El crismón de consagración de 1169, el Doncel y capilla, la Sacristía de las Cabezas, el sepulcro del obispo Bernardo de Agén, santa Librada y la Virgen de la Mayor

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

La pasada semana, al hilo del 852 aniversario de la consagración de la catedral de Sigüenza, ofrecí una visita general, un recorrido sobre ella. Y anuncié para este viernes, en la página de Religión de NUEVA ALCARRIA, siete paradas sobre siete de sus lugares más o espacios más representativos y emblemáticas.

Este nuevo recorrió parte del lugar donde nació la catedral, en el crucero sur, se adentra por la girola, al este del templo, y tras detenerse en el norte del edificio, concluye su itinerario en el oeste.

Es muy probable que próximamente ofrezca otras paradas de otros tantos lugares capitales de nuestra catedral como el cuadro de El Greco, las salas de los tapices, las capillas de la Anunciación o de la Inmaculada y de san Marcos y santa Catalina, etcétera.

 

El crismón de consagración, 1169

 

En el transepto o brazo sur del templo, junto a la actual puerta del Mercado antes puerta de la Cadena (desde la que impartía justicia, por ejemplo, el cardenal Cisneros, cuando canónigo capellán mayor de la catedral y provisor del obispado), en un dintel de la puerta de la torre del Santísimo, junto a la capilla del Doncel, está esculpido el dibujo más antiguo de la catedral. Dentro de un círculo (figura de lo divino), están grabadas y superpuestas las letras iniciales de la palabra Cristo en griego. Cristo significa Ungido. Puesto que la acción de ungir se realiza con el «crisma», por eso a este grabado se le llama «crismón».

Y en él viene la prueba científica epigráfica de la fecha de consagración de la catedral: 19 de junio de 1169, que es la fecha que conmemora este año jubilar: 850 años. En concreto, debajo del crismón aparece esta leyenda, en piedra arenisca, notablemente desgastada: ERA. M. CC.VI, fecha de la era de Augusto que corresponde al año de la era cristiana 1169. La fecha viene completada, ya en documento, con el 19 de junio del citado año. Era obispo de Sigüenza Joscelmo Adelida, quien consagró el templo.

El crismón mide 0,50 por 0,50 metros. Técnica, artísticamente es un lábaro de Constantino el Grande.

Con ocasión del 850 aniversario de la consagración del templo, el 19 de junio de 2019, al lado de este crismón, se labró un nuevo en memoria del año jubilar con que la catedral había celebrado la efeméride.

 

El Doncel, siempre el Doncel

 

Al lado del crismón, a la izquierda según se camina, aparece la capilla de San Juan Bautista y de Santa Catalina de Alejandría, más conocido por ser la capilla funeraria de la capilla Arce, donde se halla y sobresale la obra artística más hermosa y popular de la catedral seguntina: el Doncel, el sepulcro yacente de Martín Vázquez de Arce (1461-1486), hijo de los fundadores de la capilla. Se trata de una prodigiosa escultura, en estilo gótico flamígero o isabelino, del año 1493, de autor anónimo. Sobrecoge de que autor de la obra halla representado vivo y semiyacente al Doncel, la belleza, compostura (ojos vivos, libro en las manos, vestido de comendador de la Orden Militar de Santiago, a la que perteneció), simbolismo (un anticipo del ideal renacentista) y mensaje del personaje, muerto en la guerra de Granada, en junio de 1486. Es de autor anónimo.

La portada de la capilla es de comienzos del siglo XVI, de composición renacentista y con labores de estilo plateresco que responden a las trazas de Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Se dispone con un arco de medio punto que lleva a sus lados columnas jónicas de dos tramos. Sobre el arco se observan los emblemas heráldicos de los patronos, la familia de los Arce. En la parte superior de la clave y enjutas del arco se encuentra un entablamento con la inscripción, flanqueada por el escudo del obispo de Canarias, Fernando de Arce, hermano del Doncel y mecenas de la capilla, también enterrado en ella, en una espléndida tumba plateresca. La entrada se corona un magnífico frontón semicircular con la representación artística de la Epifanía.

La reja, de estilo gótico renacentista, es de la autoría de Juan Francés. Fue pintada y dorada por el maestro Juan de Arteaga.

