Gus Chacón

(Delegación de Juventud)

 

En algún momento del camino de tu vida alguna misionera loca se te planta delante y te dice: “Ven y verás”. Al principio no sabes si la propuesta te genera tremenda duda o infinitas ganas de saber qué es lo que tienes que ver; y sin darte cuenta te ves enrolado en una batalla entre don Carnal en forma de miedos e inseguridades y doña Cuaresma en forma de inquietud y necesidad de crecimiento. Cuando te cuentan que consiste en una convivencia, con otros tantos universitarios, en torno a la reflexión sobre la situación de la sociedad actual y cuál es el hueco que nosotros individualmente y como grupo tenemos que ocupar, no te queda ninguna alternativa que se contraponga a la aceptación con un Sí, rotundo y mayúsculo, de lanzarte a esta aventura.

Durante una semana estamos conviviendo con personas que somos muy distintas. Nos diferenciamos en la edad (desde los dieciocho hasta los veinticinco), en la formación (Desde grados medios a estudios universitarios casi acabados) e incluso en la forma de vivir la vida con respecto a la religión, ya que algunos somos practicantes habituales y otros hace años que no mantienen relación alguna con la fe.

Poco a poco, pese a las diferencias, te das cuenta que todos los jóvenes aquí reunidos somos personas humanas, como decía el filósofo, que tenemos situaciones familiares más o menos diferenciadas pero similares, cada una con su particularidad, y que sentimos la necesidad de hacer algo por cambiar el sufrimiento del mundo, por dar un poco más de nosotros en nuestra cotidianidad, por ser conscientes de las necesidades de nuestro entorno, incluido el más cercano en forma de amigos y medio familiar.

Esta experiencia nos está moviendo por dentro, nos está haciendo un núcleo duro que avanza fuerte, nos está aumentando la confianza y seguridad en la persecución de nuestras metas y nos está haciendo conscientes de que la sociedad necesita de los jóvenes, como cada uno de nosotros, para salir adelante, para que tiremos de ella y no nos acomodemos en las lástimas y el sufrimiento, sino que tomemos medidas para cambiar la realidad.

Puedo decir con total libertad que esta experiencia me hace sentirme querido, me hace sentirme necesario para esta sociedad y me hace que encuentre un espacio para continuar cambiando las piezas del puzle una a una, para tornar un presente que se dibuja gris en el boceto de un arcoíris con forma de sonrisa.

Por Eva Rojo

(Socióloga)

 

En los últimos días hemos oído hablar mucho sobre la importancia que tiene para occidente la libertad de expresión, y digo occidente porque para todo el mundo no existen las mismas reglas del juego, aunque lo creamos no existe culturalmente una única escala de valores que pueda medir una misma línea estándar  sobre valores para toda la humanidad.

No hemos de olvidar que “donde termina tu libertad empieza la mía” y es verdad que la libertad de expresión es un derecho pero sin menoscabar e insultar la integridad de las personas, esto incluye valores morales, religiosos etc.

No podemos en base de la libertad de expresión justificar la violencia, ningún tipo de ella, ni la verbal ni la física, pero el respeto con mayúsculas es el que marca la delgada línea que marca tu opinión de la mía, y no tanto la opinión como la expresión de la misma, o ¿puedo decir lo que quiera en el momento que me venga en gana?, no creo que esto sea el derecho a la libre expresión.

Las principales y más importantes guerras que nos narra la historia comienzan con un problema de comunicación, un mal entendido, una diferencia de opinión, de ideas dan al traste con la mejor convivencia, y es esta la base de la existencia del ser humano. Los nuevos sistemas de comunicación global tienen dos consecuencias importantes, en primer lugar la inmediatez de la información, nos llegan noticias de inmediato y con un flujo que nos impide contrastar y valorar siendo esto la causa de multitud de malas interpretaciones y malos entendidos, y en segundo lugar la globalización que proporciona una gran expansión de las ideas por todo el mundo. Estos dos binomios hacen del sistema algo volátil y a su vez apasionado quedándonos con la parte irracional que conlleva de este último adjetivo.

En fin estamos necesitados de un nuevo marco de entendimiento que pasa por la necesidad imperiosa de hablar del RESPETO como ingrediente básico en cualquier cultura que dote a la sociedad de empatía para conectar en un nuevo sistema que aporte la sinergia necesaria para hacer de este mundo un mundo mejor.

Juan José Plaza

(Delegación de Misiones)

 

 

 

El 3 de Febrero señala el calendario litúrgico de la Iglesia la celebración de la fiesta de S. Blas, obispo y mártir. Muchos pueblos de nuestra diócesis celebran su fiesta, entre ellos el mío, Albalate de Zorita.

Era natural de Sebaste, Armenia, en Asia Menor.  Es uno de  los Santos más famosos y venerados en la Iglesia tanto de Oriente como de Occidente. Y esto por dos motivos: 1/ Por su fidelidad a Cristo, que le llevó al martirio en tiempos del emperador Licinio, siendo gobernador de aquella provincia, Agrícola. 2/ Y por el milagro que realizó, cuando era conducido a la prisión, curando a un niño, que tenía atravesada la garganta por una espina. Este hecho lo ha convertido en el abogado de dichas enfermedades.

