El Niño Jesús, María y corazón: corazón palpitante del Belén

El misterio central del Belén y las figuras y mensaje de los Magos de Oriente según el Papa Francisco, según su carta apostólica sobre el Belén y en el Año de San José

 

Por Jesús de las Heras Muela

(Periodista y sacerdote. Deán de la catedral de Sigüenza)

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace dos semanas esta página de Religión de NUEVA ALCARRIA comenzaba a preparar la Navidad mediante la carta apostólica del Papa Francisco «Admirabile signum» (AS), escrita hace un valor sobre el sentido y valor del pesebre o del Belén. Glosábamos, el pasado 11 de diciembre, el triple simbolismo e interpelación del Belén y su potencialidad evangelizadora. El viernes 18 de diciembre nos detuvimos en el entorno natural, paisajístico y urbanístico del pesebre de Belén y de sus figuras menores, que suelen acompañar a nuestros Belenes. Y, a su vez, os anunciaba que en la entrega de hoy, el mismo día de Navidad, nos centraríamos en el misterio central del Belén: Jesús, María y José.

Además, añado unos apuntes, también de la mano del Papa Francisco y de ideas y reflexiones propias, sobre los magos de Oriente.

 

María, la Madre

María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió́ con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí́ la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él.

Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo solo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Juan 2,5).

MARÍA DE NAZARET, la Madre de Jesús. Es la Madre de Dios. Es Madre de Cristo total. Ella es la Mujer creyente que llevó a Jesús en su seno y lo dio a luz virginalmente y lo recostó entre pañales. Ella es figura de la comunidad de los creyentes, dando testimonio de Cristo en la historia y engendrando en su seno a los hombres de la nueva creación. El «sí» de María floreció en Belén en la Palabra; su «hágase» de la anunciación fue el fruto bendito de la natividad, mientras Ella, madre y modelo del pueblo creyente, seguía peregrinando en la fe y «conservando todas estas cosas y meditándolas en su corazón».

 

José, el custodio y padre adoptivo

Junto a María, en una actitud de protección del niño y de su madre, está san José́. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José́ juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió́ de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mateo 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José́ llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió́ siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

JOSÉ DE NAZARET, el esposo de María, el padre adoptivo de Jesús. Siempre fiel, silente y obediente. Siempre abierto a la providencia de Dios y de los hombres. Siempre discreto y en segundo plano. Siempre necesario e imprescindible. Es el José que sube con su grávida esposa María hasta Belén; el José que acuna al niño; el José que recibe a los pastores y a los magos de Oriente; el José que se pone en marcha y en camino cuando Herodes buscaba al niño para hacerlo desaparecer. Navidad es tiempo también excepcional para escuchar, en el silencio y en la admiración, el «sí» de José.

 

Año de San José

La figura de san José ha de ser estas Navidades especialmente significativa para la comunidad católica en este año de 2020. Y es que, Con motivo de cumplirse el 150 aniversario de la proclamación de san José como patrono de la Iglesia Universal, el Papa ha querido que se celebre en toda la Iglesia un Año Santo de San José, que va desde el pasado 8 de diciembre hasta el 8 de diciembre de 2021. Además, ha reglado a la Iglesia una hermosa carta apostólica, titulada «Patras Carde» («Con corazón de padre»), en la que va desgranando algunas reflexiones personales sobre san José, presentándolo como padre amado, tierno, obediente, acogedor, valiente, trabajador y escondido.

Y el Papa Francisco ha escrito igualmente una hermosa nueva oración a san José: La Salve de San José, que dice así: «Salve, custodio del Redentor/ y esposo de la Virgen María./ A ti Dios confió a su Hijo,/ en ti María depositó su confianza,/ contigo Cristo se forjó como hombre./ ¡Oh, bienaventurado José,/ muéstrate padre también a nosotros/ y guíanos en el camino de la vida!/ Concédenos gracia, misericordia y valentía/ y defiéndenos de todo mal. Amén».

Asimismo  ha pedido a la Penitenciaría Apostólica que emanara un secreto, con fecha 8 de diciembre de 2020, por el que se conceden indulgencias especiales con ocasión de este año especial.

Por ello, la Penitenciaría Apostólica ha establecido las siguientes ocasiones en las que los fieles pueden recibir la indulgencia plenaria, que puede una de las siguientes y cada día de este año santo: la meditación durante 30 minutos del Padre Nuestro; la realización de un retiro espiritual de un día, que incluya una meditación sobre san José; ejercicio de una obra de misericordia, corporal o espiritual; el rezo del santo rosario en familia o los novios entre ellos y en parroquia; confiar el trabajo diario a san José u orar por quienes buscan trabajo y por la dignidad del trabajo; y el rezo de la letanía de san José en favor de la Iglesia y de los cristianos perseguidos. Además, también se concede indulgencia plenaria a los fieles que recen cualquier oración en honor a San José, especialmente el 19 de marzo y el 1 de mayo, y también el día 19 de cada mes y cada miércoles, día de la semana tradicionalmente dedicado a su memoria.

Para la obtención de estas indulgencias se requiere, como en otras ocasiones, el cumplimiento de las tres condiciones habituales establecidas por la Iglesia (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre) y un espíritu de desprendimiento hacia cualquier pecado.

 

El Niño Jesús

El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así́: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos.

JESÚS, el hijo de Dios, el hijo de mujer.  Es niño recién nacido, envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Es niño anunciado por los ángeles, adorado por los pastores, buscado, adorado u obsequiado por los magos, odiado y perseguido con sangre inocente por Herodes, tomado en brazos y reconocido por los ancianos Simeón y Ana. Es el hijo de Dios hecho carne. Es el hijo de María, alumbrado de sus purísimas entrañas y acostado por ella, acompañada y servida siempre por José, en el pesebre. Es la gran gloria de Dios en la mayor de las precariedades humanas. «Lo esperaban poderoso y un pesebre fue su cuna; lo esperaban rey de reyes y servir fue su reinar».

 

Los Reyes Magos

Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los (Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá́ la muerte y la sepultura.

Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor.

 

Adoración de los Magos, retablo mayor de la catedral de Sigüenza, fotografía de Antonio López Negredo

 

Los Magos ensenan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Nino Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante El comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes.

De los magos sabemos poco, pero lo suficiente. Que eran de Oriente y que miraban y observaban los cielos esperando y escrutando los signos de Dios. Vieron salir una estrella que brillaba con especial fulgor y resplandor. Y fueron siguiendo su rastro. Era la estrella que anunciaba el nacimiento del Rey de los Judíos. Se entrevistaron con Herodes como gesto de cortesía y éste quiso engañarlos. Continuaron su camino hasta que la estrella se posó encima de donde estaba el niño. «Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes se marcharon a su tierra por otro camino». El «personaje» navideño de los Magos está lleno de simbolismo y de interpelación sobre el sentido y el reto de la Navidad: la atenta observación y escucha de los signos de Dios y de los hombres, la búsqueda de la verdad y del saber ponerse en camino, la perseverancia hasta llegar a la meta y los sentimientos y actitudes de alegría, de adoración y de ofrenda ante Dios. En y con ellos se complementa la gran Manifestación, que es luz para todos los hombres: los pastores en la Natividad, los magos en la Epifanía, los de cerca y los de lejos, los pobres e ignorantes y los poderosos y sabios. Para todos y por todos nace Dios.

 

Artículo publicado en 'Nueva Alcarria' el 23 de diciembre de 2020