Año jubilar de la Santa Cruz de Caravaca de la Cruz (1)

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

La Vera Cruz de Caravaca, en año jubilar, desde el 7 de enero al próximo 12 de enero: el cielo que desciende a la tierra en la cruz que es y se hace Eucaristía

 

 

 

 

A 60 kilómetros de la capital, en el nordeste de la región de Murcia, se halla Caravaca de la Cruz, a 625 metros sobre el nivel del mar. Próximo a su término municipal discurre el río Argós, de la cuenca del Segura, que fecunda esta tierra fértil de huertas, flores y hortalizas, cuales nuevos leche y miel.

Encaramado sobre una pequeña montaña se eleva el corazón de esta ciudad de más de 25.000 habitantes. Es su castillo y alcázar. Es su monte Calvario. Es la casa y el santuario de la Vera y Santa Cruz. Desde hace ocho siglos ha sido y sigue siendo su faro y su guía. Su mayor reclamo. Y su gloria para siempre.

Caravaca de la Cruz celebra año santo y jubilar desde el pasado 7 de enero y hasta el próximo 12 de enero. Fue el Papa san Juan Pablo II quien, el 9 de enero de 1998, declaró a Caravaca de la Cruz “ciudad santa” e instituyó a perpetuidad, cada siete año, el año jubilar de Cruz de Caravaca, estableciendo que el primero de estos años jubilares fuera en 2003. De este modo, estamos en el cuarto año jubilar de Caravaca. Camino a la Cruz, camino de amor es su lema.

 

 

Una cruz para el pecho, junto al corazón

La cruz de Caravaca es un "lignum crucis", esto es, un madero de la cruz de Cristo, conservado en un relicario con forma de cruz, de doble brazo horizontal y de uno vertical. La cruz llegó en 1231 a esta localidad murciana, de modo milagroso, procedente de Jerusalén. Pertenecía, según la tradición, al patriarca Roberto de Jerusalén, el primer obispo de la ciudad santa, tras la primera cruzada del año 1099. La reliquia se conserva con un relicario en forma de cruz de doble brazo horizonte (de 7 y 10 centímetros) y de un vertical (de 17 centímetros).

La dimensión del relicario corresponde, como es lógico, al tamaño que originariamente tenía la madera -el "lignum crucis"- guardada en el interior. No debe, pues, confundirse el relicario exterior con la reliquia interior, que es el verdadero objeto de culto y de amor de los fieles.

La procedencia de la cruz es inequívocamente oriental. No es una cruz latina u occidental de un solo brazo horizontal. No es tampoco la cruz en forma de "Tau", ni la cruz griega o "quadrata" de cuatro partes iguales, producidas al cruzarse los dos brazos, horizontal y vertical, en la mitad de su longitud. Es una cruz en forma pectoral y sus proporciones permiten al devoto llevar una réplica colgada en el pecho y cerca del corazón.   

Sobre el "lignum crucis", la devoción de los siglos ha ido dejando expresiones hermosas de su significado como el remate del INRI en la parte superior y la corona de espinas con los anagramas de JHS y de María MV.

 

La aparición milagrosa

De modo misterioso, apareció esta cruz en el alcázar de Caravaca. Fue el 3 de mayo de 1232. El territorio estaba ocupado bajo dominación islámica. El rey musulmán Ceyt Abu Ceyt, que entonces reinaba en Murcia, quería saber de un sacerdote católico, apresado en el alcázar, qué era ser sacerdote y qué era celebrar la Eucaristía. El sacerdote, llamado Ginés Chirinos, le explicó al monarca que la Eucaristía era la prescripción más sagrada, elevada y sublime de la fe cristiana, instituida por Jesucristo en la Última Cena. Ginés Chirinos le explicó también al rey musulmán que en la Eucaristía el pan y el vino se convertían en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, "cuerpo de Dios puro y verdadero". Para ello, el sacerdote debe revestirse de las santas vestiduras, como Cristo, y pronunciar las mismas palabras que Él pronunció en la Ultima Cena.

Ceyt Abu Ceyt quedó tan profundamente interesado por ello que quiso asistir a una misa. Mandó traer el pan y el vino, las vestiduras sagradas y todo lo necesario para la celebración eucarística, tal y como había indicado el sacerdote. Cuando la misa iba a empezar, Ginés Chirinos se dio cuenta de que faltaba una cosa: la cruz, que debía estar sobre el altar para la celebración. Indicó su ausencia y trazó con sus dedos la figura de una cruz. Al instante, el rey, le dijo lleno de asombro, percatándose de una cruz había aparecido de súbito: "¿Es eso que está sobre el altar?". Ginés Chirinos dirigió, de nuevo, su mirada al altar y vio cómo, en efecto, allí estaba plantada una cruz, la vera cruz de Caravaca. El misterio -el milagro- se había producido, cargado además de fuerza, de mensaje y de simbolismo: no hay Eucaristía sin Cruz, la Cruz es la Eucaristía, el sacerdote es el hombre de la Cruz y de la Eucaristía.

