Por Juan Pablo Mañueco

(escritor y periodista)

 

 

 

Vivo sin vivir en mí,

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

 

Estribillo tradicional

(datado al menos en el siglo XV)

 

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 IDesde que a Dios conocí.

 

Vivo sin vivir en mí

y de tal manera espero,

que muero porque no muero.

desde que a Dios conocí.

A Él mis cancelas abrí,

de un modo ya tan entero

que aguardo a tan gran Viajero.

 

Vivo tan fuera de mí

desde que sentí su Amor

que ya vivo en mi Señor

con quien vida y alma uní.

Y es tanto a Él que me así

tan alta en Él vida espero,

que muero porque no muero.

 

II. Tan bello es lo venidero

  

No es Dios para mí prisión,

sí lo es ya esta dura vida,

pues, según tengo veída

la causa de mi pasión,

lo tengo en mi corazón

y le siento tan frontero,

que muero porque no muero.

 

Estando falto de Ti,

¿qué vida habré de querer,

la dura de acometer

o la de amor que en Ti vi

donde es dulce amanecer?

Tan bello es lo venidero

que muero porque no muero.

 

III. Cuán larga se hace esta vida

  

Cuán larga se hace esta vida

donde andamos desterrados,

que siglos hay caminados

en cada hora sucedida,

¿cuándo vendrá la salida

del liberar venidero

muriendo como ya muero?

 

Es la espera tan amarga

de venirse a mí el Señor,

con su dulzura de Amor

que cada hora se alarga.

¡Quíteme Dios sobrecarga

y castigo tan severo!,

pues muero porque no muero.

 

IV. La alta vida que espero

  

Aquella vida futura

es la vida verdadera.

Tendré vida cuando muera.

Por eso mi voz murmura

¡quiero vivir en la altura

del vivir más verdadero!,

pues muero porque no muero.

 

¡Vida falsa, que a la vida

de Dios que ya vive en mí,

y con quien yo ya me uní,

restas sólo mejor vida!

Quiero verte convertida

en la alta vida que espero,

que muero porque no muero.

 

V. Su rostro es amor

 

Él su rostro me ha enseñado

y ya no quiero otro bien,

viendo ojos cuanto ven

a la gloria se ha llegado,

el sumo bien alcanzado,

por ser del sol un lucero

ya muero porque no muero.

 

Es pura luz y blandura

que en el corazón me toca,

ya toda la dicha es poca

a quien sintió tal hondura,

volverla a sentir procura

siendo al Señor escudero,

y muero porque no muero.

 

VI. Lumbre de serena fuente y goce

 

Su mirada irradia fuego

de serena fuente y goce,

de felicidad solloce,

ante tal paz y sosiego.

Estarme ya con Él luego

es cuanto deseo y quiero,

pues muero porque no muero.

 

A su lado, el tiempo para

y no existe ya ninguno,

entre sus brazos me acuno

todo lo demás sobrara,

con tal de que me mirara.

Si es a la gloria frontero

ya muero porque no muero.

  

VII. Tal placer el venidero

 

La serenidad de amor

el éxtasis mismo lo entrega

cuando sin lucha ni brega

alma ingresa en su Señor,

siendo ventura mayor.

Tal placer el venidero

que muero porque no muero.

 

Venga mi Dios hasta mí

y envuélvame con su suerte

que nunca tema a la muerte

quien siente su Dios en sí.

Y si a veces ya morí

y tal morir lo prefiero

ya muero porque no muero.

 

 

 

Autor: Juan Pablo Mañueco,

Publicado en los libros: 

“Cantil de Cantos VIII. Los poemas místicos” (2017). 

http://aache.com/tienda/654-cantil-de-cantos-viii.html

Y:

 "Cantil de Cantos IX. Los versos del cardenal" (2017)

http://aache.com/tienda/655-cantil-de-cantos-ix.html

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

 

 

Algún querido lector, seguro que recordará a nuestro buen amigo Jacinto, de quien me he permitido desvelar alguna historia y las que pretendo seguir desvelando en el futuro. Claro: ¡si el paciente lector me lo permite! 

Tenía nuestro amigo Jacinto, esa posición que en España calificamos como “un buen pasar”. Sus padres, modestos comerciantes, le habían dejado al fallecer, una pequeña fortunita que, bien administrada y con frugalidad para sus gastos, a nuestro amigo le permitía vivir sin agobios. También sin lujos. Contaba con un modesto trabajo administrativo que un día perdió. Pero esa historia, será para otro día. Hoy me centraré en el “recoge colillas” amigo íntimo de nuestro protagonista. 

