Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de la Conferencia de la Santa Cruz de Marchamalo -Guadalajara, España-)

 

 

Una muy buena amiga, me persigue con frecuencia, reclamándome noticias de Roberto, el amigo súper fumador de nuestro consocio Jacinto. Para quien no siga estos pequeños artículos, les cuento que Roberto fue el protagonista de uno publicado allá por el mes de septiembre del 2018 en estas mismas páginas. Resumiendo, nuestro protagonista, es un muchacho especial, muy especial, muy amigo del mencionado consocio y que vive amparado en una Residencia Casa de Misericordia de unas buenas Hermanas que cuidan de él y de otros cuantos muchachos más. Todos ellos también muy especiales.  Hoy para que esté contenta mí querida amiga, voy a dar algún dato más sobre la marcha de aquel inocente del que me llegan noticias frecuentes desde hace años.

Jacinto que se convirtió en su cuidador y más atento enseñante, siempre aspiró a que aquel pobre y limpio amigo, tuviera algún pequeño oficio, algún pequeño quehacer y distracción, que le otorgara la dignidad a la que incluso sin saberlo, Roberto aspiraba siempre. Pasaba el día, deambulando por la casa o por la pequeña ciudad. Sin nada concreto que hacer. Aburrido. Un día hablando con la Superiora de las Hermanas que regían la Casa, la buena de Sor Gabriela, con cierta timidez, le pregunto a Jacinto si veía a Roberto con capacidad para hacerse “cargo” de la portería de la Casa. Era una manera de ofrecerle una distracción pues el “cargo” ya estaba oficial y legalmente asignado.  No se trataba más que de elevar la autoestima del amigo especial. De aquel que siempre quería hacer recados, que los reclamaba, para sentirse útil.

Jacinto, no podía creer lo que la Superiora de las Hermanas le estaba proponiendo para aquel buen amigo del que se ocupaba de enseñarle a diario pequeñas cosas que pudieran aprender. Sería una magnífica manera de empezar a “elevarle la moral” pensaba. Corrió a comunicar la buena nueva al consocio con el que formaba pareja y que, por más señas, era un alto responsable de la Armada.

A la semana siguiente, los dos consocios con la Hermana Superíora, fueron a comunicar a Roberto lo que creyeron que recibiría como una estupenda noticia. Realmente, estaban convencidos que lo era: que ayudarían a un ser humano a un hijo de Dios, a encontrarse mejor consigo mismo. ¡Que error! amigo lector, ¡que enorme error!  Error que desafortunadamente, repetimos con mucha frecuencia cuando pensamos y decidimos, sobre las necesidades de los demás sin preguntarles previamente por lo que, ellos, sienten carencia. Sin preocuparnos de aquello a lo que aspiran a hacer con su vida. Roberto, muy serio y muy digno, contestó que “él no se vestiría nunca de portero, salvo que fuera de futbol. Lo que le ofrecían, no tenía “representatividad” (sic) No hace falta indicar, lo anonadados que aquellas tres buenas personas marcharon después de la charleta de Roberto que también abandonó muy digno la habitación. 

El marino consocio que formaba entonces pareja con Jacinto, no había abierto la boca, sólo señaló al final, que había sido una pena no habérselo preguntado antes. Callaron y se separaron. Tardaron una semana en volverse a ver en la Conferencia y a Jacinto al salir de la reunión para acercase de “visita” a la Casa de Misericordia, observo que su consocio portaba un pequeño paquete. No le dio importancia. Llegaron a la Casa y después de un rato de oración en común con el resto de los consocios, comenzaron, como siempre a saludar a unos y a otros. Pero Roberto no estaba. Ni tan siquiera apareció para recibir su ración de tabacos. Informó la Hermana Superiora, que llevaba una semana muy digno y que nada más comer, se había ausentado para, seguramente, no encontrarse con ellos.

Llegada la hora del final de la visita, al pasar por la mesa que ocupaba el portero, el consocio acompañante de Jacinto, desenvolvió el paquete y descubrió un precioso “Lepanto” que como el lector sabe es la prenda de cabeza de la marinería de la Armada española y lo depositó sobre ella. El “Lepanto” allá en la tira donde debiera figurar el nombre del navío en el que se prestaba servicio o simplemente Armada española, figuraba la leyenda “Casa de la Misericordia” Rogó nuestro consocio marino que lo dejaran allí hasta que pudiera volver, pues era una distinción para el que fuera el nuevo “conserje”.

No pudo ser. A la vuelta de Roberto, en cuanto descubrió aquello que estaba encima de la mesa de Portería, preguntó que era aquel “gorro”. Nadie le dio ninguna explicación. Solo le dijeron que lo habían dejado “los de la Conferencia”. Al día siguiente, Jacinto, acudió como hacía a diario a la Casa de Misericordia, para estar un rato con su amigo Roberto. Enseguida este le preguntó por el “gorro”. Sin darle importancia, Jacinto explico que era para el nuevo Conserje que estaban buscando y al que se nombraría pronto. Sin decir nada, Roberto tomó el “Lepanto” y lo situó sobre su cabeza diciendo: ¡a mí, me lo ofrecieron primero!

