Vivir en Cristo
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Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.
Jesús nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25 26).
Si la esperanza que brota de la fe en Jesucristo resucitado se oscurece o disipa, dejamos de ser cristianos. Esperar la resurrección y la vida eterna no es consecuencia de una especulación ni de un deseo de la voluntad, sino que su fundamento es el acontecimiento de Jesucristo, en quien Dios nos abre la posibilidad de una vida resucitada.
Sabemos que una etapa de nuestra vida temporal acabará. Sin embargo, en la liturgia proclamamos que en Cristo “brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de tus fieles, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I de difuntos).
Cristo ha muerto para nuestra vida: “él aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno; es más, quiso entregar su vida para que todos tuviéramos vida eterna” (Prefacio II de difuntos).
Cristo “es la salvación del mundo, la vida de los hombres, la resurrección de los muertos” (Prefacio III de difuntos).
Las afirmaciones de Jesús son nítidas: “El que cree en el Hijo posee la vida eterna” (Jn 3,36); “Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna” (Jn 5,24); “En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna” (Jn 6,47); “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna” (Jn 10,27-28).
Cuando Jesús dice que quien cree en el Hijo o escucha su palabra “posee la vida eterna” o “tiene vida eterna”, no manifiesta una promesa, sino que expresa una realidad en presente. La vida eterna es un regalo que Él nos da.
San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: “sabemos que si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos” (2 Cor 5,1).
En la conmemoración de todos los fieles difuntos oramos para que, al confesar nuestra fe en Jesucristo resucitado de entre los muertos, se afiance también nuestra esperanza en la futura resurrección.
Recibid mi cordial saludo y mi bendición.
+ Julián Ruiz Martorell
Obispo de Sigüenza-Guadalajara
















