El 1 de mayo, Jornada Mundial del Trabajo, es también en la Iglesia la fiesta de san José considerado como trabajador y como modelo e intercesor de los trabajadores

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Este sábado, 1 de mayo, es la memoria litúrgica de san José considerado, contemplado como obrero, como trabajador. Fiesta instituida por el Papa Pío XII en 1955, haciéndola coincidir con el Día Internacional del Trabajo, y proponiendo a san José como un ejemplo y mediador para todos los trabajadores. Y en este contexto celebrativo de san José,  y máxime dentro de su año santo (ver artículos de NUEVA ALCARRIA de los viernes 12, 19 y 26 de marzo), y ahora, el día 1, como trabajador, como obrero, Pastoral Obrera de la diócesis organiza una misa, presidida por el obispo, el sábado 1 de mayo, a las 12:30 horas, en la parroquia de San José Artesano de Guadalajara.

 

Orígenes y sentido de la fiesta de san José Obrero

 

San José Obrero, en latín «Sancti Joseph opificis», celebración litúrgica de la Iglesia católica, establecida por Pío XII, en 1955, el 1 de mayo, coincidiendo así con el día que el mundo del trabajo tenía y tiene ya fijada como su fiesta propia.

El evangelio se refiere a José como el artesano (en el original griego, «τεχτων», Mateo3, 55)​ y que con él trabajó Jesús, que era conocido como  también como «artesano» (Marcos 6,3)​.Los primeros escritores cristianos suelen hablar de él como carpintero. Así, en el siglo II, san Justino, hablando de la vida de trabajo de Jesús, afirma que hacía arados y yugos; y quizás, basándose en esas palabras, san Isidoro de Sevilla (siglo VI) concluye que José era herrero. En todo caso, se trata de «un obrero, de un trabajador, que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor», concluye en el santo autor del libro de «Las Etimologías», considerado la mejor enciclopedia del saber en su tiempo y un libro todavía muy válido.

El Papa Pío IX en 1847 estableció para la Iglesia universal la fiesta de san José como patrono de los trabajadores, fijándola para el tercer domingo de Pascua. León XIII, en su encíclica «Quamquam pluries», resaltó el papel del trabajo en la vida de San José y su ejemplo para los trabajadores; y Pío X, trasladó esta fiesta al miércoles anterior. Y ya fue Pío XII quien en 1955, estableció su fiesta propia el 1 de mayo y suprimió la anterior.

 

San José, carpintero, trabaja una viga delante de Jesús. Óleo de Georges de Latour (1593-1652)

 

Fiesta civil

 

En Estados Unidos, la Federación Americana del Trabajo, convocó para el 1 de mayo de 1868 una huelga general pidiendo que se estableciese la jornada máxima de trabajo de 8 horas, la huelga fue especialmente seguida en Chicago, donde se prolongó durante los días 2 y 3, con numerosos heridos y muertos.​  Y desde entonces, en algunos países, se empezó a conmemorar aquella reivindicación cada 1 de mayo A lo largo del siglo XX, se extendió por la mayor parte de los países la celebración de ese día como fiesta del trabajo, con un carácter reivindicativo, aunque suavizado por la propias conquistas sociales, y su consideración como una fiesta laboral. Y ya en la segunda década del siglo XX se extiende el Día Internacional del Trabajo en la práctica totalidad del mundo.

En ese contexto reivindicativo en el que Pío XII decisión establecer la fiesta litúrgica de San José Obrero el 1 de mayo. Así lo comunicó en el discurso dirigido a la Asociación Cristianos de Trabajadores Italianos (ACLI)​ el 1 de mayo de 1955. Su discurso  comenzó recordando que desde el origen de la ACLI, el mismo papa había puesto a esta asociación bajo el patrocinio de san José. Se refirió después a la labor que los cristianos han de realizar para dar un sentido cristiano al trabajo, y hacer que la justicia reine en las relaciones laborales. Y en este sentido afirmó, textualmente que «como Vicario de Cristo, queremos reafirmar [estos valores], aquí, en esta jornada del 1 de mayo que el mundo del trabajo se ha otorgado a sí mismo como celebración propia, con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo, y que este inspire la vida social y las leyes, basadas en el reparto equitativo de derechos y deberes». Y añadió: «Así el 1 de mayo, acogido por los obreros cristianos, y casi recibiendo el crisma cristiano, lejos de ser un despertar de la discordia, el odio y la violencia, es y será una invitación recurrente a la sociedad moderna a hacer lo que aún falta a la paz social. Fiesta cristiana, por tanto; es decir, un día de júbilo por el triunfo concreto y progresivo de los ideales cristianos de la gran familia del trabajo».

