Únete al lío

   

 

Por Ángela Carmona

Delegada diocesana de Juventud, Infancia y Universidad

 

Quizás la imagen que mejor resuma el encuentro de jóvenes “Únete al lío” sea la de su clausura. Nos falló el concierto de Migueli que teníamos previsto en el parque de la Concordia. Podría haber sido un desastre. Pero, en su lugar, fue un momento festivo único, con todos los chavales bailando y saltando y cantando juntos a gritos el himno del encuentro. Y todo ello porque un grupo de animadores tomó la iniciativa para salvar la situación, y los jóvenes participantes entraron en el juego e hicieron suya la fiesta.

En la convivencia, celebrada entre Marchamalo y Guadalajara los pasados 17 y 18 de octubre, nos juntamos más de 300 jóvenes de la diócesis. Participamos más de 30 realidades pastorales diferentes, entre parroquias, colegios religiosos y movimientos de jóvenes; tanto de la capital como de los pueblos. Pero, por encima de los números, y a pesar de la variedad de lugares de origen, lo que allí vivimos fue una verdadera experiencia de comunión. Decenas de monitores y voluntarios que habían interiorizado el encuentro como algo propio, y que volcaron toda su ilusión al servicio de los jóvenes. Y centenares de jóvenes que respondieron a la propuesta con entusiasmo y entrega. Todos ellos poniendo su granito de arena para que el encuentro fuera un éxito. Con esa actitud, nada puede salir mal.

El secreto de “Únete al lío” no fue el encuentro en sí, sino que lo habíamos preparado y vivido entre todos. Superando juntos las dificultades que suponen nuestros apretados calendarios y nuestras distintas formas de trabajar. En el encuentro hubo tiempo para todo. Para orar, con la vigilia “somos luz” del viernes por la noche, la oración “dame de beber” de la mañana, el envío “mueve-fe” de la tarde. Para conocer otras formas de vivir el compromiso cristiano en la feria de carismas “nuestros líos”, donde 16 delegaciones, grupos y movimientos prepararon talleres para los participantes. Para celebrar juntos la Eucaristía, presidida por don Atilano. Para caminar todos juntos a Guadalajara y, allí, animar las calles de la ciudad con pequeñas misiones de servicio. Cada uno de estos momentos lo prepararon personas distintas de distintas realidades pastorales. Y, sin embargo, el encuentro se vivió como un todo, con todos los participantes volcados en todos y cada uno de los momentos.

Este es el espíritu del Proyecto Puzzle, la modesta iniciativa pastoral de la que surge “Únete al lío”: encontrarnos las distintas realidades que trabajamos con jóvenes en nuestra diócesis y, como las piezas de un puzzle, aportar cada uno nuestro carisma para compartirlo con los demás. Llevamos un par de años juntándonos, compartiendo nuestros sueños, creando juntos este espacio de comunión. En el equipo hay gente del colegio Santa Ana, de los Salesianos, de Adoratrices, del movimiento scout, de la delegación de juventud… Pero, ante todo, hay un grupo de personas, con poco tiempo libre pero mucha ilusión, dispuestos a descubrir la riqueza que supone el trabajo que hacemos con nuestros jóvenes.

Si preguntas por el encuentro, te hablarán de personas. Si lo viviste, las recordarás. “Únete al lío” fue Óscar haciendo de presentador. El testimonio de María Eugenia. La canción de Raquel y Fer. El envío con Sor Catalina. Esas fueron acaso algunas de las caras más visibles. Pero también hicieron lío la ilusión desbordante de Irene, el trabajo callado de Ángel, la alegría de Marc y Virginia, Elena dando la poca voz que le quedaba, Ester siempre lista para ayudar, la sonrisa tranquila de Tania, las canciones de José Benito, la magia de Gus, y tantas personas que entregaron lo mejor de sí mismos al servicio de los demás. Si algo hemos aprendido en este encuentro es a descubrir a Dios en el rostro de más de 300 hermanos, jóvenes e ilusionados, unidos en el lío que supone ser cristiano hoy. Todos somos una pieza importante en este puzzle.

 

Y, si todavía no formas parte de esto, tú también. Siempre hay sitio para uno más. Te esperamos. #uneteAlLio.

Solemnidad de Todos los Santos

   

Por Ángel Moreno

Vicario episcopal para la Vida Consagrada

 

Estamos en el comienzo de las celebraciones del V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, quien como maestra espiritual, doctora mística y santa, nos estimula a vivir de manera coherente nuestra pertenencia a Jesucristo, y nos llama a la santidad.

 

Llamados a la santidad

“Dios nos libre, hermanas, cuando algo hiciéremos no perfecto decir: «no somos ángeles», «no somos santas». Mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, lo podríamos ser, dándonos Dios la mano; y no hayáis miedo que quede por El, si no queda por nosotras” (C. de Perfección 16, 11).

