Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

No sabré si te llegará la brisa,

el bálsamo que cure tus heridas,

la palabra compañera y amiga.

 

Mas, lanzo al viento mi recuerdo orante,

el mensaje de luz, aunque atardece,

mano tendida en tu desvalimiento.

 

Quizá nunca sabré si fue oportuno

mi poema labrado en el silencio,

de rodillas con gesto gratuito.

 

Yo sé muy bien el don que se percibe,

al sentir que te piensan con cariño,

y que otros se hacen eco de tu prueba

 

Eco de una soledad anchísima,

sin presencia que mengue la nostalgia,

recibe el vaso de agua refrescante.

 

Puede sea un deseo utópico, 

anhelo de que recibas a tiempo,

el verso que alivie tu desánimo. 

 

Si sientes una ráfaga de amor,

aunque nunca sepas quién te la envía,

agradece a Dios la fuerza sentida.

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

Espadañas y torres del desierto:

¿Por qué dobláis si no os responde nadie?

¿Por qué llamáis, si nadie comparece?

 

Cada día repican las campanas

de la espadaña del lugar vacío.

No acuden fieles, pero el sonar alegra.

 

El páramo recibe la llamada,

y los campos se despiertan al alba,

de gala a la luz amanecida.

 

Canta la creación, se esconde el gamo

corren el corzo y las alimañas,

acostumbrados a vivir la calle.

 

El invierno en tierra despoblada

se hace largo por frío y por ausencias

de aquellos que se fueron con nostalgia.

 

Las campanas esperan el festivo,

el retorno de quienes las volteen,

en memoria de todos los vecinos.

 

Duele el día que, a pesar de todo,

acuden los nativos solidarios,

para ofrecer la última plegaria,

 

por quienes quieren esperar la luz

en su tierra nativa tan querida,

y toquen sus campanas a clamores.


 

 

 

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

Ya fue la sementera en tierra labrada.

El campo recibió la semilla,

el hielo arrecia, y la sequía.

 

El labrador espera paciente el tempero,

a que se abra el cielo en lluvia temprana,

Y acuda providente la tardía.

 

Los terrenos verdean la semilla

esparcida, y la paciencia ayuda

a confiar en el proceso de la naturaleza.

 

La Palabra penetra las entrañas,

y exige el tiempo sin medida,

a que brote por su fuerza la obediencia.

 

El campesino mientras duerme,

su ofrenda germina generosa,

superado el hielo y el invierno.

 

Nada se pierde en el corazón creyente.

Sin saber cómo, la escucha atenta

produce fecundas resonancias.

 

Y al igual que la simiente,

hecha espiga sazonada,

granada y madura, alegra al sembrador.

 

El fruto de la Palabra remece

el corazón de paz y de alegría,

y confirma que no fue inútil la esperanza.

 

Si el frío entumece el ánimo,

si el desierto deja sentir su vértigo,

y si todo parece yermo, sin efectos.

 

Solo conviene la espera y la plegaria.

Un día, sin previo aviso, luminosa

brotará la flor en primavera.

 

 

 

 

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

No quiero sientas fórmula barata,

el consejo nacido en el desierto, 

que va ungido de días esteparios,

de búsquedas a tientas prolongadas.

 

Si te digo que esperes, no me evado.

El consejo de trascender el hito,

no es un recurso piadoso, vano.

¡Espera, cree, trasciende y confía!

 

Antes, otros como tú, te preceden.

Aunque no parezca la respuesta

de mirar a los lados semejantes,

tú no eres menos, ni con menos fuerzas.

 

La dura prueba enraíza el árbol.

El maestro va tan solo dos pasos

por delante y acredita el camino

de que es posible remontar el trecho.

 

Recibe esta palabra compañera, 

sin juicio ni descrédito en tu duda.

Ahora puedes de nuevo levantarte,

Y el camino remprender más ligero. 

 

 

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

 

 

No quiero argumentarte por oficio,

porque pienses que me es fácil la vida.

Ya sé que se hace muy larga la noche,

Perdida la salud y la familia.

 

No sé si te llegará el pensamiento,

de alguien que en tu grito se proyecta,

y recoge el clamor de tu vacío,

el pudor de tu llanto reprimido.

 

He salido de noche, a cielo raso,

para enviar con fuerza los mensajes,

porque te llegue el eco solidario,

convertido en sorbos compañeros.

 

No sirven las recetas paternales,

cuando se sufre la contienda recia.

Solo el tú codo a codo, se recibe,

el gesto entrañablemente, humano.

 

Aunque no lo veas, quizá ni sientas,

que en su memoria otros te recuerdan,

mira la luz nueva de las estrellas,

siente la suave brisa atardecida.

 

¡Son verdad las ofrendas gratuitas!

las ráfagas amables de la vida.

No te hieras introvertido, solo.

Hasta cabe que seas tú el alivio.

 

Tu existencia reclama las entrañas,

tu herida atrae el vino y la posada,

tu dolor cita el silencio amigo,

tu miedo, la presencia compañera.

 

Gracias por no dejarme en mi egoísmo,

Por ser fuerte pregunta tu persona.

levanto la voz y también las manos,

ruego, callo, amo y sufro contigo.

 

 

 

 

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