Las siete palabras

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

Meditación conmovida e interpeladora para la hora de sexta del Viernes Santo, ese Viernes Santo que es toda vida humana y toda la vida humana

 

 

 

 

Una de las praxis cristianas más tradicionales y hermosas del Viernes Santo, en el mediodía, a las 12 horas (se considera que Jesucristo comenzó el camino hacia el Calvario a las 9 de la mañana –hora de tercia-, a las 12 horas –hora de sexta- fue crucificado y a las 15 horas –hora de nona- exhaló su espíritu, murió) es la meditación de las Siete Palabras.

Las Siete Palabras es la denominación convencional de las siete últimas frases que Jesús pronunció durante su crucifixión, antes de morir, tal como se recogen en los Evangelios canónicos. Los dos primeros, el de Mateo y el de Marcos, mencionan solamente una, la cuarta. El de Lucas relata tres, la primera, segunda y séptima. El de Juan recoge las tres restantes, la tercera, quinta y sexta. No puede determinarse su orden cronológico. Su orden tradicional es:

        

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." (Lucas, 23, 34).

"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso." (Lucas, 23, 43).

"Mujer, ahí tienes a tu hijo. [...] Ahí tienes a tu madre." (Juan, 19, 26-27).

"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo, 27, 46 y Marcos, 15, 34).

"Tengo sed."  (Juan, 19, 28).

"Todo está cumplido." (Juan, 19: 30).

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." (Lucas, 23, 46).

 

El mismo texto evangélico atribuye a estas "palabras" un fin de cumplimiento de profecías del Antiguo Testamento: sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final (Juan, 19, 28). Estas Siete Palabras expresan, además, la entereza de Jesús, la conciencia de su misión redentora, su permanente oferta de perdón y de misericordia, la prolongación de la obra salvadora en manos de sus discípulos y apóstoles bajo la tutela de María y la sublimidad del Amor más grande, de la Misericordia que no tiene fin.

 

 

Vivir, sufrir, servir y amar según la voluntad del Padre

 

Con todo y para acercarnos más y comprender mejor, estas siete últimas palabras de Jesús en la cruz bien podríamos compendiarlas en otras dos, pronunciadas pocas horas de ser elevado sobre la cruz y morir. Ello, además, nos mostraría, una vez más, la unidad intrínseca de lo que la Iglesia celebra y denomina como triduo pascual.

La primera de estas dos palabras complementarias y unificadoras de las otras siete está separada cronológicamente de la segunda apenas un par de horas. Fue la que pronunció al concluir el rito -gesto que vale y simboliza toda una vida- del lavatorio de los pies durante la Última Cena de la tarde del Jueves Santo: "Os he dado ejemplo para que lo yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis".

La segunda, todavía en Jueves Santo, fue la exclamada en Getsemaní, mientras sudaba sangre y pasión: "Padre, pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya".

 

La Misión de las Misiones

 

Toda la existencia terrena de Jesús tuvo un sentido, una lógica, una dirección: cumplir la voluntad del Padre, servir la misión redentora que le había sido encomendada, manifestar la realidad de la misericordia como ya la oferta del único Dios verdadero, del Dios que nos salva, del Dios de los cristianos. Ya nos los narra la carta a los Hebreos cuando afirma en labios del Señor que "he aquí, Padre, que vengo a hacer tu voluntad".

Cumplir la voluntad del Padre fue la misión de Jesús. ¿Y cuál era y es voluntad del Padre? La salvación, la redención.

La suya, la de Jesús, fue la más excelsa de las misiones jamás encomendada. Fue la Misión de las Misiones. Fue la misión de la salvación. Tenía que ser así: el Hijo del Hombre tenía que tomar nuestra condición en todo menos en el pecado, recorrer nuestros caminos y nuestras latitudes, sentir el gozo y el dolor de la humanidad, su necesidad, su precariedad y su esperanza. Tenía que redimir hasta lo más hondo, hasta el final, hasta lo más recóndito del hombre, hasta la muerte y muerte de cruz. Era la misión del Amor, pues nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. "Vosotros sois mis amigos".

Esta era la voluntad del Padre: sanar el corazón del corazón del hombre, herido por el pecado. Y solo podía hacerlo quien supiera de nuestras dolencias y quien poseyera la medicina de la salud verdadera. La misión de Jesús tenía, de este modo, la fuerza salvífica y redentora que necesitaba, necesita y necesitará la humanidad dolorida y anhelante. En sus cicatrices todos hemos sido sanados. La gracia está en el fondo de la pena y la salud naciendo de la herida.

 

Llamados a la misión desde la cruz

 

Y, a su vez, la misión de Jesús había de mostrarnos el camino: "Os he dado ejemplo para que lo yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis". ¿Y cuál fue y sigue este ejemplo?: servir, vivir en clave de servicio, testimoniar, mediante la humildad, la cercanía, la compasión y sencillez, la misericordia del Padre.