 

Deseos santidad

Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el cielo” (Vida 1, 4).

 

 La santidad no es arrobamiento ni experiencias extraordinarias

“Pongámonos en sus manos, para que sea hecha su voluntad en nosotras, y no  podemos errar, si con determinada voluntad nos estamos siempre en esto. Y habéis de advertir, que por recibir muchas mercedes de éstas no se merece más gloria” (Moradas VI, 9, 16).

 

 La santidad se alcanza por el camino de la humildad

“Así que, hermanas mías, para esto y otras muchas cosas que se ofrece a un alma que ya el Señor la tiene en este punto, es menester ánimo; y a mi parecer, para esto postrero más que para nada, si hay humildad” (Moradas VI, 5, 6).

 

 La santidad es amable

“Todo lo que pudiereis sin ofensa de Dios procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar y no se atemoricen y amedrenten de la virtud” (C. de Perfección 41, 7).

 

 Señales de santidad

Cree, hija, que a quien mi Padre más ama, da mayores trabajos, y a éstos responde el amor. ¿En qué te le puedo más mostrar que querer para ti lo que quise para Mí? Mira estas llagas, que nunca llegaron aquí tus dolores” (Las Relaciones 36, 1).

 Recomendación

“Sólo quiero que estéis advertidas que, para aprovechar mucho en este camino y subir a las moradas que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y procurar, en cuanto pudiéremos, no le ofender” (Moradas IV, 1, 7).

La Iglesia celebra hoy a un santo del que no conocemos mucho. Nos suena a todos “el veranillo de San Martín” (esos días que en pleno otoño parece que el tiempo es más suave, el sol brilla diferente...) pero hay que reconocer que la figura de San Martín, que vivió a lo largo de casi todo el Siglo IV, es para todos nosotros una viva imagen de Cristo, Buen Samaritano.

La imagen que más conocemos es la de un soldado -él lo fue en su primera juventud- que parte su capa con la espada para entregar la mitad a un pobre que se moría de frío-.

Hoy, muchos siglos después, San Martín y el mismo Jesús nos invitan y nos enseñan a no pasar de largo ante los hermanos que, tirados en la cuneta del camino sufren el hambre, el menosprecio, la pobreza, la enfermedad, la soledad... y nos invitan a partir nuestras capas -la del dinero, la de la comida, la del tiempo libre que nos guardamos para hacer lo que más nos gusta...- con los necesitados: pobres, enfermos, personas que viven solas...

Desde la Delegación de Pastoral de la Salud os invitamos a todos a que, como San Martín de Tours, también nosotros nos paremos ante tantas personas que a nuestro lado sufren. Posiblemente “nuestra capa” no sea muy grande, no importa; dice el refrán que “el que da lo que tiene, no está obligado a más”.

Todos conocemos el milagro de la multiplicación de los panes. El niño ofrece lo que tiene, Jesús lo multiplica.

Si hacemos como San Martín, también Jesús nos dirá como podemos leer en Mateo 25: “porque tuve hambre y me diste de comer... estuve desnudo y me vestiste, fui forastero y me hospedaste.... ¿Cuando, Señor?. Cuando se lo hiciste a uno de mis hermanos.... a Mí me lo hiciste.

 

Jesús Francisco Andrés Andrés

Delegado Diocesano de la Salud

Conmemoración de los fieles difuntos

    

Por Ángel Moreno

Vicario episcopal para la Vida Consagrada

 

La Iglesia, con entrañas de madre, desplaza en la liturgia el ritmo de las lecturas dominicales, para hacer memoria agradecida y orante de los fieles difuntos.

Todo ser humano tiene ante sí el hecho insoslayable de  la muerte, que a medida que pasan los años la sufre en seres muy queridos, con la posible experiencia de despojo, de dolor, cabe que de nostalgia y de ausencia, hasta es posible que de miedo.

Todas las religiones aspiran de algún modo a una relación con los seres queridos que nos han precedido. En el cristianismo se conmemora a los fieles difuntos y se invita de manera especial a orar por ellos. La clave cristiana es la contemplación de la muerte de Cristo, que padeció, murió y resucitó.

La sociedad actual con su  cultura presentista, se escabulle, a veces, con una pirueta evasiva, de la realidad de la muerte, y convierte en mueca lo que no soporta, engañándose y llegando así a un muro infranqueable.

Son muchas las reacciones posibles ante la verdad y la realidad de lo pasajero de nuestra existencia en este mundo. Los filósofos han reaccionado con pensamientos más o menos estoicos; los ascetas, ante el hecho de tener que morir, han podido anticipar en su cuerpo los rigores del despojo y hasta el desprecio de lo corpóreo.

