Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido



Anónimo. Siglo XVI

 

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Jesús, no para amarte es que me mueve

la promesa futura de tu cielo,

ni tampoco el infierno, sin consuelo.

Es amor hacia ti quien que me eleve.

 

A Ti me mueves Tú mismo, del suelo

verte en cruz, clavo en leño tu relieve.

Vejado y ultrajado, me remueve

a ascender hasta Ti, a darte consuelo.

 

Muévenme las afrentas que han herido

tu cuerpo sangrante, que señalara

el amor que tu ofrenda demostrara

a cada golpe de martillo unido.

 

Tu amor obra en tal modo que te amara

sin cielo, y sin infierno, igual temido,

que el tuyo amor y reino es que ha venido

a enseñarnos Amor. Y eso sobrara.

 

Y más, que tu natura, cuando humana,

ante el clavo que a carne ha desgarrado

-hálito alado lanza la ha sacado

tras última tu sangre-... Lo que mana

 

es tu divinidad ya, y sale hermana.

 

Juan Pablo Mañueco

Del libro "Los poemas místicos y otras estrofas novicias"

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Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

 

Hace años, un día cuando las canas aún no se habían enseñoreado de mi cabeza, Jacinto me decía viéndome un poco triste, que no debíamos pensar que todo el que llega, el nuevo consocio que se une a nuestra Conferencia, lo es para siempre y que nunca la abandonará. Lo habitual la mayoría de las veces, es que el que llega a una Conferencia, ya no la deja hasta que sea llamado al abrazo del Padre misericordioso. He conocido y todavía mantengo contacto con alguno de ellos, a consocios que después de toda una vida ofrecida en el esfuerzo de ayudar al que sufre, cuando ya no pueden salir de casa donde la enfermedad o simplemente la vejez les retiene, se convierten en consocios orantes por aquellos que siguen sirviendo como lo hicieron ellos años atrás. Pero no siempre es así, ni debe serlo decía en su sabiduría nuestro consocio Jacinto.

A cada uno, le tiene reservado el Buen Dios un camino que no es el mismo para el que corre a su lado, aunque hagan unos cuantos kilómetros juntos y aportando cada uno lo mejor que puede para enriquecer al otro. Esa disponibilidad, sí debe ser común en ambos, pero el camino de cada uno, ese sólo lo marca el Buen Dios si aprendemos a saber escucharle. Si aprendemos a conocerle en las diferentes maneras en las que nos regala a diario Su Amor y su consuelo. También sus “sugerencias”.

El paso de una temporada en la pequeña comunidad que forma cada Conferencia, debe tener de reto para el resto de los consocios, el deseo de servirle espiritualmente y para el consocio nuevo un modo de aprender y conocer la rica espiritualidad a la que es capaz de llegar un pobre grupo de laicos. Que saben que no lo saben todo y así lo aceptan sin más pretensiones y que son capaces, cuando surge la duda, de recurrir al sacerdote para que los ilumine allá donde se encuentren sombras. No van de “pesca” para aumentar el número de los consocios de la Conferencia y sí con el mayor espíritu de servirse unos a otros para crecer espiritualmente. Esa es la filosofía de cada Conferencia o al menos……… así debiera ser.

El amable lector, comprenderá que la tristeza que me embargaba y que sagazmente supo detectar e incluso dar explicación el amigo Jacinto, venía provocada por el abandono de algún consocio que había encontrado su camino al margen de la Conferencia. Tristeza, pues todos creemos que nuestro camino, el carisma que nos une, siempre “es el mejor”.

A partir de la llamada de atención de Jacinto, cambié. Ya no había preocupación o tristeza por la marcha del consocio. Bendito él si había encontrado su senda, su trayecto espiritual. Ahora me preguntaba y ese era mi pequeño tormento en aquella hora, si realmente mi Conferencia, le había ayudado a encontrarlo. ¡Ojala hubiera sido así! ¡Ojalá no le demostráramos, no le diéramos la impresión, que no era más que una cifra que deseábamos para engrosar una estadística! ¿Habríamos dado la respuesta y el ejemplo que el Buen Dios deseaba de nosotros cuando nos lo envió? ¿La habría recibido él así?

Confío mucho en que lo hubiéramos logrado. Era una Conferencia muy mariana y María, nunca, nunca, abandona a sus hijos cuando la necesitamos.

