Por Agustín Bugeda Sanz

(vicario general)

 

Con la llegada de D. Atilano a nuestra diócesis se constituyeron de nuevo el Consejo Presbiteral y el Consejo Pastoral diocesano. Han pasado ya cinco años y en estas fechas se están renovando.

El pasado día 16 de febrero se constituía el nuevo Consejo Presbiteral y el próximo 18 de marzo hará lo propio el Consejo Pastoral Diocesano.

Ambos consejos tienen una gran importancia en la vida de una Diócesis. El obispo diocesano cuenta con ellos para los asuntos de mayor trascendencia, para orientarse en la marcha de la pastoral diocesana, para analizar y escuchar propuestas de los diversos retos de orden pastoral que puedan ir surgiendo.

Desde siempre en la Iglesia se ha contando con este tipo de consejos, pero es desde el Concilio Vaticano II y el nuevo Código de Derecho Canónico donde se obliga el primero y se aconseja vivamente el segundo en cada Diócesis. Precisamente estos consejos son manifestación de la Iglesia como Pueblo de dios, como misterio, misión y comunión que quiere caminar unida y situar la evangelización y la salvación traída por Jesús en el centro de su existencia.

En estos momentos donde se pone en valor la importancia de cada persona, su opinión y voto, la Iglesia una vez más manifiesta que en su organización interna siempre ha tenido en cuenta lo que cada cristiano pueda decir, opinar, votar… y de hecho estos consejos como otros son expresión de ello. Además, en el desarrollo y preparación de los plenarios de los consejos se suele pedir opinión de una forma u otra a todos los ámbitos diocesanos, igual que después se informa también por diversos medios, con lo cual se crea una corriente de comunión y corresponsabilidad amplia y profunda.

Tanto de uno como de otro hemos hecho en estos días historia, sobre todo, de sus últimos 25 años para ver lo que se ha trabajado y seguir insistiendo en los más importante y necesario, y no sólo en lo urgente. De estos años hemos visto que la preocupación por renovar la Iniciación Cristiana, por la llamada vocacional, por una atención generosa a cada rincón de la diócesis, por un cuidado de los más necesitados y débiles como enfermos, ancianos, excluidos de la sociedad…. juntamente con la elaboración de los Planes pastorales diocesanos han sido los temas estrella de las diversas asambleas.

También tienen sus sombras, en las que se está trabajando, sobre todo, en la aplicación y desarrollo de las conclusiones o documentos que el Sr. Obispo suele publicar a la luz de lo trabajado y expuesto en dichos consejos. Y también en una participación mayor sobre todo de los laicos.

El Consejo Presbiteral ya ha comenzado su andadura, y al finalizar la tarde del pasado jueves, constatábamos el clima de seriedad, fraternidad, sinceridad… que llenó esa jornada. Pedimos y trabajamos para que el desarrollo de éste como el de los demás siga siempre así.

Por último, hay que agradecer también a D. Atilano su estilo y talante personal y pastoral que ayuda mucho a crear ese clima y a hacer cada día más efectivo el valor mismo del consejo, sabiendo que en su responsabilidad y carisma episcopal, dado por el Espíritu, queda siempre la última palabra y decisión.

Por Santiago Moranchel

(Delegación de Enseñanza)

 

En el número 261  de la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA AMORIS LAETITI, el Papa Francisco, al hablar de FORTALECER LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS, se hace la pregunta que da título a este artículo. Dice el Papa:

 

“Pero la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios.

Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos.

Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor,

  • procesos de maduración de su libertad,
  • de capacitación,
  • de crecimiento integral,
  • de cultivo de la auténtica autonomía.

Sólo así ese hijo tendrá en sí mismo los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles.

Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial,

dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones,

de sus objetivos,

de sus deseos,

de su proyecto de vida. Por eso, las preguntas que hago a los padres son:

«¿Intentamos comprender “dónde” están los hijos realmente en su camino?

