Alfonso Olmos

(Director de la Oficina de Información de la Diócesis)

 

 

 

¡Paz y bien!

El saludo franciscano debe acompañar los sentimientos de todo cristiano. Al comienzo de un nuevo curso pastoral nos ofrece la posibilidad de desear lo mejor, éxito y frutos, para todos los proyectos de los que con ilusión caminamos en la Iglesia diocesana, siempre al ritmo de la Iglesia universal. Nos lo posibilitará, sin duda, la celebración de la fe.

Octubre y su ritmo litúrgico nos ayudan a poner las bases para comenzar de nuevo con unas líneas de acción bien definidas. La infancia espiritual de Santa Teresita; la protección de los Ángeles Custodios; la sencillez y la humildad, tras una vida ostentosa de los santos Francisco de Borja y Francisco de Asís; la acción de gracias y la petición; la austeridad, silencio y soledad, del fundador de los cartujos; la protección de María, en sus advocaciones del Rosario y del Pilar, y una mirada trascendente, espiritual y mística, como la de nuestra gran Santa Teresa… En definitiva todo un programa pastoral para nuestras comunidades.

Luego vendrán, cómo no, las referencias misioneras, con la celebración del Domund y el recuerdo de hasta tres apóstoles este mes, Lucas, Simón y Judas Tadeo, y otros tres papas, Calixto I, Juan XXIII y Juan Pablo II, y de otros santos, entre ellos nuestros paisano Marciano José, que nos han dejado un ejemplo de entrega que necesitamos revisar, para actualizar en nuestra vida.

Este mes volvemos, con esperanza renovada, a comenzar actividades parroquiales, diocesanas y sinodales. Este mes tendremos que ilusionarnos de nuevo con el mensaje de Jesucristo que queremos vivir y compartir. Que lo vivamos con paz, ante tanta discordia y hostilidad social y que todo lo que pensemos, digamos o hagamos en nombre del Señor sea para bien de todos.

 

Este sábado, 25 de septiembre, en la catedral de Sigüenza, a partir de las 11 horas, en doble acto, con amplia participación de fieles, sacerdotes y autoridades

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

La catedral de Sigüenza se apresta, en la mañana de este sábado 25 de septiembre, a la celebración diocesana de las bodas oro sacerdotales y bodas de plata episcopal de monseñor Atilano Rodríguez Martínez, obispo de la diócesis desde hace diez años y medio.

Próximo a los 75 años, don Atilano es asturiano, para cuyo presbiterio fue ordenado sacerdote el 15 de agosto de 1970. El 18 de febrero de 1996 fue ordenado obispo, siendo obispo auxiliar de Oviedo de 1996 a 2002 y de 2003 a 2011, obispo de Ciudad Rodrigo, de donde llegó a nuestra diócesis el 2 de abril de 2011. En la Conferencia Episcopal Española (CEE), es el presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Promoción humana.

Los actos consistirán en una eucaristía, a las 11 horas, en la catedral, con presencia de otros obispos, autoridades, fieles y familiares del prelado. Concluida la eucaristía, también en la catedral, habrá un acto de homenaje y reconocimiento con la presentación del libro “Hermano, padre y pastor”, de medio centenar de testimonios sobre nuestro obispo, quien, en el citado acto, recibirá asimismo algunas ofrendas y gestos de gratitud y de felicitación por sus dos efemérides.

Todo ello y algunos perfiles más sobre nuestro obispo son abordados ahora en este artículo de hoy, en la víspera de la celebración.

 

 

Semblanza biográfica

 

Monseñor Atilano Rodríguez Martínez nació el 25 octubre de 1946 en Trascastro, pueblo de la parroquia de Leitariegos (concejo/municipio de Cangas del Narcea, Asturias). Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de Oviedo, recibiendo la ordenación sacerdotal en su parroquia natal de manos de monseñor Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, el 15 de agosto de 1970. Está licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Desde octubre de 1970 y hasta agosto de 1973, desempeñó su primera tarea en el ministerio sacerdotal como ecónomo de Santa María de Berducedo y su filial de Santa María Magdalena de Mesa (Pola de Allande), encargándose al mismo tiempo de las parroquias de Santa María de Lago y San Emiliano en el mismo concejo allandés. Desde el 20 de agosto de 1973 y hasta el 30 de junio de 1977 es formador del seminario menor de Oviedo.

