Espiritualidad y… ¿religiosidad popular?

José González Vegas

Delegación de Piedad Popular, Hermandades y Cofradías

 

 

Si observamos la desemejanza de los creyentes que integran el mundo cofrade surge la pregunta de si existe una espiritualidad que pueda aglutinar a todas las personas que, de una u otra manera forman parte de las cofradías y hermandes, o si, por el contrario, se trata de un designio demasiado pretencioso.

Para comenzar, veamos qué se entiende por espiritualidad. Por espiritualidad se entiende la práctica sistemática de una vida cristiana, piadosa, devota y disciplinada y la reflexión sobre ella.

Por lo tanto, debemos preguntarnos si en las cofradías y hermandades encontramos los elementos suficientes como para hablar de espiritualidad cofrade.

Para localizar una respuesta contemplemos a esas personas que forman parte de las cofradías y hermandades, y la realidad social que le asiste. Esta realidad quizá entrevele una necesidad de conocimiento de la antedicha que enmarca a los hermanos de una cofradía. Aquellos que, si bien en la calle muestran una cuidadosa y llamativa imagen procesionando, marcada estéticamente por una homogeneidad corporativa que cuida hasta el más mínimo detalle, de puertas para dentro es bastante diferente. Antes de que el capirote entierre su identidad, en la intimidad de su sede canónica, encontramos muy diversas maneras de vestir, de pensar, de actuar. Sin embargo, toda esa pluralidad exterior se difumina en igualdad cuando los cofrades comienzan su penitente caminar tras la cruz de guía.

Entre los miembros de una cofradía puede haber varios arquetipos de personas; aquellos cristianos que cumplen con sus mandamientos, o aquellos que se pueden localizar en movimientos intestinos de la Iglesia que independientemente del acento con el que viven su catolicismo, encuentran en su hermandad un camino para encontrarse con Dios.

Por otro lado, se encuentran aquellos cofrades que, manifestándose creyentes no son practicantes. Se trata de un grupo muy plural en lo que a la vivencia cristiana se refiere. Su vínculo con la Iglesia y por supuesto con Dios se encuentra en su cofradía o hermandad. Por una u otra razón, hay algunos que han abandonado o dejado en un segundo plano la práctica de los sacramentos, pero siguen rezando con cierta asiduidad. Otros viven la Semana Santa con gran intensidad y fervor, pero como un paréntesis en su vida, son aquellos que <<resucitan en Cuaresma y mueren en Pascua>>, por uno u otro motivo no acaban de encajar en una vivencia más profunda del cristianismo y de la pertenencia a una cofradía o hermandad.

Existe un último grupo, está formado por aquellas personas que, considerándose agnósticas, o al menos teniendo esa actitud en la sociedad, al participar en los actos y procesiones de Semana Santa conectan con Dios y, a su manera, hacen oración. Impresiona escuchar a estos hermanos cómo narran que durante largas horas en el silencio de la procesión no saben si sienten a Dios, o hacen un ejercicio de introspección que les descubre que no están solos en este mundo y que probablemente exista un Dios que los cristianos y sus cofradías confiesan que es Jesucristo muerto y resucitado…, uno siente que es Dios el que habla y mueve el interior de estas personas durante las procesiones, mostrándoles que no son tan agnósticos como piensan. Es sobrecogedor comprobar como para muchas personas las cofradías se convierten en un paréntesis en su vida donde encuentran destellos de Dios. Es como si el hábito y el capirote, unido al caminar lento y silencioso de la procesión hiciera que el Espíritu Santo entrara en sus vidas. Algunas veces, esta experiencia desemboca en una búsqueda que puede terminar en una vuelta a la fe y a su práctica, en otras se convierte en una llamada puntual, que se apaga hasta la Semana Santa siguiente, igual que lo hacen los cirios que estos cofrades anónimos llevan en sus manos, pero que calan sigilosamente como las gotas de cera en el pavimento.

Todo lo visto hasta ahora nos lleva a dos claras conclusiones. La primera es que Dios, como Padre que desea comunicarse con sus hijos, se vale de la mediación de las cofradías y hermandades para hablar al corazón de los hombres. Y, por tanto, la Iglesia tiene el deber de cuidar estas realidades nacidas y albergadas en su seno, para que Dios pueda seguir valiéndose de ellas para llegar a los que están más cerca y más lejos de él, para ellos que viven su día a día teniendo a Dios en el centro y para aquellos que se relacionan con él de una manera inconstante y periférica. La segunda conclusión es que esta manera que Dios tiene de hablar al corazón del hombre no sigue necesariamente los patrones y los esquemas humanos, sino que se adapta a la vida de cada persona, saliendo a su encuentro desde ella.

Las cofradías con su prácticas visibles y arraigadas en el mundo de lo sensible y la emoción, pretenden ser una puerta de acceso hacia Dios para todas aquellas personas que se acerquen a ellas. Es cierto que en las hermandades existe el peligro de confundir los medios con el fin. Si este riesgo está presente en todas las realidades de la vida y por supuesto en las que tiene que ver con la religión, en las cofradías, al apoyarse en un campo tan movedizo como es el de los sentimientos y las emociones, quizá se vuelva mayor. Con todo, tanto la historia como la realidad actual de las hermandades y las prácticas de religiosidad popular derivadas de ellas nos muestran como a lo largo de los siglos ha habido cristianos que han sabido entrar por la puerta sensitiva y emocional de las cofradías para, desde ellas, llegar a un Dios que desea darse en todas las realidades de su creación. Así lo recordó el Papa Francisco en su homilía de la Jornada Mundial de las Cofradías y de la Piedad Popular con motivo del año de la Fe:

“A lo largo de los siglos, las hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión hacia la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar más a Jesucristo”.

La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, y una forma de ser misioneros cumpliendo la vocación evangelizadora de la misma, se convierte en si en una comunidad de seguidores de Jesucristo, transmitiendo una tradición, constituyéndose en una comunidad que ora y celebra fomentando la hermandad de sus miembros, que vive con entusiasmo la caridad. En el ambiente de secularización que vive nuestra sociedad, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe… ¿existe pues la espiritualidad cofrade?