Conmemoración de los fieles difuntos

    

Por Ángel Moreno

Vicario episcopal para la Vida Consagrada

 

La Iglesia, con entrañas de madre, desplaza en la liturgia el ritmo de las lecturas dominicales, para hacer memoria agradecida y orante de los fieles difuntos.

Todo ser humano tiene ante sí el hecho insoslayable de  la muerte, que a medida que pasan los años la sufre en seres muy queridos, con la posible experiencia de despojo, de dolor, cabe que de nostalgia y de ausencia, hasta es posible que de miedo.

Todas las religiones aspiran de algún modo a una relación con los seres queridos que nos han precedido. En el cristianismo se conmemora a los fieles difuntos y se invita de manera especial a orar por ellos. La clave cristiana es la contemplación de la muerte de Cristo, que padeció, murió y resucitó.

La sociedad actual con su  cultura presentista, se escabulle, a veces, con una pirueta evasiva, de la realidad de la muerte, y convierte en mueca lo que no soporta, engañándose y llegando así a un muro infranqueable.

Son muchas las reacciones posibles ante la verdad y la realidad de lo pasajero de nuestra existencia en este mundo. Los filósofos han reaccionado con pensamientos más o menos estoicos; los ascetas, ante el hecho de tener que morir, han podido anticipar en su cuerpo los rigores del despojo y hasta el desprecio de lo corpóreo.

Hoy parece que no es estética la muerte, ni correcto pensar en ella, a pesar de que todos los días nos llegan noticias de la muerte de personas conocidas, o de accidentes estremecedores, y de violencias exterminadoras. Una reacción actual ante los hechos más dramáticos, que pueden ser de genocidios o de epidemias mortales, es convertirlos en espectáculo, en dialéctica, hasta en piedra arrojadiza contra lo que se siente adverso o amenazador.

Los santos han vivido la realidad de la muerte con serenidad, y de su meditación han sacado sabiduría. Han resuelto vivir como quien va de paso. San Francisco de Asís, en el cántico de las criaturas, se atreve a decir: “Y por la hermana muerte, loado mi Señor”. Sam Ignacio de Loyola invita en los Ejercicios Espirituales a meditar sobre las postrimerías, en concreto sobre la muerte: “No querer pensar en cosas de placer ni alegría, como de gloria, resurrección, etc.; porque para sentir pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados impide cualquier consideración de gozo y alegría; mas tener delante de mí quererme doler y sentir pena, trayendo más en memoria la muerte, el juicio” (EE 76).   

Es lapidaria la frese del duque de Gandía, San Francisco de Borja,  sucesor de San Ignacio de Loyola, quien al ver muerta a la emperatriz a la que tanto había amado, resolvió “no servir más a señor que se me pueda morir”.

Santa Teresa de Jesús, como pedagogía y disposición adecuadas, ante el paso que todos deberemos dar de dejar esta vida, nos enseña a vivir desasidos: “¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría vivir siempre sin Él (Cristo) templaría el miedo de la muerte con el deseo de gozar de la vida verdadera!”  (Vida 21, 6).

La Iglesia celebra hoy a un santo del que no conocemos mucho. Nos suena a todos “el veranillo de San Martín” (esos días que en pleno otoño parece que el tiempo es más suave, el sol brilla diferente...) pero hay que reconocer que la figura de San Martín, que vivió a lo largo de casi todo el Siglo IV, es para todos nosotros una viva imagen de Cristo, Buen Samaritano.

La imagen que más conocemos es la de un soldado -él lo fue en su primera juventud- que parte su capa con la espada para entregar la mitad a un pobre que se moría de frío-.

Hoy, muchos siglos después, San Martín y el mismo Jesús nos invitan y nos enseñan a no pasar de largo ante los hermanos que, tirados en la cuneta del camino sufren el hambre, el menosprecio, la pobreza, la enfermedad, la soledad... y nos invitan a partir nuestras capas -la del dinero, la de la comida, la del tiempo libre que nos guardamos para hacer lo que más nos gusta...- con los necesitados: pobres, enfermos, personas que viven solas...

