Por Raúl Pérez Sanz

(Delegación de Liturgia)

 

 

Todos ya sabemos que la Cuaresma es el tiempo litúrgico de preparación para la Pascua. Son cuarenta días para: escuchar más atentamente la Palabra de Dios, para vivir la conversión y hacer memoria de nuestro bautismo.  En estos días nos pueden ayudar y mucho los signos y gestos, así como el cuidado de las iglesias y los ambientes de oración en donde se espera entablar el diálogo de salvación con el Señor.

La primera característica es la austeridad, ello no quiere decir que se eliminen por completo los gestos y símbolos litúrgicos; sino que estos indiquen gradualmente el camino hacia la Pascua. El signo que acompaña a esta característica es la Ceniza, la Iglesia lo realiza hoy como signo de la actitud del corazón penitente, que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal. Junto a este signo se une el de no poder colocar flores en el altar, excepto en las solemnidades, fiestas y el Domingo IV, “Laetare”, que como bien dice la Ordenación General del Misal Romano, en estos casos; el ornato en la Iglesia ha de contribuir a la noble sencillez, procurando la verdad de las cosas.

La segunda característica es el silencio. Al preparar cualquier celebración litúrgica en cualquier tiempo litúrgico deberíamos de invertir más tiempo en los espacios de silencio. Una buena celebración es aquella que tiene un buen equilibrio entre el canto y el silencio, la oración y el silencio, los gestos y el silencio. El signo que acompaña a esta característica es el omitir algunos cantos en las celebraciones litúrgicas, e incluso se nos indica que los instrumentos que suenen sean solamente para sostener el canto y no alargando ni interpretando así melodías instrumentales que rompan el silencio. Otro signo que acompañan esta característica es la omisión del Aleluya.

La tercera característica el clima apto para la reconciliación, el perdón. Toda acción litúrgica debe de ir modelando nuestro corazón, buscando así la conversión de nuestro interior y prepararlo para el Misterio Pascual. El signo que acompaña a esta última característica cuaresmal son los espacios penitenciales, estos han de estar bien ambientados iluminados y listos para recibir a los penitentes, han de ser lo más dignos y cómodos posibles, pues es el lugar en donde se hace tangible la misericordia del Dios que es amor, en donde se experimenta el abrazo del Padre, donde se siente la curación de las heridas por parte del buen samaritano… Otros signos que acompañan a este carácter penitencial serán los ejercicios piadosos, como el Vía Crucis, las estaciones o visitas a imágenes de la Pasión del Señor…

Os invito en este año 2017 a vivir y cuidar las Iglesias y lugares de oración con la austeridad, el silencio y creando así un ambiente propicio para la reconciliación con Dios. Feliz y Santa Cuaresma 2017.

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 
No sé, Señor, pero te sigo plena-
mente: sintiendo luz en tu llamada;
sintiendo mi alma y frente enamorada,
por tu voz interior, que me serena.
 
Llenas de Ti mi todo, como si nada
en recorrerme dejes, vena a vena;
trazando caminos de nazarena
procesión en tu viva faz sagrada.
 
Sintiendo tu amor, de forma terrena-
mente, por mi deseo a Ti, buscada.
Llega pronto tu estampa enamorada
llenando íntegro el centro de mi escena.
 
¡Oh, ven,  mi Jesús, mi Dios, tan velada-
mente hasta mi interior que otra alma ajena
no contemple amorosa Nochebuena,
que llevará a tu todo ésta mi nada!
 
 
 
Juan Pablo Mañueco (2017)
de la novela, con algunos poemas en su interior, "La sombra del sol" (2017).
 
 
Bibliografía del autor:
 
 
 

Por Agustín Bugeda Sanz

(vicario general)

 

Con la llegada de D. Atilano a nuestra diócesis se constituyeron de nuevo el Consejo Presbiteral y el Consejo Pastoral diocesano. Han pasado ya cinco años y en estas fechas se están renovando.

El pasado día 16 de febrero se constituía el nuevo Consejo Presbiteral y el próximo 18 de marzo hará lo propio el Consejo Pastoral Diocesano.

Ambos consejos tienen una gran importancia en la vida de una Diócesis. El obispo diocesano cuenta con ellos para los asuntos de mayor trascendencia, para orientarse en la marcha de la pastoral diocesana, para analizar y escuchar propuestas de los diversos retos de orden pastoral que puedan ir surgiendo.

