Ascensión del Señor

"Él ha sido elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra a través de las fatigas que experimentan sus miembros".

San Agustín

 

"Subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre"

"El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los Cielos y está sentado a la diestra de Dios" (Mc 16, 19); "al día cuadragésimo de su resurrección subió a los Cielos con la carne en que resucitó y con el alma". Ascendió "por su propio poder", poder que tenía co­mo Dios y también poder de su alma glorificada so­bre su Cuerpo glorioso. "El que lo creó todo, subió por encima de todo y por su propio poder".

"Estar sentado" es una manera de decir que ha lle­gado al reposo que merece como guerrero vencedor. Es la postura del Rey y del Juez, lleno de poder y majestad.

La Ascensión de Cristo al Cielo, entre otras cosas, nos mueve a buscar siempre las cosas esenciales, que son invisibles a los ojos del cuerpo, y que son aquellas cosas que no pasan y que no mueren: "Aspirad a las cosas de arriba donde está Cristo... gustad las cosas de arriba, no las de la tierra", decía el apóstol San Pablo a los primeros cristianos (Col 3, 1-2).

Asimismo, la Ascensión del Señor debe llenarnos de inconmovible esperanza, ya que nos aseguró: "En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Voy a prepararos el lugar... De nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3). ¡Somos ciudadanos del Cielo! (Flp 3, 20). Y como los apóstoles, que tras la Ascensión quedaron "mirando al cielo", debemos tener "fija la vista en Él..." (He 1,10).
A la diestra del Padre

"Se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Heb 1, 3), según San Juan Damasceno se refiere a "la gloria y el honor de la divinidad", o sea, significa que Cristo reina junto con el Padre y, además, tiene el poder judicial sobre vivos y muertos. El saber que el Señor está junto al Padre debe hacernos crecer, de manera inconmensurable, nuestra confianza en Él: "Todo lo puedo en aquél que me conforta" (Flp 4,13), debe decir un joven junto con San Pablo y con él también aquella otra magnífica expresión de confianza total: "¡Sé a quién me he confiado!" (2 Tim 1,12).


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