Desde la Delegación de Pastoral de la Salud os invitamos a todos a que, como San Martín de Tours, también nosotros nos paremos ante tantas personas que a nuestro lado sufren. Posiblemente “nuestra capa” no sea muy grande, no importa; dice el refrán que “el que da lo que tiene, no está obligado a más”.

Todos conocemos el milagro de la multiplicación de los panes. El niño ofrece lo que tiene, Jesús lo multiplica.

Si hacemos como San Martín, también Jesús nos dirá como podemos leer en Mateo 25: “porque tuve hambre y me diste de comer... estuve desnudo y me vestiste, fui forastero y me hospedaste.... ¿Cuando, Señor?. Cuando se lo hiciste a uno de mis hermanos.... a Mí me lo hiciste.

 

Jesús Francisco Andrés Andrés

Delegado Diocesano de la Salud

La clausura del sínodo: un camino abierto

 

 

 

Por Luciano Matilla y María Esperanza Torres

Delegación de Familia y Vida

 

“Nada es por casualidad”, esta frase es típica y tópica de un amigo, y viene pintiparada para describir lo sucedido el pasado domingo 19 de Octubre  en Roma. Jornada repleta de simbolismo, elegida para la beatificación de Pablo VI. Queremos reflexionar sobre lo ocurrido este día.

En una mañana soleada y brillante, se clausuró el Sínodo Extraordinario de Obispos sobre la Familia, en la plaza de San Pedro rebosante de cristianos. Una ceremonia enmarcada con la presencia de tres Papas: Francisco, Benedicto y Pablo. El número tres en la Biblia significa la “totalidad”.

El Papa Francisco presidiendo directamente  y repitiendo machaconamente, para que nos entre tanto en la cabeza como en el corazón: "La Iglesia católica debe tener siempre la puerta abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie".

Este Papa, que nos habla claro y mirando a los ojos desde esos zapatos desgastados de recorrer la ciudad de Buenos Aires, nos quiere traer nuevos buenos aires a la Iglesia con una mirada nueva y reflexiva sobre la familia, tal y como es ahora y puede ser en el futuro.

El Papa Benedicto compartió un cálido abrazo con el Papa Francisco. Es éste un gesto cariñoso y familiar. Acompañando con su presencia, refrenda el paso dado por la Iglesia en este Sínodo para iniciar un camino y reconocer las nuevas realidades vivientes en la Iglesia que generan controversia y debate.

Pablo VI, desde el balcón presidiendo la plaza de San Pedro en el momento de su beatificación, supone el puente entre el siglo XX y el siglo XXI, entre el gran Papa que hizo reflexionar en el Concilio Vaticano II y el Papa que nos habla con naturalidad de las nuevas realidades humanas y de la Iglesia en el momento actual.

En momentos importantes los miembros de las familias nos reunimos para compartir, acompañar, reflexionar, buscar soluciones; cada uno desde su posición, pero todos presentes. Así se ha hecho en la familia eclesial buscando la ACOGIDA  de todos.

La clausura del Sínodo no es más que el comienzo de un período de reflexión. Las divisiones de opinión requieren un discernimiento a la luz de Evangelio que siempre es acogedor de las personas heridas que buscan en su interior a Cristo. Desde la diversidad se ha de buscar la escucha humilde de la voz del Señor y la comunión de todos los cristianos.

Tal y como nos dice Jesús en Mateo 22, 34-40: 37El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente.38Este mandamiento es el principal y primero39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo40

En el texto  aparece una "novedad", Cristo pone al mismo nivel el amor a Dios con el amor a los demás y, además, ámalos como a ti mismo. Amando a los demás es como amamos a Dios.

¡Qué sobreabundancia de amor! Dejémonos llevar por ese amor del Padre y recemos para que el Espíritu Santo guíe y renueve a la Iglesia para responder con valentía a los nuevos retos y devolver la esperanza a los que la han perdido.

