Corpus Christi

Tu mutaberis in me

 

Esta frase que significa “tu te transfomarás en Mi” la escribió Hugo de San Victor en el año 1134 en su obra De Sacramentis Christianæ Fidei y la pone en labios de Jesús como dirigida, por una parte, al pan y al vino en la celebración de la Eucaristía y, por otra, al cristiano que come y bebe el Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

En el siglo XII, cuando muchos cristianos empezaron a considerar poco importante la Eucaristía porque no creían en la presencia real de Cristo en ella se instituyó la fiesta que hoy celebramos. Se decidió sacar la Eucaristía a la calle ya que la gente no iba a la Iglesia a participar en ella… la situación no era muy distinta a la de este comienzo del siglo XXI.

 

A la vez que se instituyó esta fiesta, los mejores pensadores de la Iglesia prepararon himnos y textos para explicar con palabras sencillas por qué es importante este trozo de pan que paseamos por la calle en procesión. ¿Qué le hace tan importante como para mandar construir las magnificas y valiosísimas custodias y movilizar a tanta gente?

 

El pan que hoy adoramos de forma especial, es el que cada día repartimos en la misa y comemos con devoción. Pero ¿por qué es tan importante este pan? Porque sobre él, con el poder recibido por el mismo Cristo, el sacerdote -al igual que lo hizo Jesús en la última cena - ha pronunciado las palabras: “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

 

En estas palabras se oculta la intención de Cristo: su palabra  que es poderosa -que hace lo que dice, como cuando manda resucitar a un muerto- está ordenando al pan que se convierta en Él. Como cuando al mar le dijo que se calmase, y se calmó.


Al pan le está diciendo: tú te transformarás en Mi. Y el pan se convirtió en su cuerpo y el vino en su sangre. El pan se convirtió en aquel cuerpo flagelado, torturado, crucificado por amor a los hombres que después resucitó. De tal modo que cuando el sacerdote repite las palabras de Jesús: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre; Cristo está realmente presente entre nosotros, porque el pan se ha convertido en su cuerpo, el vino en sus sangre. Y donde está el cuerpo está Él. Del mismo modo que donde está nuestro cuerpo estamos nosotros.

 

Ahora bien, el cuerpo de Cristo resucitado, como sabemos por los relatos de los evangelios, conserva las heridas de la pasión y el agujero de los clavos donde Tomás metió el dedo para poder creer. Heridas que nos hablan de su sacrificio en la cruz por nosotros, de su entrega por amor, de los golpes, latigazos insultos, del sufrimiento de Dios. Del abajamiento de un Dios que se hace hombre para que los hombres alcancemos el perdón de los pecados y lleguemos a Él.

 

Se trata de un sacrificio que no ha terminado ni en su dimensión celeste, donde no existe el tiempo y todo es un eterno presente; ni los miembros de la Iglesia que sufren, a los que también llamamos el Cuerpo de Cristo.

 

Pero esto no es todo. Sólo por esto no se justificaría la celebración de la Eucaristía y esta fiesta. Tampoco la celebración de la Eucaristía termina en lo que llamamos consagración. Ese pan debe ser comido por los cristianos. En este gesto se oculta la misma intención de Cristo que cuando se repiten las palabras de la última cena sobre el pan. Cristo dice al que le come: tú te transformarás en Mi.

 

De tal modo que cuando comulgamos se produce una doble transformación. Por una parte, los que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo nos transformamos en otros cristos, plenamente cristianos. Esto nos nos lleva a actuar como él: ofrecer nuestro cuerpo –nuestra vida – en el sacrificio diario del amor a los hermanos, en la cruz nuestra de cada día. Por otra parte, esa presencia real de Cristo en el pan se transforma en presencia espiritual en nuestro espíritu: Él se queda en nosotros y nosotros nos transformamos en Él y sólo perdemos la nueva forma por el pecado.

 

Sacar el Cuerpo de Cristo a la calle en procesión, oculta de nuevo la misma intención que venimos comentando. Ahora Cristo dice a nuestro mundo, a nuestra sociedad: tu te transformarás en Mi. Cristo tiene poder también para instaurar y llevar a plenitud el Reino de Dios. Los valores de este mundo son transformados por los valores del Reino: el amor, la justicia, la paz y la libertad. Él puede arrancar de este mundo el mal y transfórmalo en el Reino de Dios.

 

Este alimento del pan de la Eucaristía oculta la fuerza poderosa de Cristo, la fuerza que todo lo transforma y lo lleva a Dios.

 

Por Rafael Amo Usanos

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