Por Jesús Montejano
(Delegación de Piedad Popular)
El pasado día 11 de febrero, memoria litúrgica de la Virgen de Lourdes, el Santo Padre Francisco firmó el Motu Proprio por el cual transfiere las competencias de los santuarios al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización.
En el documento se reconoce el gran valor simbólico que el santuario tiene en la Iglesia. Los santuarios son lugar privilegiado donde se expresa la tradición de oración, devoción y confianza en la misericordia de Dios, inculturada en la vida de todos los pueblos. En los santuarios se expresa la fe sencilla y humilde de los creyentes, que se ponen en camino para encontrarse con Dios y consigo mismos, junto a tantos peregrinos que comparten la misma fe, especialmente los enfermos, refugiados y migrantes.
En los santuarios se dan la mano la piedad popular y la acción litúrgica, son espacios sagrados donde podemos contemplar la acción de Dios y las aspiraciones de eternidad de la persona. Los peregrinos son llevados, como dijera Pablo VI, con la “pedagogía de la evangelización”, al compromiso responsable de la formación cristiana y de la caridad.
Por todo esto, el Santo Padre ha creído conveniente transferir de la Congregación para el Clero al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización la Pastoral que se lleva a cabo en los Santuarios de la Iglesia.
Desde el mes de mayo, dedicado de manera especial a María, los cristianos realizan numerosas peregrinaciones a santuarios marianos. Hemos de considerar dicho acontecimiento como un momento importante para la pastoral de los santuarios y el crecimiento de nuestra vida cristiana y de cuantos se acercan a estos lugares.
Este año nuestra diócesis de Sigüenza-Guadalajara organiza diversas peregrinaciones al Santuario de Fátima, en el centenario de las Apariciones de la Virgen.
La imagen peregrina de Nuestra Señora visitará nuestra tierra durante todo el mes de mayo. Acojámosla como se hace con una madre, dispongámonos interiormente mediante los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía, recemos y cantemos con devoción. Ella nos visita como un regalo que el Señor nos hace. Disfrutemos de su presencia.



Juan José Plaza
Una de las primeras cosas que aprendimos en el catecismo era que el signo o señal del cristiano era la Santa Cruz, porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo para salvarnos.
Saludo inicial:
El centro de la liturgia de la Palabra, que se proclama desde el Ambón, es el Santo Evangelio, en que se vuelve a hacer el signo de la Cruz.
En la liturgia eucarística toda nuestra atención está en el Altar y en él vemos destacado el Crucifijo.
Al concluir la Santa Misa el sacerdote hace la señal de la Cruz sobre el pueblo, para bendecirlo. El Sacerdote dice así, al trazar la Cruz: “La bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros”(al mismo tiempo que los fieles, inclinando la cabeza, también la hacen la señal de la Cruz sobre si mismos).
Como vemos la celebración de la Santa Misa se inicia con la señal de la Cruz y un saludo a la comunidad, convocada en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu; tiene como centro la Cruz, que nos recuerda que Cristo se ofrece incruentamente en el sacramento eucarístico por nosotros; y se concluye con la señal de la Cruz en la bendición y envió de la comunidad al mundo, para dar testimonio de su fe en Cristo nuestro Salvador, muerto y resucitado.