Y en el oficio litúrgico de la fiesta, se añadió la siguiente introducción: «Para que la dignidad del trabajo humano, y los principios que la sustentan sean grabados profundamente en las almas, Pío XII instituyó la fiesta de San José obrero, a fin de que brinde su ejemplo y protección a todas las uniones de trabajadores. A imitación suya, aquellos que ejercen profesiones laboriosas deben aprender con qué espíritu y enfoque llevar a cabo su cargo para que, obedeciendo el principio del orden de Dios, sometan la tierra y contribuyan a la prosperidad económica, obteniendo, al mismo tiempo, las recompensas de la vida eterna».

Introducción que concluía con esta frase: «Y el guardián previsor de la Familia de Nazaret no abandonará a los que son sus compañeros de oficio y de trabajo: los cubrirá con su protección y enriquecerá sus hogares con riquezas celestiales».

 

San José con el Niño Jesús (San Pedro de Sigüenza)

 

El Papa Francisco en su carta «Patris corde»

 

Por decisión del Papa Francisco, la Iglesia católica dedica, desde el 8 de diciembre al próximo 8 de diciembre, un año especial, lucrado de indulgencias plenarias especiales. Es con ocasión del 150 aniversario de la proclamación de san José como patrono universal de la Iglesia, declaración efectuada por el beato papa Pío IX el 8 de diciembre de 1870.

Francisco promulgó este año santo, como ya ha contado NUEVA ALCARRIA, mediante la carta apostólica «Patris corde». En ella, el Santo Padre dedica un apartado especial a la condición de san José como trabajador. Reproducimos, a continuación, íntegro el texto del Papa al respecto.

«Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la “Rerum novarum” de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.

En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.

El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?

La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos una llamada a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!».

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 30 de abril de 2021

Guía para recorrer bien el tiempo litúrgico pascual, que comienza este domingo, Domingo del Buen Pastor, su segunda parte y se prolongará hasta Pentecostés

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante cincuenta días la Iglesia celebra a Jesucristo Resucitado. Son ocho semanas completas. Pasado mañana, 25 de abril, será ya el cuarto domingo de Pascua, además Domingo del Buen Pastor. De este modo, comienza  ya la segunda parte de la Pascua, cuyo final, precedido de la Ascensión del Señor (domingo séptimo pascual, este año, el 16 de mayo), es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, acompañados de María, lo cual significa el comienzo ya de la misión evangelizadora de los discípulos de Jesús, el germen de la Iglesia. Asimismo, cada domingo del año es también el día de la resurrección.

Y la riqueza de la Pascua es tan grande y hermosa que la liturgia, la espiritualidad y la pastoral pascuales están cuajadas de signos que nos muestran el rostro del Resucitado y su presencia interpeladora entre nosotros.

Porque la Pascua no es un sentimiento, una creencia, una celebración el Domingo de Resurrección, sino una tarea, un compromiso, una misión. Y en aras a no olvidar la importancia decisiva de la Pascua para un cristiano, he aquí una guía, en forma de decálogos, que nos pueda ayudar a ser cristianos de Pascua y  a vivir su reto y tarea.

 

Decálogo de los signos y símbolos de la Pascua:

 

1.- Las flores: Son el fruto del jardín del Calvario, del jardín de la resurrección. Las flores son el fruto temprano la primavera radiante en su primer plenilunio. Las flores, frescas y primerizas, no pueden faltar en las celebraciones de pascua. Las flores hablan siempre por sí solas de fragancia, de belleza, de fruto, de pureza, de vida.