Solicitado por el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes Álvarez, que fue obispo de Oviedo de 1970 a 1978, pasa a dirigir la secretaria particular del prelado zaragozano en aquella diócesis, desde el 1 de julio de 1977 hasta el 30 de noviembre de 1992, en que, retornado a su diócesis natal, recibe el nombramiento de moderador del equipo sacerdotal de la parroquia de El Buen Pastor de Gijón, cargo que desempeñaba en el momento de ser nombrado auxiliar de Oviedo.

Don Atilano fue arcipreste de Gijón-Sur, miembro del consejo presbiteral y miembro del colegio de consultores de la diócesis ovetense.

Fue nombrado obispo auxiliar de Oviedo y titular de Horea por el Papa Juan Pablo II el día 5 de enero de 1996. Su consagración episcopal fue en la catedral de Oviedo el 18 de febrero de 1996, actuando como primer consagrante el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, y como otros dos consagrantes principales el arzobispo de Zaragoza, Elías Yanes Álvarez, y el obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez González, que en su día desempeñaron el ministerio episcopal como auxiliares de Díaz Merchán en la archidiócesis de Oviedo.

El 26 de febrero de 2003 fue obispo de Ciudad Rodrigo, en tierras de la provincia de Salamanca y diócesis de la que originario monseñor Sánchez. Tomó posesión de la diócesis de Ciudad Rodrigo el 6 de abril de 2003.

El Papa Benedicto XVI lo nombró obispo de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara el 2 de febrero de 2011 y su toma de posesión, en la catedral seguntina, fue en la tarde el sábado 2 de abril.

En la CEE, en noviembre de 1996, fue adscrito a la Comisión Episcopal de Migraciones, encomendándole la atención pastoral de las misiones españolas en Francia. En marzo de 1999, pasó a las Comisiones Episcopales de Pastoral Social, de cuyo departamento de Pastoral Penitenciaria fue obispo responsable, y continuó también en Migraciones. Desde febrero de 2002 a marzo de 2014 perteneció a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, donde fue obispo consiliario nacional de la Acción Católica Española.

En marzo de 2014, regresó a la Comisión Episcopal de Pastoral Social, de la que fue obispo delegado para Cáritas Española. Tres años más tarde, pasó a presidir esta comisión episcopal, incorporándose, por ello a la Comisión Permanente de la CEE. En marzo de 2020, y tras la reestructuración de las comisiones episcopales, fue elegido presidente, por cuatro años, de nueva Comisión Episcopal para la Pastoral Social y la Promoción Humana, que integra los servicios de pastoral social, migraciones, pastoral de la salud, etc.

 

Escudo episcopal de don Atilano

 

El blasón de armas que usa don Atilano es de tipo español, francés e italiano. Es un escudo de campo cuartelado. En el cuartel 1.º, en campo de plata, la torre de la catedral de Ciudad Rodrigo; siete bandas, en diagonal, alternadas en gules y sinople. En el 2.º, en campo azur, la Cruz de los Ángeles de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo; en campo de plata, olas del mar, en azur. En el 3.º, en campo de oro, cinco estrellas, de ocho puntas, en azur, puestas 2, 1, 2. En el 4.º, en campo azur, la Catedral de Sigüenza; en campo de plata, cinco conchas, puestas 2, 1, 2.

El timbre, que va sobre el escudo, para distinguir la dignidad eclesiástica, es el capelo de obispo, forrado de sinople, y lleva pendientes de cada lado cordones de igual color y seis borlas en tres series, empezando por una y acabando por tres. Por la bordura, en campo de plata, corre el siguiente lema episcopal en latín: “MISIT ME EVANGELIZARE PAUPERIBUS” (en español, “He sido a evangelizar a los pobres”, frase de Jesucristo, recogida en el evangelio de san Lucas). Superando todo, cruz, en gules; mitra, en oro y plata; y báculo, en oro.

Las bandas, conchas, olas del mar y estrellas forman parte del escudo familiar que exorna la fachada de su casa solariega en Trascastro (Asturias).

