Compartir la gracia recibida

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencia Santa María la Mayor en Guadalajara)

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Sabía lo que era la Sabiduría, pero había oído hablar menos del Espíritu Santo. Pero era tan limpia, tan buena, que sabía que el Señor no había de enviarle nada malo.  Confiaba en la Gracia. El anuncio del ángel, por no esperado en primer lugar y después por la enormidad del regalo, habría de dejar confusa, aún cuando en paz, a aquella jovencísima virgen.

Después de un rato de meditar debió caer en la cuenta sobre las palabras del ángel y en su fuero interno, aquella que había nacido limpia de pecado original, intuyó que la había elegido nada menos que como Madre de Su Hijo y del futuro de Israel, Pueblo elegido. Acertó plenamente como sabemos: el fruto del Espíritu Santo en su seno era el Salvador del mundo: el Hijo de Dios, Aquel que nos liberaría del pecado y al que, sin embargo, sacrificaríamos brutalmente y al que seguimos maltratando con nuestras acciones y con frecuencia, con la falta de ellas no siguiendo el Bien que Él nos inspira.

Un buen sacerdote y muy querido amigo ya al otro lado del espejo y confío qué en presencia del Misericordioso, repetía con mucha: frecuencia: “Nos va mal, -como Iglesia- porque no repartimos la Gracia de Dios”. Es una gran verdad.

María sí repartió la Gracia y desde los primeros momentos de Su gestación como nos da cuenta Lucas: “Entonces María se levantó y se dirigió apresuradamente a la serranía a un pueblo de Judea” (Lc 1, 39). No podía dejar de compartir la gracia recibida y allá fue a compartir la gran noticia con un familiar querido.

Nosotros también y sin merecerlo, con frecuencia recibimos gracias que damos por normales, por naturales y no compartimos con nadie. Es una gran equivocación y a veces, puede ser hasta un pecado de omisión. Nos recordaba el Papa Benedicto XVI “La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y todas sus necesidades” [i] No hay que olvidar, como nos seguía recordando el Papa que “….la Caridad cristiana es ante todo y simplemente  la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación….”[ii] Cualquier necesidad que sienta el que sufre, no solo la que a nosotros nos parezca la adecuada.

Ahora mismo, las Conferencias de San Vicente a nivel internacional, nos disponemos a elegir a un nuevo presidente/a y alguno  puede recibir la Gracia de tener cerca y conocer a algún consocio que estimáramos que podría realizar muy bien ese servicio. ¿Nos lo guardamos para nosotros? ¿Esperamos que sea el presidente general o el Consejo quien nos le dé hecho y nos proponga un consocio? A veces, cuando observo esa especie de laxitud en algún consocio/a, me pregunto si sabemos de nuestra obligación con aquella vocación de servicio que un día nos trajo a “Las Conferencias” y qué, como acto bueno, debió inspirar el propio Dios.

En la Regla creada para el quinquenio 1968/1973, nuestro entonces presidente general, Pierre Chouard, escribía en el Preámbulo a la Regla de la Sociedad de San Vicente de Paúl: “La palabra vocación empleada varias veces por el Papa Pablo VI (hoy San Pablo VI) dirigiéndose a la Sociedad, a las Conferencias, exprime claramente la significación profunda de la unidad que tan concretamente sienten todos sus miembros”

Esa vocación mantenida en la unidad debe hacernos sentir hoy la necesidad de elegir de entre nosotros al mejor en la cada vez más próxima elección a la presidencia general. Mientras llega el momento de la elección, pidamos al Espíritu Santo que nos inspire para que elijamos al mejor que nos ayude con la oración y la acción a trabajar en un mundo, en general, cada día más alejado por acción u omisión, del mensaje de Cristo.

Pero recordemos que llega una nueva Navidad, estamos ya a sus puertas. Permítanme, mis queridos amigos, consocios y lectores, que se la desee a todos llena de paz y de alegría en familia. Que aquellos que tengan lejana a su familia, que estén solos, sientan la compañía espiritual de tantos de nosotros que deseamos arroparlos con la cercanía de nuestra oración y si es posible de nuestro abrazo fraterno.

A Cristo, siempre por y con María.

 

[i] Carta Encíclica Deus Caritas Est, 30a

[ii] Id, 31a