2.- La luz: Jesús es la luz del mundo. Su resurrección es la luz que disipa definitivamente las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz es para alumbrar, para guiar, para calentar. La liturgia de la Iglesia recrea este misterio de la luz con el fuego de la vigilia pascual y con el cirio, su simbólica imagen resucitada, su nuevo y definitivo icono pascual.

3.- La palabra: La resurrección estaba presente en la entraña misma de las Escrituras, de la Palabra de Dios. Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada. La vigilia pascual tiene por ello una liturgia especial de la palabra y el lugar de la palabra -el ambón, el atril- aparece florecido en pascua.

4.- El agua: Jesucristo es el agua viva, el manantial de la vida, la fuente de esperanza, el hontanar de la felicidad. Quien la bebe nunca más tendrá sed. El agua es signo de vida, de limpieza, de purificación, de fecundidad. Con el agua y en agua renacemos a la vida nueva por el bautismo. La liturgia pascual venera de modo especial el agua bendecida en la noche santa y en esta agua renueva su fe y promesas bautismales.

5.- El pan: Jesucristo es el pan vino bajado del cielo. El pan se convierte en su cuerpo, llagado y resucitado, y quien lo come tiene ya en prenda la vida eterna.

6.- El vino: Jesucristo nos dejó su sangre derramada como bebida para la remisión de los pecados y encomendó a su Iglesia, a sus sacerdotes, hacer memoria de ella. Jesús Resucitado es el vino nuevo y definitivo, que sacie y no embriaga.

7.- El incienso: El incienso era en la cultura pagana uno de los símbolos de la divinidad. En la liturgia cristiana es también expresión de adoración y veneración. El incienso es usado especialmente en las liturgias pascuales. “Suba nuestra oración, Señor, como incienso en tu presencia”.

8.- El aleluya: Jesucristo, en sus apariciones, llama a sus apóstoles y discípulos a la alegría. La palabra alegría en griego es “aleluya”. El “aleluya” es utilizado en la liturgia pascual de manera permanente. La alegría, el aleluya, debe ser una de las consignas y de las características de los cristianos de todas las épocas. Su resurrección es la alegría que nadie nos podrá arrebatar.

9.- La paz: Jesucristo es nuestra paz, es el príncipe de la paz. Con su muerte y resurrección ha hecho la paz y la reconciliación para siempre. Su saludo, en las apariciones tras la resurrección, es una invitación a la paz. Las escenas neotestamentarias de la resurrección están transidas de paz. La paz es don de los dones del Señor. La paz es credencial de la resurrección.

10.-La misión: “Id a Galilea…”, “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? “Id y predicad el evangelio a todas las gentes…”. La pascua no puede esperar. La gloria en nosotros y para nosotros del Resucitado no puede esperar. El cielo no puede esperar. Pero el cielo sólo se gana en la tierra: “Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo.

 

Los símbolos de la Pascua

 

Decálogo de los lugares y los caminos de la resurrección

 

También en los lugares y hasta caminos de la resurrección de Jesucristo encontraremos la certeza de su gloria y el camino para hacerla nuestra un día. Como pinceladas, como aproximaciones y sugerencias para contemplar el misterio las ofrecemos ahora:

 

1.- El jardín, el huerto: La resurrección tiene lugar en el entorno del Calvario, en un pequeño huerto o jardín, que contenía una tumba nueva, propiedad de José de Arimatea, discípulo clandestino del Señor. Tiene lugar en el primer plenilunio de primavera, cuando la vida arranca en su esplendor, en su fecundidad, en su belleza y en su fuerza. El jardín, el huerto joanneo, evoca el misterio amoroso y nupcial del Cantar de los Cantares. Jesucristo será ya para siempre el Amor y el Amado.