 

José Ramón Díaz-Torremocha, de la Sociedad de San Vicente de PaúlConferencia de la Santa Cruz de Marchamalo Guadalajara (España)

 

> Un artículo de Pepe Magaña

> Delegación Diocesana de Migraciones

 

 

 

El Concilio Vaticano II es el acontecimiento clave para la modernización de la Iglesia en el siglo XX. Juan XXIII y Pablo VI son figuras decisivas: el primero, por la sorprendente convocatoria del mismo; el segundo, por su papel en el desarrollo y conclusión.

A. La pastoral de migraciones surge en el siglo XIX. León XIII recogió la inquietud de los pioneros. El papa Pío XII la ordena y formula oficialmente en Exsul Familia (1952). En el n.º 80 sanciona que a los extranjeros se les ha de asegurar una atención pastoral «en una forma proporcionada a sus necesidades y no menos eficaz que aquella de la cual gozan los demás fieles en su diócesis». Por entonces, la mayoría de los migrantes eran católicos (europeos sobre todo, era un fenómeno masivo en Italia) con graves dificultades para vivir su fe en la situación de emigración.

B. En la segunda mitad del siglo XX cambiaron las circunstancias. Las migraciones se globalizan. Los padres conciliares tienen ante ellos, además de al migrante católico, la situación precaria que viven los migrantes en general. Por eso se centran en la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos –en peligro en las circunstancias propias de la migración. El Vaticano II reafirmó el derecho de los migrantes a una pastoral específica, pero desplaza los acentos: se acentúa la teología de la iglesia local y la participación de todos los fieles en la misión de la Iglesia; la responsabilidad de la pastoral de migraciones es de la iglesia local, el responsable directo es el obispo (Christus Dominus 18) y no los organismos centrales de la Santa Sede, como concebía Pío XII; los migrantes, aunque extranjeros, son miembros de pleno derecho de la iglesia local. Toda la doctrina conciliar sobre este tema la recoge la instrucción de la Sagrada Congregación para los Obispos Pastoralis Migratorum Cura (1969). Pablo VI la publicó, en forma de Motu Proprio.

C. En el tiempo que sigue, la acción pastoral se enfoca desde los planteamientos de la doctrina social de la Iglesia. El motor es el convencimiento de que la integración social ha de seguir el camino de la inserción laboral, ya que los inmigrantes son trabajadores, y el servicio que la Iglesia puede ofrecerles es apoyar su integración trabajando por la justicia. Se ve cada vez con mayor claridad que la pastoral de migraciones no es una pastoral paralela, sino misión del Pueblo de Dios formado conjuntamente por migrantes y autóctonos. La evolución camina de pastoral ‘para’ migrantes a pastoral ‘con’ los migrantes. El horizonte cambia desde la asistencia religiosa al compromiso misionero.

 

 

 

Por Jesús Montejano

(Delegación de Piedad Popular, Hermandades y Cofradías)

 

 

En numerosos medios podemos escuchar la triste realidad de la España vacía. Un tema antiguo que se pone de moda, como tema de debate más que a un nivel realmente efectivo. El mundo rural se encuentra en una grave situación de despoblación. No tenemos que ir a otros lugares de Castila o Aragón. Lo podemos comprobar en nuestros pueblos, vacíos de niños y casi también de ancianos.

Muchas expresiones de la Piedad Popular nacieron en las parroquias rurales, y aún hoy convocan a numerosas personas que, aunque viven en otros lugares, regresan para la fiesta del patrono o patrona.

De hecho se pude constatar cómo las devociones del mundo rural fueron llevadas a las ciudades, como expresión de la religiosidad nacida en el campo.

En el mes de mayo celebramos la fiesta de San Isidro, patrono del campo y del mundo rural. Numerosos pueblos, especialmente en donde se cultiva la mies, honran la memoria y  patronazgo del santo labrador.

Numerosas ermitas y santuarios son la meta de muchas personas que expresan su fe de esta manera, presentan sus necesidades y manifiestan su devoción, que hunde sus raíces en lo más profundo de la persona.

De ahí que valoremos, cuidemos y promocionemos estas expresiones de la piedad por parte de las cofradías, hermandades, parroquias y ayuntamientos. Son un acontecimiento de primer orden para la evangelización, la transmisión de la fe en la familia, el valor de la sencillez y la humildad, el compromiso social y la caridad, la necesaria visibilidad de la fe, la justa reivindicación de los medios que necesitan nuestros pueblos para poder seguir subsistiendo.

La Piedad Popular hunde sus raíces en la cultura, y la nuestra es rural, aunque se esté quedado vacía.

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