Somos misión

Ana I. Gil 

(Delegada de Apostolado Seglar)

 

 

Un nuevo año vivimos la solemnidad de Pentecostés una de las más importantes en nuestro calendario, puesto que actualizamos el cumplimiento de la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. Cada uno de nosotros estamos llamados a descubrir que somos misión.

Como nos recuerda el Papa Francisco: “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar, no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo (EG, n.273).

La motivación principal para realizar la misión evangelizadora se halla en el encuentro personal con el amor de Jesús. El Papa, afirma que no se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con El que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo.

El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él.

Como laicos estamos llamados a ser discípulos misioneros de Cristo en la Iglesia y en el mundo, “bautizados y enviados”.

Nos tenemos que sentir protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia.

Para esta misión, para ser misión en nuestro día a día en lo cotidiano, tenemos que desarrollar un talante nuevo, de caminar juntos, que se denomina sinodalidad.

Para poder crecer en sinodalidad es necesario que aprendamos a trabajar no por oficinas aisladas, sino por proyectos, que son los que nos ayudan a ir creciendo en búsqueda de objetivos y logros comunes.

Tenemos que ser Iglesia en salida, llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas (niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos) y a todos los ambientes (familia, trabajo, educación, ocio…).

Llamados a vivir la santidad, en nuestras realidades, con sus riesgos, desafíos y oportunidades (GE, n2). En lo cotidiano está la misión.

Todo ello será posible desde la escucha de Dios en la oración y reconociendo los signos que él nos da. Saber discernir qué es lo que el Espíritu quiere de cada uno de nosotros.

Hoy nuestra Iglesia diocesana vive un Don, un momento de gracia con nuestro sínodo diocesano, donde poder ir descubriendo que espera de nosotros como diócesis, que espera de ti y de mí.

Estamos llamados a ser misión, yo, tu somos misión. ¡VIVELO!