Por Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente)

 

 

“Cuando tenemos experiencia, en nosotros y entre nosotros, en nuestras comunidades, de que el Espíritu sopla con ternura en nuestra miseria, entonces tenemos la certeza de que la esperanza de vida de la que damos testimonio es invencible y dará fruto a su tiempo, el tiempo de Dios.”

Abad General OCist

 

Con profundo agradecimiento y nuestros mejores deseos para todas las hermanas y hermanos, un fraternal abrazo en Jesús y María de la Madre Abadesa y la Comunidad cisterciense de la Madre de Dios de Buenafuente del Sistal.

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular)

 

 

El tiempo de vacaciones hace que se den cita en nuestros pueblos las personas que emigraron y cuyas raíces familiares y espirituales se encuentran en el mundo rural.

Con este motivo, y en medio de los días de vacación y descanso, tiene un lugar central las celebraciones religiosas de nuestros pueblos.

Las fiestas patronales son un recordatorio importante de las raíces de fe que poseen diversas personas, pertenecientes ya a otras ciudades y ambientes muy diferentes.

En torno a la fiesta de la Asunción de María y de San Roque numerosos pueblos de nuestra diócesis celebrar sus fiestas en honor a sus patronos.

Frente al laicismo de nuestra sociedad, la piedad popular es uno de los pequeños, a la vez que intensos, refugio de la fe que nuestros pueblos, como tal, tienen.

Por ello valoremos, cuidemos, cultivemos, profundicemos, purifiquemos nuestra devoción a María y a los santos. Son devociones que con una fuerte vocación cristológica, con un unas tradiciones que nos hablan de la belleza de la fe, de la sinceridad en la vivencia de la fraternidad y de la caridad.

Con este motivo, animo a todas las personas que lo deseen, a que nos hablen de sus fiestas y de las tradiciones de sus pueblos, enviando una reseña al correo electrónico de esta Delegación Diocesana de Piedad Popular, Cofradías y Hermandades. La dirección es la siguiente: cofradíEsta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

 

Por Juan José Plaza

(Delegación de Misiones)

 

 

No hay que esforzarse mucho en justificar lo que se nos dice en este versículo del Salmo 45, que hemos puesto por título a nuestro artículo.

También nuestro Señor Jesucristo, en cierta ocasión, afirmó: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros que se vuestro servidor” (Mat. 20,25-28).

Por lo que vivimos a nivel nacional, desde casi hace un año, y por lo que vivimos a nivel mundial habitualmente, está bien claro que la palabra de Dios es viva y actual (Hebreos 4,12).

Efectivamente, los políticos y dirigentes de los pueblos y de las grandes organizaciones mundiales  vemos que no salvan  al hombre ni sirven al bien común de los mismos, sino que se sirven de sus puestos para llevarnos por sus caminos, muchas veces caminos  tenebrosos y de perdición. En nuestra reflexión, de aquí en adelante, a nuestra patria la dejo a un lado  para fijarme en instancias más altas, como la ONU.

La deriva que llevan la humanidad y las naciones en distintos órdenes: cultural, político, social, económico, jurídico-legal, religioso, moral, de convivencia…se constata que va demoliendo a marchas forzadas, nada más y nada menos, que una civilización, la Civilización Occidental, también llamada cristiana. Civilización que construyó Europa y prácticamente la mayor parte del mundo, cimentada esa civilización en dos pilares: la razón natural (herencia del mundo griego) y el evangelio (herencia del cristianismo), que dio como fruto una antropología concreta, el valor inviolable de la persona humana, sus derechos, el respeto absoluto a la vida, instituciones como la familia, un cuerpo legislativo basado en la ley natural y el humanismo cristiano, una cultura, un arte, etc.  ¡Todo este edificio está en demolición, ya casi en ruinas!

¿De dónde procede la piqueta demoledora, que tan eficazmente está destruyendo nuestra civilización? En nuestra zozobra por dar una respuesta a esta pregunta decimos que es consecuencia del modo de vida materialista y hedonista que hemos adoptado. Es cierto. Pero esto tiene que nacer o brotar de unas raíces o fuerza más profunda, que nos impulsa fatalmente a esa forma de vida. Tiene que haber, decimos a veces, como una mano oculta o misteriosa o una mente que  vaya diseñando o delineando esta ingeniería social ¿Existe? ¡Existe! Y principalmente tiene su origen y ubicación en las Naciones Unidas (ONU).