Le conoció en la calle. Tenía Jacinto la costumbre de sentarse en una pequeña terraza al aire libre y leer el periódico o dedicarse a observar a los que pasaban siempre acelerados de un lado para otro al ritmo de una buena cerveza. Un día le llamó la atención Roberto, que era como se llamaba aquel muchacho que recogía las colillas de la calle. Tenía buen porte e iba bien vestido y limpio pero, al observarle, se notaba que algo no iba bien dentro de su cabeza. Algo no marchaba, viéndole conversar consigo mismo, mientras gesticulaba, en voz alta. Después supo que además una enfermedad degenerativa, estaba acabando con él. 

Al otro lado de la plaza, Roberto, fumaba con verdadera pulsión. Tenía un minúsculo cigarrillo en la boca y aspiraba a través de él con cierta angustia. A punto de terminarlo, sacaba de su bolsillo otro tan pequeño como el anterior y con el final de aquel, prendía la nueva colilla, que habría recogido vaya usted a saber dónde. 

Un día, Jacinto, antes de llegar a su mesa al aire libre, pasó por el Estanco y compró un paquete de cigarrillos. De los normales. Después al llegar a la mesa de siempre y al acercarse el camarero a preguntarle ¿Qué, lo de siempre?”, Jacinto asentía mientras depositaba su reciente compra encima de la mesa. 

Como todos los días, no tardó en aparecer Roberto. Jacinto se levantó se acercó a quien todavía no sabía que iba a ser su amigo y le preguntó si le apetecía un café. Roberto, le miró con cierta aprehensión. No estaba acostumbrado a que lo trataran con amabilidad, salvo por las monjas que le tenían recogido. Pero, finalmente, aceptó. 

Al sentarse en la mesa a la que le invitó nuestro buen amigo Jacinto, sus ojos se fueron directamente a aquel goloso paquete de tabaco nuevo. Jacinto, después de solicitarle al camarero un café con leche, tal y como quería el nuevo amigo, ante el estupor del camarero que no le hizo la menor gracia ver a Roberto allí sentado y al parecer alternando con Don Jacinto, este último, despacito, abrió la cajetilla de tabaco y se la ofreció a Roberto. Este, cogió un pitillo con timidez, dio las gracias y no se podía creer que fuera para él la cajetilla entera como le estaban diciendo. Pero lo fue. 

A partir de ese día y mientras Jacinto siguió pudiendo ir a tomar su café diario y leer su periódico en aquella cafetería todos los días, sin faltar uno, había una cajetilla nueva sobre la mesa. La cajetilla de Roberto que, si en los primeros días miraba de lejos y no se atrevía a acercarse, llegó un momento que, sin el menor reparo, dando siempre cortésmente los buenos días, se sentaba, tomaba la cajetilla, la abría, tomaba un tabaco y lo encendía con cierta parsimonia. Creo recordar que alguna monjita de las que atendían en el refugio nocturno a Roberto, le ponía mala cara al bueno de Jacinto cuando se lo cruzaba. ¡Estaba envenenando a aquel pobre y bendito Roberto! 

Las asociaciones de ideas mientras leemos, suelen salirnos solas y hoy, al releer la Exhortación Apostólica “Gaudete et Exsultate” he recordado mientras pasaba de nuevo mis ojos por los numerales 14, 15 y 16 de la Exhortación, que Jacinto es, seguramente, uno de los singulares “santo de la puerta de al lado” de los que nos habla el Papa Francisco con lo que he llamado su singular y amable gracia “porteña”.

Por Gregoria Aguirre

(delegada de Catequesis e Infancia)

 

 

Queridas familias y catequistas de Guadalajara,

me presento ante vosotros para ponerme a vuestra disposición.

Me llamo Gregoria Aguirre Garraín, soy laica, catequista en la Parroquia del Santísimo Sacramento de Guadalajara, Recientemente, nuestro obispo D. Atilano Rodríguez, me ha nombrado Delegada de Catequesis e Infancia para esta Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. Un cargo que asumo con cierta turbación…pero a la vez con alegría e ilusión, consciente de que se trata de una oportunidad para servir a nuestra Iglesia particular.

Agradezco a mis antecesores, su labor como delegados durante estos últimos años y espero que el Señor les premie, con generosidad, su buen hacer al frente de la catequesis.

