¡A puñetazos!

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Guadalajara)

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¡A PUÑETAZOS!

 

Nos habían insistido el día anterior, que no hacía falta que nos pegáramos los madrugones habituales en los viajes visitando Conferencias. Esta vez, estábamos el querido consocio que me acompañaba y yo, en una bonita población de nombre Cairns en Queensland, Australia. Al decirnos que iban a llevarnos para que las conociéramos a unas clases de boxeo en un gimnasio, no me gustó nada la idea pues soy lejano a casi todos los deportes y en particular: al boxeo. No me gusta. El consocio que viajaba conmigo, mi amigo Jean[1], que me conoce muy bien, sonrió por lo bajo pues sabía de sobra que no iría contento. Que no me entusiasmaría la visita.

Dice el artículo 1.3 de la Regla de las Conferencias: “Ningún trabajo caritativo es ajeno a la Sociedad” (a las Conferencias) Iba a tener una ocasión más para comprobarlo y de comprobar, además, la enorme capacidad de mis consocios para enfrentarse con las distintas manifestaciones de la pobreza. De su capacidad para adaptarse a luchar contra todo tipo de sufrimiento. (Merecería la pena, recoger en un pequeño libro, todas las experiencias que he encontrado inventadas siguiendo la Regla, para que otros sufran menos. Alguien lo hará algún día próximo.)

Llegamos a una magnífica instalación para el deporte, en cuyas paredes externas, las de la calle, la anunciaban como obra de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Nos recibieron una encantadora pareja, un matrimonio, pero con una musculatura de las que me pondrían en guardia si sólo me alzaran un poco la voz. No había problemas, eran los simpáticos consocios que dirigían el gimnasio en nombre de la Conferencia que tutelaba aquella obra.

Se dirigían a muchachos fanfarrones que no salían de un problema para meterse en el siguiente, que les enviaban las Conferencias a estos dos buenos consocios para que les ayudaran a perder agresividad. Les sobraba energía que no sabían controlar y estaban con frecuencia liados a tortazos unos contra otros y, a veces, a ir más allá de los tortazos. Por supuesto, ciertamente alejados de cualquier aproximación a la Iglesia de Cristo. Algo había que hacer, el tiempo les urgía pues se hacían mayores y entraban con frecuencia a transgredir la Ley con las consecuencias que ello conlleva. Esta pareja de consocios australianos, él antiguo boxeador y ella especialista en artes marciales, propusieron a su Conferencia la creación de lo que yo en la intimidad cuando me explicaron la obra llamé un “desbravadero” de díscolos y difíciles muchachos. Pero me contaron que la Obra, daba muy buenos resultados y podían contar muchas anécdotas de muchachos que iban por muy mal camino y cómo el deporte, para mí brutal del boxeo, a muchos les había ayudado a centrarse y conseguir metas que parecían inalcanzables antes de llegar al gimnasio.

Todas las tardes, después de un rato de oración dirigida y asegurándose que habían asistido a clase por la mañana, se dedicaban a gastar toda la energía que les sobraba liándose a “mamporros civilizados” unos con otros, bajo la atenta mirada de la pareja de consocios, que les tutelaban. A última hora, un consocio de la Conferencia, Maestro de profesión, hacía un pequeño repaso de las cuestiones del día procurando adaptarse a cada uno de sus educandos.

Me sorprendió y empecé a gustar de aquella obra que en principio parecía sólo para brutos, cuando tuvimos ocasión de charlar con los muchachos que bajaban sudorosos y contentos del ring, después de haber dejado arriba parte de su agresividad. Bajaban a ducharse y a comenzar su hora de estudio dirigido. Ya señalé antes que parecía que daba muy buenos resultados.

Entregarse a los demás, necesariamente exige imaginación y ponerse en el lugar del otro. No sólo fe, si queremos ser verdaderamente útiles a los que sufren. Aquellos consocios lo consiguieron.

