Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular)

 

 

El Segundo domingo de Pascua es llamado de la Divina Misericordia. Una devoción relativamente reciente que se ha extendido por toda la Iglesia. Nosotros, en ese Año Jubilar de la Misericordia, la ponemos de relieve, porque como dice el papa Francisco afirma al Inicio de la bula Misericordiae vultus, “Jesús es el rostro de la misericordia del Padre” (nº 1).

El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia afirma lo siguiente: En relación con la octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de los mensajes de la religiosa Faustina Kowalska, canonizada el 30 de Abril del 2000, se ha difundido progresivamente una devoción particular a la misericordia divina comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación. Puesto que la Liturgia del "II Domingo de Pascua o de la divina misericordia" – como se denomina en la actualidad – constituye el espacio natural en el que se expresa la acogida de la misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a los fieles para comprender esta devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas de estos días de Pascua. En efecto, "El Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia, su signo viviente: histórico-salvífico y a la vez escatológico. En el mismo espíritu, la Liturgia del tiempo pascual pone en nuestros labios las palabras del salmo: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Sal 89 (88),2)". (nº 154).

Que esta devoción nos ayude a experimentar el Amor de Dios, que Cristo nos muestra en el evangelio, de una manera profunda, y nos anime a poner por obra ese amor en tantas situaciones actuales de pobreza, marginación y exclusión en que el Amor de Dios es tan necesario.

Alfonso Olmos

(director de la Oficina de Información)

 

 

En pocos días se han estrenado un par de películas con temática poco usual, si al cine comercial nos referimos. Es evidente que hay un público fiel a determinados temas, y eso no se puede obviar, también al religioso. Me refiero a Poveda y Resucitado.

No son comparables una y otra, puesto que los medios con los que ha contado la que narra la vida del santo sacerdote linarense Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, dirigida por el joven cineasta Pablo Moreno, muy vinculado a la diócesis de Ciudad Rodrigo, no se parece en nada a la superproducción de Kevin Reynolds.

Resucitado es una película narra la conversión de un tribuno romano que está encargado de poner solución al hecho de la resurrección de Jesús, que hacía tambalear los fundamentos de la religión judía y del propio imperio romano. Aunque la cronología de los acontecimientos es cuestionable, la cinta es agradable, incluso tierna y, por supuesto, hace disfrutar al espectador cristiano.

En la película que protagonizan Raúl Escudero y Elena Furriase llama la atención la presentación que se hace de un sacerdote innovador, adelantado a su tiempo y dedicado especialmente a la educación de los niños más pobres en Guadix. La película narra la historia de un hombre santo y de una mujer, Josefa Segovia, entregada a la causa iniciada por este apóstol de los niños y de los pobres, martirizado en los inicios de la Guerra Civil española.

En definitiva cine con espíritu que no nos podemos perder, para que los que empeñan su tiempo, su esfuerzo y su dinero se vean recompensados, y los que se acercan a las salas de cine para verlas, disfruten del producto de ese trabajo a favor de la evangelización.

Ángel Moreno de Buenafuente

(Vicaría para la Vida Religiosa)

 

 

Quisiera, Señor, apresar el instante de luz amable, el beso de la brisa suave, el frescor de la mañana, al alba, el reflejo de mis ojos en las aguas de este mar bendecido de presencia. 

Quisiera, Señor, detener la travesía, y permanecer sintiendo el eco de la llamada, la resonancia de la confesión de Pedro, la experiencia de tu pan partido, el abrazo cálido de tu Palabra. 

Pero será mejor acallar el deseo, y escuchar lo que Tú quieres de mí. Será mejor esperar la indicación de tu enseñanza, esperar a escuchar la pregunta que cambia por entero la vida: “¿Me amas?” 

No puedo retener la travesía, ni provocar el éxtasis. No puedo anclar el alma en embeleso, ni permanecer absorto sobre las aguas. Y sin embargo me llevo el destello, el beso, el rumor, la luz, el sentimiento, la certeza de tu paso, y la seguridad de tu mirada permanente. 

Galilea no es nostalgia, sino envío; no es un final, sino un comienzo; no es huida, sino testigo; no en secuestro, sino mensaje y testigo. 

Galilea es seno materno, memoria del nombre pronunciado, escuchado de nuevo; es envío universal, hito ungido en la historia del seguimiento. Es rescate del amor primero, bautismo de deseo enamorado, banquete de Pascua, fe consolidada, por la experiencia interior, hecha certeza. 

Galilea es memoria de llamada, tierra nativa de todo discípulo, referencia consoladora, y confirmación de la esperanza, al tiempo que también es punto de partida, encuentro de amistad, reflejo de la belleza extasiada. 

Quiero, Señor, grabar en mi alma Galilea, el código pascual que me demuestra que a la noche sigue el alba, y la calma, a la tormenta. Quiero guardar en la memoria, que aquí quisiste dejarte acompañar por tus amigos, por ello, quiero que seas Tú quien mantenga la mirada en mi pequeña historia y, si es preciso atravesar la noche, la tormenta, que suscita miedo, por la sensación de hundimiento, que no me falte nunca tu Palabra, y tus manos alargadas, que me saquen de mi torpe valimiento. 

Quiero, Señor, agradecer el privilegio de saberme pronunciado por ti en Galilea, y pasar de mis contantes fugas, y así poder volver siempre a la orilla del mar, donde tu presencia generosa mantenga las ascuas encendidas, y la invitación a tomar juntos el almuerzo de Pascua.

