llevando a cabo cuantos se sientan en la Mesa de Migraciones (Delegación Diocesana de Migraciones de Sigüenza-Guadalajara), en el marco del Sínodo Diocesano.

La razón del título procede de la película “La vida es bella”. En este enlace pueden ver el origen de esa razón (clica en el link). 

Hasta la fecha han publicado seis artículos, todos ellos muy interesantes. Os invito a leerlos. Suelen ser dos mensuales y van dirigidos a la sociedad en general. El primer artículo del mes pretende informar sobre la realidad migratoria además de alertar y poner en guardia sobre la falsedad de muchas opiniones e informaciones que en ocasiones circulan por los medios de comunicación. Además, el segundo mensual, está dirigido especialmente a las comunidades cristianas, en particular a los denominados católicos practicantes, como un llamamiento exigente de conversión y acción eclesial respecto a las personas migrantes. 

Estos artículos pueden encontrarse en la sección de opinión de la web del Obispado, en el blog de la Delegación de Migraciones, en el periódico Nueva Alcarria y en el programa de El Espejo de la Cadena COPE, aquí en este medio radiofónico aparece en forma narrativa, otra forma diferente de acercárselo a sus hogares.

Por la Delegación de Apostolado Seglar

 

Querido Silverio:

Debo decirte, antes que nada, que me gusta ese nombre que te me llevas. A mí también me representan con un águila real. Dirás que salgo ganando, pero no te creas. Al fin y al cabo,  ¡pájaros los dos!

Me dices que te sigue sorprendiendo mi presencia, a mis apenas quince años,  junto a María al pie de la cruz. Que incluso alguien me susurró al oído con poca educación y un mucho de mala voluntad: “¿Pero qué haces aquí, criatura, con tan pocos años?  Claro que la inconsciencia es muy atrevida”.

Sí, es cierto. Recuerdo que no me sentó nada bien aquel comentario demasiado superficial y cargado de prejuicios. Y por si fuera poco, otra,  “cotilla donde las haya”,  preguntó,  atrevida y con sorna:

Eh, chaval, ¿eres hijo del ajusticiado?

-  Es más que si lo fuera, - añadí yo entre convencido y malhumorado.

Después de la madrugada en vela del primer día de la semana, salí disparado hacia el sepulcro cuando trajeron la noticia entre el temor y temblor:

-  No está el cadáver en el sepulcro. Lo han robado.

-  ¿Cómo que han robado el cadáver? No puede ser.

De cuatro zancadas me planté ante el sepulcro, dejando a media cuesta al fatigado Pedro. Pero no llegué a entrar, asomado tan solo a la entrada. “Las canas son las canas”, me dije, sonriendo entre dientes. Y comiéndome las uñas se me hizo eterna la espera hasta que asomó Pedro, ¡bendito sea el santo nombre de Yahvé!,  echando los bofes y resoplando:

-  Gracias, Juan.  No tenías que haberme esperado.

-  Tampoco pasa nada. Han sido unos escasos minutos, - mentí con digna cortesía.

-  Anda, entra,  no te quedes en la puerta.

Y el sepulcro estaba vacío como habían dicho las mujeres. ¿Era preciso venir a comprobarlo? ¿O es que la palabra de una mujer carecía otra vez de valor jurídico para testificar? Me dolió en las entrañas que entre los nuestros continuaran también las viejas y arbitrarias costumbres cargadas de machismo.

- Tiempo habrá de que esto cambie,  - me dije. 

Y me temo, por lo que me escribes, que muy poco ha cambiado.

 

“Estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla, aunque los discípulos no se dieron cuenta que era él. Jesús les preguntó: -  Muchachos, ¿tenéis algo que comer?

Contestaron: No.

Él les dijo: “Echad la red  a babor  y encontraréis”.

La echaron y cogieron tantos peces que se rompía la red.

El discípulo amado de Jesús dijo a Pedro: “Es El Señor”.  (Juan 21, 4-7)

 

Y claro, comenzaron las hipótesis: “Que si alguien ha robado el cadáver, que si las autoridades, que no puede ser, que nadie ha vuelto a la vida..”.  Mi corazón estaba a punto de estallar, pero  me resultaba imposible meter baza, poder hablar, a mí, un  chiquilicuatro al fin y al cabo, entre tanto adulto venerable peinando canas. Me refugié junto a María, la Madre,  en la penumbra del zaguán,  y le susurré:

  • ¿Le has visto ya, Madre? Porque no está en el sepulcro. Ha resucitado, ¿no?
  • No hacía falta que le hubiera visto, pero esta mañana, entre los almendros florecidos, él también caminaba con sus heridas luminosas. Y tú, pequeño Juan, ¿aún no le has visto?
  • Mi corazón, sí, Madre; pero mis ojos también necesitan verle.

Salí a la calle. Comencé a recorrer las callejuelas, esquinas y plazas por donde Él pasó. Las piedras y el aire conservaban el perfume de su mirada.  María de Magdalena llegó a darme alcance junto a la muralla:

  • Juan, pequeño, me ha llamado por mi nombre y en la voz le he reconocido. Va delante de vosotros y en Galilea os espera.
  • ¿En Galilea?