2.- La piedra corrida: Es afirmación común de los evangelistas que la piedra con había sido cerrado el sepulcro estaba corrida al rayar el alba de la pascua. La fuerza de la resurrección -el terremoto del que habla Mateo- ha podido con ella, con peso y su volumen. La tierra se ha abierto. El grano de trigo, enterrado en ella, da fruto y fruto para siempre. La resurrección es también la puerta abierta a la eternidad y a la felicidad que tanto anhela nuestro corazón.

3.- El sepulcro vacío: Es también otro de los argumentos más reiterados en todos los relatos de la resurrección. El sepulcro vacío es signo de la resurrección. Es signo de que la resurrección de Jesucristo ha vencido a la muerte para siempre. El sepulcro vacío evidencia que no existe el cuerpo muerto del Señor. Verdaderamente ha resucitado en cuerpo glorioso. También nosotros resucitaremos en la carne. También quedarán vacíos nuestros sepulcros.

4.- La sábana y el sudario: Con ellos fue amortajado y embalsamado el cuerpo muerto del Señor. Son así testigos de su resurrección. Son testimonio inequívoco de que quien estaba yacente y cubierto con ellos se había levantado de la muerte para siempre. Se ha despojado de los ropajes de la muerte y se ha revestido de gloria para la eternidad. La pascua es la cruz transfigurada; el crucificado, el transfigurado.

5.- El cuerpo glorioso y llagado: La resurrección de Jesucristo es la resurrección de su cuerpo llagado y glorioso. Jesús Resucitado mostrará las llagas de sus manos y de sus pies y la herida abierta del costado, de la que brotó sangre y agua, símbolos sacramentales y de la misma Iglesia. Los testigos de las apariciones del Resucitado lo verán en cuerpo glorioso y llagado, el mismo cuerpo y, a la vez, distinto. No es un fantasma. Los fantasmas no tienen cuerpo como Jesús Resucitado. Con la resurrección la encarnación y la cruz se hacen definitivas: Jesucristo es para siempre es el Dios encarnado y el Dios entregado. Su cuerpo resucitado es presencia definitiva de Dios: su Templo verdadero.

6.- El cenáculo: El cenáculo fue el lugar de la última cena. Fue el escenario del lavatorio de los pies, de la entrega del mandamiento del amor y de la institución de la Eucaristía y del orden sacerdotal. El cenáculo rezuma atmósfera de intimidad, de misterio, de prodigio, de gracia a raudales, de plegaria, de comunidad fraterna. El cenáculo era la “guarida” de los apóstoles y demás discípulos cuando el Señor es crucificado. El cenáculo será testigo de las apariciones a los Apóstoles en grupo, en colegio. El cenáculo será también el lugar de la venida del Espíritu Santo, el don pascual por excelencia del Resucitado.

7.- El camino: Toda la vida y misión de Jesús fue un camino. Él es el camino, la verdad y la vida. En el camino, Jesús se apareció a Cleofás y al otro discípulo de Emaús. No lo reconocieron al comienzo. Tras el camino, en el que desglosó las Escrituras, y tras la fracción del pan, sus ojos se abrieron al Resucitado. Jesucristo, haciendo camino con nosotros, se introduce en nuestros caminos de “vuelta” y de frustración y los transforma en caminos hacia la vida y la misión, hacia Jerusalén, a donde regresan los de Emaús. La fe es siempre camino. La vida de la Iglesia es siempre camino, es el camino de la humanidad. El hombre es, a su vez, el camino de Jesucristo y de la Iglesia.

8.- Las Escrituras: Los relatos bíblicos están cuajados de alusiones, más o menos explícitas, al misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Los ángeles de la mañana de la resurrección invocan la Escritura como argumento de la Resurrección. Jesús Resucitado, en sus apariciones, alude también reiteradamente a la Escritura que había de cumplirse. El corazón de los dos discípulos de Emaús ardía en gozo y en esperanza mientras Jesús les explicaba las Escrituras. Las Escrituras, la Palabra de Dios, son siempre verdad continuada e irrefutable de la resurrección. Jesucristo es la Palabra.