Acabamos con un fragmento de la oración que nos ha regalado el sínodo:

“Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia”.   

Escuelas para la Nueva Evangelización

   

Por Juan José Plaza

Delegado diocesano de Misiones

 

Se nos ha pedido a las distintas Delegaciones diocesanas que colaboremos con la Web de la Oficina de Información diocesana, escribiendo un breve artículo a lo largo del año. A la Delegación de Misiones le toca aportar este artículo el 3 de cada mes.

He titulado el primer artículo, del 3 de Noviembre, festividad de San Martín de Porres, “Escuelas de Evangelización”. Me lo ha sugerido el Plan Pastoral diocesano, recién estrenado:” El amor de Cristo nos urge”.

Cuando el primer evangelizador y misionero, nuestro Señor Jesucristo,  quiso llevar adelante  su plan de salvación, lo primero que hizo fue fundar “una Escuela de Evangelización”, siendo él el Maestro y los apóstoles sus primeros alumnos y luego evangelizadores.

Los maestros, en  aquella época, tenemos el ejemplo de los grandes filósofos de la antigüedad, seguían una metodología y pedagogía muy personal. El maestro no era, como los de ahora, un profesor que enseñaba  sólo teoría, sino, sobre todo, enseñaba con su vida.

Jesús,  en la Escuela de Evangelización que fundo,  siguió esta metodología. Es decir, los discípulos-evangelizadores, que estaban siempre junto a Él, aprendieron por ósmosis de la vida del Señor cómo debían evangelizar. En alguna ocasión les dice el mismo Señor: “Me llamáis  maestro y decís bien, pues lo soy; pues   yo el Maestro os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho también lo hagáis vosotros”(Jn 13, 13-23).

La Iglesia, desde su nacimiento, ha tenido una dilatada labor evangelizadora con sus luces y sombras. Me atrevo a afirmar que en tiempos recientes,   la Iglesia no ha acertado en la  educación de los evangelizadores, no ha acertado en su metodología, apartándose de la que usó el Señor.

Me refiero a que a los que teníamos que seguir llevando el evangelio a todo el mundo, sacerdotes y laicos, se nos ha educado (y se sigue educado) con un método teórico, que “no abarcaba  a toda  la persona”, que es la que debe evangelizar. Sí, unas cabeza muy bien amuebladas;  pero ¿y la vida o toda la persona, que es la que cuenta para la evangelización?

Como muestra vale un botón. En la Iglesia se ha dado mucha importancia a lo académico, a las licenciaturas, a los doctorados por la Gregoriana de Roma….Y ya hemos visto los resultados.” Por sus frutos los conoceréis”(Mat. 7,20)… Hay diócesis  que  tienen muchos  licenciados y doctorados en dogma, en moral, en pastoral, en catequesis… por metro cuadrado y se ha visto que por muchos doctorados que haya, falta algo más para que se dé la evangelización (Y no es que tenga nada contra  los licenciados y los doctorados). Pero hace falta algo más…

Tenemos en ciernes un nuevo Plan Pastoral diocesano que pretende llevar adelante “la Nueva Evangelización” de la que tanto se habla en la Iglesia desde no se sabe ya cuándo…Estamos cansados de oírlo. Creo firmemente que si no cambiamos de métodos de formación de los nuevos evangelizadores, volviendo al método original que utilizó el Señor, no se llevará nunca adelante esa evangelización.

Y que conste que  métodos y  escuelas de verdadera Evangelización existe y muy buenas. Pero mientras prefiramos seguir mandando a nuestros curas y laicos a facultades especializadas en pastoral y a la Gregoriana y no a esas escuelas que están viviendo ya una experiencia viva de Nueva Evangelización…..me parece que no saldremos del atolladero evangelizador en el que estamos hundidos.

Aunque  estoy convencido de que, como no se haga una verdadera reforma de la Iglesia, la N.E nunca se realizará. Pero ya tendremos tiempo de escribir de ello, si Dios quiere.

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