Por Sandra Pajares López

(Maestra)

 

 

 

 

¡Qué pena no ser ave de paso, ni derrota de carta marina!

¡Qué dulce ser el trapo henchido al viento del velero que alegre se encabrita!

¡Qué lento ser ciprés viviendo erguido al viento!

¡Qué pena no ser proa que acuchille siete mares!

Guardo una tarde de sol

y en un bolsillo guardo el color de la piel de una naranja.

 

 

Así comienza una canción que rinde homenaje a los sentimientos, a los olores, a las sensaciones que deja en cada uno de nosotros la naturaleza. Este poema cantado nos invita a envolvernos y a sumergirnos en un mundo creado, lleno de vida. Estas palabras nos llevan a vivir más cerca la Creación de Dios, las paredes y el suelo de este mundo, nuestro hogar.

Otros artistas aman de manera hermosa la naturaleza y dedican parte de sus obras y creaciones a ensalzarla: poetas, pintores, escritores, escultores, dramaturgos, actores, cantantes… Personajes de gran renombre como Rosalía de Castro, que con “su manso río y su vereda estrecha” nos dibuja un paisaje de soledad, o Bécquer que sigue invadiendo nuestros sentidos en  la naturaleza de su Romanticismo o el gran Antonio Machado que pasea de la mano con nosotros por sus “Campos de Castilla”, campos de hojas y otoño, de aguas frescas y bellos parajes.

Incluso ya, los autores clásicos hacen mención a la naturaleza, como Lucrecio, que nos habla de la naturaleza de los cuerpos y de la naturaleza de todo lo creado, partiendo de que nada nace de la nada y nada vuelve a la nada.

Desde luego bien merece estos halagos y admiración el medio natural en el que nacemos.

Me gusta pasear y contemplar la magnitud de los montes, la belleza de los ríos, los valles; el olor de las flores o de la hierba fresca o del campo recién segado. Me gustar el color del amanecer y del atardecer, el fuego en las puestas de sol, el tono de la tierra cuando se humedece; la variedad y la belleza de cientos de seres que conviven en este espacio tan hermoso. 

Cada día me doy cuenta de que es necesario enseñar a los niños a amar la naturaleza, identificándola como una fiel compañera de vida, una compañera de viaje. Debemos contagiar la admiración que nos produce y compartir aquello que nos hace sentir y percibir, haciendo comprender que hay verbos que deben escribirse en pequeño, muy pequeño como destrucción, tala, deforestación, derribo, muerte, contaminación, suciedad, y verbos que debemos escribir con letras bien grandes como reutiliza, recicla, riega, cuida, colabora, respeta, admira, contempla, disfruta y ama.

Alabemos la grandeza de la Creación, y alabemos al Creador.

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