Por Jesús Montejano
(Delegación de Piedad Popular)
La experiencia estética o de lo bello es propia de la persona humana. La belleza que podemos contemplar tanto en la naturaleza como en la obra creada por el hombre es al mismo tiempo divina, porque la auténtica belleza está en Dios, y perceptible por los sentidos, suscitando en quien la crea o la contempla un deleite espiritual (arrebata, exalta, produce emoción, alegra y alimenta el espíritu).
Las expresiones de piedad popular han sabido vincularse a lo bello, que tiene su origen en la naturaleza. Para el creyente la belleza natural y la belleza artística ayudan a vivir la fe y a transmitirla, como un auténtico camino de evangelización y de diálogo con los no creyentes.
Las imágenes de piedad, la música y los cantos, los edificios, la literatura,… expresan la belleza, cuyo arquetipo es Dios, conscientes que el único icono verdadero y real de Dios es Jesucristo: Quien me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn 14,9).
La auténtica vocación del arte sacro, e incluso de todo arte, es transmitir el misterio de Dios, facilitando a la persona la adoración y la oración.
La contemplación del arte ha de buscar el equilibrio de la admiración, la enseñanza y la oración.
Arte y belleza son caminos hacia de Dios, pero incluso este camino necesita de la Gracia para que las mediaciones nos conduzcan al origen y fuente de toda belleza, para que podamos contemplar lo bello con los ojos de Cristo.



El Misal contiene las oraciones y los cantos que dirigimos a Dios a lo largo de la Misa, Hay algunas partes que se repiten en todas las Eucaristías es el “Ordinario de la Misa” en el aparecen: los ritos iniciales, acto penitencial, el Gloria, las plegarias Eucarísticas… Lo que cambia según el tiempo litúrgico en el que celebramos se denomina “Propio del Tiempo” en cual aparecen: la oración colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración de después de la comunión.
Juan José Plaza
También nuestro Plan pastoral diocesano y nuestro obispo, D. Atilano, nos lo predica reiterativamente “a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella” (II Timo. 4, 2).