Desde siempre en la Iglesia se ha contando con este tipo de consejos, pero es desde el Concilio Vaticano II y el nuevo Código de Derecho Canónico donde se obliga el primero y se aconseja vivamente el segundo en cada Diócesis. Precisamente estos consejos son manifestación de la Iglesia como Pueblo de dios, como misterio, misión y comunión que quiere caminar unida y situar la evangelización y la salvación traída por Jesús en el centro de su existencia.

En estos momentos donde se pone en valor la importancia de cada persona, su opinión y voto, la Iglesia una vez más manifiesta que en su organización interna siempre ha tenido en cuenta lo que cada cristiano pueda decir, opinar, votar… y de hecho estos consejos como otros son expresión de ello. Además, en el desarrollo y preparación de los plenarios de los consejos se suele pedir opinión de una forma u otra a todos los ámbitos diocesanos, igual que después se informa también por diversos medios, con lo cual se crea una corriente de comunión y corresponsabilidad amplia y profunda.

Tanto de uno como de otro hemos hecho en estos días historia, sobre todo, de sus últimos 25 años para ver lo que se ha trabajado y seguir insistiendo en los más importante y necesario, y no sólo en lo urgente. De estos años hemos visto que la preocupación por renovar la Iniciación Cristiana, por la llamada vocacional, por una atención generosa a cada rincón de la diócesis, por un cuidado de los más necesitados y débiles como enfermos, ancianos, excluidos de la sociedad…. juntamente con la elaboración de los Planes pastorales diocesanos han sido los temas estrella de las diversas asambleas.

También tienen sus sombras, en las que se está trabajando, sobre todo, en la aplicación y desarrollo de las conclusiones o documentos que el Sr. Obispo suele publicar a la luz de lo trabajado y expuesto en dichos consejos. Y también en una participación mayor sobre todo de los laicos.

El Consejo Presbiteral ya ha comenzado su andadura, y al finalizar la tarde del pasado jueves, constatábamos el clima de seriedad, fraternidad, sinceridad… que llenó esa jornada. Pedimos y trabajamos para que el desarrollo de éste como el de los demás siga siempre así.

Por último, hay que agradecer también a D. Atilano su estilo y talante personal y pastoral que ayuda mucho a crear ese clima y a hacer cada día más efectivo el valor mismo del consejo, sabiendo que en su responsabilidad y carisma episcopal, dado por el Espíritu, queda siempre la última palabra y decisión.

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Guadalajara)

 

 

Pasaba a la Casa Paterna, hace solo unos días a la hora de escribir estas líneas, Sor Concepción Viviente, Hija de la Caridad y verdadero ejemplo de vida para tantos. Desde luego para mí. Conservé su amistad largos años en los que pude gozar cuando que lo necesité en mis diferentes servicios en las Conferencias, de su consejo siempre oportuno y siempre presidido por la Caridad. Caridad sin ñoñerías y siempre, en cualquiera de nuestros encuentros, con la sonrisa y la conversación fácil. Cercana. Fraterna. 

Coincidimos físicamente la última vez, en la Eucaristía que presidió nuestro señor Obispo, para despedir a las Hermanas que abandonaban la Diócesis por falta de fuerzas para poder mantener la Comunidad en Guadalajara. Charlé con ella los pocos minutos que lo permitían las muchas personas que deseaban saludarle y agradecer a través de ella a la Compañía, los servicios prestados a la Diócesis. Percibí, el dolor que estaba viviendo en aquella despedida. 

La escribí entonces, cuando abandonaba su servicio como Visitadora: "Querida amiga y Hermana: en estas últimas horas del servicio que has venido desempeñando, quiero hacerte llegar mi admiración por tu entrega en los años que te conozco y el ejemplo que he recibido de ti, como seguramente muchos más, de tu capacidad para no abandonar la lucha del día a día contra la enfermedad y a la vez: seguir sirviendo a los que sufren con tu entrega a la Compañía de las Hijas de la Caridad". 

Me recordaba a lo largo de tantos años de conocimiento mutuo, a una nueva Sor Rosalie Rendu por el profundo respeto con el que se acercaba a cualquier problema para el que se le pidiera consejo o ayuda, en una obra de los laicos. Me decía que había que potenciar todo lo relacionado con responsabilizar a los laicos en todos los terrenos en los que el Pueblo de Dios necesitara estar. Como Sor Rosalie, sabía permanecer cuando se la necesitaba y ella no necesitaba quedarse para dirigir. Su objetivo era servir: siempre servir. Pero si se quedaba a disposición de lo que se necesitara de ella. Como Visitadora, una de sus últimas propuestas al Consejo, afectó a las Conferencias de Guadalajara de manera muy positiva. 

