Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

En medio del camino de la vida

siempre estás, perdido entre selva oscura,

sombría, espesa, áspera, densa y dura;

sin saber cuál senda es recta, escogida.

 

Cada instante, otra nueva encrucijada…

 

¡Ninguna vía será huella segura

que guíe por evidente avenida

de la selva imprecisa a la salida!

¡Sólo jungla incierta, arriscada altura!

 

Eso ves siempre, en torno a tu mirada…

 

En lo alto, tenue cima revestida

de luz  de sol, que alumbra, en su carrera…

Pero impiden el acceso una pantera,

hosco un león; loba, en boca, fruncida.

 

A oscura selva empujan, por morada…

 

¡Que o Jesús o Virgilio senda afuera

muestren, hacia la claridad bruñida

y el monte deleitoso, en que la vida

se alumbra con luz firme y verdadera!

 

Siendo senda a ella, siempre, enrevesada.

 

 

Juan Pablo Mañueco (2017),

del libro "Cantil de Cantos. Los poemas místicos"

José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Pregunto con alguna frecuencia a mis consocios en las Conferencias, aprovechándome del respeto que van guardando a la cantidad de años que voy alcanzando en mi imperfecto servicio a las mismas, si en su examen de conciencia de cada día, de cada semana o con la frecuencia que lo ejecuten, se preguntan, nos preguntamos: ¿si se han ganado, nos hemos ganado, el sueldo debido? El sueldo debido al Señor de quien hemos recibido la vida y la Salvación. 

Veamos y soñemos un poco. 

Imaginemos que de muy jóvenes, al terminar la preparación académica o cualquiera otra que alcance cada uno, imaginémonos repito, que encontráramos a un empresario que después de entrevistarnos, nos dijera: veo que puede usted servirme para los próximos treinta, cuarenta, etc años. Voy a contratarle. Saldríamos de aquella entrevista, la mar de contentos pues ya teníamos resuelta nuestra vida y la de nuestra familia, para un periodo tan largo que ni tan siquiera tuviéramos la seguridad de que íbamos a poder vivirlo entero. Saldríamos contentos como al despertar después de haber vivido el mejor de los sueños. 

Pero, sigamos soñando: 

¿Y si además el empresario contratante, nos adelantara por su propia voluntad la totalidad del sueldo de tantos años inmediatamente a la firma del contrato laboral? ¿Si dejara en nuestras manos corresponder en el mes a mes con la obligación laboral contraída? ¡Que simplemente esperara de nosotros que correspondiéramos a su buena voluntad, con la buena nuestra! Si nos diera y respetara nuestra libertad para cumplir o no con el compromiso más que adquirido, casi rogado. 

¿Cómo sería nuestra reacción y cómo cumpliríamos con esa obligación contraída por la bondad del empresario contratante? Sin duda la cumpliríamos y nos manifestaríamos contentos con su generosidad en cada ocasión que tuviéramos la oportunidad de encontrarnos con él y poder manifestárselo. 

Me pregunto a veces si los cristianos nos damos cuenta que esa es la situación exacta en la que nos encontramos, deudores, con respecto al Buen Dios. 

Él vino a regalarnos el más importante de los bienes que tenemos y que tendremos: nos regaló por su infinita misericordia esa segunda vida, la Vida de verdad, sin exigirnos a cambio absolutamente nada. Sólo que nos amáramos y que le amáramos a Él en todos aquellos de nuestros hermanos, que sufren por una u otra causa. Sin embargo y en virtud de aquel supremo sacrificio que fue necesario para ello, para que nos alcanzara su infinita misericordia, somos deudores de su amor. Hemos recibido, anticipadamente, un pago extraordinario, un pago de Amor divino, sólo por ostentar la condición humana. Por ser criatura humana. 

Creo que la mayoría de mis consocios, de los miembros de las Conferencias de San Vicente de Paúl, son conscientes de esa enorme deuda de Amor y que tratamos de decirle al Buen Dios que le amamos a través de la entrega a aquellos que Él mismo, nos señala como sus elegidos “En verdad os digo que en cuanto le hicisteis a uno solo de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25-40). 