Se abre una nueva etapa; una oportunidad para coger impulso y seguir sembrando la semilla del Evangelio entre los niños, jóvenes y adultos de nuestros pueblos y ciudad. Es cierto que muchas veces los catequistas, en diferentes espacios, hemos compartido y reflexionado sobre las dificultades y los retos que supone la catequesis hoy. El Papa Francisco nos alienta y nos pide, que seamos audaces, creativos, que no tengamos miedo a lo nuevo….”Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras…¡Dios no tiene miedo!,,,” (GE, 135)

Sé que no es una tarea fácil, por ello, os animo a seguir poniendo vuestros “talentos” en juego como respuesta a vuestra vocación de catequistas, sin olvidar, como nos recordaba D. Atilano en su carta pastoral, que “no podemos ir por delante de la acción del Espíritu Santo….es siempre el que mueve la libertad y prepara el corazón de los niños, jóvenes y adultos….” (Evangelizadores con Espíritu-2017)

Considero muy importante que vosotros, como catequistas, os sintáis acompañados y, por ello, desde la Delegación de Catequesis e Infancia os ofrecemos nuestro apoyo en todo lo que necesitéis. Os anunciamos que este curso, entre otros asuntos, va a estar marcado, por el inicio de un Sínodo Diocesano, anunciado por nuestro Obispo y también por la presentación del Directorio Diocesano para la Iniciación Cristiana (DDIC) del que iremos dando información.

Os pido vuestra oración para continuar esta encomiable labor eclesial de transmitir la fe en cada una de las parroquias de nuestra diócesis.

Un cordial y fraternal saludo.

Por Agustín Bugeda Sanz

(vicario general)

 

 

En estas fechas, estamos todos de alguna manera organizando nuestra “cartera” para comenzar un nuevo curso. No sólo los pequeños estrenan aulas y profesores, sino que cada uno de diversas maneras estamos programando nuestro trabajo y también nuestro tiempo libre con diversas actividades, cursos, ocupaciones… Todos estrenamos proyectos y actividades, tiempo gozoso pues de recomenzar.

También la Diócesis se dispone en estos días a una nueva etapa pastoral: Algunas parroquias estrenan nuevos párrocos y colaboradores, a los que damos la bienvenida y les agradecemos toda su disponibilidad; en todas las parroquias y comunidades se está programando un nuevo curso con diferentes objetivos y tareas, les animamos a poner el listón alto y confiar siempre en la acción de Dios; nuestra hoja diocesana, El Eco, comienza una nueva andadura totalmente renovado a partir de su número 4.000, le damos la enhorabuena y alentamos en ese camino perseverante semana a semana; se acaba de publicar el Calendario Pastoral 2018-2019 con una gran cantidad de iniciativas de unos y otros, sirva el calendario para animarnos y considerar que todo es nuestro, tanto si podemos participar o no directamente.

Y en este comienzo diocesano, nuestra mirada se dirige sobre todo al Sínodo diocesano que nuestro obispo nos anunciaba en el pasado mes de mayo. El Sínodo como estilo de trabajo, como espíritu de comunión y como tarea compartida nos ocupará fundamentalmente en los próximos años para responder adecuadamente a lo que Dios quiera de nosotros.

Durante este año a través de encuentros, publicaciones, celebraciones, conferencias, eslogan, himno… queremos todos los diocesanos aprender bien lo que es un sínodo, para qué este sínodo en este momento de nuestra historia y cómo lo tendremos que vivir. Y todo ello, profundizando en el ser de nuestro Iglesia como Iglesia sinodal, Iglesia en comunión, de todos y para todos, tal como nos lo está recordando frecuentemente el Papa Francisco.

El Encuentro del Pueblo de Dios el próximo 6 de octubre será una jornada fundamental para comenzar el camino sinodal; y la convocatoria oficial al Sínodo que nos hará el Sr. Obispo en una celebración solemne en la Catedral el próximo 2 de diciembre, primer domingo de Adviento, será un momento gozoso y de esperanza en este camino. Dos citas fundamentales que debemos poner en rojo en nuestros calendarios y programaciones para no faltar.

Con ilusión y esperanza ante este camino sinodal que nos ha abierto D. Atilano, os deseo todo lo mejor en este nuevo curso pastoral, siempre tiempo de gracia, tiempo de que Dios siga realizando sus maravillas en nosotros.

Por Javier Bravo

(Delegación de Medios de Comunicación Social)

 

 

El verano ha llegado al final. Comienza la rutina. Los profesores y alumnos han vuelto a las aulas y nuestras comunidades cristianas se preparan para el inicio del curso pastoral.