Hace algún tiempo cayó en mis manos un libro titulado: “LA CARA OCULTA DE LA ONU” de Michael Schooyans, sacerdote, doctor en filosofía y teología de la universidad de Lovaina. Parece ser que San Juan Pablo II fue el que le pidió fuese a la ONU a investigar una serie de cuestiones. El resultado o fruto de ese estudio fue el libro, al que hago referencia. Tanto este libro, como otros muchos muy interesantes del mismo autor, los podéis descargar en una página de internet, que lleva por título “Michael Schooyans.org-Libros”.   

Sólo decir que el eje de este estudio está basado esencialmente en verificar que la Naciones Unidas han dado de lado o como superados los Derechos humanos, promulgados en 1948,  acogidos inicialmente como fuerza motriz de su acción, para pasar a promocionar los “nuevos derechos humanos” (tales como el aborto, el divorcio, la ideología de género, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la contracepción…).

¿Cómo es posible esto? Pues sencillamente porque los primigenios Derechos humanos estaban basados y fundamentados en la Ley Natural o Iusnaturalismo, que ahora ha sido sustituido por el positivismo jurídico.

Los “nuevos derechos humanos” (aborto, divorcio, matrimonio homosexual, ideología de género, eutanasia…) bien claro está que no se fundamentan ni en el sentido común ni en la Ley natural, ni en la razón, ni en el evangelio…, sino en un voluntarismo subjetivo-relativista. Esta es la  fuente de donde, para la ONU, manan actualmente todo derecho  o ley. Los derechos y leyes, por tanto, no son tales porque defiendan un bien  probado y universal para todos los hombres, sino porque emanan de una mayoría o consenso arbitrario de los hombres.

¿A dónde nos lleva esta deriva subjetivo-relativista? Al estado degradado y decadente en que se encuentra nuestra sociedad y que era la situación en que vivía el paganismo en tiempos de San Pablo, como nos relata  en su carta a los  romanos (Rom.1, 18-32). ¡Pura regresión humana!

Hoy nos preocupan mucho los desastres a que nos llevan las guerras entre las naciones. La Sagrada Escritura nos habla de una “guerra espiritual”, que se está dando hasta el fin de los tiempos entre el reino de las tinieblas y el Reino de Dios.

La gran guerra que hoy se está librando en  la humanidad es una verdadera guerra entre el bien y el mal. Parece que la ONU ha tomado partido por el mal y  se ha hecho su abanderada en muchas de sus manifestaciones. Pero en toda guerra hay muchas batallas que librar.

La ONU en su lucha, creando un Derecho Internacional perverso, trata de introducir sus graves errores en todas las naciones, incluso por coacción. Pero ante su sinrazón hay todavía fuerzas sensatas que intentan frenar su locura, como es la Iglesia y los cristianos (a los que la ONU  tiene proscritos). O como es el Tribunal de Derechos civiles y humanos de Estrasburgo (en Francia) que por unanimidad de sus 47 jueces internacionales el 15 de Julio de 2016 ha dictaminado que:” No se debe imponer a los gobiernos (por parte de la ONU, la Unión europea, etc.) la obligación de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo”.

El Señor nos dijo: “No he venido a traer la paz, sino la guerra “- esto en sentido espiritual- (Mat.10, 34). Viendo la realidad de nuestro mundo y de ciertas Instancias, como la ONU, no  podemos quedarnos los cristianos con los brazos cruzados. Utilicemos “nuestras armas” (primero la oración y testimonio de vida, luego el apostolado y el ejercicio de nuestros derechos, etc.) para defender el sentido común, la Ley Natural y la razón y, por supuesto, la verdad plena sobre el mundo y el hombre, que es Jesucristo y su Evangelio ( Jn 14,16).

