Por Alfonso Olmos Embid
(Director de la Oficina de Información)
La celebración anual de la fiesta de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, nos evoca dos realidades: la acción de gracias por los sacerdotes, especialmente por los que celebran efemérides significativas, y la petición a Dios por medio del que, además, es doctor de la Iglesia, el don de la vocación sacerdotal para nuestra diócesis.
Oí, en los primeros días de la presencia de nuestro obispo entre nosotros, como respuesta a esa pregunta recurrente de los periodistas sobre la escasez de vocaciones, que don Julián contestaba “nunca ha habido tantas vocaciones en la Iglesia como ahora”. Me admiré y pensé que se equivocaba. A continuación vino la aclaración en la que manifestaba cómo había países de Asia, de África o América donde los datos se habían disparado en los últimos años. Sin embargo en el viejo continente se padece la sequía vocacional.
Al mirar atrás podemos comprobar cómo nuestro seminario vivió épocas gloriosas. Eran numerosas las ordenaciones anuales. Ahora, sin embargo, después de tres años en los que estamos viviendo, a modo de cuentagotas, otras tantas ordenaciones presbiterales, el ritual litúrgico habrá que guardarlo y conservarlo hasta la próxima vez que se utilice y, si Dios quiere, tendrá que pasar más de un lustro para ello.
Es tiempo de reaccionar. Es momento para dar un impulso a la pastoral vocacional. Tendremos, los sacerdotes, que dar un testimonio amable y alegre de nuestra vida y ministerio; deberán, nuestras comunidades, orar intensamente para que el Señor siembre. Y, lógicamente, tiene que haber muchos, especialmente jóvenes, abiertos a la posibilidad de dar respuesta y confiar.
Todo es posible y, entre todos, debemos hacerlo realidad. Que junto con el recuerdo de la vida entregada y generosa de tantos sacerdotes, no dejemos que pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.