Sois muchos los que leéis estos artículos dedicados al mundo de internet y muchos también los que, en más de una ocasión, me habéis pedido que diese algunas pistas a los padres sobre cómo ayudar a los niños, jóvenes y alguno no tan joven a utilizar todo lo que tiene que ver con la revolución digital que produce olas gigantescas y parece que nos arrastra un tsunami digital a través de las más variadas pantallas.

Traigo hasta aquí, precisamente ante el inicio de curso, algunas pistas sacadas de un libro que, aunque lleva tiempo ya publicado y quizá conozcáis, yo particularmente lo descubrí en el programa Últimas Preguntas de RTVE este verano. Su título es: “Tsunami digital. Hijos surferos”. Su autor es Juan Martínez Otero, que es profesor de Derecho en la Universidad de Valencia.

“Padres, educadores, cualquier persona que en su vida cotidiana tenga una relación con niños, adolescentes y jóvenes es importante sean los primeros en aprender a surfear, de una manera  creativa, divertida y original en el mundo digital” “Nadie nos ha enseñado cómo utilizar un móvil, cómo llevar todo el día un aparato con internet permanentemente en el bolsillo, cómo actuar en un grupo de WhatsApp”. Uno debe, por tanto, autoeducarse para luego intentar pensar de qué forma va a transmitir esas ideas a los hijos, ya sean jóvenes, adolescentes o niños. Por tanto, lo primero que tenemos que hacer es reflexionar, tenemos que parar a pensar.

Debemos pararnos a pensar que nos preocupa el uso que nuestros hijos hacen del mundo digital y porqué me preocupa, sobre todo, porque hasta que no le pones nombre a lo que te preocupa no podremos desarrollar una estrategia. Me preocupa esto y esto es lo que voy a hacer. Si nos quedamos en el “Qué barbaridad. Parece mentira. Mi hijo está enganchado” pero no somos capaces de articular un discurso, es muy difícil que eduquemos bien. Nos pueden preocupar muchas cosas. Puede preocuparnos una cantidad de horas que pasan ante las pantallas pero por el tiempo perdido y no dedicado a otras cosas, o puede preocuparnos que está ocurriendo durante ese tiempo, que a veces es un minuto pero puede ser algo peligroso lo que ocurre:  abusos, acoso escolar o cualquier otro tipo de violencia. Por eso es importante ponerle un nombre a lo que ocurre.

Pero el libro no nos habla sólo de lo negativo del uso de las tecnologías sino de saber vender ese pensamiento negativo. Por ejemplo: ¿a qué edad le compramos el móvil a nuestro hijo? Tanto si es a una edad temprana como si es tardía, debemos siempre acompañarles en el uso del mismo para educarles y trasladándole siempre mensajes positivos: en lugar de decir “no te distraigas con el móvil” habrá que intentar vender el mensaje: "Oye, si te concentras, seguro que das el 100%” aunque luego tengamos que decir “no te distraigas”. Pero esto tanto para los niños, jóvenes, como también para los adultos. Tenemos que hacer un ejercicio también de no distraernos. Porque muchas veces somos los primeros que concentramos la atención en los smartphones, que si grupos de WhatsApp, que si el Facebook, … lo que sea y no estamos utilizando ese tiempo ni las neuronas, permitidme la expresión, en proponer algo más creativo.

Frente a todo este tsunami, que quizá algunos penséis que soy exagerado, creo que es uno de los grandes desafíos que ha tenido el educador y creo que debemos ser inteligentes para saber responder a él. La única defensa que el autor del libro ve frente a este tsunami son las relaciones personales, es decir, quererse más en casa, querer más a los niños, a los amigos. Y ser capaz de decir “ahora que estoy con mi mujer, mi madre, … no voy a mirar el móvil porque son lo más importante” o una tarde de domingo en lugar de pasármela viendo Eurosport o videos en YouTube, dedicarla a jugar con mis hijos, hermanos…. Y dejar el móvil a un lado.

Como educadores podemos adoptar diferentes actitudes ante este tsunami de ceros y unos: La aceptación acrítica e ingenua, que hará de nuestros hijos náufragos tecnológicos. La resistencia obstinada y restrictiva, que los aislará como a robinsones cibernéticos, ansiosos de escapar de nuestro control. La ilusión por dominar las herramientas y superar sus desafíos, convirtiendo a nuestros hijos en surferos digitales. Esta última es la actitud que se propone en este libro.

No mires para otro lado. No seas un llorón reactivo. Cada ola del tsunami digital es un desafío apasionante. Ponte el bañador y coge la tabla. ¡Surf ’s up!

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