        

La Sacristía de las Cabezas

 

Estamos ya en la girola, hacia el norte de la misma. Entramos en la Sacristía Mayor, también conocida como la Sacristía de las cabezas, destaca por ser una de las obras más importantes del renacimiento español.

En primer lugar, obsérvese la magnífica portada renacentista. Es de estilo plateresco, pero, a pesar de su ornamentación, se advierte ya una tendencia al clasicismo puro, propia del renacimiento español avanzado. Fue erigida en 1573 bajo la dirección de Juan Sánchez del Pozo. Tiene aspecto de retablo a causa de las hornacinas que contienen las esculturas de los apóstoles. Está encuadrada por columnas corintias.

Mención aparte merece los batientes de la puerta de nogal que da acceso al interior. Son de estilo plateresco y fueron labrados por maese Pierres bajo la dirección del seguntino Martín de Vandoma. Ambos batientes se dividen en compartimentos que incluyen relieves del jarrón de azucenas, emblema del cabildo, y una serie de santas mártires representadas con sus atributos.

El diseño de la Sacristía de las Cabezas es obra del famoso arquitecto toledano Alonso de Covarrubias. A partir de 1533 y hasta 1567 participaron sucesivamente en su ejecución los maestros Francisco de Baeza, Nicolás de Durango, Juan de Durango y Martín de Vandoma.

Es de planta rectangular, dividida en cuatro tramos sobre los que descansa una bóveda encañonada con una decoración única: centenares de casetones circulares que alternan cabezas humanas y florones. Un total de 304 cabezas grandes que destacan por su expresividad, variedad y perfecta ejecución. En ellas se representan los distintos tipos sociales de la época: obispos, abades, doctores, alarifes, guerreros, monjes. etc. Si se tienen en cuenta las cabezas de inferior tamaño de querubines de la bóveda y las que se hallan en el friso, enjutas y capiteles el total asciende a 3.000 ejemplares.

Otro elemento a destacar son las cajonerías de nogal. Las dos más próximas a la capilla de las reliquias, las más antiguas, se diferencian de las demás por su talla, más artística y valiosa; fueron diseñadas por Martín de Vandoma y talladas por maese Pierres con motivos ornamentales platerescos.

 

Sepulcro del obispo don Bernardo

 

De origen francés, concretamente aquitano, y monje cisterciense, don Bernardo de Agén fue el obispo de la restauración diocesana en el siglo XII, a partir de 1124, en que, tras la reconquista de la ciudad, comenzó su ministerio episcopal en ella y en la diócesis. Falleció en 1152. Fue enterrado en esta catedral, junto a la sacristía de las Cabezas, recién descrita, en la girola. Fue don Bernardo quien puso las bases para la construcción de la catedral.

Bajo su estatua yacente, en la girola, entre la sacristía menor y la sacristía de las cabezas, vemos una larga inscripción que comienza con estas palabras: «Aquí yace don Bernardo, natural de la ciudad de Aquino, del Reino de Francia, capiscol de Toledo, y después que España se restauró de los moros, cuando el Rey don Rodrigo la perdió, fue el primer obispo de Sigüenza».

El sepulcro, «uno de los monumentos más venerables de la catedral», en palabras del historiador Manuel Pérez Villamil, fue ejecutado, en estilo gótico tardío por Martín de Lande, en 1499, y se halla entre la sacristía menor o de los Mercedarios y la sacristía mayor o de las Cabezas, en el comienzo de la girola, según la nave del Evangelio.

 

"/Altar mayor

 

Ya en el centro del crucero, al fondo de la capilla mayor, en un plano elevado sobre el nivel de la capilla por medio de tres escaleras y rodeado por el gran retablo tardorenacentista que hizo Giraldo de Merlo, por disposición del prelado fray Mateo de Burgos, a comienzos del siglo XVII, vemos el altar mayor, el lugar donde se hace presente el sacrificio de Cristo. El altar mayor es el centro espiritual de la catedral, la fuente de donde brota la gracia. En el altar mayor se encuentra también la sede y la cátedra del obispo, donde éste ejerce su triple ministerio: enseñar, santificar y regir.

El retablo fue recientemente restaurado (2009) por el Ministerio de Cultura, al igual que su reja y púlpitos (el púlpito gótico del cardenal Mendoza, de la nave de la Epístola; y el púlpito plateresco de la nave del Evangelio).