¿Dónde está realmente su alma, lo sabemos?

Y, sobre todo, ¿queremos saberlo?[1]»”.

El texto ya es de por sí sugerente, para que todos, padres, educadores, responsables de la cultura y de la sociedad, nos hagamos la pregunta ¿Dónde están nuestros hijos? Como dice el Papa no se trata solo de una cuestión espacial en sentido físico, sino en sentido existencial de proyecto de vida,  convicciones, mentalidad, valores, referencias y preferencias…

El tema es lo suficientemente sugerente cómo para que todos nos hagamos la pregunta final: realmente, ¿queremos saberlo? Lo cual, siguiendo con la dirección marcada por el Papa, podemos seguir preguntándonos:

  • ¿Queremos saber dónde están nuestros hijos?
  • ¿Qué les motiva a nuestros hijos, cuáles son sus motivaciones internas, existenciales para vivir, hablar, decidir, como realmente lo hacen?
  • Realmente, en concreto, ¿a que aspiran nuestros hijos, cuáles son sus anhelos?
  • ¿Por qué luchan, se esfuerzan, trabajan, van al colegio o al instituto? O también, ¿por qué “pasan” de cosas que a los adultos nos parecen imprescindibles?
  • ¿Hay alguna coincidencia entre su forma y estilo de vida y el nuestro, cual es el punto de encuentro entre hijos y padres o educadores?

Podríamos seguir, pero hay una cuestión importante que quiero aprovechar antes de acabar estas letras. Tal vez, detrás de estas preguntas, ¿No se esconde una ulterior cuestión de donde realmente nos encontramos los adultos? Imaginemos por un momento que estas cuestiones nos las plantearan nuestros hijos: ¿Dónde están nuestros padres, nuestros educadores, nuestros maestros? ¿Dónde y por dónde van los caminos existenciales de “mis padres”, “de mis maestros”, “de mis educadores”? ¿Dónde está realmente su “alma?

¿Dónde están nuestros hijos?, se preguntaba el Papa. Y ¿dónde se encuentran nuestros adultos? Detrás de un hijo siempre hay un padre y una madre. ¡Siempre!

 

 

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio cisterciense de Buenafuente del Sistal)

 

 

Queridos amigos: Nos alegra compartir la oración hoy, en la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, co-patronos de Europa. En este tiempo en que el continente está perdiendo sus raíces cristianas, estos hermanos entregaron su vida al Señor para que también en los pueblos eslavos se alabe a Dios. Ellos habían escuchado en el corazón: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,19). En el siglo primero, en el noveno y hoy, la misión sigue siendo la misma. En cada momento histórico, con los medios que tenemos a nuestro alcance y con la misma debilidad humana “porque llevamos este tesoro en vasos de barro, para que se manifieste en nuestro cuerpo que Él está RESUCITADO” (cf.  2ª Co 4, 7-10).

Para nosotras, el último mes ha sido importante. En primer lugar, el 26 de enero celebrábamos a Nuestros Padres Fundadores, los santos Roberto, Alberico y Esteban. A ellos estamos agradecidas, porque se dejaron seducir por Jesucristo. No se conformaron con la vida que llevaban los monjes de su época, quisieron vivir en plenitud el Evangelio, la Regla de san Benito que habían profesado. Por eso cantamos en la antífona del cántico evangélico de las II Vísperas: “Por vosotros volvió a florecer la viña del Señor”. Su ejemplo nos ayuda a todos a no contentarnos con una vida mediocre, “a ir pasando”, sino a revivir en nosotros el momento de nuestro “” al Señor; ya sea en el matrimonio, la consagración, la vida seglar…  En definitiva, a vivir nuestro Bautismo. En palabras del Papa Francisco en la Vigésima Jornada de la Vida Consagrada, el pasado 2 de febrero, a ser “Testigos de la Esperanza y la Alegría”. Esperanza que no defrauda, porque está basada en Aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf 2ª Tim 1, 12). Que nos amó y se entregó a Si mismo por nosotros (cf Ga 2, 20). Por eso, santa Escolástica, hermana de san Benito, que festejábamos el pasado 10 de febrero, “Obtuvo más de su Amado Señor porque amó más” (Diálogos de s. Gregorio Magno).

