Presbíteros, ¡gracias!

Por José Ramón Díaz-Torremocha

Conferencia de la Santa Cruz de Marchamalo, España

 

 

Es muy bueno encontrar una manifestación clara, diáfana, sin fisuras, en favor de la enorme labor de nuestros presbíteros, que hoy parecen estar en boca de muchos y no siempre para bien. No, verdadera y desgraciadamente parece que, con frecuencia, sólo para el mal y para la sospecha inicua y gratuita. Gracias al Buen Dios firmada nada menos que por el Obispo de Roma, los sacerdotes han recibido una preciosa carta. Gracias también a la bondad de algún amigo sacerdote, el mismo día 4 de agosto, recibí el texto completo de la carta de Francisco a los sacerdotes. A los presbíteros. ¡Magnífica! Pero magnífica desde su primer párrafo que ya justificaría, por sí sólo, el haberla escrito.

Le aconsejo al amigo lector que la lea y la medite. (https://www.revistaecclesia.com/carta-del-papa-francisco-a-los-sacerdotes/) Escribe el Papa para comenzar la carta:

 

“Recordamos los 160 años de la muerte del santo Cura de Ars a quien Pío XI presentó como patrono para todos los párrocos del mundo. En su fiesta quiero escribirles esta carta, no sólo a los párrocos sino también a todos Ustedes hermanos presbíteros que sin hacer ruido “lo dejan todo” para estar empeñados en el día a día de vuestras comunidades. A Ustedes que, como el Cura de Ars, trabajan en la “trinchera”, llevan sobre sus espaldas el peso del día y del calor (cf. Mt

20,12) y, expuestos a un sinfín de situaciones, “dan la cara” cotidianamente y sin darse tanta importancia, a fin de que el Pueblo de Dios esté cuidado y acompañado. Me dirijo a cada uno de Ustedes que, tantas veces, de manera desapercibida y sacrificada, en el cansancio o la fatiga, la enfermedad o la desolación, asumen la misión como servicio a Dios y a su gente e, incluso con todas las dificultades del camino, escriben las páginas más hermosas de la vida sacerdotal”.

 

Como sin duda el amable lector compartirá, no hay la menor exageración en las afirmaciones de Francisco. Son todas verdad y de ellas deberíamos “empaparnos” para cuando a nuestro alrededor, alguien masculle de algún modo contra nuestros presbíteros defenderlos hasta con apasionamiento si el momento lo requiere. Empaparnos para, como hace el propio Papa, sin negar lo reprobable, dejarlo en sus justas proporciones del insignificante porcentaje que representan los malos y destacar todo el trabajo silencioso y entregado que humildemente, calladamente, tantos sacerdotes nos regalan con su entrega diaria. 

El valiente y constante ejemplo que recibimos de la mayoría de ellos, del que escribe Francisco en la carta indicada, en “regiones o situaciones tantas veces inhóspitas”, pueden muy bien estar ubicadas en tu Parroquia o en la mía. No es necesario pensar en el fin del mundo, lejos de nuestra cercanía. No, las regiones inhóspitas, donde los sacerdotes se encuentran tantas veces solos, abandonados a veces, pueden estar muy cercanas geográficamente de cualquiera de nosotros. 

Pienso en estos momentos, en tanto sacerdote encargado de varios pueblos pues no los hay en número suficiente, al menos en nuestra proximidad, en España, como para que sólo se ocupen de uno. De tanto sacerdote anciano, la mayoría jubilados y con la edad en la que la gran parte de los “civiles” hemos abandonado nuestros trabajos para nuestro “júbilo” y ellos siguen rodando por las carreteras, mejores o peores, como lo hacían treinta o cuarenta años atrás. A veces para que les llegue la Eucaristía a unos pocos ancianos, como ellos, que suelen ser los únicos vecinos de nuestros despoblados pueblos. 

Gracias Francisco. Gracias por parte del último de los fieles, pero que conoce y vive la entrega constante y a la vez el dolor, de tantos buenos presbíteros para los que me apropio de una parte de la Plegaria Eucarística, para afirmar que es “justo y necesario” defenderlos. Que es “justo y necesario”, que sientan al Pueblo fiel cercano y compartiendo con ellos estos tiempos de sufrimiento. Que no se sientan solos e indefensos ante el injusto y hasta siniestro ultraje de rebozarles a todos de la porquería de una insignificante porción. 

No les dejemos solos y cubrámosles con nuestra cercanía, afecto y colaboración en su sagrada misión. En su Ministerio. Que sientan que es verdad y nos urge, para acompañarles en su servicio, esa afirmación que con alguna frecuencia manifestamos los laicos que la “Iglesia somos todos”. 

Demostremos nuestro agradecimiento a tanto servidor callado del Evangelio y para el Pueblo de Dios. 

No dejemos de defenderles y no dejemos de pedir por ellos a María, primera servidora y seguidora de Cristo, como cada uno de ellos aspiran a ser a lo largo de toda su entregada vida. En ocasiones, no sabremos cómo hacerles llegar nuestra cercanía. Nuestro fraterno agradecimiento. Pero la intensidad y la fuerza de la oración, les llegará siempre. Recordemos el enorme poder de la oración para acompañar al que sufre y ampararle. 

Pues pongámosles con nuestra oración, en los maternales brazos de María.

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