La capilla mayor de la catedral es coronada en su bóveda por una extraordinaria clave con un Pantocrátor medieval como figura decorativa.

La capilla mayor de la mayor está en la cabecera del templo, al este, y es prolongada por el crucero -también de belleza extraordinaria-, en la nave central, y el coro, espléndida obra del siglo XVI con dos magníficos órganos musicales.

 

Relicario de Santa Librada

 

En el transepto o brazo norte de la catedral, en la parte central del retablo plateresco, mandado levantar por el obispo don Fadrique de Portugal, en el primer tercio siglo XVI, está la urna que contiene las reliquias de santa Librada, virgen y mártir aquitana de los primeros siglos del cristianismo, cuyas reliquias fueron traídas hasta aquí por don Bernardo de Agén, el obispo de la restauración.

Las catedrales se consagran con las reliquias de los mártires. Este fue el caso de la catedral de Sigüenza, consagrada, con toda probabilidad, con reliquias de santa Librada, quien llegó a ser patrona de la catedral, de la ciudad y de la diócesis.

El conjunto del transepto norte de la catedral (lo integran el mausoleo de don Fadrique de Portugal, el relicario de santa Librada, la puerta de jaspe o del pórfido –puerta de acceso al claustro- y la fachada de la sacristía de santa Librada) es de extraordinaria belleza, realzada aún más gracias al magnífico trabajo de restauración, auspiciado por el Ministerio de Cultura, concluido en abril de 2018.

La traza arquitectónica de este conjunto fue realizada por el gran Alonso de Covarrubias, en 1515, y ejecutada, entre otros, por Francisco de Baeza. Las pinturas del relicario de santa Librada son de Juan de Soreda. Estos tres artistas son del siglo XVI.

 

Virgen de la Mayor

 

Es una talla inicialmente románica del siglo XII, traída también por don Bernardo de Agén. La talla, esculpida en madera de ciprés, fue modificada en varias ocasiones, adquiriendo, a partir del siglo XIV, una configuración más gótica, esbelta, elegante y risueña.

La imagen es de las llamas «vírgenes sagrario», pues tiene una portezuela en la espalda donde se reservaba el Santísimo. Es la patrona de la ciudad, con fiesta el domingo siguiente a la Asunción y a san Roque, fiesta precedida por un solemne novenario.

Desde la segunda mitad del siglo XVII, un espléndido retablo barroco, mandado hacer por el obispo Andrés Bravo de Salamanca y ejecutada por Juan de Lobera, alberga la venerada imagen de la Virgen de la Mayor, cuya advocación responde, con toda seguridad, al hecho de que desde el siglo XII al siglo XVII, (quinientos años) estuvo en la capilla mayor del templo, de donde hubo de desplazar a partir de 1610 al erigirse allí el ya citado retablo mayor de Giraldo de Merlo.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 25 de junio de 2021

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

 

Peña del Águila y Hueva

su pico al cielo levantan

y ya la mirada encantan

desde esta plaza, que es nueva...

 

Por aquí andaban y aguantan

bases en sima y en cueva

que muralla sobrelleva.

Piedras que la historia plantan.

 

La plaza se expande luego,

con sombra en un emparrado

y un breve sotillo al lado

que dota al lugar de sosiego.

 

Sobre el solar enlosado

que ante mi vista despliego

se va juntando en apego

gente que allí se ha encontrado.

 

La iglesia de Ginés, blanca

su doble torre la eleva.

Es una iglesia longeva:

del Renacimiento arranca.

 

El intradós bien nos prueba

que el círculo es la palanca

que la fachada desbanca

y hacia su interior nos lleva. 

 

Las palmeras su penacho

en el sotillo lo alzan.

Con palmas nuevas se calzan

para ascender su picacho.

 

De las viejas se descalzan

para abreviar su capacho.

Romanones, su mostacho,

en pedestal sobrealzan. 

 

Y aun diría que luz brilla

más por uno que otro lado,

tiene el dorso blanqueado

más que la frontal orilla.

 

El fulgor al sur quedado

y al norte quedó barbilla,

pues que en esto es mi Castilla

propensa a lo acostumbrado. 