Don Atilano se formó en el seminario de Oviedo. Pastoreó, como cura y como obispo auxiliar, la diócesis ovetense. Por eso incorporó al escudo familiar la Cruz de los Ángeles. Al ser nombrado obispo de Ciudad Rodrigo, añadió la torre de esta catedral. Desde 2011, incorporó la catedral de Sigüenza, como cátedra del obispo, desde la que tiene que anunciar la Palabra y presidir la celebración de los sacramentos en esta Iglesia de Sigüenza-Guadalajara.

 

 “Hermano, padre y pastor”

 

Cincuenta testimonios, más presentación, prólogo y epílogo, 53 colaboraciones en total, compone el libro de homenaje que la diócesis presenta en la mañana de este sábado a su obispo. Será, a partir de las 12:30 horas.

El libro, editado por PPC Publicaciones, se extiende a lo largo de 210 páginas. La introducción o presentación corre a cargo del coordinador del libro, Álvaro Ruiz Langa, delegado de Medios de Comunicación Social en nuestra diócesis. El prólogo está escrito por el cardenal Juan José Omella Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la CEE y amigo y antiguo compañero de presbiterio en Zaragoza de don Atilano. El epílogo es de su antecesor en Sigüenza-Guadalajara, monseñor José Sánchez.

El libro se divide en cinco grandes apartados o capítulos, que recorre la vida y ministerio de nuestro prelado. El primero es su Asturias y consta de diez testimonios, entre ellas la del arzobispo actual de Oviedo, Jesús Sanz Montes; y la de su predecesor y actual cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro Sierra. El arzobispo de Oviedo que ordenó sacerdote y obispo a don Atilano es don Gabino Díaz Merchán, quien cuenta ya con 95 años y quien delegó su colaboración a quien fuera su vicario general, Javier Gómez Cuesta. El resto de las colaboraciones son de familiares y amigos laicos, sacerdotes y consagrados.

Sus años en Zaragoza y sus estudios en Salamanca constituyen el segundo capítulo, con tres colaboraciones, entre ellas, Laura Magdalena Miguel, secretaria general de la Universidad Pontificia de Salamanca, donde estudió nuestro obispo; y Francisco Martínez García, vicario general de monseñor Elías Yanes en Zaragoza. Don Elías falleció en marzo de 2019.

El actual vicario general de Ciudad Rodrigo, la diócesis que nuestro prelado pastoreó entre 2003 y 2021, y un estrecho colaborador suyo en aquellos años, su vicario episcopal de Pastoral, son las dos firmas del tercer capítulo, en el que se hace memoria de su paso por Ciudad Rodrigo.

Como es lógico, la parte principal del libro está dedicada a Sigüenza-Guadalajara, con un total de 32 testimonios. Así, escriben el arzobispo de Toledo, Francisco Cerro Chaves (nuestra diócesis pertenece a la provincia eclesiástica de Toledo) y el seguntino Juan José Asenjo Pelegrina, arzobispo emérito de Sevilla.

Todos los sectores pastorales del pueblo de Dios en Sigüenza-Guadalajara y los distintos organismos diocesanos están representados en las colaboraciones.  Así, escriben sacerdotes (entre ellos, el vicario general Agustín Bugeda Sanz), laicos, jóvenes, consagrados, matrimonios, mujeres, un seminarista ya diácono, varones, periodistas, etc. La secretaría del Sínodo Diocesano, los consejos de Economía y de Pastoral, la Administración diocesana, Catequesis, Cáritas, Apostolado Seglar, Familia y Vida y otros tienen cabida en el libro, en que hay autores procedentes de Mondéjar, Marchamalo, Sigüenza, Molina de Aragón y, sobre todo, de Guadalajara. Asimismo, hay también poemas, como de los sacerdotes Ángel Moreno Sancho y Francisco Vaquerizo Moreno.

Los actuales alcaldes de Sigüenza (María Jesús Merino Poyo) y de Guadalajara (Alberto Rojo Blas) y sus antecesores en los años de don Atilano en la diócesis (José Manuel Latre Rebled y Antonio Román Jasanada, respectivamente). También escriben José Luis Vega Pérez, actual presidente de la Diputación Provincial, y Ana Cristina Guarinos López, expresidenta de este organismo. Asimismo, se cuenta con la firma de Carmelo García Pérez, vicerrector de la Universidad de Alcalá de Henares para el campus universitario de Guadalajara.

