Sor María Cortes

(Delegación de Pastoral Penitenciaria)

 

 

Os saludo fraternamente en este tiempo de Adviento que hemos iniciado, con el deseo de que nuestro compromiso en la Pastoral Penitenciaria, sea Esperanza para los internos y todas las personas que están implicadas en esta pastoral.

Ayer recibí  del nuevo Director del Departamento Pastoral Penitenciaria,  Florencio Roselló Avellanas (Mercedario) el Proyecto del Departamento de Pastoral Penitenciaria para este año de la Misericordia, un Proyecto colmado de Compasión, puesto que el Amor de Dios mira con ojos de ternura y perdón a los internos y a sus familiares.

El proyecto se compone de varias acciones a nivel: Nacional, regional, diocesano y parroquial, con dos objetivos:

  1. Impulsar la dimensión Humanizadora/evangelizadora de la pastoral penitenciaria desde la reconciliación y el perdón.
  2. Sensibilizar la zona sobre la realidad de las personas privadas de libertad en centros establecidos en su demarcación.

 

También quiero compartir la carta que envió  el Papa Francisco a Mons. Rino Fisichella Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización.

 

Visitar a los Presos

 

“el Jubileo ha sido una ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. 

Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso a la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.

 

 Que este año Jubilar de la Misericordia suponga una profunda revisión de nuestro seguimiento a Cristo Salvador. Feliz Adviento para todos/@s.

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular)

 

 

En estos días de diciembre, en estos días de Adviento, nos preparamos interior y exteriormente para la Navidad.

Una forma tradicional para ello es poner el Belén, para que así,  de forma plástica, podamos recordar mejor el nacimiento del Señor. Y junto a la colocación del Belén el canto de los villancicos, que expresan la ternura de la que el hombre es capaz, y que destacan hoy más, si cabe, por los tiempos difíciles en que nos encontramos.

Esta es una forma de religiosidad popular muy tradicional en España que debemos de cuidar con esmero.

En las casas, en las parroquias, en las clases de religión,… no debe de faltar esta forma de señalar el sentido cristiano de estos días y de estas fiestas de Navidad, que van perdiendo, por desgracia, su sentido auténtico.

Bien sea utilizando las bellas figuras que hemos heredado o adquirido, bien utilizando los materiales más diversos, podemos hacer presente en nuestros ambientes al Emanuel, Dios con nosotros.

La humanidad de Jesucristo, que nace en Belén, es central en nuestra fe cristiana. El valor de la familia, la importancia del servicio y del don, la ternura que suscita la presencia de un niño en los hogares y en nuestras vidas,… se hacen presente de manera material en belén que colocamos estos días.

Pongamos el Belén estos días como un bello medio de evangelización y de expresión de nuestra religiosidad que tiene como centro a Jesús, cuya misericordia se hace realidad en Jesús, nacido en Belén.

 

Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

La humanidad entera vive sobrecogida e indignada la letal espiral del terrorismo yihadista. Tras los atentados de París, de la noche del viernes 13 de noviembre, la onda de terror se ha expandido, singularmente, a Bélgica, cuya capital, Bruselas, podría ser el epicentro operativo de los comandos terroristas, si bien, afortunadamente, no hay que lamentar, al menos por ahora, la pérdida de vidas humanas. 

Y como una siniestra hidra repleta de cabezas y tentáculos, el viernes 20, esta violencia ciega, homicida y blasfema asoló Mali, con la toma de rehenes de un hotel de Bamako, saldada con 21 personas inocentes asesinadas; y el martes 25, Túnez fue, de nuevo, herida con el atentado mortal contra doce militares de la guardia de seguridad presidencial.

¿Qué hacer contra todo ello?, ¿cómo reaccionar?, ¿qué caminos se ha de emprender para contrarrestar este terror, esta sangría y continua intimidación?, ¿cuáles debería ser, en suma, los caminos para la paz?

 

¿Dónde está el enemigo a batir?

El enunciado de los lugares en los que el terror yihadista  ha asesinado en las dos últimas semanas nos revela no solo su poder siniestro y sombrío, sino también la multiplicidad de sus presencias y lo difícil, en consecuencia, que es atajarlo. No estamos ante un enemigo localizado ni unificado. Es más: el enemigo lo tenemos en casa.

Por ello, y si nunca de por sí mismo el camino de la guerra es una solución, creo que ahora tampoco lo es.  No llamo a la inacción, ni a la pasividad. No pretendo ninguna maldita equidistancia o neutralidad.  No amparo no por asomo ni una sola de las coartadas de los miserables terroristas y de sus todavía más infames jefes. Ni mucho menos. No es que me instale con esta afirmación en el buenismo o en el pacifismo infantil o ingenuo o peor aún en el pacifismo táctico, ideologizado y hasta cómplice. Es que creo que seguir bombardeando Siria es un error, es bombardear a las piedras y a los alacranes. La guerra, además, es siempre añadir muerte, destrucción, dolor, desolación, resentimiento, venganza.