 

Albo a oeste rascacielos

hacia el azul va viajando;

por el este va asomando

bloques con menores vuelos.

 

La calle Mayor quedando

por el norte, entre sus suelos;

y abajo, por los subsuelos,

restos de muralla hallando.

 

Y, si aguzas la mirada,

verás semillas lloviendo

de mayo, en su verde atuendo.

Viva vida tan amada. 

 

La Alcarria al sur aun viendo.

Al este, torre afilada

gótica, fina, acerada,

que las casas van cubriendo. 

 

Es la iglesia franciscana

en lo que hoy llaman el Fuerte

de San Francisco, que inserte

medievo en esta mañana.

 

Ciprés, morera me advierte

que iglesia dominicana

de San Ginés, verde y cana,

deje atrás, cuando deserte.

 

 

 

 

Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016.

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

* La estrofa se llama "octava ola o copla alcarreña". Busque en internet quien quiera saber en qué consiste y ejemplos de ella; incluso hay un libro entero compuesto en esta estrofa. Pero la sonoridad de dicha estrofa es tan grande como ya se nota con esta sola poesía. La estrofa realza cuanto se escriba en ella.

 

Vídeo autor:

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

“Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él (Jesús) estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».” (Mc 4, 37-41)

 

Consideración

 

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

 

Si sientes la tormenta de la mitad de la vida, del momento de la jubilación o de la edad avanzada. Si percibes la fragilidad y la enfermedad en tu familia o comunidad, y hasta intuyes que el proyecto de tu vida parece deshacerse y derrumbarse.

 

Si sientes la tormenta de la soledad, al pensar que ya no concitas el acompañamiento de los amigos, de quienes antes eran tu compañía o porque la pandemia nos ha vuelto un tanto individualistas, o porque han muerto. 

 

Si sientes la tormenta del vacío de tu pueblo, del miedo que embarga a muchos de tus vecinos, y quizá a ti mismo, del alejamiento de los jóvenes, de la indiferencia de muchos ante problemas que te parece importantes.

 

Si sientes la tormenta de tu propia pobreza y debilidad, del miedo a la quiebra no solo económica, sino sobre todo del ánimo y a la pérdida de la estabilidad emocional y serenidad del ánimo. 

 

Si sientes la tormenta del ambiente social, económico, humano, político, eclesiástico y cada día muchas de las noticias te entristecen y te producen desánimo.

 

Si sientes la tormenta de la percepción del abismo, del límite, por un futuro incierto, y tu mente se llena de fantasmas imaginarios.

 

Súplica

 

Cabe que grites como los discípulos: “Señor, sálvanos, que nos hundimos.” “Despierta, Señor, tu poder y ven a salvarnos”. “Rompe la arrogancia de las olas del mar”. “Pon un dique y un límite al ímpetu del oleaje”. Y supliques, Señor, acalla el huracán, el torbellino de mi imaginación, la agitación de mis afectos, la proyección injusta de un futuro incierto.

 

Contemplación

 

La Palabra te confronta, y te pregunta: “¿Por qué tienes miedo, por qué dudas, hombre de poca fe?” Jesús tiene poder de amainar el viento, de calmar las olas, de conducir a puerto. “El Señor apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar.” (Sal 106, 31)

 

Respuesta

 

Ante las palabras de Jesús cabe reaccionar: “Acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre” (Sal 130). Me abandono a tu Providencia, sé que la barca llega a puerto, y que el alba puede a la oscuridad de la noche. Si tú quieres, Señor, déjame sentir la calma, y la seguridad de tu acompañamiento, aunque parece que duermes. Que no olvide el código de la naturaleza de que después de la tormenta viene la calma, de que siempre que llueve escampa y de que la noche no puede al día.

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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Vi a un viejo llorar

 

Sucedió hace bastantes años, pero es difícil que lo aparte de mi pensamiento. Todo empezó con una distracción mía.

Estaba unas cuantas bancas detrás, pero me tenía hipnotizado el casi imperceptible temblor de sus hombros. ¡Aquel hombre estaba llorando!  Pensé que podría ser una equivocada percepción mía y no me atrevía a interrumpirle para preguntarle si necesitaba algo. Seguí intentando no distraer mi atención de la visita al Amigo. No lo conseguía. Una y otra vez, con cierta angustia, desviaba mi vista de Él para centrarme en él.