Ello nos lleva a que también nosotros seamos medicina de salud verdadera para los demás. También nosotros estamos llamados a reproducir, en mayor o en menor escala, su Pasión de Pasiones, su Pascua. 

La fuerza de la cruz -"cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mi"- no nos garantiza automáticamente la salvación, sino que nos pone en camino, nos lanza a la misión. La cruz está uncida, transida, empapada de fuerza y de gracia. Pero nos corresponde a nosotros saber llenarnos de ella, irrigar nuestras venas y las de nuestros hermanos de su sangre salvadora, de su potencial y caudal inagotable de misericordia.

De ahí, que la escucha dolorida de las Siete Palabras de Jesús en la cruz venga en ayuda de nuestra debilidad. Y lo hará iluminando -aun en las tinieblas de la duda, de la lejanía, de la apostasía silenciosa y de la increencia; aun en la noche del dolor abismal- el sentido auténtico de la vida.

 

Tres respuestas claves

 

Tres claves fundamentales, tres respuestas definitivas se escuchan desde el silencio y el tormento de la cruz de Cristo: la fidelidad a la voluntad del Padre en el cumplimiento de la misión encomendada (Palabras 1 -"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" y 6 -"Todo está consumado"-), el ejercicio heroico y sublime del amor hasta el extremo -amor transido de solidaridad y de servicio al prójimo- (Palabras 2 -"Hoy estarás conmigo en el Paraíso", 3 -"Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre", 4 -"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?- y 5 -"Tengo sed") y la confianza plena en que el Padre sabe lo hace y que siempre -máxime en el dolor, en la prueba y en la misión- nos acoge en sus manos misericordiosas, en su regazo materno (Palabra 7 -"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"-).

Las Siete Palabras de Jesús en la cruz son, por ello, la síntesis de su vida y de su muerte, la prenda y anticipo de su resurrección. Son su testamento. Comienzan y acaban invocando, con dolor y amor infinitos, el nombre del Padre. He ahí, pues, su significado y su legado: vivir en la voluntad de Padre cuya gloria es la vida del hombre.

Por ello y desde entonces, la vida tiene sentido. La cruz es no solo un suplicio atroz e inhumano. Del costado de Cristo, abierto y traspasado por una lanza, brotan sangre y agua. La cruz es el árbol de la vida.

Las palabras de Jesús en la cruz no son un monólogo desesperado. Son un cántico de alabanza, desgarrado y confiado, atormentado y esperanzado. Son palabras para los demás. Son palabras pendientes de los demás: del buen ladrón -"Hoy estarás conmigo en el Paraíso-, de la Madre y del discípulo -"Madre, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu Madre"- y de la humanidad gimiente y redimida -"Padre, perdónales porque no saben lo que hacen", "Tengo sed". Son palabras del Hijo en diálogo de dolor y amor con el Padre: "Todo está consumado", "En tus manos encomiendo mi espíritu".

 

Palabras de gloria, de una gloria que es siempre la vida del hombre

 

"Os he dado ejemplo para que lo yo he hecho con vosotros, también vosotros lo hagáis". "Padre, pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya". “Ahora es glorificado el Padre en el Hijo y por el Hijo; ahora es glorificado el Hijo en el Padre y por el Padre”.

Y ahora, a esta hora de la gloria, le falta tan solo la gloria, ya en prenda y en simiente, del hombre. Porque desde el Calvario la gloria plena de Dios es la vida del hombre, es que el hombre viva esa vida sembrada para siempre en la tierra abierta sobre la que se levantó y se levanta la cruz de Cristo, que elevado sobre cielos y tierra ha de atraer a todos hacia sí. Desde el Calvario, desde las Siete Palabras, la gloria de Dios es la misericordia es el “sed misericordiosos como vuestros celestial es misericordioso”.

 

Oración final

 

Señor de las Siete Palabras:

tu cruz, tu silencio y tus palabras

adoramos, y tu santa resurrección glorificamos.

Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.

 

En tus palabras y en tus silencios,

ha hablado Dios,

ha hablado el Hombre (Ecce homo),

y ha hablado para siempre.

Y sigue hablando cada vez que queremos

ser fieles a nuestra misión y vocación cristiana

y a nuestro servicio de misericordia a los demás.

 

Nunca fuiste tan Verbo Eterno del Padre.

Nunca una palabra, siete palabras,

dijeron tanto y lo dijeron todo.

 

Es tu testamento de amor y de heredad eternas.

Es tu legado que ahora nos corresponde a nosotros

llevar a plenitud de entrega, de amor y de servicio

en nuestras existencias y en las existencias

de una humanidad que solo puede ser redimida

en tu cruz salvadora, en tu silencio elocuente,

en tus palabras de Vida,

en tu abrazo de permanente Misericordia.

 

Señor de las Siete Palabras:

tu cruz, tu silencio y tus palabras

adoramos, y tu santa resurrección glorificamos.

Por el madero ha venido la alegría al mundo entero. Amén.

 

Publicado en Nueva Alcarria el 27 de marzo de 2024

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