Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Padre nuestro, que estás en las tribulaciones,

ayúdanos cuando nos encontramos en ellas,

venga a nosotros el consuelo de tus huellas

y hágase tu voluntad en nuestros corazones.

 

 El pan nuestro incluso en estas epopeyas

dánosle hoy y nunca, Jesús, nos abandones.

Igual que nosotros perdonamos, Tú nos perdones.

Sin caer en tentación, líbranos de todo mal que hay bajo las estrellas.

 

Las cuales, si no fuera por ciertas cosas que ocurren en la Tierra

serían enormemente bellas.

 

 

 Juan Pablo Mañueco

 

Por Ángel Moreno

(de Buenafuente)

 

 

“Alegraos”. “No temáis” 

Las palabras del Resucitado son provocadoras en tiempos de pandemia. Si el miedo nos acosa, la muerte nos acecha, la sociedad se atomiza, la convivencia se rompe, la fe se apaga, la soledad crece, el fantasma se agiganta, ¿cómo alegrarse? ¿Cómo no temer? 

Estas palabras de Cristo vencedor de la muerte nos hacen dudar y desconfiar. ¿No serán expresiones pietistas? ¿Placebos espirituales? ¿Afán de dominio religioso? ¿Fórmulas vacías ante tanto drama? 

Es el momento de la crisis y de la desbandada, de la huida y de la desconfianza, pues no podemos contener lo que parece irremediable: la destrucción social, familiar y personal. 

Los discípulos se resistieron a creer que pudiera ser verdad la resurrección de Jesús. Los dos de Emaús incluso se marcharon escépticos y Tomás se cerró a dar fe a las noticias. Es natural, en este momento, hacerse preguntas desestabilizadoras y sumirse en el dolor por la pérdida de seres queridos. Es natural permanecer encerrados, aparte de que nos obliguen.

 Y, sin embargo, a pesar de todo, aunque parezca que uno es crédulo, y que dar fe al Evangelio es un pensamiento débil porque las estadísticas afirman el desplome de los creyentes, el crecimiento de los ateos y el aumento de los no practicantes, aunque uno siente todas las preguntas y escucha todas las sospechas, hoy quiero apostar conscientemente por las palabras de Jesús y abrirme a su saludo de paz, de alegría y de esperanza. 

Quiero confesar como el apóstol Tomás, sin que sea refugio mental ni huida del realismo: “Señor mío y Dios mío”. Y al tiempo, contemplo las heridas del cuerpo de Cristo, su Iglesia, la humanidad entera. Es momento de atreverse a creer, a dar fe a quien ha superado la muerte. 

Jesucristo ya previno la posible resistencia a la verdad de su resurrección cuando le dijo al apóstol: “Porque has visto has creído; dichosos los que sin ver, creen”. Yo no veo, pero creo; aunque como el apóstol Pedro, también suplico: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. 

Día de confiar en la Divina Misericordia. El mensaje que Jesús reveló a santa Faustina y que se ha hecha jaculatoria es: “Divina Misericordia, en ti confío”. “Jesús, confío en ti”. 

Si te resistes, lo entenderé; pero si confías y te abandonas en manos de Dios, la paz te visitará y sentirás la serenidad que da la fe. Te lo deseo.

Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

Ya conocemos que, desde que se inició el confinamiento y comenzaron las restricciones para acudir a los templos, nuestra diócesis inició las retransmisiones de algunas celebraciones desde el canal oficial de YouTube destinado para ello, el de la Concatedral de Santa María. El rezo del Ángelus por las mañanas y la Eucaristía de la tarde a las 19,00 horas, así como la Eucaristía dominical a las 12.00 y las 19.00 horas, iniciativa a la que se adhirió, días después, el canal de televisión TDT Guadalajara Media. Después, varias parroquias de la geografía diocesana se unieron a esta iniciativa y comenzaron a transmitir en directo a través de su cuenta de Facebook.

Hace unas semanas, y tras decretar el gobierno el estado de alarma por el COVID-19, los titulares de muchos periódicos y programas de televisión eran <<Se suspende la Semana Santa>>. Pues bien, no, la Semana Santa no se suspendió, se suspendió la participación presencial en los oficios sagrados en nuestros templos y la manifestación de la religiosidad popular en las procesiones.  Sería, por lo tanto, una Semana Santa diferente, pero Semana Santa, la semana Grande para los cristianos.

Han sido muchas las ofertas diocesanas que hemos tenido virtualmente para celebrar los días más importantes del calendario cristiano. Yo destacaría los ofertados por la Delegación de Juventud: el Vía Crucis Joven y la Pascua Joven Online. La primera de ellas, una convocatoria presencial diocesana muy arraigada, tuvo también mucha participación virtual. Aunque los medios técnicos eran lo que eran, lo importante es que rezamos unidos fijando nuestra mirada y nuestra meditación en torno a María.

