Por Alfonso Olmos
(director de la Oficina de Información)
El pueblo polaco ha sido castigado históricamente, pero a pesar de esta opresión no ha perdido la fe
Acabo de llegar, junto con un grupo de personas de la parroquia de Alovera y de otros lugares de la provincia de Guadalajara, de peregrinar por esa pequeña “Tierra Santa” que es Polonia, la patria de Juan Pablo II. Hemos vuelto impresionados de la fe del pueblo polaco. Polonia es un país herido, que ha puesto a Dios como bálsamo para curar sus cicatrices.
La visita ha sido muy completa puesto que nos hemos podido acercar a diversas realidades del país, a su historia y cultura, a sus tradiciones, a su naturaleza y a su arte, pero sobre todo a su vivencia espiritual de la fe católica. Han sido muchos los lugares que nos han acercado a las raíces de un pueblo disputado, atacado, disgregado, humillado y casi exterminado, a lo largo de los siglos. Pero Polonia no ha perdido la fe. Polonia aún se sigue poniendo de rodillas sin complejos ante Dios.
Un país sufriente
En nuestro itinerario hemos contemplado algunos lugares que son signo de la bajeza humana sin medida. Quizá el exponente más evidente sean los campos de concentración y de exterminio de Auschwitz y Birkenau, los más grandes de la II Guerra Mundial, construidos por los nazis al comienzo de la contienda. Allí murieron, en la cámara de gas, cerca de un millón y medio de personas, en su mayoría judíos, pero también gitanos y católicos. Fue el lugar del martirio de Maximiliano Kolbe y Edith Stein.
Pero también hemos podido ver su capital, Varsovia, totalmente reconstruida tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, que no dejaron de ella más que los cimientos. Tras el fin de la guerra comienza la dura etapa comunista, que tuvo un punto de inflexión con la elección en 1978 de Karol Wojtyla como papa. Juan Pablo II fortaleció la oposición al comunismo en Polonia. En el verano de 1980, las huelgas de los trabajadores polacos llevaron a la fundación por parte de Lech Walesa del sindicato Solidaridad. La creciente presión de Occidente y el malestar continuo, hicieron que los comunistas fueran forzados a negociar con sus oponentes. Los Acuerdos de la Mesa Redonda de 1989 dieron como resultado la participación de Solidaridad en las elecciones de ese mismo año. En 1990, Jaruzelski renunció como presidente de la República de Polonia y fue sucedido por Walesa, que ganó de las elecciones de diciembre de 1990.
Esta historia de opresión ha hecho del pueblo polaco un pueblo agradecido, un pueblo profundamente religioso. El joven guía que nos acompañó en la visita al santuario de Czestochowa, resumió todos estos avatares de la historia de Polonia aseverando que “los nazis mataban por matar y los comunistas quisieron matar el alma”. Quizá haya sido el despotismo experimentado durante tantos años, la causa de esa vivencia profunda de la fe.
A las afueras de Cracovia, en Lagiewniki, está uno de los santuarios más famosos de Polonia, dedicado a la Divina Misericordia, donde se encuentra la tumba de Santa Faustina Kowalska, en el convento donde vivió. Allí, esta religiosa, recibió revelaciones de Jesús, en una de esos encuentros místicos el Señor le dijo: “he amado a Polonia de modo especial y si obedece mi voluntad, la enalteceré en poder y en santidad. De ella saldrá una chispa que preparará el mundo para mi última venida”. Muchos ven en estas palabras un anuncio de lo que sería para la Iglesia y para el mundo la figura de Juan Pablo II.
La fe de los jóvenes
Es realmente impresionante ver los domingos las iglesias llenas, especialmente de jóvenes. Impresiona también el recogimiento de esa juventud en las celebraciones. No es de extrañar que Polonia haya sido elegida, de nuevo, para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud en 2016. En esta ocasión Cracovia, la ciudad donde el papa Wojtyla ejerció su ministerio episcopal durante veinte años, será la sede de este encuentro de jóvenes católicos. Polonia se convertirá así en la segunda nación en albergar dos veces esta Jornada, como ya le sucedió a España tras la JMJ de Madrid. Si los jóvenes del mundo entero toman ejemplo de los polacos, es posible un cambio en nuestra sociedad que necesita volver sus ojos y su corazón a Dios.