Amar en la vida ordinaria: cocinando, enseñando, fregando suelos o como nosotras la semana pasada, haciendo velas. Sí, las velas que usamos en la liturgia de la Vigilia Pascual, de Pentecostés y el día de la Vida Consagrada, llamado también el Día de la Candelaria, porque Jesús es “Luz para alumbrar a las naciones” (Nunc Dimittis). Simbolizamos esta misión de Jesús, y por tanto nuestra, con las candelas encendidas.

Ilustramos esta carta con una fotografía del modo de hacer las velas, Haciendo presente que la vida familiar y comunitaria la forjamos en estas tareas sencillas, colaborando todos. Damos así fe a las palabras de san Pablo: “Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo” (1ª Co 12, 12).

Porque tenemos garantías en nuestra vida del Amor de Dios, nos despedimos con esta frase del Prefacio de la Eucaristía (IX de los Domingos del TO): "Nos concedes en cada momento lo que más conviene".   

 

Unidos en la oración,  vuestras hermanas de Buenafuente del Sistal

Por Jesús de las Heras Muela

(Sacerdote y periodista)

 

 

«Capivaras es uno de los treinta poblados o “capelas” que atiende Práxedes Santos García desde su misión de Maracás, en Bahía, Brasil, acompañado por otros dos sacerdotes, Cualquiera de estas “capelas” alberga una población mayor a la de cualquiera de nuestros anejos. En Capivaras, hay en torno a un millar de habitantes. No hay luz eléctrica  y sus caminos y calles están sin pavimentar. Hay, sí, una maestra, a quien adeudan el salario de varios meses. Capivaras es un pueblo de palmeras, de tierra y de estrellas.

Novena en honor del Bom Jesús de Capivaras

Es la noche del viernes 28 de julio pasado (1995). A las 20:30 horas, Práxedes tiene citados a los habitantes de Capivaras, poblado distante de Maracás a casi una hora en coche, tras un serpenteante camino de curvas y de baches, hacia la montaña.  Es el primer día de la novena del patrón del poblado, de la novena al Bom Jesús de Capivaras, con fiesta el 6 de agosto.

Todos estos pueblos hacen preceder sus fiestas de un solemne novenario, bien preparado y bien celebrado, cantado y predicado. Este año, la vida y los sacramentos son los temas principales del novenario.

Llegamos, por fin, a Capivaras. La tarde hace ya tres horas que ha caído y la noche ofrece su faz inconfundible, mientras que el poblado expande una tibia y tenue luz: no hay luz eléctrica y un generador de gasoil “hace” la luz todos los días hasta las 21 horas, pero hoy, como estamos de novena, habrá luz hasta las 11 de la noche.

En el centro del poblado, en el corazón, pues, de Capivaras, emerge la capilla, el templo, la iglesia. Está recién encalada y pintada de azul. Es el regalo anual que el pueblo hace para la novena y fiesta de su Bom Jesús. Práxedes nada más aparcar el coche –un verdadero, aunque modesto y hasta vetusto, todoterreno- se dispone a tocar la campana, la única campana del pueblo y de la capilla. Es una campana exterior, manual y algo desafinada, pero todavía con la suficiente fuerza cómo para convocar a la comunidad. Varias palmeras rodean el pequeño templo, mientras la noche se viste de estrellas.

Práxedes toca la campana y acuden prestos, presurosos y risueños los primeros niños. Pronto descubro que Práxedes quiere a los niños y los llama por sus nombres y que estos niños le quieren a él y le llaman padre. Esta imagen es la que tantas había imaginado de la misión y mientras siguen llegando gentes, revestidas de humildad y de alegría, y compruebo, de nuevo, que hay “feeling” (filin) entre el pastor y su grey.