Finalmente, pensando que pudiera necesitar alguna cosa, me levanté y avancé hasta superar su banca, continuar algunos pasos más hacia adelante, para poder volverme y comprobar, viéndolo de frente, si realmente estaba llorando. Era así, lloraba.

No era de los habituales en aquel Templo, al menos a esas horas. Después supe que estaba allí por algo parecido a un ataque de desesperanza.

Intentando volver a mi asiento, en uno de esos golpes que los más simples solemos llamar casualidad, el viejo miró al frente y al encontrarse con mis ojos fijos en él, sostuvo la mirada. Aquel encuentro ocular, propició que venciera la timidez y al pasar por su lado, le preguntara si podía ayudarle. Bajó la cabeza y después de unos segundos en los que no sabía si le había molestado, dijo muy bajito: “no podrá hacer nada, pero………… si quiere escucharme, siéntese aquí, a mi lado”.

Me senté después de encomendarme a Aquel que nos estaba viendo a ambos. Aquel hombre necesitaba descargar el peso que llevaba encima. La siguiente hora, la utilizó para desgranar una historia dura en la que había faltado de todo para templar tanto sufrimiento. Tanta soledad. Tanto desvalimiento.

No le dije nada. No le aconsejé. No supe hacerlo ni él me lo pidió. Tuve la sensación de haberme encontrado con mi hermano. Nada más. También nada menos.

Al cabo de un rato, volvió la cabeza y me preguntó: “¿volveré a verle?”

Después de aquello y al ritmo que el nuevo amigo me marcaba, quedando en cada ocasión para la siguiente, pasaron muchas semanas e incluso varios meses de escucharle. No necesitaba otra cosa. Creo que tampoco la quería.

Un día no apareció a la cita. Durante varias semanas, mantuve la asistencia a las horas en las que nos habíamos encontrado siempre. No volví a verle.

Seguramente, alguno que pudiera llegar a conocer esta historia, quizás me preguntase si realmente serví a aquel amigo para algo. Si solucioné alguna cosa, algún grave asunto. No hubo nada de eso, al menos de manera perceptible para mí.

Sin embargo, puedo asegurar, que pocas veces en mi vida me he sentido tan servidor de los pobres, tan hijo de San Vicente, como en aquella ocasión en la que todo comenzó cuando vi a un viejo llorar.

Por María, siempre a Cristo por María.

 


 

 

I saw an old man cry

 

It happened many years ago, but it's hard for me to take it away from my mind. It all started with a distraction of mine.

He was a few pews behind me, but I was mesmerized by the almost imperceptible trembling of his shoulders. That man was crying!  I thought it might be a misperception of mine, and I didn't dare to interrupt him to ask if he needed anything. I kept trying not to distract my attention from the visit to the Friend. I couldn't make it. Again and again, somehow anguished, I diverted my sight from Him to focus on him.

Finally, thinking that he might need something, I got up and advanced to get over his pew and continue a few steps further forward, so I could turn around and check, seeing him face to face, if he was really crying. He was indeed crying.

He was not one of the regulars in that Temple, at least at that hour. I learned later that he was there due to something akin to a fit of despair.

Trying to get back to my seat, by one of those coincidences that the simplest of us usually call chance, the old man looked forward and when he met my eyes fixed on him, he held his gaze. That eye contact made it possible that I overcame my shyness and as I passed by him, I asked him if I could help him. He lowered his head and after a few seconds in which I didn't know if I had bothered him, he said very quietly: "You won't be able to do anything, but............ if you want to listen to me, please sit here next to me."

I sat down after commending myself to the One who was seeing both of us. That man needed to unload the weight he was carrying. He used the next hour to unravel a hard story which lacked anything to temper so much suffering. So much loneliness. So much helplessness.

I didn't say anything to him. I didn't advise him. I didn't know how to do it, and he didn’t even asked me to. I had the feeling of having met my brother. Nothing more and nothing less.

After a while, he turned his head and asked me, “Will I see you again?”

After that and at the pace set by my new friend, every occasion arranging to meet next time, many weeks and even several months passed listening to him. He didn't need anything else. I don't think he wanted it either.

One day he didn't show up for the appointment. For several weeks, I kept attending at the time in which we had always met. I never saw him again.