Además llama la atención la feliz coincidencia de que en el transcurso del año en el que la Iglesia, por iniciativa del papa Francisco, va a celebrar el Jubileo de la Misericordia, se celebre este acontecimiento en la ciudad que alberga el santuario de Jesús Misericordioso, en el que, el día de la consagración del templo, Juan Pablo II dijo que “es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre la felicidad”.
La devoción a la Divina Misericordia iniciada en Cracovia gracias a Santa Faustina Kowalska se ha extendido muy rápidamente por todo el mundo. En 1931 Sor Faustina tuvo una visión en la cual Jesús le encargó la tarea de pintar su imagen tal y como ella lo veía en ese momento: con la mano izquierda sobre su corazón, del cual salen dos rayos, y con la mano derecha alzada en señal de bendición. Jesús le indicó que al pie del cuadro debería colocarse la firma: "Jesús, en Ti confío". Agregándole: "Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y luego en el mundo entero" (Diario, 47).
A la vuelta de esta peregrinación surge espontáneamente el agradecimiento a Polonia porque aún se pone de rodillas, como gesto de entrega sin reservas al que muchos creen que es el fundamento de su liberación. Recientemente el papa, en su mensaje a los jóvenes como preparación a dicha Jornada en Cracovia les ha dicho que “el Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Él nos conoce, nos ama y jamás se olvida de nosotros”. Creo que los jóvenes polacos, que el pueblo de Polonia en general, ha entendido perfectamente el mensaje y lo testimonia con alegría y sencillez.



Por Juan José Plaza
Efectivamente, Jesucristo, el enviado del Padre, viene a la tierra para cumplir una misión, que es expresión de la misericordia divina para con el hombre: Redimirnos. Su misión redentora la realiza Jesús con toda su vida: nos redimió predicando su evangelio, en el que descubre al hombre la verdad de sí mismo y le saca del error y de la tinieblas; nos redimió con sus signos y curaciones, es decir con su actuar samaritano, aliviando el sufrimiento del hombre. Pero la obra cumbre de la Redención fue su pasión, muerte y resurrección.
Por Odete Almeida
Durante los días del encuentro hubo distintas dinámicas, donde las personas con discapacidad auditiva y las personas sordo ciegas pudieron participar en diferentes talleres y conferencias, con el objetivo de que estas personas tengan una mayor participación en la vida de la Iglesia. También hubo participación de personas oyentes, procedentes de distintos lugares de España, que están interesadas en cómo transmitir la fe en sus diócesis a personas con discapacidad auditiva. Para algunos era la primera vez que tenían una mayor cercanía al mundo del silencio, y ahí precisamente escucharon la llamada, pues todos formamos parte de esta gran familia que es la Iglesia, nuestra madre. "Estos hermanos son una riqueza para la Iglesia", afirmaba Mons. José Villaplana, Obispo de Huelva, que participó algunos días con nosotros. Son una riqueza desde su diferencia y su sensibilidad, desde su manera de vivir y percibir la fe.
Por Jesús de las Heras
Pero la vocación volvió a llamar a las puertas de su corazón: quería ser misionero en las Indias, aunque se le partía el alma solo de pensar que ello significaría que tendría que alejarse –quizás de por vida- de sus queridos padres. Pero el resto lo hizo la fuerza y la gracia de la llamada y en el alba del otoño de 1749 partía lejos de su querida Mallorca, partía rumbo al nuevo mundo, rumbo, en concreto, a México.
Ciudades denominadas con nombres expresamente cristianos –Los Ángeles, San Diego, Santa Clara, Santa Bárbara, Sacramento, San Antonio, San Luis, San Gabriel, Sacramento, San Francisco…- surgieron de su portentosa iniciativa evangelizador y civilizadora. Nueve misiones, una cada 48 kilómetros (la distancia que recorre un caballo en una jornada), se sucedieron, gracias a su celo y ardor, por toda la costa californiana hacia el Pacífico, en medio de pueblos indígenas, cuyo mejor abogado fue precisamente el fraile de la herida abierta, el ya santo Junípero Serra. Cuentan y testifican sus biógrafos que a menudo se peleaba con las autoridades militares sobre el modo cómo eran tratados los indígenas. Y hasta relatan las crónicas que los maltratos a los indígenas incrementan el dolor de su herida, que supuraba febril e indignada… Y es que para fray Junípero aquellos indígenas eran hermanos, eran hijos, eran la carne de Cristo.