Hoy parece que no es estética la muerte, ni correcto pensar en ella, a pesar de que todos los días nos llegan noticias de la muerte de personas conocidas, o de accidentes estremecedores, y de violencias exterminadoras. Una reacción actual ante los hechos más dramáticos, que pueden ser de genocidios o de epidemias mortales, es convertirlos en espectáculo, en dialéctica, hasta en piedra arrojadiza contra lo que se siente adverso o amenazador.

Los santos han vivido la realidad de la muerte con serenidad, y de su meditación han sacado sabiduría. Han resuelto vivir como quien va de paso. San Francisco de Asís, en el cántico de las criaturas, se atreve a decir: “Y por la hermana muerte, loado mi Señor”. Sam Ignacio de Loyola invita en los Ejercicios Espirituales a meditar sobre las postrimerías, en concreto sobre la muerte: “No querer pensar en cosas de placer ni alegría, como de gloria, resurrección, etc.; porque para sentir pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados impide cualquier consideración de gozo y alegría; mas tener delante de mí quererme doler y sentir pena, trayendo más en memoria la muerte, el juicio” (EE 76).   

Es lapidaria la frese del duque de Gandía, San Francisco de Borja,  sucesor de San Ignacio de Loyola, quien al ver muerta a la emperatriz a la que tanto había amado, resolvió “no servir más a señor que se me pueda morir”.

Santa Teresa de Jesús, como pedagogía y disposición adecuadas, ante el paso que todos deberemos dar de dejar esta vida, nos enseña a vivir desasidos: “¡Oh, si no estuviésemos asidos a nada ni tuviésemos puesto nuestro contento en cosa de la tierra, cómo la pena que nos daría vivir siempre sin Él (Cristo) templaría el miedo de la muerte con el deseo de gozar de la vida verdadera!”  (Vida 21, 6).

La clausura del sínodo: un camino abierto

 

 

 

Por Luciano Matilla y María Esperanza Torres

Delegación de Familia y Vida

 

“Nada es por casualidad”, esta frase es típica y tópica de un amigo, y viene pintiparada para describir lo sucedido el pasado domingo 19 de Octubre  en Roma. Jornada repleta de simbolismo, elegida para la beatificación de Pablo VI. Queremos reflexionar sobre lo ocurrido este día.

En una mañana soleada y brillante, se clausuró el Sínodo Extraordinario de Obispos sobre la Familia, en la plaza de San Pedro rebosante de cristianos. Una ceremonia enmarcada con la presencia de tres Papas: Francisco, Benedicto y Pablo. El número tres en la Biblia significa la “totalidad”.

El Papa Francisco presidiendo directamente  y repitiendo machaconamente, para que nos entre tanto en la cabeza como en el corazón: "La Iglesia católica debe tener siempre la puerta abierta, recibiendo a todos sin excluir a nadie".

Este Papa, que nos habla claro y mirando a los ojos desde esos zapatos desgastados de recorrer la ciudad de Buenos Aires, nos quiere traer nuevos buenos aires a la Iglesia con una mirada nueva y reflexiva sobre la familia, tal y como es ahora y puede ser en el futuro.

El Papa Benedicto compartió un cálido abrazo con el Papa Francisco. Es éste un gesto cariñoso y familiar. Acompañando con su presencia, refrenda el paso dado por la Iglesia en este Sínodo para iniciar un camino y reconocer las nuevas realidades vivientes en la Iglesia que generan controversia y debate.

Pablo VI, desde el balcón presidiendo la plaza de San Pedro en el momento de su beatificación, supone el puente entre el siglo XX y el siglo XXI, entre el gran Papa que hizo reflexionar en el Concilio Vaticano II y el Papa que nos habla con naturalidad de las nuevas realidades humanas y de la Iglesia en el momento actual.

En momentos importantes los miembros de las familias nos reunimos para compartir, acompañar, reflexionar, buscar soluciones; cada uno desde su posición, pero todos presentes. Así se ha hecho en la familia eclesial buscando la ACOGIDA  de todos.

La clausura del Sínodo no es más que el comienzo de un período de reflexión. Las divisiones de opinión requieren un discernimiento a la luz de Evangelio que siempre es acogedor de las personas heridas que buscan en su interior a Cristo. Desde la diversidad se ha de buscar la escucha humilde de la voz del Señor y la comunión de todos los cristianos.

Tal y como nos dice Jesús en Mateo 22, 34-40: 37El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente.38Este mandamiento es el principal y primero39 El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo40

En el texto  aparece una "novedad", Cristo pone al mismo nivel el amor a Dios con el amor a los demás y, además, ámalos como a ti mismo. Amando a los demás es como amamos a Dios.

¡Qué sobreabundancia de amor! Dejémonos llevar por ese amor del Padre y recemos para que el Espíritu Santo guíe y renueve a la Iglesia para responder con valentía a los nuevos retos y devolver la esperanza a los que la han perdido.

Acabamos con un fragmento de la oración que nos ha regalado el sínodo:

“Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble, una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la misericordia”.   

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