9.- La fracción del pan y el pez asado: Los dos de Emaús reconocieron al Señor en la fracción del pan. Los apóstoles, en la mañana de una nueva pesca en Tiberíades, serán invitados por el Señor Resucitado a sumar los 153 peces que habían pescado por su mediación al pez que él mismo había dejado, junto al pan, en unas brasas, a la orilla del mar grande de Galilea. Jesús es reconocido por los apóstoles y discípulos al compartir la comida. Es expresión nueva de intimidad, de fraternidad, de amistad. La fracción del pan es asimismo símbolo de la Eucaristía celebrada, partida, compartida y repartida. El pez, en las siglas de su nombre griego, fue signo muy usado por los cristianos de la primera hora. Era el mismo nombre de Jesús. El pez es símbolo, pues, de la confesión del nombre de Jesús y de la misión de quienes profesan su Nombre.

10.- Galilea y el mar de Tiberíades: Los relatos evangélicos de la resurrección aluden a Galilea y al mar de Tiberíades como lugares donde el Señor se habría de manifestar vivo y resucitado. Galilea había sido el microcosmos donde Jesús vivió, predicó, convivió con los apóstoles y discípulos, hizo milagros, anunció el Reino. Galilea es símbolo de la vida y del afán de cada día, de la primera misión apostólica. Galilea será, tras la resurrección, el macrocosmos de la misión universal de los apóstoles. Galilea es ya el mundo entero, la historia y la humanidad enteras. Y Galilea, su mar grande -Genesaret, Kineret, Tiberíades- es la imagen por excelencia de la Iglesia, sacramento de Jesucristo: “Echad la red y encontraréis”.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 23 de abril de 2021

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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¿De Dios o de Disney?

 

Oigo con desafortunada frecuencia, las explicaciones más peregrinas sobre temas eclesiales e incluso de pura Fe. En general sobre la vida de la Iglesia. Me sorprendo con las afirmaciones más asombrosas, enunciadas y defendidas con ardor como la mayor verdad. Otro día escribiré a mis amigos, algún párrafo de las historias inventadas sobre las relaciones personales en el Vaticano. Alguna experiencia me acompaña, como para poder escribir con referencia a las noticia-patraña que con tanta frecuencia nos acompañan de ese pequeño Estado. Pero, vuelvo al tema de este mes: sobre lo que se afirma como verdades.

A veces, tengo mis dudas. ¿Somos hijos de Dios e intentamos seguir a Jesucristo o a Disney?  ¡A Disney, sí! No se asombre el amigo lector. ¿Cuántas veces no nos fabricamos nuestra propia imagen de Dios y la soltamos y defendemos a capa y espada? ¿Cuántas veces no oímos auténticos disparates como si realmente estuvieran recogidos en la Biblia, en la Doctrina de la Iglesia o en la Tradición?

En la mayoría de las ocasiones, son disparates “coloridos” de “buen rollito”, simpáticos como, nos dicen ahora: “el Señor debe ser simpático” Normalmente se nos pone cara de bobo y pensamos qué bueno es Dios y cuánto sabe sobre Él, el que nos lo está revelando ya sea personalmente o por escrito. Descuiden que no preguntarán por las dudas que se presenten a un sacerdote católico próximo. ¿Para qué si Dios es tan bueno, que nos acoge a todos y nos perdona siempre?

Esta afirmación sobre la bondad de Dios en la que creo firmemente y que sin la menor duda es cierta, insisto, lo es con el muy importante matiz, que casi nunca oímos, de que aceptemos de verdad en nuestro corazón la propia existencia de Dios, como una realidad al margen de convenciones sociales, e intentemos vivir de acuerdo a sus enseñanzas. Eso no parece tener importancia.  ¡Dios es tan bueno! Y volvemos a la cara de bobo.

Me recuerda, cuando presencio alguna conversación en la que se vierte alguna barbaridad dicha con mucha seriedad, a “Bambi”, aquella inolvidable película de mi niñez, donde alrededor del nacimiento y vida de un pequeño cervatillo, se teje toda una historia en la que aquel formidable Director-Productor de cine norteamericano, hace hablar desde a una vieja lechuza o a un búho, ya no recuerdo bien, hasta a multitud de animalitos del campo. Con todo el respeto del mundo, me parece que con mucha frecuencia nos creemos Disney y ponemos en boca de Dios y como verdades, sólo productos de nuestra imaginación y buena fe de la que no dudo. Incluso coloridas versiones, pero……. exentas de cualquier grado de verosimilitud. Disparatadas en relación a la verdadera Fe recibida.