La Jornada Mundial de la Juventud se celebrará por quinta vez en el continente americano

 

Por Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

Acaba de concluir la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia y ya se está pensando en la próxima convocatoria en el centro de las Américas. Panamá ha sido escogida para ser sede de la próxima JMJ en 2019. De esta forma el vasto continente americano, acogerá por quinta vez un encuentro de estas características. Entretanto durante dos años esta fiesta de la juventud cristiana se celebrará, sin tanta repercusión mediática, en cada diócesis en torno al Domingo de Ramos.

 Polonia pertenece al viejo continente. El pueblo polaco ha sido castigado históricamente, pero a pesar de esta opresión no ha perdido la fe. Quizá el exponente más evidente sean los campos de concentración y de exterminio de Auschwitz y Birkenau, los más grandes de la II Guerra Mundial, construidos por los nazis al comienzo de la contienda. Allí murieron, en la cámara de gas, cerca de un millón y medio de personas, en su mayoría judíos, pero también gitanos y católicos. Fue el lugar del martirio de Maximiliano Kolbe y Edith Stein. También su capital, Varsovia, tuvo que ser totalmente reconstruida tras los bombardeos de la Guerra, que no dejaron de ella más que los cimientos. Tras el fin de la guerra comienza la dura etapa comunista, que tuvo un punto de inflexión con la elección en 1978 de Karol Wojty?a, ahora San Juan Pablo II, como papa

Panamá, por el contrario, pertenece a los países que comienzan a desarrollarse tras el descubrimiento de América, auspiciado por la corona española en 1492. Se da la coincidencia de que, precisamente, en 2019, el 15 de agosto, se cumplirá el V centenario de su fundación por parte del español Pedro Arias. Muy cerca de esa ciudad se creó, por una Bula de León X, la primera diócesis en tierra firme del continente americano el 28 de agosto de 1513, concretamente en Santa María de la Antigua del Darién. Panamá estuvo unida a imperio español, formando parte del virreinato de Perú, hasta que se independizó el 28 de noviembre de 1821, pasando después por diversas formas de estado y de gobierno hasta su configuración actual. 

Panamá es un país de tránsito. El Canal de Panamá, inaugurado en 1914 y reinaugurado, tras su ampliación, el pasado mes de junio, comunica las costas de los océanos Atlántico y Pacífico y es importantísimo en el desarrollo comercial, financiero y cultural no solo de la zona, sino del continente entero. 

En Panamá más de tres cuartas partes de la población profesa la religión católica. El arzobispo panameño, José Domingo Ulloa, destacó, al conocer la noticia de la designación de Panamá para acoger la próxima JMJ internacional, que el papa eligiera “entre los pequeños” esta ciudad para acoger una celebración tan grande. Visiblemente emocionado y alegre, reconocía que Panamá, recientemente, ha “ampliado su canal y ahora abre sus brazos a la juventud del mundo entero”. Monseñor Ulloa, junto al resto de obispos del país centroamericano impartió con Francisco, invitados por el propio papa, la bendición en la clausura de la JMJ de Cracovia. Entre ellos se encontraba el primer cardenal del país, el agustino español José Luis Lacunza. 

Es evidente que la iniciativa del santo papa polaco, allá por 1985, Año Internacional de la Juventud proclamado por la ONU, sigue teniendo vigencia y se muestra ante el mundo como un signo de la frescura y vitalidad de la Iglesia. La convocatoria sigue manteniendo un esquema tradicional que funciona, acicalado con las novedades que cada ciudad organizadora aporta. Lo cierto es que la convocatoria tiene una gran repercusión mundial, que a nadie deja indiferente, y que todos los que participan en una JMJ lo recuerdan como una experiencia inolvidable.

 

Por Jesús de las Heras

(sacerdote y periodista)

 

 

Cracovia, la histórica capital polaca y su actual segunda ciudad, cuna de san Juan Pablo II, el creador, en 1985, de las Jornadas Mundial de la Juventud (JMJ), ha albergado una hermosísima JMJ,  en la que tanto las citas ya tradicionales y tan consolidadas en estas convocatorias como sus actualizaciones y novedades se han fusionado espléndidamente para ofrecer a la Iglesia y a la humanidad un extraordinario testimonio de alegría, de fe y de esperanza.