Decir Galilea, es decir los lugares habituales: el trabajo, la pesca, la vida de familia. O sea, que el Señor nos mandaba volver a la vida normal y ordinaria como escenario de su presencia. Y qué poco habéis avanzado por lo que me cuentas! No salís de vuestros templos. Ahí andáis refugiados como nosotros en nuestro cenáculo, echados todos los cerrojos. Y vuestra gente a la intemperie, desnudos, sin un trabajo decente, que no lo es cuando no hay contratos adecuados, cuando se deshumaniza todo y vuestra “maravillosa” tecnología, ¿se dice así?, rompe relaciones de hermandad, provoca contratos basura y hasta accidentes laborales. ¡Qué dolor cuando me dices que tu tierra, agria y dulce, la hermosa ALCARRIA, es la número 1 en SINIESTRALIDAD. ¡Vaya con la palabreja! Me duele, claro, cómo no me van a doler: Esos sueldos de miseria, ese maltrato a los emigrantes. Y te digo: No os canséis en el empeño. ¡Animo! Ha resucitado y os espera en Galilea: en la fábrica, en los almacenes, en las factorías, en los andamios, en los olivares, en la nave, en las esparragueras….

Lo demás ya lo sabes: Era al amanecer. Habíamos consumido toda la noche pescando nada....  y desde la orilla una voz nos dijo……pero eso ya lo conté hace miles de años. Perdona que a mis muchos años repita las viejas y entrañables historias. Saludos y besos a los nuestros, para ti también, querido Jesús, que su nombre llevas:

Juan, el anciano. En la isla de Patmos.

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

Volved a Galilea

 

“El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: «Id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 5-10). 

En los relatos de Pascua, el evangelista san Mateo se hace eco dos veces de una de las consignas más acertadas para experimentar la presencia de Jesucristo resucitado, que es “Volver a Galilea”. 

No tengo que demostrar la experiencia sensible que cabe percibir a las orillas del Lago de Galilea, donde todo se hace sacramento: la luz, la brisa, el color del mar, el círculo de montañas, los restos arqueológicos que se conservan en su entorno… Sin embargo, no puede quedar la experiencia fundante de la fe cristiana hipotecada a la posibilidad de visitar Tierra Santa. Otra meta deben indicar las palabras del Evangelio. 

Galilea es la tierra donde Dios se hizo hombre, es la geografía más relacionada con el Evangelio. El Lago de Tiberiades es el icono de la travesía de la vida. Junto a la ribera de las aguas de Genesaret, los  discípulos escucharon la llamada del Nazareno a ir detrás de Él, y allí fueron testigos de los signos y de las palabras de Jesús. 

El mar, superficie inestable, representa la fragilidad, los riesgos, las aventuras de la vida. A la vez, la invitación de ir a la otra orilla supone la inexcusable travesía de la existencia que debemos hacer todos los seres humanos. 

Desde la memoria de lo que acontece en Galilea según los relatos evangélicos, es posible descubrir el acompañamiento que necesita el cristiano en el camino espiritual. En Cafaranúm, Jesús nos enseña que la jornada debe tener dimensiones sociales religiosas, familiares y laborales, pero también tiempo de soledad, de oración y de intimidad.

En Galilea se fijan los discursos más emblemáticos de Jesús: “Las Bienaventuranzas” y el discurso del “Pan de Vida”, enseñanzas que fraguan la identidad del discípulo. 

Nazaret, Caná, Betsaida, Cafarnaúm, Magdala son ciudades emblemáticas que nos invitan a encontrarnos con Jesús niño, hijo de la Nazarena, y también con Jesús trabajador, adulto, amigo, maestro, Hijo de Dios. En esas ciudades aún queda la resonancia de la misericordia divina, del perdón derramado y de la mesa santa, dispuesta por el Resucitado. 

Esta Pascua, te invito a ir a Galilea, a encontrarte de tú a tú con Jesús. Él ha dispuesto las brasas y el pescado, y te invita a que tú lleves algo para comer juntos. ¿Has pesando con qué puedes contribuir a la fiesta? ¡Feliz Pascua Florida!

 

> Un artículo de JESÚS FERRERAS

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

Al celebrar estos días de Semana Santa los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, me es inevitable pensar en la mía. En mi vida, muerte y resurrección, me refiero. Porque la fe me asegura que me espera una resurrección y, después de ella, una vida mejor.

A los cristianos, el Evangelio nos da unas pautas muy claras de lo que al final va a ser una victoria o una derrota. Se nos señala claramente cuáles van a ser las preguntas del examen. Se nos indica qué avales vamos a necesitar: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme (Mt 15,35-37).

Para encontrarnos con el Salvador hemos de acudir a esos «lugares» donde nos ha dicho que Él estará. Porque de lo que se trata no es de ganarnos la salvación, sino de que se produzca un encuentro con Aquel que puede salvarnos y seamos capaces de abrirnos a su acción transformadora.

  • Como Iglesia, es un reto enriquecedor abandonar nuestra zona de confort y acoger al otro, que se acerca a celebrar la misma fe, pero que ha aprendido a hacerlo con formas diferentes.
  • Como Iglesia, sentimos la llamada de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados en este momento en que lo necesitan, así como levantar la voz profética en una sociedad tentada a mirar hacia otro lado.
  • Como Iglesia, hemos de señalar a toda persona dónde puede encontrarse con su Salvador, cómo identificar a Jesús en quien llama a nuestra puerta, en quien nos necesita y está próximo a nosotros.
  • Como Iglesia, hemos de saber y gritar que hoy es tiempo de Pascua, tiempo de resurrección.

Hoy es tiempo de buscar y ofrecer otra Vida. Lo de menos es qué hambriento, sediento o extranjero nos trae hoy al Resucitado; en qué desnudo o preso o enfermo nos encontremos con la Nueva Vida.

¡Feliz Pascua 2019!

 

 

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