Surely, someone who could get to know this story might ask me if I was really useful to that friend in any sense, if I solved anything, some serious matter. There was none of that, at least perceptible to me.

However, I can assure that seldom in my life have I felt so much a servant of the poor, so much St. Vincent's son, as on that occasion when it all began when I saw an old man cry. 

Through Mary, always to Christ through Mary.

 

 

El 19 de junio se cumplen 852 años de la consagración de la catedral de Sigüenza, principal monumento de esta tierra y entre las diez mejores catedrales de España

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Este sábado, día 19 de junio, se cumplen 852 años de la dedicación litúrgica y consagración de la catedral de Sigüenza. La efeméride es celebrada con rango de solemnidad en la catedral, con misa a las 11 horas en la capilla mayor de la misma.

Del 19 de junio de 2018 al 19 de junio de 2021, mediante un exitoso año jubilar, se conmemoró el 850 aniversario de la consagración del templo. Hoy, un día antes del 852 aniversario de la catedral de Sigüenza, propongo en este artículo en NUEVA ALCARRIA una visita general, un recorrido sobre ella. Y la próxima semana, haremos, paradas en diez de sus más representativos lugares.

 

Un recorrido por nueve siglos de historia

 

Será un paseo por la historia, por el arte, la religiosidad y la cultura de los últimos nueve siglos. Será una cita y un encuentro con el principal monumento de la provincia de Guadalajara y diócesis de Sigüenza-Guadalajara y con una de las diez mejores catedrales de España. Porque hacer la afirmación no es “chauvinismo” alguno, es pura verdad. Descontadas las cinco grandes catedrales españolas –Sevilla, León, Santiago, Burgos y Toledo-, entre las cinco siguiente aparece, sin duda, la catedral de Sigüenza, junto a las de Salamanca, Barcelona, Palma de Mallorca, Oviedo, Jaén o Murcia.

Hace más de medio siglo el gran crítico e historiador de arte José Camón Aznar  describió hermosa y atinadamente la catedral seguntina con estas palabras: “Una vez más en tierras españolas, un exterior hosco, macizo y de bélica rudeza, encierra los primores más delicados del arte. Así es la catedral de Sigüenza, cuyo proceso constructivo nos permite seguir la misma evolución del arte cristiano desde el siglo XII”. Y José Ortega y Gasset escribió poéticamente sobre ella: “La catedral de Sigüenza, toda oliveña y rosa a la hora del amanecer, parece sobre la tierra quebrada, tormentosa, una bajel secular que lleva bogando hacía mi…”

 

Desde el siglo XII

 

Consta que la actual iglesia de Santa María de los Huertos (S. XVI), en la Alameda y actual templo del monasterio de las Monjas Clarisas, se levantó sobre las ruinas de la primitiva catedral seguntina, reconocida como Santa María de Medina o Santa María Antiquísima.

Reconquistada Sigüenza del poder musulmán en el año 1124, gracias a su preconizado pastor, Bernardo de Agén, obispo y guerrero, este procedió enseguida a la construcción de un templo catedralicio que sirviera, a la vez, de fortaleza militar. La actual catedral no es, como afirma el historiador local Felipe Peces, "ni en su elevación ni en sus proporciones la que erigió el Obispo Bernardo de Agén en los años de su pontificado". Fue evolucionando con primor, sobre todo, en las épocas góticas y renacentistas.

En el año 1138 el Emperador Alfonso VII donó al Cabildo la propiedad del terreno sobre el que se levantó la catedral. Inmediatamente después, en torno a 1140 ó 1144, comenzó la construcción del templo, erigiéndose quizás alguna pequeña iglesia o capilla previa.

Los obispos Pedro de Leucata (1152-1156) y Cerebruno (1156-1166), sucesores inmediatos de Bernardo de Agén, dieron gran impulso a la construcción del edificio. Fue el Obispo Martín de Finojosa (1186-1192) quien promovió la construcción de una gran Catedral gótica, puesta en "hombros" de la románica.