Me emocionaba oírla exigirnos a las Conferencias, potenciar en todo lo posible la vida de oración y acción. Sin ella, decía convencida, sin la oración, no era posible estar a la altura de lo que el siglo exigía a toda la Iglesia y muy en particular a los seglares. Conocía bien la historia de las Conferencias de San Vicente de Paúl y siempre añadía, con aquella sonrisa que no la abandona, que traicionaríamos nuestro espíritu fundacional, si dejábamos la oración fraterna. 

Ya no volví a verla desde aquella fecha. Si teníamos algún contacto epistolar a través del correo electrónico, que la enfermedad, fue espaciando. Le faltaban las fuerzas. 

En uno de sus correos, quizás el último, me escribía: "Gracias, ya hablaremos más despacio. Experimento al Señor muy cerca". 

Ya está con Él. ¿Cómo dudar de esa cercanía con el Padre, para quién le dedicó toda su vida viéndole en los que sufren. En los pobres.  

No he pretendido con estas torpes y emocionadas líneas, rendirle un homenaje que bien seguro habría rechazado de poder hacerlo. No. Solo he querido recordarme a mí mismo, el ejemplo de una verdadera hija de San Vicente de Paúl. También al querido lector. Debemos todos mucho a la Compañía de las Hijas de la Caridad y es bueno, seguir su ejemplo de vida.

Por Santiago Moranchel

(Delegación de Enseñanza)

 

En el número 261  de la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA AMORIS LAETITI, el Papa Francisco, al hablar de FORTALECER LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS, se hace la pregunta que da título a este artículo. Dice el Papa:

 

“Pero la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios.

Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos.

Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor,

  • procesos de maduración de su libertad,
  • de capacitación,
  • de crecimiento integral,
  • de cultivo de la auténtica autonomía.

Sólo así ese hijo tendrá en sí mismo los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles.

Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial,

dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones,

de sus objetivos,

de sus deseos,

de su proyecto de vida. Por eso, las preguntas que hago a los padres son:

«¿Intentamos comprender “dónde” están los hijos realmente en su camino?

¿Dónde está realmente su alma, lo sabemos?

Y, sobre todo, ¿queremos saberlo?[1]»”.

El texto ya es de por sí sugerente, para que todos, padres, educadores, responsables de la cultura y de la sociedad, nos hagamos la pregunta ¿Dónde están nuestros hijos? Como dice el Papa no se trata solo de una cuestión espacial en sentido físico, sino en sentido existencial de proyecto de vida,  convicciones, mentalidad, valores, referencias y preferencias…

El tema es lo suficientemente sugerente cómo para que todos nos hagamos la pregunta final: realmente, ¿queremos saberlo? Lo cual, siguiendo con la dirección marcada por el Papa, podemos seguir preguntándonos:

  • ¿Queremos saber dónde están nuestros hijos?
  • ¿Qué les motiva a nuestros hijos, cuáles son sus motivaciones internas, existenciales para vivir, hablar, decidir, como realmente lo hacen?
  • Realmente, en concreto, ¿a que aspiran nuestros hijos, cuáles son sus anhelos?
  • ¿Por qué luchan, se esfuerzan, trabajan, van al colegio o al instituto? O también, ¿por qué “pasan” de cosas que a los adultos nos parecen imprescindibles?
  • ¿Hay alguna coincidencia entre su forma y estilo de vida y el nuestro, cual es el punto de encuentro entre hijos y padres o educadores?

Podríamos seguir, pero hay una cuestión importante que quiero aprovechar antes de acabar estas letras. Tal vez, detrás de estas preguntas, ¿No se esconde una ulterior cuestión de donde realmente nos encontramos los adultos? Imaginemos por un momento que estas cuestiones nos las plantearan nuestros hijos: ¿Dónde están nuestros padres, nuestros educadores, nuestros maestros? ¿Dónde y por dónde van los caminos existenciales de “mis padres”, “de mis maestros”, “de mis educadores”? ¿Dónde está realmente su “alma?

¿Dónde están nuestros hijos?, se preguntaba el Papa. Y ¿dónde se encuentran nuestros adultos? Detrás de un hijo siempre hay un padre y una madre. ¡Siempre!

 

 

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