Comienza la celebración. Pasan algunos minutos de la nueve de la noche, pero todos tienen claro que, aunque no hay prisa, esta ha de concluir antes de las 11 de la noche, cuando la luz del generador del gasoil se apague y se  “haga” de nuevo la noche.

Sigo pensando que esta es una imagen de la misiones que tantas veces imaginé, impresión que queda corroborada durante las casi dos horas de gozosa, festiva y piadosa celebración.  El padre, Práxedes, desgrana todo el amor, toda la paciencia, toda la persuasión de la que es capaz –que avala después con su vida y testimonio- para hacer comprender lo que es un sacramento, lo que significa y las responsabilidades que contraemos ante ellos, ante este contrato de gracia de Dios que es siempre un sacramento.

Su celo pastoral, el del padre, el de Práxedes, me causa honda impresión (y su recuerdo perdura en mí en el tiempo, como ahora, casi 22 años después, en la hora de su muerte).

Acaba la celebración. Son cerca de las 23 horas.  Vuelve la noche a Capivaras. Ya solo las estrellas y las luces del coche del padre  Práxedes alumbran el horizonte.  ¿Solo? También aquella comunidad y el testimonio de aquel pastor, de aquel misionero. Regresamos a Maracás, mientras el sonido de la campana de Capivaras sigue resonando en mi corazón como una de las mejores enseñanzas de mi estancia en Brasil».

Veintidós años después

Escribí, hace veintidós años, este texto para EL ECO (fue publicado con fecha de 26 de noviembre de 1995, dentro de una serie de otros nueve artículos sobre un viaje mío a Brasil), del que ahora apenas he hecho otra cosa que transcribirlo. Fue a mi vuelta de un viaje a Brasil de casi un mes de duración.  Durante aquellos días compartí la misión de Práxedes y las de sus compañeros Leandro Sánchez y Miguel Torres. A partir de entonces, se cuentan con los dedos de la mano las veces que me he vuelto a encontrar con Práxedes. Pero el recuerdo permanece inalterable y agradecido.

Práxedes Santos fue un cura de cuerpo entero, de enjuto y extremadamente delgado y débil cuerpo, pero con un corazón de oro. Fue un misionero de raza y la Providencia le acaba de regalar morir en la misión y ser enterrado en ella.

Práxedes vivió su sacerdocio misionero de opción preferente por los pobres sin alharacas  y sin ideologías baratas.  Optó por los pobres, siendo él pobre. Y hasta casi vestía y vivía como ellos. No sé si predicaba habitualmente de la humildad, de la austeridad y de la cercanía, pero él era humilde, austero y cercano. Antes de demandar ser querido, él quería sin buscar recompensar. Quienes lo conocieron más de cerca, avalan su piedad y su caridad y cómo era capaz de entregarse a los demás a cambio tan solo de poder así hacer un hueco en sus vidas al mensaje del Reino y del Señor, el Bom Jesús.

¡Descansa en paz, amigo y maestro Práxedes! Las campanas de Capivaras, de Maracás, de Jequié,  de Abaetetuba (singularmente de tu parroquia en Tailandia do Pará, donde has sido enterrado), de tu natal Santovenia del Esla, de tus queridos Huertahernando, Escamilla y demás pequeños que serviste en nuestra diócesis y hasta de Sigüenza (donde vive un sobrino tuyo) tocan por ti, tañen por ti. No es a lamento o a clamores. Es a gratitud, a acción de gracias, a plegaria y a misión. ¡Y ojalá que también resuenen en nosotros para entregarnos a la misión, a la misión nuestra de cada día, con el amor y la sencillez que tú nos testimoniaste durante tus casi 50 años de sacerdocio!

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