 

Consagración y vertiginosa y prodigiosa evolución

 

El 19 de junio del año 1169, siendo obispo de la diócesis Joscelmo Adelida -también llamado Goscelmo o Joscelino-, tenía lugar la consagración y dedicación de la Catedral de Sigüenza. La fiesta litúrgica de la dedicación de la catedral se celebra el 19 de junio. La catedral seguntina fue declarada basílica por el Papa Pío XII en 1948, siendo litúrgicamente dedicada o consagrada como tal Basílica, quedando como muestra de ella las cruces rojas basilicales sitas en las naves del templo. Era obispo de la diócesis seguntina Luis Alonso Muñoyerro. Por todo ello, el nombre técnico de nuestra catedral es Santa Iglesia Catedral Basílica de Santa María en su Asunción.

La primitiva planta de esta catedral es del siglo XII, en su mitad, perteneciente al estilo cisterciense, de cruz latina con tres naves, torres cuadradas en los ángulos accidentales, cimborrio sobre el crucero y dos torrecillas en los extremos de este. Al norte, a comienzos del siglo XVI se levantó el claustro principal, gótico tardío. La fábrica primera es de dos estilos superpuestos; uno románico avanzado y otro, gótico incipiente. La girola y otras dependencias pertenecen a los siglos XVI-XVII.

 

Fachada principal de la catedral de Sigüenza, fotografía de Patricia B. Millán

 

Descripción de la Catedral

 

En la construcción de la catedral, podemos distinguir tres grandes períodos globales. El primero corresponde a la catedral medieval, entre los siglos XII-XV, a la que pertenecen las torres y las fachadas, las naves interiores, la capilla del ábside, la capilla mayor la capilla de los Arce y el claustro.

La segunda época corresponde a la catedral renacentista y plateresca, con el retablo de la capilla mayor, ornamentación de la capilla de los Arce, retablo de santa Librada y mausoleo del obispo Fadrique de Portugal, coro y trascoro, sacristía de las Cabezas, capilla del Espíritu Santo, girola, capillas laterales, capillas de San Pedro, de la Anunciación, de San Marcos, del Cristo de la Misericordia y otras dependencias menores.

A partir de la primera mitad del siglo XVII, llega la catedral barroca, una de cuyas muestras es el retablo de la Virgen de la Mayor, en el trascoro. El Neoclásico también dejó hermosas muestras en la Catedral como la puerta del mercado, promovida por otro de los grandes obispos de la historia seguntina, Juan Díaz de la Guerra.

 

La Catedral en la Guerra Civil

 

Este hermoso templo catedralicio quedó muy deteriorado durante la última guerra civil española (1936-1939). El crucero, la capilla mayor, las torres del poniente y del mediodía, el coro, el púlpito del evangelio, las capillas de santa Librada, el retablo de don Fadrique, el retablo de la Virgen de la Mayor, los bellos rosetones, el magnífico órgano y otros elementos quedaron profundamente dañados durante los días de la liberación de Sigüenza. Sus valores artísticos más valiosos -las alhajas, el viril de la custodia, una custodia del siglo XVI, algunos tapices flamencos, vasos sagrados, el cuadro de la Anunciación de El Greco...- habían desaparecido; los valores bancarios, usurpados; el archivo-biblioteca, hundido; el mobiliario destrozado y sus fondos, dispersos.

Asesinado el 27 de julio de 1936 el obispo diocesano, Eustaquio Nieto y Martín, correspondió al menguado cabildo catedralicio, tras la entrada en Sigüenza del ejército nacional, la elección de un vicario capitular. Quedaban vivos tan solo cuatro canónigos. Fue elegido el arcediano Hilario Yaben Yaben. A él le correspondieron las primeras, apremiantes e imprescindibles obras y gestiones de reconstrucción de la Catedral.

Tras el final de la Guerra, el Gobierno del general Franco asumió la reconstrucción. El 27 de julio de 1946 la catedral seguntina, cicatrizadas sus heridas, era solemnemente reabierta.

 

"La Fortis Seguntina"

 

El edificio de la catedral ofrece semblante militar, respondiendo a una de sus primitivas funciones de templo-fortaleza, la "fortis seguntina".

El conjunto, y, de forma especial, el interior respira austeridad, energía, armonía y recogimiento. Así, la catedral de Sigüenza -que debe figurar entre las diez/doce mejores catedrales de España, como decíamos al comienzo- ha merecido encendidos elogios de historiadores, críticos, artistas, turistas, visitantes, literatos y ha generado una bella y amplia literatura.

