Nombres para una sucesión

Por Alfonso Olmos Embid

(Director de la Oficina de Información)

 

 

 

 

 

 

Desde Protógenes en el siglo VI, la Iglesia que camina en lo que ahora es la diócesis de Sigüenza-Guadalajara, se cuentan casi un centenar de nombres de los que son sucesores de los apóstoles, los obispos.

El territorio provincial, que ahora se identifica también con el diocesano, con todos sus pueblos y ciudades, ha sufrido a lo largo de la historia un vaivén de cambio de límites. Ahora, unificado administrativamente y también eclesiásticamente, recibe al que en esa lista de nombres ocupa el número 97, nuestro obispo electo Julián.

A los obispos, por la ordenación episcopal, se les ha transmitido la misión y la potestad de los apóstoles, y eso garantiza la comunión de fe y de vida de la comunidad diocesana, con los orígenes de la fe apostólica y con los que fueron elegidos por Cristo y configurados con él, para ser pescadores de hombre y apacentar a su pueblo. En pura teoría, habría que pensar que en el origen de esa sucesión por la ordenación, veinte siglos atrás, habría un apóstol al que los obispos “sucedieron al ser ordenados en su lugar”, como asevera Firmiliano de Cesarea, alma de los concilios celebrados en Antioquía entre los años 264 y 268.

Hace décadas, en nuestras parroquias, al recibir la visita pastoral de un obispo, los feligreses exhibían carteles o pancartas en las que se podían leer las palabras que recogen algunos evangelistas al narrar la entrada de Jesús en Jerusalén: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. También estas palabras resuenan en las sedes episcopales al recibir a un nuevo obispo en ocasiones, como el mismo Cristo, montado a lomos de un pollino. Y es que así llega cada prelado a su diócesis y a sus parroquias, en el nombre del Señor.

La memoria es limitada, pero todos podemos recordar los nombres de los obispos que, a lo largo de nuestra historia, hemos ido conociendo. Laureano, Jesús, José, Atilano y Julián, son de los que yo guardo memoria; y más atrás las gentes de Guadalajara recuerdan otros nombres de los pastores que rigieron las distintas comarcas de nuestra provincia que, hace décadas, pertenecían a distintos obispados.

Más allá de la historia, que siempre conviene recordar y reconocer, habrá que esforzarse por vivir el presente, que nos encamina hacia un futuro en el que, de la mano de nuestro obispo, la Iglesia debe vivir, como en los orígenes los apóstoles, con espíritu evangelizador y misionero.