Las JMJ son como un río de vida cristiana y de gracia. A Cracovia se llegó de Río y a Río de Madrid y a Madrid de … y así sucesivamente; y de Cracovia ahora se irá a Panamá. ¿Con qué finalidad? Celebrar la alegría de la fe, potenciar la identidad cristiana,  tender puentes humanos de fraternidad, testimoniar la misericordia, hacer pública y joven profesión de la fe en Jesucristo y de la pertenencia eclesial de nuestros jóvenes y, así, contribuir a una humanidad mejor.

Retornando a esta JMJ, la misericordia ha sido el hilo conductor, la columna vertebral de esta trigésimo primera JMJ, la décimo tercera de carácter internacional. La misericordia, sí, y la presencia e impronta del Papa Francisco, quien, además, ha visibilizado que el don de las JMJ no es un recuerdo del pasado, sino una realidad, una gracia de Dios, para todos, con un brillante presente (más de dos millones de personas, la inmensa mayoría jóvenes acabaron dándose cita en Cracovia) y con una prometedora vocación de futuro.

Y es que, en efecto, esta poderosísima y fecundísima realidad eclesial que son las JMJ es una generosísima siembra de un mundo mejor. Ese mundo y humanidad que han de labrar y servir las jóvenes generaciones, a las que  los adultos han de mirar con esperanza y confianza.

 El trágico mes de julio (los atentados de Niza y de Normandía, en Francia, los tres atentados menores en Alemania, el fallido y confuso golpe de Estado en Turquía, la letal irrupción de un perturbado mental en una centro de discapacitados en Japón, la violencia asesina que no cesa en Irak, Afganistán y otros países asiáticos y la crisis de los refugiados y la indiferencia e insolidaridad con que son considerados) ha estado muy presente en la JMJ 2016 Cracovia. No podía ser de otro modo. Nada humano le debe ser ajeno a la fe cristiana, una fe siempre concreta,  encarnada, real, comprometida, operativa, transformante y transformadora. 

La situación recién descrita interpela y apremia, pues, a la toma de conciencia de que nuestra humanidad, a pesar de sus tantas y tantas luces, dista mucho de ser el mundo perfecto y autosuficiente, en que, singularmente en Occidente, creemos vivir. Necesitamos, seguimos necesitando y urgiendo, un mundo mejor, más justo, más de todos, más de Dios y con Dios.

Ante todo ello, los cristianos -y en particular los jóvenes cristianos- estamos llamados y hasta obligados a aportar la luz y la savia de nuestra fe.  No  hemos venido a este mundo «a “vegetar”, a pasarlo cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella»,  recordó e interpeló Francisco a los jóvenes en la vigilia. «Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia», apostilló en otro momento.

Una de las ideas más repetidas por el Papa en la JMJ 2016 Cracovia ha sido la de llamar a los jóvenes a construir puentes humanos en pro de una nueva fraternidad y humanidad, donde al odio y a la violencia no se responda con la misma moneda, donde otra economía con auténtico rostro humano sea factible, donde la acogida y la integración abran caminos a la superación de las exclusiones, de la rivalidades, de los muros y de los bloques. Puentes humanos y fraternos, en suma, que expresen y hagan real la misericordia que el Dios misericordioso quiere que caracterice la vida de sus hijos, los hombres y mujeres de toda raza, credo, lugar y condición.

Esta siembra y compromiso por un futuro mejor -una de las claves de la identidad de las JMJ- se visibiliza también con su nueva convocatoria internacional para dentro de tres años y que tendrá a Panamá como escenario. Este pequeño país latinoamericano, con una economía competitiva, aceptablemente posicionado en índices de desarrollo humano, tiene, sin embargo, un elevadísimo porcentaje de paro juvenil. Panamá, enclavada, por otro lado, en el istmo que une a América Central y con la del Sur y cuyo célebre canal facilita la comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico, es en sí misma un símbolo poderoso de la necesidad de tender puentes, de construir fraternidad y de abrir caminos a las jóvenes generaciones cristianas.

¿Te apuntas, tengas los años que tengas, a esta aventura? Con palabras del Papa Francisco, deja el sofá de la comodidad, del cansancio o del derrotismo y ponte las botas bien pretes para salir a las encrucijadas y a las periferias de la vida y de tu vida. No te pertreches de casi nada: solo de misericordia y de esperanza.

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