A Cristo por María, siempre en y con María.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

de las Conferencias de San Vicente de Paúl

Guadalajara, España

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[1] Con Jean Tirado y gracias a su ayuda, pudimos recorrer buen parte del mundo llevando el mensaje del Consejo General de las Conferencias durante once largos años. Fue más tarde Director Administrativo y colaboró con muy buenas aportaciones, a la confección de la Regla de las Conferencias actualmente en vigor.

 

 

PUNCHING AGGRESSIVENESS OUT!

 

They had insisted the day before, that we did not need to get up at the crack of dawn to visit the Conferences, as it was usual in our trips. This time, the dear fellow member who came with me and I were in a beautiful town named Cairns, in Queensland, Australia. When they told us that they were going to make us visit some boxing classes in a gym, I did not like the idea at all because I am far from almost all sports and boxing in particular. I do not like it. The fellow member that was traveling with me, my friend Jean (1), who knows me very well, smiled discreetly knowing pretty well that I was not happy to go, that the visit would not thrill me.

Article 1.3 of the Rule of the Conferences states: "No work of charity is foreign to the Society" (to the Conferences). I was going to have another opportunity to check it, as well as to see the enormous capacity of my fellow members to confront the various manifestations of poverty, their capacity to adapt themselves to the fight against all kinds of suffering. (It would be worth collecting in a booklet all the innovative experiences inspired by the Rule, so that others suffer less. Someone will do it someday.)

We arrived at a magnificent sport facility, on whose street external walls it was announced as the work of the Conferences of St. Vincent de Paul. A lovely couple, who had such muscles that I would be on guard just if they raised a little their voice, greeted us. No problem, they were the kind fellow members who ran the sport centre on behalf of the Conference that sponsored that work.

They targeted bragging boys who did not come out of one trouble and were already in the next. The Conferences sent these boys to the two good fellow members so that they help them lose aggressiveness. They had too much energy that they did not know how to control and they often came to blows and went sometimes beyond punches. They were, of course, far from any approach to the Church of Christ. Something had to be done. Time urged them as they grew up and they often transgressed the Law with the consequences that this entails. This couple of Australian fellow members (he was a former boxer and she was a martial arts specialist) proposed to their Conference the creation of what I, when they explained the project to me, called in private a “breaking in” of unruly and difficult boys. However, they explained to me that the Work was giving very good results and that they could tell many anecdotes of boys who were going astray and how boxing, which for me was a brutal sport, had helped many to focus and achieve goals that seemed unattainable before joining the gym.

After a time of directed prayer and making sure they had attended class in the morning, they spent every afternoon getting rid of their excess of energy by trading "civilized thumps", under the watchful eye of the couple of fellow members, who had them in charge. At the end of the day, a fellow member of the Conference, teacher by profession, made a small review of the issues of the day seeking to adapt them to each of his pupils.

I was surprised and I began to like that work that in principle seemed only for brutes, when we had the opportunity to chat with the boys who came down sweaty and happy from the ring, having left up some of their aggressiveness. They went down to have a shower and start their directed study time. I pointed out earlier that it seemed to produce very good results.

Devoting oneself to others necessarily requires imagination and putting yourself in the shoes of others. Not just faith, if we want to be truly useful to those who suffer. Those fellow members did it.

Towards Christ through Mary, always in and with Mary.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conferences of St. Vincent de Paul

Guadalajara, Spain

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(1) With Jean Tirado. Thanks to his help, we were able to travel much of the world carrying the message of the General Council of Conferences for eleven long years. He was later Administrative Director and he collaborated, with valuable contributions, to the production of the Rule of the Conferences, currently in force.

 

 

A COUPS DE POINGS

 

La veille, on nous avait bien dit qu’on ne serait pas obligés cette fois-ci, contrairement à l’habitude quand on voyage, de nous réveiller aux aurores pour visiter les Conférences. Ce jour-là, le cher confrère qui m’accompagnait et moi-même, nous étions dans une jolie ville du nom de Cairns dans l’état de Queensland en Australie. J’avoue que lorsque nous fûmes informés que nous allions assister à des entraînements de boxe, vu mon manque d’intérêt pour le sport en général et en particulier pour la boxe que je n’aime pas, je ne fus pas très enthousiaste. Le confrère qui voyageait avec moi, mon ami Jean, esquissa un sourire sachant à coup sûr que j’irais à reculons, et me connaissant très bien, que la visite ne me passionnerait pas outre mesure.