Los santos son como el espejo en que se refleja la presencia de Dios (su amor) y ejemplos vivos de vida para los cristianos de todos los tiempos.

En efecto,  aunque S. Blas es un santo mártir del Siglo IV no por eso es un santo pasado de moda, anticuado. Sigue siendo muy actual y su vida puede ser, y de hecho es, muy luminosa para los cristianos del siglo XXI.

Hoy se encuentra la Iglesia y  los cristianos, en general, en una situación parecida a la que se tuvo que enfrentar S. Blas. Es un hecho evidente que la religión más perseguida  actualmente en el mundo es la cristiana. Perseguida por medios sangrientos, pues los atentados y muerte de cristianos, en distintos países, son diarios. Y perseguida por medios incruentos incluso en países democráticos, que dicen defender los derechos humanos.

Ahí están los hechos: no permitir signos cristianos, poco a poco ir asfixiando la enseñanza religiosa en la escuela pública, magnificar cualquier hecho negativo que afecta a la Iglesia, todo lo que está ocurriendo en Andalucía   respecto a la catedral de Córdoba, etc.  No, el mayor peligro de persecución contra los cristianos, al menos en Europa, no nos viene del islamismo, sino de la misma sociedad europea paganizada, infectada de laicismo beligerante y de odio hacia la religión.

En estos días, tras el atentado de Paris, nos vienen bombardeando desde ciertos medios de comunicación y  centrales ideológicas contra el peligro de la islamofobia. Me parecería muy bien, si no fueran ellos mismos los que están constantemente incitando a la cristianofobia (es decir, al odio contra el cristianismo).

Hace un tiempo leí un libro que se titulaba: “El coraje de ser católico”. No cabe duda de que hoy, en pleno siglo XXI, en este mundo que vivimos, hay que tener coraje para perseverar en la fe y asumir el “martirio” a que estamos sometidos los cristianos (cruento o incruento).

Este coraje no es puro voluntarismo. Este coraje no es posible sin el don de Fortaleza, que nos otorga el Espíritu Santo por medio de la oración y que verifica  aquellas palabras proféticas del gran teólogo alemán Karl Rhaner: “El cristiano del siglo XXI será un místico (es decir un hombre de profunda oración) o no será nada”.

Los cristianos del S. XXI nos  acogemos a la intercesión de S. Blas:

1/ Para que nos conceda su “coraje”, en la presente situación, y  permanezcamos fieles a Cristo.

2/ Y también para que nos cure los males de garganta, físicos y especialmente  espirituales,  que  nos permita alzar la voz  y salir de nuestros silencios y cobardías, dando testimonio valiente de nuestra fe en familia, ante los hijos, en el trabajo, entre los vecinos, entre los amigos, en los nuevos  areópagos  de la sociedad, etc., como hicieron S. Blas y los apóstoles, cuando querían taparles la boca, prohibiéndoles predicar el evangelio. Que, como ellos, seamos capaces de decir: “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5, 29).

¡Mártir San Blas, en estos tiempos en que  a los cristianos se nos persigue como hicieron contigo, y, a la vez, se nos convoca  a una nueva evangelización, cura nuestras cobardías para que seamos capaces de dar testimonio, con nuestras palabras y obras, de Cristo en el mundo presente!

Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información)

 

 

 

 

El pasado día 24 de enero, fiesta de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, recibí un whatsapp que me animaba a comunicar todo lo verdadero, lo bueno y lo bello. Inmediatamente reenvié a varios amigos que se dedican a la comunicación el mismo mensaje, al que rápidamente contestaban aceptando agradecidos el reto de intentar comunicar buenas noticias.

El devenir diario nos aborda con noticias de todo tipo, algunas no muy buenas, siendo generoso en la apreciación. La gente comenta en sus conversaciones la angustia que se siente cuando, a la hora de la comida o de la cena, los informativos televisivos muestran un elenco de malas noticias de esas que te amargan la reunión en familia y hasta las viandas compartidas.

Estamos deseosos de buenas noticias. Pero, ¿por qué no ser nosotros mismos buena noticia para los demás? Ahí está la clave. Tenemos que esforzarnos cada día por hacerle la vida más fácil al de al lado con generosidad de corazón. Nuestras propias familias, que van cambiando con el tiempo, son el primer lugar en el que debemos ser buena noticia: siempre hay alguno que necesita un favor especial, o una ayuda extraordinaria; quizás haya llegado un nuevo miembro no esperado, puede que de fuera de nuestras fronteras; alguno de los nuestros se ha apartado de Dios, o de la Iglesia; algún otro puede vivir en situación de esas que se han dado en llamar irregulares; a veces cuesta la reconciliación...

Me he referido al ámbito familiar, pudiéndome haber referido a cualquier otro, porque en la víspera de la fiesta del patrón de los periodistas el papa Francisco hizo público su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales titulado Comunicar la familia:
ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor
, sin duda motivado por el convencimiento de que la familia es el primer lugar donde aprendemos a comunicar.

Sirvan como colofón a este breve comentario estas palabras del papa que nos pueden ayudar a vivir y a comunicar la familia: No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar.

 

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