 

Otros apuntes de la celebración del sábado

 

En la misa se espera, al menos, que concelebren los obispos de Cuenca (José María Yanguas Sanz) y de Albacete (Ángel Fernández Collado), ambos de nuestra provincia eclesiástica; los ya citados monseñor Sánchez y monseñor Asenjo; y el actual obispo administrador apostólico de Ciudad Rodrigo (Jesús García Burillo). También se esperan a vicarios de Oviedo, Toledo, Ciudad Real, Alcalá de Henares y Ciudad Rodrigo.

Tras la misa, será el acto de homenaje y de acción de gracias, que consistirá, sobre todo, en la presentación del libro. Moderado por el vicario general, intervendrán el coordinador diocesano del libro y uno de los responsables de la editorial que lo ha publicado.  Don Atilano recibirá igualmente algunos obsequios en nombre de toda la diócesis, obsequios cuya identidad se dará a conocer en el acto. En el acto, el organista de nuestra catedral, Juan Antonio Marco Martínez, interpretará tres piezas musicales (“Ave María” de Schubert, “La Misión” de Morricone y “Tocata y fuga” de Bach).

 

 

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 24 de septiembre de 2021

Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Ser humano malvado y execrable,

maléfico, nocivo y peligroso,

perverso, vil, canalla y espantoso

perjudicial, aciago, miserable.

 

Espectro ya espantable o malicioso,

combinado de vicios lamentable,

conjunto de maldades formidable,

fantasmal ente falso y alevoso.

 

¿La fortuna con seso pediríais

porfiando en que no es justa vuestra suerte?

Una hora en la que todos recibíais

 

Justicia y Equidad… fuese tan fuerte

que Fortuna sin seso reclamaríais.

Pues recto fallo -a todos- fuese… muerte,

 y Fortuna cuestión buena aún alguna os vierte. 

Sólo Dios desde dentro de vuestro indigno pecho

transformar puede en recto lo que lleváis deshecho.

 



Juan Pablo Mañueco

Premio CERVANTES-CELA-BUERO VALLEJO, 2016. 

Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha

 

Vídeo autor: 

https://www.youtube.com/watch?v=HdKSZzegNN0

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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No puedo dejar de pensar con frecuencia en mi nieta y sus bonitos diecisiete años, cuando rezo el Ángelus. Seguramente, alguno de los lectores, se preguntarán ¿qué me lleva a ese pensamiento y a unir el recuerdo de mi nieta con el Ángelus? La explicación es muy sencilla: a esa edad aproximada, parece que aún un poco más joven, Gabriel, el ángel del Señor, anunció a María que el Espíritu Santo la cubriría con su sombra y sería la madre de Dios.  

“La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo (cf Jn 16, 14-15) El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es “el Señor que da la vida”, haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya” (C.I.C. 485)

Sé que los tiempos son distintos, pero cuando pienso en aquel embarazo y veo la niñez de mi nieta, no puedo dejar de sentir cierta angustia y admiración por aquella joven virgen que aceptó, sin dudarlo, los designios que venían de lo Alto. No lo dudó, pero otra cosa es lo que pudo removérsele en su alma. En ese punto, en ese tiempo, siempre me detengo y trato de sumergirme en su contemplación y cada vez me admiro más.

Seguro que pensaría en José que aún no la había recibido en su casa. Seguro que pensó en sus conocidos, en sus parientes. Ella sabía que era Él quien la había escogido, pero ¿y los demás? ¿Cómo recibirían la noticia de su embarazo? ¿Qué pensarían?