 

El cielo se hace presente en la tierra

La cruz de Caravaca es así un poderoso signo del "corazón", del nervio central, de la esencia de la fe cristiana: Jesucristo, en la Cruz y en la Eucaristía, hace presente el cielo en la tierra. Abre el cielo el palo vertical de la cruz- para que éste venga a la tierra -el palo horizontal- y se una, se estreche y se abrace en Él y en el sacerdote, "alter Christus".

Con las palabras de la consagración eucarística, a imagen y a memoria de Jesucristo, el sacerdote transforma cosas y realidades terrenas como el pan y el vino en un misterio divino. La Eucaristía y la Cruz ponen en comunicación permanente, en diálogo de amor y de fecundidad, a Dios con el hombre, al cielo con la tierra.

La Cruz y la Eucaristía nos enseñan a mirar por encima de las cosas terrenas de la vida cotidiana, por encima de las imágenes habituales de nuestra sociedad, llena de imágenes y de iconos. Nos previenen además de la ceguera del corazón, que no ve ya sino lo contingente, lo pasajero y lo externo. Nos abren a la mirada del cielo, que fue precisamente para lo que y por lo que Jesús tomó la cruz sobre sí.

"Él lleva nuestras oscuridades, nuestros dolores, para que se abran nuestros ojos, para que lleguemos al camino que nos lleva a la alegría de Dios. Mirar a Jesús significa dirigir la mirada a la alegría de Dios, aprendiendo de Jesús que precisamente la renuncia y el dolor nos llevan al camino de la verdadera alegría", recordada en su visita a Caravaca de la Cruz, en diciembre de 2002, el cardenal Ratzinger, antes de ser elegido, pues, papa.

 

Cruz para la Eucaristía, Eucaristía que es Cruz redentora

Y Jesús realizó y consagró este plan de salvación y de vida nueva cargando con la cruz, muriendo en ella, resucitando desde ella. En Caravaca en 1232 se hizo misteriosa y milagrosamente presente un trozo de esta cruz para posibilitar la celebración de la Eucaristía.

"Los milagros exteriores –según también el cardenal Ratzinger- no se repiten y tampoco son lo esencial. Pero el milagro interior sucede en la Eucaristía siempre de nuevo: la Cruz del Señor se hace, en realidad, presente. La misa no es sólo un banquete; en ella el misterio de la cruz, está en medio de nosotros. El sacrificio de Cristo en la cruz simplemente al pasado… Ese acto es el que rasgó el velo del templo, el que partió en dos el muro que separaba a Dios y al mundo. En la entrega de Jesús, su humanidad se hace amor, y así se unen Dios y el hombre… Esta es la grandeza de la Santa Cruz. Esta es la grandeza de la Eucaristía”.

Y añadía quien después fuera Papa Benedicto XVI: “La redención se hace presente porque el amor crucificado se hace presente. Todo amor humano tiene que ver con la cruz: con la renuncia de uno mismo, con la donación de uno mismo. Solo el que se pierde se encuentra. Tenemos que aprender de nuevo esta grandeza de la Eucaristía y de la Cruz… La Cruz, a la que remite la Eucaristía y cuyo signo exterior es la Santa Cruz de Caravaca, es la fuerza santa con la que Dios golpea nuestros corazones y nos despierta".

 

Peregrinos de la Cruz y de la Eucaristía

La vida es una peregrinación. Es una peregrinación hacia Cristo, monte de la salvación. Caravaca de la Cruz es también una montaña, que indica y señala el verdadero y definitivo monte de la salvación, que son la Cruz y la Eucaristía. Caravaca de la Cruz, como tantos otros lugares de nuestra Iglesia, es meta de peregrinaciones y de peregrinos, pero no la meta final, que solo es Cristo. Como toda peregrinación, el camino de Caravaca de la Cruz es camino de ida y de vuelta.

Por ello, para ser peregrinos de Caravaca hay que ir pertrechos y solidarios de la cruz nuestra de cada día y nutridos de la Eucaristía. Este es su camino de ida. ¿Y su camino de vuelta? Su camino de vuelta será, tras contemplar y adorar la Cruz y recibir y amar la Eucaristía, el camino del testigo y del servidor de la Cruz y de la Eucaristía. Un testimonio y un servicio transidos de ofrenda, de transformación, de humildad y de amor.

El verdadero peregrino de Caravaca, peregrino de la Cruz y de la Eucaristía, será aquel que ofrece el pan y el vino de su quehacer y de su herida, en solidaridad con todo el trabajo y con todo el dolor de la humanidad, y que, en el ara de la Eucaristía, se transforma, por la fuerza y la gracia de lo Alto, en intermediario entre el cielo y la tierra y en instrumento del Amor.

Sí, del Amor de la Cruz y de la Eucaristía, que son siempre el Cuerpo y la Sangre de Cristo y el pan y el vino partido y repartido para una humanidad inquieta que ha de descubrir que el cielo, que no puede esperar, se halla entre los brazos extendidos en la Cruz por Jesucristo, que abrazan cielo y tierra, y que en la Eucaristía que se nos dan y se nos quedan para siempre como presencia del Dios que pone su morada de amor entre nosotros.

 


 

Publicado en Nueva Alcarria el 26 de abril de 2024

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