También nos llegaba por distintos medios la Pascua Joven Online. Me metí en un grupo integrado por un sacerdote y varios laicos. Los textos de la mañana y la reflexión nos hacían entrar en el misterio de cada día y, aunque yo sólo pude compartir con el grupo un par de tardes, fue una experiencia muy enriquecedora. Me hizo volver a los años de mi juventud y a recordar aquellas Pascuas urbanas en el centro ‘Juan Pablo II’, donde después de celebrar con nuestra comunidad, nos juntábamos en esa pequeña comunidad para compartir lo vivido. ¿Os acordáis Carmelo, Marisol, Mª Paz, Noemí…, de aquellas horas santas bajo la fría noche, de aquella adoración de la cruz en la intimidad?

En mi caso, he vivido como otros años la Semana Santa en familia, pude asistir, aunque virtualmente y #DesdeCasa -que nunca lo había hecho-, a la Misa Crismal desde la Catedral de Cuenca y desde ahí seguí y celebré también los Santos Oficios del jueves y viernes santo, celebraciones austeras sin cantos, sin flores, … en mi modesta opinión la Semana Santa que Dios quería este año.

Por tanto, sí ha habido Semana Santa. Ha habido una Semana Santa en cada una de las iglesias domésticas que hemos creado cada familia por el confinamiento, pero una Semana Santa vivida en la comunidad de los Hijos de Dios, la Iglesia.

El Papa recuerda que “el Resucitado no es otro que el Crucificado” y que ante el contagio del Covid 19 necesitamos el «contagio» de la esperanza y de la solidaridad

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

En España desde el final de la Guerra Civil –hace 81 años- y en el resto del mundo desde la conclusión de la II Guerra Mundial –hace 75 años-, nunca se había vivido una Semana Santa como esta, marcada y lastrada por la pandemia del coronavirus. Y si alguien, alguna personalidad de ámbito y proyección internacional, ha encarnado y está encarnando el dolor y la esperanza de la entera humanidad ante esta pandemia es el Papa Francisco.

Por ello, este artículo va a recoger íntegro, con apartados y subrayados, su impresionante mensaje pascual y bendición «urbi et orbi» del pasado domingo 12 de abril, Pascua de resurrección.

Y como imagen de este artículo va una fotografía del cirio pascual acompañado del Cristo crucificado de la catedral de Sigüenza en su iglesia o capilla parroquial de San Pedro.  He elegido esta imagen al hilo de las siguientes palabras del Papa en este mensaje: «El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada». Lo que el Papa nos ha recordado es aquella frase latina ya célebre: «Per crucem ad lucem (Por la cruz a la luz)». Y la cruz y la luz se funden en la esperanza definitiva que nunca defrauda de Jesucristo crucificado y resucitado por todos nosotros, ahora muy especial por nuestros hermanos y familiares y amigos del coronavirus.

 

Mensaje pascual del Papa Francisco

«Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!”.

Esta Buena Noticia se ha encendido como una llama nueva en la noche, en la noche de un mundo que enfrentaba ya desafíos cruciales y que ahora se encuentra abrumado por la pandemia, que somete a nuestra gran familia humana a una dura prueba. En esta noche resuena la voz de la Iglesia:” ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! (Secuencia pascual).

Es otro “contagio”, que se transmite de corazón a corazón, porque todo corazón humano espera esta Buena Noticia. Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!». No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “pasa por encima” del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios.

El Resucitado no es otro que el Crucificado. Lleva en su cuerpo glorioso las llagas indelebles, heridas que se convierten en lumbreras de esperanza. A Él dirigimos nuestra mirada para que sane las heridas de la humanidad desolada».

 

Pascua en tiempos de coronavirus

La actual pandemia mundial, sobre todo en Europa, Estados Unidos de América y China, centró su mensaje: «Hoy pienso –afirmó Francisco el Domingo de Pascua- sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus: los enfermos, los que han fallecido y las familias que lloran por la muerte de sus seres queridos, y que en algunos casos ni siquiera han podido darles el último adiós. Que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas.

 Que conceda su consolación y las gracias necesarias a quienes se encuentran en condiciones de particular vulnerabilidad, como también a quienes trabajan en los centros de salud, o viven en los cuarteles y en las cárceles. Para muchos es una Pascua de soledad, vivida en medio de los numerosos lutos y dificultades que está provocando la pandemia, desde los sufrimientos físicos hasta los problemas económicos.

Esta enfermedad no solo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. En muchos países no ha sido posible acercarse a ellos, pero el Señor no nos dejó solos. Permaneciendo unidos en la oración, estamos seguros de que Él nos cubre con su mano (cf. Sal 138,5), repitiéndonos con fuerza: No temas, “he resucitado y aún estoy contigo” (Antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua, Misal Romano).