Aquella niña, acababa de aceptar el mayor reto que ningún ser humano ha recibido a lo largo de la Historia: nada menos que haber escuchado del enviado del Dios Altísimo, un mensaje para ella y creérselo: creer y aceptar que iba a ser madre pues había sido elegida desde el principio de los tiempos por Él para serlo del Hijo amado. Sin duda, su alegría en el tiempo en que veía como cambiaba su cuerpo para acogerle, era sólo comparable al sufrimiento de aquellos tres días, vividos muchos años más tarde, mientras esperaba la vuelta a la vida de Aquel que era la Vida. De Aquel al que la maldad de los hombres pretendía haber eliminado. Aquel que lo había aceptado todo, que había cargado con los pecados del mundo por todos y cada uno de nosotros. Aquel que nos acompaña cada día, cada minuto, cuando le dejamos espacio para ello.

¿Somos capaces de aceptar, de valorar y de agradecer, que el perdón y la salvación del mundo, por los inabarcables designios del mismo Dios, estuvo por unos instantes en las manos de una niña? ¡De la libertad, respetada por el mismo Dios, para aceptarlo o no de una niña! ¡De una niña de la edad de mi nieta!

Iniciamos un nuevo curso lleno de incertidumbres. De conocidas y desconocidas amenazas. Salvando todas las distancias, tal y como debió vivir María, la Virgen, aquellas primeras semanas de su embarazo.  

Pongamos nuestra confianza en ella y vayamos caminando, sabiendo que Él, su Hijo, siempre nos acompaña cuando le dejamos ir a nuestro lado como señalaba antes. Cuando le damos espacio junto a nosotros. A ella, a María, encomiendo siempre el cuidado de mi nieta.

En la festividad de la Asunción de María del año 2021.

A Cristo, siempre en y con María.

 

 

THE FREEDOM OF A YOUNG GIRL

 

When I pray the Angelus, I can't help thinking often of my granddaughter and her beautiful seventeen years of age. Surely, some of the readers will wonder what makes me unite the memory of my granddaughter with the Angelus. The explanation is very simple: approximately at that age, it seems that even a little younger, Gabriel, the angel of the Lord, announced to Mary that the Holy Spirit would cover her with his shadow and she would be the mother of God.

"The mission of the Holy Spirit is always united and linked to that of the Son (cf. Jn 16, 14-15). The Holy Spirit was sent to sanctify the womb of the Virgin Mary and to make her fruitful by divine work, he who is "the Lord who gives life", making her to conceive the eternal Son of the Father in a humanity taken from her own" (C.I.C. 485).

I know that the present times are different, but when I think of that pregnancy and see my granddaughter's childhood, I cannot help but feel a certain anguish and admiration for that young virgin who accepted, without hesitation, the designs that came from Above. She did not hesitate, but it is quite another thing what might have been stirred in her soul. At that point, at that moment, I always stop and try to immerse myself in her contemplation, and each time I admire her more and more.

She must have thought of Joseph, who had not received her yet at his home. She must have thought of her acquaintances, her relatives. She knew that it was He who had chosen her, but what about the others? How would they receive the news of her pregnancy? What would they think?

That little girl had just accepted the greatest challenge that any human being has ever faced in history: nothing less than to have heard a message for her from the One sent by God Most High, and to believe it: to believe and accept that she was going to be a mother, for she had been chosen by Him from the beginning of time to be the mother of the Beloved Son. No doubt, her joy at the time when she saw her body change to welcome Him, was only comparable to the suffering of those three days, lived many years later, as she waited for the return to life of the One who was Life. Of the One whom the wickedness of men claimed to have destroyed. The One who had accepted everything, who had borne the sins of the world for each and every one of us. The One who walks with us every day, every minute, when we give Him the space to do so.  

Are we capable of accepting, appreciating and being grateful that the forgiveness and salvation of the world, by the unfathomable designs of God himself, was for a few moments in the hands of a young girl? Depending on the freedom of a girl, respected by God himself, to accept it or not! A girl the age of my granddaughter!

We begin a new year full of uncertainties, full of known and unknown threats. Relatively speaking, just as Mary, the Virgin, must have lived those first weeks of her pregnancy. 

Let us put our trust in her and walk our journey, knowing that He, her Son, is always with us when we let Him walk next to us, as I have pointed out before. When we give Him a space beside us. To her, to Mary, I always entrust the care of my granddaughter.

On the feast of the Assumption of Mary in the year 2021.

To Christ, always in and with Mary.

 


José Ramón Díaz-Torremocha
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