La historia, al menos, reciente de las últimas guerras no habla sino de fracaso, esterilidad, muerte, odio y enconamiento de los problemas. Pensemos si no en lo que pasó en Vietnam, Camboya, los Balcanes, Irak, Afganistán… Pensemos

 

La hipocresía no trae la paz

La comunidad internacional ha de esforzarse con paciencia y a la vez con firmeza por recorrer caminos no violentos como los del diálogo, la negociación, la diplomacia, la alianza, la inteligencia, el espionaje, descubrir, desenmascarar y cercenar sus fuentes de financiación y la denuncia del tráfico y comercio de armas. Sí, la denuncia de la denuncia del tráfico y de venta de armas porque, claro,  a alguien estará comprando el Estado Islámico las armas, porque alguien está haciendo negocio, y grande, con su horror y terror.

La paz tampoco se consigue esparciendo la sombra de la duda, por pequeña que sea,  sobre las creencias religiosas. La verdadera religiosidad se halla siempre en los antípodas de la violencia y del terrorismo. Y, en este caso concreto, la inmensa mayoría de los fieles musulmanes ni pueden ni de hecho comparten el horror y la blasfemia del yihadismo homicida y fundamentalista. Sí, esto mismo, aunque ya lo dicen, ha de decirlo todavía más alto y más claro los seguidores de esta religión.

El enemigo de la paz es el fundamentalismo, tanto el de matriz religiosa como el de matriz laicista. Ese fundamentalismo laicista que ha hecho que Occidente se olvide de su identidad y de sus valores, a mi juicio, una de las causas de este desastre.

 

El testimonio y la misericordia

La paz necesita testigos creíbles y cabales. Y ahí tenemos al Papa Francisco en el corazón de África, dando alegría, seguridad, esperanza y misericordia, precisamente en una tierra continuamente asolada por las guerras y que, sin embargo, quiere vivir y progresar. Camino inequívoco para la paz es, pues, sí, el testimonio y el de no dejamos aterrorizar, pues este es el primero de los objetivos de los terroristas y de los violentos.

La paz tiene también otra vía, que se llama misericordia. Tras los funestos sucesos de París, el padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa, reflexionó sobre cómo en medio de todo este convulso contexto, el Jubileo de la Misericordia es todavía más necesario. Recordó Lombardi que Juan Pablo II decía que el mensaje de la misericordia era la gran respuesta de Dios y de los creyentes en el tiempo oscuro y horrible de la segunda guerra mundial y su difusión de odio y masacres, obradas por los totalitarismos.

Ahora, cuando Francisco habla de una tercera guerra mundial a pedazos, es necesario el mensaje de la misericordia para hacernos capaces de reconciliación, de construir puentes,  de tener el coraje del amor, de servir y testimoniar la paz y la confianza recíproca, sin dejarnos aterrorizar y sin caer en la venganza, el odio o el pesimismo, y mostrando, en suma, el auténtico Rostro de la Misericordia.

Juan José Plaza Domínguez

(Delegado diocesano de Misiones)

 

 

Estamos en los prolegómenos de un nuevo año litúrgico, que comenzó el primer domingo de adviento, es decir, el día 29 de Noviembre.

En el transcurso del año litúrgico o eclesiástico la Iglesia celebra los principales acontecimientos de nuestra salvación, cuyo protagonista esencial es Nuestro Señor Jesucristo,” porque no  hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hechos 4,12).

A la celebraciones del Señor, dentro del año litúrgico, se unen la de los profetas, los ángeles, las de la Virgen María y San José, la de los apóstoles y los santos, que han sido actores en  esa salvación;  unos preparándola, otros  colaborando directamente en ella como la Virgen y San José, y otros extendiéndola  y llevándola a todos los hombres, conforme al mandato misionero del Señor: “Id al mundo y proclamad la buena noticia a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que no crea se condenará” (Mac. 16, 15-16),

La característica especial del nuevo año litúrgico es que ha sido proclamado por el papa Francisco año santo  de la Misericordia, que abrirá sus puertas el día de la Inmaculada.

La Iglesia basada en” el poder de las llaves” que Cristo concedió  a Pedro (“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que  ates en la tierra quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mat. 18,18), tiene la potestad de proclamar y celebrar los llamados años jubilares, a imitación de lo que hacía el Pueblo de Israel.