Que Jesús, nuestra Pascua, conceda fortaleza y esperanza a los médicos y a los enfermeros, que en todas partes ofrecen un testimonio de cuidado y amor al prójimo hasta la extenuación de sus fuerzas y, no pocas veces, hasta el sacrificio de su propia salud. A ellos, como también a quienes trabajan asiduamente para garantizar los servicios esenciales necesarios para la convivencia civil, a las fuerzas del orden y a los militares, que en muchos países han contribuido a mitigar las dificultades y sufrimientos de la población, se dirige nuestro recuerdo afectuoso y nuestra gratitud.

En estas semanas, la vida de millones de personas cambió repentinamente. Para muchos, permanecer en casa ha sido una ocasión para reflexionar, para detener el frenético ritmo de vida, para estar con los seres queridos y disfrutar de su compañía. Pero también es para muchos un tiempo de preocupación por el futuro que se presenta incierto, por el trabajo que corre el riesgo de perderse y por las demás consecuencias que la crisis actual trae consigo. Animo a quienes tienen responsabilidades políticas a trabajar activamente en favor del bien común de los ciudadanos, proporcionando los medios e instrumentos necesarios para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas ».

 

Este no es el tiempo de egoísmo, sino de la fraternidad

Y prosiguió Francisco: «Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos. Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos y, sobre todo, la posibilidad de una adecuada asistencia sanitaria.  

Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los países— las grandes necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres.

Este no es el tiempo del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace acepción de personas. Entre las numerosas zonas afectadas por el coronavirus, pienso especialmente en Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, este continente pudo resurgir gracias a un auténtico espíritu de solidaridad que le permitió superar las rivalidades del pasado. Es muy urgente, sobre todo en las circunstancias actuales, que esas rivalidades no recobren fuerza, sino que todos se reconozcan parte de una única familia y se sostengan mutuamente. Hoy, la Unión Europea se encuentra frente a un desafío histórico, del que dependerá no solo su futuro, sino el del mundo entero. Que no pierda la ocasión para demostrar, una vez más, la solidaridad, incluso recurriendo a soluciones innovadoras. Es la única alternativa al egoísmo de los intereses particulares y a la tentación de volver al pasado, con el riesgo de poner a dura prueba la convivencia pacífica y el desarrollo de las próximas generaciones».

 

No a la división, ni al olvido, ni a la marginación

Como es habitual en los discursos papales para la Pascua, tanto la de Navidad como de Resurrección, en este caso Francisco no se olvidó tampoco, aun cuando la crisis mundial del coronavirus centró su discurso, de otros problemas que azotan y acosan, tantas veces en medio de la indiferencia generalizada, a nuestro mundo. Volvamos a citarle textualmente:

«Este no es tiempo de la división. Que Cristo, nuestra paz, ilumine a quienes tienen responsabilidades en los conflictos, para que tengan la valentía de adherir al llamamiento por un alto el fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo. No es este el momento para seguir fabricando y vendiendo armas, gastando elevadas sumas de dinero que podrían usarse para cuidar personas y salvar vidas.

Que sea en cambio el tiempo para poner fin a la larga guerra que ha ensangrentado a la amada Siria, al conflicto en Yemen y a las tensiones en Irak, como también en el Líbano. Que este sea el tiempo en el que los israelíes y los palestinos reanuden el diálogo, y que encuentren una solución estable y duradera que les permita a ambos vivir en paz. Que acaben los sufrimientos de la población que vive en las regiones orientales de Ucrania. Que se terminen los ataques terroristas perpetrados contra tantas personas inocentes en varios países de África.

Este no es tiempo del olvido. Que la crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas. Que el Señor de la vida se muestre cercano a las poblaciones de Asia y África que están atravesando graves crisis humanitarias, como en la Región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique.

Que reconforte el corazón de tantas personas refugiadas y desplazadas a causa de guerras, sequías y carestías. Que proteja a los numerosos migrantes y refugiados —muchos de ellos son niños—, que viven en condiciones insoportables, especialmente en Libia y en la frontera entre Grecia y Turquía. Y no quiero olvidar de la isla de Lesbos. Que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria.

Queridos hermanos y hermanas: las palabras que realmente queremos escuchar en este tiempo no son indiferencia, egoísmo, división y olvido. ¡Queremos suprimirlas para siempre! Esas palabras pareciera que prevalecen cuando en nosotros triunfa el miedo y la muerte; es decir, cuando no dejamos que sea el Señor Jesús quien triunfe en nuestro corazón y en nuestra vida.

Que Él, que ya venció la muerte, abriéndonos el camino de la salvación eterna, disipe las tinieblas de nuestra pobre humanidad y nos introduzca en su día glorioso que no conoce ocaso. Con estas reflexiones, os deseo a todos una feliz Pascua».

 

PUBLICADO EN NUEVA ALCARRIA EL 17 DE ABRIL DE 2020

 

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