Tú, ¿qué le pides a Dios?

Por José Ramón Díaz-Torremocha

(Conferencia de Santa María la Real en Guadalajara)

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"This month it has not been possible to send the translation in English. My apologies to so many good friends who read it in English".

 

Jacinto, como saben mis lectores y siempre amigos, es un muy buen consocio y verdadera alma de su Conferencia. Un auténtico y esforzado miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Siempre me sorprende con sus consejos sobre la Vida de verdad y la naturaleza de su relación entre él y la Divinidad. Con frecuencia, como creo que ya he contado otras veces, me sobrecogen sus anécdotas.

Él nunca pide nada al Señor ¿para qué? pregunta cuando se le cuestiona sobre ello y añade: Él sabe bien lo que me es necesario y lo que no lo es.  (En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis” (Mt 6, 7).     

Continuaba y me decía: “sólo me gusta hablar con Él de “nuestras cosas” pero pedirle, para mí, no. Él sabe lo que necesito y sólo le “recuerdo”, en alguna ocasión, las necesidades perentorias de alguno de mis amigos en necesidad, de los que sufren y le pido que me dé las fuerzas para serles útil.  También le pido, que me ayude para la extensión de las Conferencias en su servicio a los que sufren”.

Alguien, insistiendo, le preguntó una vez ¿y para ti qué pides? ¿Seguro que nada?

Recordaba quien me lo contaba que Jacinto, como avergonzado, bajaba la cabeza y contestaba que “nada” cuando su interlocutor le presionaba para que se explicara, él siempre decía “qué, en su modesta vida, había tenido todo lo que necesitaba y que, sobre todo: ya sabía el Señor qué podía necesitar y terminaba preguntándose: ¿para qué entonces molestarle repitiendo y perdiendo el tiempo, el suyo, no el del Señor que no lo tiene, repetir lo que Él ya sabe? Sólo le pido para los demás y dado que sé que a Él le gusta que le pidamos como siempre se pide a un padre”. Y Él es Padre, apostillaba.

Estar con Él directamente siempre que puedo en la Eucaristía o con alguien que sufre que son siempre los favoritos de su Divina Majestad, y su mejor representación decía muy serio con un lenguaje harto respetuoso, pero fuera de uso en nuestra época. No había bromas cuando se refería a Dios. Había un profundo respeto no exento de una dichosa confianza.

Roberto, su gran amigo, el muchacho de necesidades especiales y que vive amparado por su Conferencia y unas buenas Hermanas, le acompañaba siempre en sus diarios paseos para ver a quién notaba, “roto o a punto de romperse”, para descubrir el sufrimiento. Largas caminatas para, cuando surgía el objetivo, avisar inmediatamente a su Conferencia para solucionarlo con la prontitud “debida”. Roberto, el bendito Roberto, parecía tener un sexto sentido para detectar el desamparo y a veces, le señala a Jacinto algún caso. Aunque – Roberto – afirmaba que iba rezando un Ave María por todos con los que se cruzaba que le parecía que iban “llorando por dentro” y que a veces, se le “juntaban”: no había acabado con el rezo por uno, cuando ya aparecía otro de interior “lloroso” según su percepción.

Al regresar a la Conferencia y habitualmente después de abrirse al Espíritu, daban cuenta de sus descubrimientos del día o de la semana, según correspondiera y no eran pocos los que gracias a ellos entraban en la “nómina” de la Conferencia o eran asiduamente visitados en sus casas para echar un rato de cartas contra la soledad que les asediaba alrededor de algunas pastas, que siempre aportaba un consocio y participar de una amena reunión.

En esas visitas, surgían a veces temas muy interesantes entre gente tan sencilla, confirmando el aserto evangélico de que el Misericordioso, nutre siempre a los humildes de corazón. (Mateo 11, 25-27)

Confiemos siempre en María. Siempre con María, el mejor camino para encontrarse con su Hijo, al pie de la cruz.