Tal vez su elemento más destacado y el que reporta una mayor celebridad a la catedral seguntina sea la singular y bellísima estatua yacente del Doncel,  Martín Vázquez de Arce. Se trata de una extraordinaria escultura en alabastro de finales del siglo XV, trazada en el estilo gótico isabelino y revestida ya de los primeros atisbos del Renacimiento. La escultura del Doncel es un elogio al mejor humanismo, rezumante de espiritualidad y trascendencia, de gallardía e idealismo. Es emblema de la mejor España, entonces todavía alboreante. La obra destila belleza, lirismo y hasta melancolía. Su autoría permanece anónima.

Otros elementos de primer orden son la sacristía de las Cabezas, diseñada por el gran Alonso de Covarrubias; los púlpitos de la capilla mayor; los retablos platerescos de santa Librada y de don Fadrique de Portugal en el transepto de la nave del evangelio; la fachada mudéjar de la capilla de la Anunciación, un prodigio alabastrino de arte mudéjar; el claustro tardogótico;, un cuadro de El Greco –la Anunciación-y otro de Tiziano –el Santo Entierro-, ahora en exposición en el  vecino Museo Diocesano de Sigüenza; y la sencilla y elegante custodia procesional del día del Corpus, de finales del siglo XVIII.

 

Lo que es una catedral

 

Pero una catedral es mucho más que un museo, que un conjunto extraordinario de arte y de historia. La catedral es un edificio religioso. Es el primer –“caput et mater”- edificio religioso de una Iglesia local o diócesis. Es la cátedra del obispo –de ahí su nombre de catedral-, donde ejerce en plenitud su misión docente al servicio y para la edificación del pueblo santo de Dios que le ha sido confiado. Es su sede –de ahí el nombre que también reciben las catedrales como seos-, desde la que rige y pastoreo a este pueblo. Es su alma y corazón sacramental, donde el obispo de la diócesis ha de celebrar las principales funciones y celebraciones litúrgicas, significando y simbolizando con ello su ministerio de santificación, prolongado diariamente por el rezo coral de la Liturgia de las Horas a  cargo de los canónigos, los sacerdotes de la catedral.

Por todo ello, la catedral es fuente de comunión de toda una diócesis, es su templo primero y más sagrado. Es la casa –el “doumo” en italiano- de toda la Iglesia diocesana.

Las catedrales del Medievo se levantaron todas ellas bajo la tutela, patrocinio y protección de las reliquias de un mártir, en la catedral seguntina la joven mártir aquitana del siglo IV santa Librada, traída en el siglo XII por su paisano el obispo Bernardo de Agén; una imagen mariana, que luego citaré; y un clero, inicialmente monacal, a su servicio.

El misterio de la Asunción de la Virgen María a los cielos es, mucho antes de su definición dogmática en 1950, la advocación patronal de la diócesis, como muestra el escudo catedralicio y del cabildo con el emblemático razón de azucenas.

 

Un edificio religioso, una catequesis en arte

 

La catedral, toda catedral, es un espacio religioso, un inmenso sagrario, que, en la catedral seguntina encuentra los dos ámbitos privilegiados del altar de la Virgen de la Mayor –la Señora del templo, presente en el mismo desde su construcción- y, sobre todo, la capilla del Santísimo Sacramento, ubicada en la capilla de la girola - prolongación en forma de  corona de la cruz- de la nave de la epístola.

Esta capilla está dedicada además al Cristo de las Misericordias, una esplendorosa y a la par sobria y austera talla de finales del siglo XVI (ahora la talla y toda la capilla, en rehabilitación integral), anuncio de la exuberante imaginería religiosa del barroco.

El Cristo de las Misericordias es el Cristo de la agonía, es el Cristo de la lucha, es el Cristo del “Padre, pase de mí este cáliz” y, a la vez, del Cristo de “en tus manos encomiendo mi espíritu”.  Es el Cristo Dios y hombre verdadero. Nunca más Dios ni nunca más hombre que en la cruz, muriendo, amando, redimiendo. Nunca más Dios ni más hombre que luchando y sufriendo como muestra su anatomía en movimiento y en escarnio y su mirada serena, apacible y transfigurada, testigo del “todo está cumplido”.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 18 de junio de 2021

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