En definitiva, a veces, hacemos un Dios a nuestra imagen. Igual que Disney ponía voces a los dibujos que nos iba presentando en sus películas, así nosotros, con frecuencia, hacemos un Dios a nuestra imagen, como si fuéramos Disney y estuviéramos creando el guion de una películas simpática, colorida, cómoda de ver, pero anodina, nada exigente para con el prójimo, teológicamente hablando. Esto es: no como Dios quiere que sean las relaciones entre los seres humanos. Olvidándonos de las reales tensiones, de los necesarios esfuerzos que se nos exigen, si de verdad queremos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Un amor, más allá del que representan los simpáticos conejitos de “Bambi” o el viejo y simpático búho.

Un amor que ha de superar barreras muy difíciles para con el hermano y prójimo cercano y fuera del colorido y el buenismo de la pantalla. El ser real tantas veces atormentado y siempre complejo.

A ese ser real, tan alejado del buenismo del cervatillo de Disney, a su servicio, es al que debemos ponernos los miembros de las Conferencias como auténticos cristianos, para hacernos perdonar, como nos recuerda San Vicente, el poco bien que les hagamos.

Con Cristo a través de María

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente

Guadalajara, España

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PLEASE FIND BELOW THE TEXT IN ENGLISH

 

Of God or of Disney?

 

Unfortunately, I hear frequently the weirdest explanations about ecclesial topics and even about the faith itself. In general about the life of the Church. I am surprised by the most astonishing claims, vehemently stated and defended as the greatest truth. Another day I will write some paragraphs to my friends, about the made-up stories concerning personal relationships in the Vatican. I think I have some experience, which allows me to write about the tall tales we hear so often about this small state. However, I go back to the topic of this month: what is stated as truth.

Sometimes I wonder, are we children of God trying to follow Jesus Christ or to follow Disney?  Disney, indeed! My friends and readers, you should not be surprised. How many times do we not make our own image of God, release it, and fight tooth and nail to defend it? How many times do we not hear utter nonsenses as if they were actually contained in the Bible, the Doctrine of the Church, or in tradition?

In most cases, they are "colourful" cool nonsense of "good vibes", as they tell us now, "The Lord must be nice".  We usually get a dumb face and think how good God is and how much he knows about Him, he the one who is telling it either personally or in writing. Do not expect them to ask the nearest Catholic priest to clarify the possible doubts! What for, if God is so good that He welcomes everybody and always forgives us?

This assertion of the goodness of God in which I firmly believe and which without doubt is true, I insist, is so with the very important nuance, which we almost never hear, that we truly accept in our hearts the very existence of God as a reality, regardless of social conventions, and we try to live according to His teachings. This does not seem to matter. God is so good! And we get again a dumb face.

When I witness a conversation in which some outrageous thing is uttered most earnestly, it reminds me of "Bambi". This was that unforgettable film of my childhood, where around the birth and life of a small fawn, a whole story is woven in which that great American film Director-Producer, makes speak from an old owl to a multitude of little animals in the forest. With the greatest respect, it seems to me that very often we think ourselves Disney and put in the mouth of God as truths, only the product of our imagination and good faith, of which I do not have any doubt. Even colourful versions, but....... devoid of any kind of plausibility. Nonsensical compared to the true Faith that we have received.

Ultimately, we sometimes create a God at our own image. Just as Disney gave a voice to the cartoons he featured in his films, so we often make a God at our image, as if we were Disney and we were creating the script of a nice, colourful, easy-to-see, but bland movie. A film that, from the theological point of view, is not demanding for the spectators. This means: not as God wants the relationships between human beings to be. Forgetting the real tensions, the necessary efforts that we are required to make, if we really want to love our neighbour as ourselves. A love, which goes beyond the love represented by the lovely little rabbits of "Bambi" or by the old, friendly owl.