La palabra jubileo se inspira en el término hebreo  “YOBEL, que alude al cuerno del cordero con el que se anunciaba el comienzo del Año Jubilar. Jubileo también tiene una raíz latina, IUBILUM” que expresa un grito de alegría.

Los hebreos celebraban  un jubileo cada 50 años. Durante él se debía restituir la igualdad  entre los hijos de Israel.

 Por eso a los pobres y desposeídos  se les condonaban deudas, se restituían las tierras que habían pasado a manos de otros propietarios, se condecía la libertad a quienes la había perdido, cayendo en la esclavitud, etc.

Para los ricos el año jubilar era un recuerdo de que el verdadero Señor de todo era Dios y que los bienes de la tierra Dios los había creado para todos los hombres.

Todo esto estaba fundado en la justicia de Israel, pues esta Justicia consistía, sobre todo, en la protección de los débiles.

Imitando al Pueblo escogido, como acabamos de subrayar, la Iglesia Católica implantó la celebración de los años Jubilares. Fue el papa Bonifacio VIII el que celebró el primer jubileo  en el 1300, instituyendo su celebración cada 100 años. Pero posteriormente se determinó que  su celebración fuese cada 25 años para que cada generación pudiera participar de las gracias especiales  del mismo.

En la tradición católica, el  Jubileo consiste en que durante un año se conceden beneficios y gracias abundantes  a los fieles, que se concretan en la llamada indulgencia plenaria, por la que se perdonan a los fieles no sólo los pecados,  sino también todas las penas temporales debidas a los mismos y  aún no satisfechas.

Para que esto sea posible hay que cumplir con ciertas disposiciones eclesiales establecidas por el Vaticano, como por ejemplo:

  • Hacer una peregrinación o visita a algún santuario, que ha sido designado como jubilar.
  • Asistir a algún acto litúrgico, que se ha concretado por la jerarquía competente.
  • Confesar y comulgar entre los 15 días anteriores o posteriores a la visita al lugar o a la participación en el acto litúrgico.
  • Detestar positivamente el pecado.
  • Profesar la fe católica, rezando el credo.
  • Y rezar por las intenciones del Santo Padre.

Además de los años jubilares ordinarios, que, como decíamos,  se repiten cada cuarto de siglo, se pueden celebrar años jubilares extraordinarios. Es lo que ha determinado el papa Francisco, al decretar que este año litúrgico de 2016 se celebre el año de la Misericordia.

Con ello el papa invita a todos los hombres  a volver su mirada  a Dios, “Rico en misericordia” (Efesios 2, 4), y cuyo rostro se  ve reflejado en su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, “Imagen visible de Dios invisible” (Col. 1,15). “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar y condenar al mundo, si para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3. 17).

Por Odete Almeida

(Delegación de Pastoral del Sordo)

 

 

La película, “La historia de Marie Heurtin”,  una conmovedora historia melodramática que se ha estrenado en abril y ha vuelto a aparecer en los cines españoles. Esto me lleva a reflexionar sobre el tema de la película, ya que  dentro de la Pastoral de sordos se incluye a  las personas con discapacidad de sordoceguera.

Marie Heurtin nació el 13 de abril de 1885, en la Bretaña francesa. Fue la mayor de 9 hermanos, de los cuales solo dos hermanas vinieron al mundo sin ninguna discapacidad. El resto de sus hermanos, 5 de los cuales murieron a edad muy temprana, y los que sobrevivieron eran sordos o sordociegos.

La hija mayor de los Heurtin permaneció en casa hasta cumplir los diez  años de edad; hasta entonces no recibió ningún tipo de educación. En 1895 fue aceptada en el convento de las Hermanas de La Sabiduría, llamado Notre Dame de Larnay. Esta comunidad religiosa atendía a niñas sordas. Fueron pioneras en la educación de niñas sordociegas, siendo Marie la segunda niña sordociega en este convento; más tarde entró también su hermana Marthe Heurtin.

¿Cómo fue la enseñanza de Marie? La hermana Marguerite fue su tutora, y empezó a acuñar signos en los objetos y luego fue deletreándole palabras en francés con el alfabeto manual; así amplió poco a poco el vocabulario con el uso del alfabeto Braille. En pocos años, Marie aprendió a escribir y leer el francés, y era muy aplicada para aprender aritmética y geografía. También aprendió el oficio del bordado y a escribir a máquina. La comunicación con otras personas se realizaba a través de la lengua de signos francesa.

Cuando la formación terminaba las niñas del convento de Notre Dame de Larnay, volvían a su hogar. Pero Marie permaneció en el convento y cuando la Hermana Marguerite falleció, Marie la substituyó y se convirtió en la maestra de las niñas sordociegas que llegaban  al convento, una de las cuales fue su hermana Marthe.

Marie murió a la edad de 36 años por una epidemia de la época.

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