La Règle des Conférences en son article 1.3 stipule : “Aucune œuvre de charité n’est étrangère à la Société (Aux Conférences)”. Une fois de plus, j’aurais l’occasion de le vérifier, et plus encore, de me rendre compte de l’énorme capacité de réaction de mes confrères face aux diverses manifestations de la pauvreté. De leur capacité à lutter contre tout type de souffrance en s’adaptant aux circonstances. (Il serait intéressant d’ailleurs, de recueillir dans un petit livret toutes ces expériences innovatrices dont parle la Règle, et dont le but n’est autre qu’alléger la souffrance. Peut-être qu’un jour quelqu’un le fera.)

Nous arrivâmes à un Centre Sportif magnifique sur les murs extérieurs duquel on pouvait lire qu’il s’agissait d’une œuvre des Conférences de Saint Vincent-de-Paul. Un couple charmant nous accueillit à l’entrée, un homme et une femme nantis d’une musculature qui me laisserait sans réponse si seulement ils avaient quelque chose à me reprocher. Ce n’était pas le cas, et il s’agissait des charmants confrères qui dirigeaient le gymnase sous la tutelle de la Conférence qui elle, gérait l’œuvre sociale.

Des jeunes gens fanfarons qui sortaient d’un problème pour s’y mettre à nouveau étaient orientés par la Conférence vers ce gymnase afin que ces deux confrères sympathiques les aident à perdre toute agressivité. Ces jeunes débordaient d’une énergie qu’ils avaient du mal à contrôler, et fréquemment ils en venaient aux mains les uns contre les autres, allant parfois même au-delà des simples coups. Et bien entendu, tout cela était très loin d’une quelconque relation avec l’Eglise du Christ. Il fallait absolument faire quelque chose, car le temps pressant, ils devenaient adultes et se laissaient aller fréquemment à transgresser la loi avec toutes les conséquences que cela implique. Ce couple de confrères australiens, lui ancien boxeur et elle experte en arts martiaux, avaient proposé à leur Conférence la création de ce que je me plais à qualifier dans un langage familier comme une sorte de centre de “débravacherie” pour rebelles récalcitrants. Le couple m’informa que cette Œuvre donnait de très bons résultats et qu’ils avaient de nombreuses anecdotes à raconter sur ces jeunes qui filaient du mauvais coton, et comment ce sport pour moi brutal, avait aidé nombre d’entre eux à se récupérer et à entreprendre même des projets hors de leur portée avant leur passage au gymnase.

Tous les après-midi, après un moment de prière dirigée et après avoir démontré leur assistance aux cours du matin, ils employaient leur énergie débordante à s’envoyer les uns les autres des “châtaignes civilisées” sous l’œil attentif du couple de confrères qui les dirigeaient. Les combats finis, un confrère de la Conférence, Instituteur de profession, venait repasser avec eux les questions de la journée tout en essayant de se mettre à la portée de chacun de ses élèves.

Je fus agréablement surpris et commençais à prendre goût à cette œuvre qui au début me semblait une affaire de bruts, lorsque nous eûmes l’occasion de bavarder avec les gars qui descendaient du ring en transpirant, satisfaits d’avoir laissé entre les cordes une bonne partie de leur agressivité. Ils allaient alors prendre une douche, et se retrouveraient pour leur heure d’étude dirigée. Comme je le mentionnais plus haut, cette œuvre portait ses fruits.

Se dédier aux autres exige obligatoirement une grande capacité d’imagination et se mettre à la place de l’autre. La foi ne suffit pas à elle seule si nous voulons être véritablement utiles à ceux qui souffrent. Ce couple de confrères en est la preuve.

En Christ par Marie, toujours avec elle et en elle.

 

José Ramón Díaz-Torremocha

Conférences de Saint Vincent de Paul

Guadalajara, Espagne

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