Desde aquel día, Roberto guarda su prenda de cabeza, como el mayor tesoro. No bien termina de desayunar, se cubre con su “Lepanto” y corre a la Conserjería absolutamente feliz de servir. Saluda a todo el mundo con la mayor marcialidad y ha dejado de deambular por la pequeña ciudad salvo para cubrir alguna “misión”. Ya es feliz donde está y donde tiene “representatividad”

Siempre hemos de preguntar por lo que el otro, el que sufre, necesita y no suponerlo por nuestra cuenta. Siempre.

Nadie sabe quién se lo ha enseñado, pero al consocio marino cuando llega cada semana, le saluda con un “a sus órdenes señor” y goza cuando aparece el señor Obispo de visita a sus especiales amigos allí residentes, lo que hace con frecuencia y le saluda con un sorprenderte “buenos días Ilustrísima” También creemos que algo goza el señor Obispo, que ya no suele recibir, habitualmente, tan ceremonioso saludo.

Seguro que algo le habrá enseñado mientras dormía, María, su madre. No ha conocido otra.

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente del Sistal)

 

 

Queridos hermanos en el Señor:

En la reunión de esta tarde podemos sentirnos como los discípulos de Jesús, reunidos en el Cenáculo con la Virgen María. Nosotros también “hemos visto al Señor” (Jn 20, 25a); al atardecer, lo hemos reconocido al partir el pan (Cf. Lc 24, 29); cabe, también, que tengamos miedo “a los judíos”. Así es, y sin alardear de nada, sin ninguna presunción, aquí estamos. 

Es verdad que hay circunstancias de nuestra vida que nos paralizan, y nos hacen presa del miedo. “Y por el miedo que tenemos a la muerte, estamos de por vida sometidos a la esclavitud” (CF. He 2, 15). Esclavos de hacer nuestra voluntad, en alguna cosa pequeñita, tener dominio sobre algo o alguien, aunque sea sobre uno mismo. Hemos de reconocer que somos de la misma naturaleza que Adán y Eva y el afán de poder, de dominio, en definitiva de ser uno mismo,  nos seduce tanto, tanto, que comemos de la manzana. Casi siempre, creyendo que hacemos un bien.

En nuestra carta del mes pasado confesamos nuestra pequeña aportación en el libro de Antonio Gil de Zúñiga: “Tenían un solo corazón”. En el día a día, si reflexionamos con sinceridad, nos puede parecer una película de ciencia-ficción, un ideal bonito más que una posibilidad real. Sin embargo, si Jesucristo ha Resucitado, que verdaderamente ha Resucitado, estamos llamados a romper con la dictadura actual del individualismo, con el muro invisible que rodea nuestro corazón. Ojalá algún día no muy lejano seamos en la Iglesia como el Cerastium tomentosun de la foto, la nieve de verano, florecillas diversas en la unidad. 

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es Comunidad, es Familia. Los discípulos estaban reunidos en el cenáculo con María, la Madre de Jesús. Ella es el antídoto contra el individualismo. De ella, que ha sido la primera discípula de su Hijo, hemos de aprender. Ella, que ha respondido al anuncio del ángel: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí, según tu palabra” (Lc 1, 38). De María, y de muchas mujeres, de nuestras madres, que han entregado su vida en silencio: sin reivindicaciones han hecho vida las palabras de Jesús en el contexto del primer anuncio de su Pasión: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8, 34). Como María, nosotras respondemos: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34). A la pregunta de María, el ángel contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). Que el mismo Espíritu Santo nos ayude a invocarlo, a esperarlo, a acogerlo en Comunidad, pero para ser comunidad, no basta con  estar sentados uno junto a otro. Lo recibimos personalmente, pero no de forma individual. Este es, tal vez, el primero de los grandes combates de la Iglesia actual y de cada uno de nosotros, de todos. Con la fe en Cristo, nuestra cabeza, os deseamos un feliz verano con las palabras, tan llenas de esperanza, del Salmo 120: “No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel”.

 

Unidos en la oración y en la Misión

vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal

Ana I. Gil 

(Delegada de Apostolado Seglar)

 

 

Un nuevo año vivimos la solemnidad de Pentecostés una de las más importantes en nuestro calendario, puesto que actualizamos el cumplimiento de la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. Cada uno de nosotros estamos llamados a descubrir que somos misión.

Como nos recuerda el Papa Francisco: “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo (EG, n.273).

La motivación principal para realizar la misión evangelizadora se halla en el encuentro personal con el amor de Jesús. El Papa, afirma que no se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con El que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo.

El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él.

Como laicos estamos llamados a ser discípulos misioneros de Cristo en la Iglesia y en el mundo, “bautizados y enviados”.

Nos tenemos que sentir protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia.

Para esta misión, para ser misión en nuestro día a día en lo cotidiano, tenemos que desarrollar un talante nuevo, de caminar juntos, que se denomina sinodalidad.