A kind of love that has to overcome very difficult barriers with the closest brother and neighbour and which is outside the colourful and “do-gooder feeling” of the screen. With that real human being so many times tormented and always complex.

It is that real being, so far from the goodness of Disney’s little fawn, we members of the Conferences must serve, as true Christians, in order to be forgiven, as St. Vincent reminds us, for the little good we do to them.

With Christ through Mary

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of Saint Vincent de Paul

Guadalajara, Spain

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Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Creí, más fue infundada mi creencia.

Pensé, pero fue errado el pensamiento.

Sentí, más fue confuso el sentimiento.

Juzgué, pero fue incierta mi conciencia.

 

Razoné, mas vagué en mi pensamiento.

Convine, y descarrié mi conveniencia.

entendí y se engañó mi inteligencia.

cavilé hasta perder casi el aliento.

 

Creí en dogmas de encubierto misterio.

Pensé en velos de secreto criterio.

 

Sentí el sentimiento igual falseaba,

juzgué inviable aquello que pensaba.

 

Razoné, convine al fin: Jesucristo.

Cavilé y entendí: eras la luz, Cristo.

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Nota: El concepto de estrofa "castellana", en la que está escrito el poema, puede teclearse en un buscador de internet y se encontrará la descripción de la misma.

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Agustín Bugeda

(vicario general)

 

 

Parece un contrasentido hablar de alegría en una situación tan compleja como la que estamos viviendo. Puede ser un atrevimiento insistir en el gozo a tantas personas que directa o indirectamente sufren las consecuencias de esta pandemia: enfermedad, soledad, perdida de seres queridos, situación precaria, falta de trabajo… Y claramente desde el aspecto solamente humano, aunque en el horizonte esté la vacuna, sigue el dolor y muchas lágrimas en los ojos.

Ahora bien, desde la fe siempre podemos vivir felices. La fe no nos aleja de la realidad, no nos ciega, sino que la fe nos hace vivir la realidad con otro corazón, con otros ojos y por eso sí que podemos vivir alegres y hablar del gozo y la esperanza.

San José vuelve a ser un ejemplo para todos nosotros. El supo vivir en paz, contento, feliz… en medio de muchas dificultades, luchando contra innumerables circunstancias adversas como el no entender humanamente lo que pasaba, la huida a Egipto, las incomprensiones de alrededor, la normalidad de Jesús, la enfermedad…

Y él, José, vivió alegre porque sabía vivir y disfrutar del momento presente. Al saberse en las manos de Dios comprendía y hacía suyo cada acontecimiento que le pasaba, sabiendo que con ello cumplía la voluntad de Dios y por ello podía estar tranquilo y orgulloso. Todo lo hacía cuidando el mínimo detalle para que resultara lo mejor posible, porque todo es importante y de todo se puede disfrutar. Así nos enseña a vivir el momento presente como momento de gracia y, por lo tanto, dar gracias a Dios por toda circunstancia viviéndola en paz y alegres. Es esta una profunda razón para no perder nunca la alegría y la paz.

Pero además San José se sabía acompañado en todo momento por Jesús y la Virgen, y esa compañía le infundía un gozo que nada ni nadie le podía quitar. Una compañía cercana, física, histórica, pero también en fe. Es la misma compañía que experimentamos nosotros continuamente por el Espíritu Santo, una compañía mística, sacramental, en fe… pero tan real como la que tuvo José, por ello podemos decir ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿quién nos podrá arrebatar la alegría de su amor? Nada ni nadie.

Podemos pues vivir en esperanza, también en este tiempo. Podemos vivir alegres y confiados, luchando con paz contra toda inclemencia, pero sabiendo como San José que vivimos la hora de Dios, el momento de Dios para nosotros. Esa es la alegría de San José, la alegría pascual que os deseo de todo corazón y que nunca falte en nuestras vidas y en nuestras casas, en nuestras comunidades y en nuestro mundo.

 

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