 

Gracias, de nuevo, por esta travesía, que culmina siempre, más allá de la nostalgia, en la luz del alba.

 

Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 


Querido Santo Padre Juan Pablo II, querido san Juan Pablo II:

Se cumplen ahora once años de tu muerte y, unos días antes, de tus dos últimas y estremecedoras comparecencias ante los fieles desde la ventana del ángelus de los apartamentos pontificios. Nos sobrecogiste entonces, querido Juan Pablo II. Apenas pudimos entender tu quejumbrosa y lastimera voz, que se confundía con el gorgojo de la agonía y de la muerte, ya tan próximas. Fue, además, en los mismos del calendario civil y del calendario litúrgico de este mismo año. En 2005, el domingo de Pascua fue 27 de marzo y el miércoles de Pascua, 30 de marzo, como este año.

Y te fuiste al anochecer del sábado 2 de abril, también sábado de Pascua y víspera de la Divina Misericordia, como no podía ser de otro modo.

Reconozco que, aun habiéndote visto tan mal y tan herido en aquellas dos dolorosas e inolvidables  comparecencias desde la ventana, no pensé que tu muerte iba a ser inminente. Y no fue hasta lo noche del jueves 31 de marzo, cuando la Santa Sede informó del agravamiento de tu enfermedad y de nuevos problemas renales añadidos, cuando ya entendí que sí, que sí, que regresabas a la casa del Padre. Y que estabas muriendo como viviste: con las botas puestas, en vivo y en directo, sin trampa ni cartón.

¡Te habíamos tantas veces mal y luego te habías recuperado! Además, nunca vemos la muerte cuando esta acecha a un ser tan querido como tú… No la vemos o no la queremos ver o el buen Dios nos pone una venda en ojos y, sobre todo, en el corazón.

Escucha ahora, en estos días santos, también santificados por tu pascua, esta plegaria, mirándote, buscándote no ya en la ventana del Vaticano –la ocupa tan espléndida y admirablemente Francisco-, sino en la ventana del cielo:

 

 

 

Querido san Juan Pablo II, inolvidable amigo y maestro Juan Pablo II:

sigue bendiciéndonos desde la ventana del cielo. 

 

Gracias por volver a nuestro lado,

siquiera en estas fechas,

y ya, desde tu beatificación y canonización,

para quedarte para siempre.

Y eso que nunca te había ido del todo.

 

Te hemos sentido siempre cerca

y ahora aun más, todavía te sentimos cerca.

Eres uno de los nuestros, uno de nuestra familia.

 

Necesitamos tu mirada.

Necesitamos tu bendición sobre tu Iglesia y sobre tu Humanidad.

 

¿Sabes? Estuvimos en muy buenas manos con Benedicto XVI,

tu estrecho colaborador, tu amigo íntimo, Sucesor, como tú, de Pedro.

Ruega también por él, ya al alba de 89 años

y cuya se va consumiendo como una candela ante el Señor.

 

Lo sabes bien: ahora estamos en las manos de Francisco,

manos que rezuman evangelio, ternura, acogida y misericordia.

Reza también por él,

que, además, Francisco,

pide incesantemente que recemos por él.

 

Te recordamos con cariño y sin melancolía,

aún cuando la nostalgia de los 27 años vividos junto a ti surque

de vez en cuando en nuestros horizontes.

¡Estábamos tan acostumbrados a ti!

 

Sigue señalándonos a Cristo, el único Redentor del hombre.

Infúndenos fuerza y esperanza para que no tengamos miedo.

Sigue predicándonos el evangelio de la vida y de las familias.

Muéstranos que el verdadero y único tesoro de la Iglesia

deben seguir siendo los pobres y los necesitados.

Convéncenos de que la cruz es la llave santa de la santa puerta del cielo

y que sólo salva el dolor inmolado y ofrendado junto al Varón de Dolores.

 

Querido Papa de los jóvenes,

ayúdanos a buscar y llamar, servir y amar a los jóvenes,

como tú los buscabas, los llamabas, los servías y los amabas.

Te encomendamos la JMJ 2016 Cracovia, tu tierra, y de la que eres ya patrono.

Te encomendamos todos nuestros afanes evangelizadores con los jóvenes.

 

Enséñanos a comunicar y a transmitir el evangelio

con fuerza y con credibilidad,

como hacías tú, el Papa de la Comunicación.

 

Viaja y recorre con tu ejemplo y testimonio

por la rosa de los vientos de nuestro necesitado mundo.

 

Sigue corriendo así bien la carrera,

sigue así combatiendo bien el combate

del anuncio, de la misión y del apostolado.

Fortalece nuestro corazón cansado

para que seamos fieles, generosos y entregados hasta el final

-hasta el don total de uno mismo-

en la misión que la Providencia y la Iglesia nos confían.

 

Papa de los enfermos y los ancianos,

Santo Padre herido y condolido,

sigue enseñándonos que nadie se puede

ni se debe bajar antes de tiempo de la cruz,

porque solo la cruz sana y salva,

porque el dolor es salvífico,

porque el dolor más hace más humanos y más cristianos

 

Te pedimos por todos, a ti el Papa de todos.

Ruega por nuestros colegios y por las familias,

reza por los consagrados y los laicos.

Intercede por los políticos, por los poderosos y por los periodistas.

Te pedimos en especial por los jóvenes, los sacerdotes y los enfermos,

tú el Papa de los jóvenes, de los sacerdotes y de los enfermos.

 

Que ya sabes, además, querido san Juan Pablo II,

lo que te pedimos y lo que necesitamos. Amén.

 

 

 

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