Para poder crecer en sinodalidad es necesario que aprendamos a trabajar no por oficinas aisladas, sino por proyectos, que son los que nos ayudan a ir creciendo en búsqueda de objetivos y logros comunes.

Tenemos que ser Iglesia en salida, llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos) y a todos los ambientes (familia, trabajo, educación, ocio…).

Llamados a vivir la santidad, en nuestras realidades, con sus riesgos, desafíos y oportunidades (GE, n2). En lo cotidiano está la misión.

Todo ello será posible desde la escucha de Dios en la oración y reconociendo los signos que él nos da. Saber discernir qué es lo que el Espíritu quiere de cada uno de nosotros.

Hoy nuestra Iglesia diocesana vive un Don, un momento de gracia con nuestro sínodo diocesano, donde poder ir descubriendo que espera de nosotros como diócesis, que espera de ti y de mí.

Estamos llamados a ser misión, yo, tu somos misión. ¡VIVELO!

 

> Un artículo de Ángel Díaz Matarranz

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

Está en boca de muchos autóctonos: «Es que los inmigrantes no se integran… Forman guetos… No se preocupan de conocer nuestro idioma… Dificultan la convivencia social…». A mi modo de entender, la palabra integrar está mal entendida y usada. Dice el Diccionario de la Lengua Española que integrar es «completar un todo con las partes que faltaban». Cuando se está pidiendo que los que vienen de otros países se integren, generalmente lo que se interpreta es que hablen como nosotros; que se vistan y se peinen como nosotros; que se diviertan como nosotros; que crean, que sean agnósticos o que sean ateos como nosotros… En fin: básicamente, que se pongan nuestro mismo «uniforme». En ese sentido, algunos sí se han integrado: hablan igual de mal; se aíslan como lo hacemos nosotros en nuestras urbanizaciones, barrios y clases sociales; son delincuentes como muchos de aquí… Ahí han «aprendido bien» a integrarse. Pero, en realidad, no lo han hecho: no han aportado al todo la parte nueva que representan y traen de sus lugares de origen; más bien han renunciado a ella.

Quienes sí se han integrado bien han sido aquellos que se han sentido acogidos y han aportado sus vivencias, cultura y religión; aquellos que han traído sus costumbres, respetando y participando cuando y como han querido en las nuestras. Por tanto, es clave la acogida, porque, cuando hay hostilidad, rechazo o indiferencia, es difícil tratar de integrarse.

Generalizar y culpabilizar a un colectivo por lo que hacen algunos individuos es manipular la información. ¿Por qué no se hace lo mismo, alabando y poniendo de ejemplo a los inmigrantes, cuando se ve el buen hacer de muchos de ellos? Creo que debemos mirar más a la puerta de al lado, donde viven esos africanos, americanos, asiáticos o europeos, que son ejemplo de integración y respeto. Creo que debemos escuchar sus vidas y compartir con ellos nuestro tiempo para darnos cuenta de que, en lo esencial, todos somos iguales, porque todos somos humanos y hermanos. Es así como nos integramos todos y salimos de nuestros propios mundos cerrados para construir un mundo más grande, abierto y libre.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido



Anónimo. Siglo XVI

 

------------

 

Jesús, no para amarte es que me mueve

la promesa futura de tu cielo,

ni tampoco el infierno, sin consuelo.

Es amor hacia ti quien que me eleve.

 

A Ti me mueves Tú mismo, del suelo

verte en cruz, clavo en leño tu relieve.

Vejado y ultrajado, me remueve

a ascender hasta Ti, a darte consuelo.

 

Muévenme las afrentas que han herido

tu cuerpo sangrante, que señalara

el amor que tu ofrenda demostrara

a cada golpe de martillo unido.

 

Tu amor obra en tal modo que te amara

sin cielo, y sin infierno, igual temido,

que el tuyo amor y reino es que ha venido

a enseñarnos Amor. Y eso sobrara.

 

Y más, que tu natura, cuando humana,

ante el clavo que a carne ha desgarrado

-hálito alado lanza la ha sacado

tras última tu sangre-... Lo que mana

 

es tu divinidad ya, y sale hermana.

 

Juan Pablo Mañueco

Del libro "Los poemas místicos y otras estrofas novicias"

http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html

Información

Obispado en Guadalajara
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Teléf. 949231370
Móvil. 620081816
Fax. 949235268

Obispado en Sigüenza
C/Villaviciosa, 7
19250 Sigüenza
Teléf. y Fax: 949391911

Oficina de Información
Alfonso Olmos Embid
Director
Obispado
C/ Mártires Carmelitas, 2
19001 Guadalajara
Tfno. 949 23 13 70
Fax: 949 23 52 68
info@siguenza-guadalajara.org

 

BIZUM: 07010

CANAL DE COMUNICACIÓN

Mapa de situación


Mapa de sede en Guadalajara


Mapa de sede en Sigüenza

Si pincha en los mapas, podrá encontrarnos con Google Maps