La oración en las Conferencias y la meditación semanal de la Palabra de Dios comunitariamente en cada una de sus reuniones, nos debe llevar a la acción y que ésta, sea una acción de amor hacia el más débil. El más necesitado. Una acción por Amor a Dios, por imperfecto que este sea por nuestra parte. 

Seguro que María, siempre nos ayudará a lograrlo si se lo pedimos.

Por Santiago Moranchel

(Delegación de Enseñanza)

 

Santiago Moranchel, de la Delegación de Enseñanza, nos trae en esta ocasión en su colaboración mensual esta carta que, en colaboración, han escrito los obispos vascos y el de Navarra sobre la importancia de la educación. Para leerla o descargarla, sólo tienes que clicar en este enlace:

CARTA CONJUNTA SOBRE EDUCACIÓN

Por la Comunidad de la Madre de Dios

(Monasterio de Buenafuente)

 

 

Queridísimos amigos: Es una gran alegría encontrarnos, compartir nuestra fe. Este es hoy un gran regalo del Señor, en este mundo individualista que trata de relativizarlo todo; por eso nos ayuda escuchar al evangelista san Juan: “No sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo” (Jn 15, 19). Es decir, ya no debemos dejarnos arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas (cf. He 13, 9), o por lo que hace todo el mundo. Porque la elección que Dios ha hecho de nosotros es irrevocable (cf. Rm 11, 29). 

Mientras escribimos estos pensamientos, hemos reiniciado el Tiempo Ordinario, y estamos gozosas por la celebración solemne de Pentecostés. La Vigilia, podríamos decir en sentido amplio, se inicia, ya por la mañana, con la romería a la ermita de la Virgen de los Santos. Porque reunidos los discípulos con la Virgen María en el Cenáculo, recibieron el Espíritu Santo. Este año, por las lluvias se suspendió la romería, y los pueblos de Huertahernando y de Buenafuente del Sistal con la Comunidad celebramos juntos la Eucaristía en honor a la Virgen de los Santos. Así, reunido el pueblo de Dios en torno a nuestra Madre, recibimos el Espíritu Santo,  cada uno personalmente, pero estando todos juntos. 

El domingo, después de la oración de Completas, terminado el Tiempo Pascual, a la hora en que ya comienza para nosotras el descanso nocturno, cuando las monjas llegamos a nuestra celda nos encontramos con el mejor cuadro que se puede contemplar: el cielo despejado, las sabinas reflejaban el intenso rojizo del terreno tras las tormentas de la tarde,  el ambiente húmedo… Todos los días es el mismo paisaje y cada día es nuevo. En ese instante una de nosotras recordaba comentarios escuchados en el locutorio, expresiones sobre nuestra vida “encerrada”, y a la vez, un himno que cantamos, con un poema de sor Cristina de Arteaga, monja jerónima: “Desde que mi voluntad está a la vuestra rendida, conozco yo la medida de la mejor libertad (…), que es poco lo que me niego si yo soy vuestra y vos mío”. Y se alegraba, agradecida por la elección, siempre inmerecida, del Señor. Porque es cierto, es poquísimo lo que nos negamos y ¡es tanta la infinita generosidad del Amor de Dios con cada una de nosotras, todos los días! Cada día el Señor nos renueva su llamada y espera nuestro “SÏ”. Lo mismo que cantamos en la antífona del salmo 91: “Por la mañana proclamamos, Señor, tu misericordia y de noche tu fidelidad”. 

Nos despedimos con el corazón ardiente por la llama del Espíritu recibido, y dispuestas a dejarnos guiar por Él, ahora que iniciamos el trabajo intenso del verano. Pedimos al Señor nos conceda amor al trabajo, virtud importante, pues según san Teodoro, el estudita, quien es fervoroso en los compromisos materiales, lo es también en los espirituales.

 

Unidos en la oración, vuestras hermanas de Buenafuente del  Sistal   

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